De vivir en Palermo a despertar cada día en un micro escolar frente al mar en Chapadmalal

Ailin y Santiago dejaron la ciudad para experimentar otro modo de vida, encontraron su lugar en los acantilados de Chapadmalal. “Ibamos a comprar un terreno y nos estafaron. “Nuestra casa es un bondi. Vivimos simple”

El micro escolar Mercedes-Benz del 95 de Ailin y Santiago sobre los acantilados de Chapdmalal transformado en su hogar

“Nuestra casa tiene alas. Rompiendo la matrix y el sistema a la vez”, dice Ailin Bisi (34), desde un colectivo escolar, estacionado frente a los acantilados de Chapadmalal, que transformó en su hogar. Esa fue la manera que encontró de alejarse de la vorágine de la ciudad. “¿Se puede vivir así?”, se preguntó. Y se respondió: “Todo lo que uno quiera”.

Desde 2019, un año antes de la pandemia, Ailin y su novio Santiago Pouydebat, desarmaron su casa de Palermo en busca de una nueva manera de vivir “lejos de las estructuras y de la doctrina impuesta”. Ella de Belgrano, diseñadora de arte, él de Morón, inversor, mantenían una rutina armada que “funcionaba”. “Alquilábamos una linda casa con varios pisos donde tenía mi marca de ropa, el taller y el showroom. Ganábamos dinero… pero vivíamos para trabajar. Siempre a las corridas de lo que dicta la sociedad, en busca de esa zanahoria eterna, y a la larga con un vacío espiritual”, recuerdan.

Inquietos, durante un tiempo se planteaban la misma pregunta: “¿Estamos plenos donde estamos?”. Ailin ya había pasado por Los Ángeles y Nueva York de la mano de sus productos textiles. “Allí la vorágine por el consumismo era peor”, señala.

Ailin, Santiago y Pappo en su casa desde 2020

Decididos empezar desde cero, resignaron el contrato de alquiler y se subieron a una camioneta prestada rumbo a Brasil, sin itinerario. La primera parada fue Itamambuca, en San Pablo. Fanáticos del surf fueron recorriendo la costa del país vecino durante casi un año. “No sabíamos qué iba a pasar, tampoco nos importaba, lo tomamos como un proceso de experimentación”, relata Ailin.

Así estuvieron, nómades, casi un año. La última parada de ese viaje siguiendo las olas fue Chapadmalal. “No conocía este lugar, porque mis vacaciones transcurrían en Punta del Este. Solo habíamos escuchado que tenía las mejores olas”.

La vista desde la cama

Al mes se declaró la pandemia. “Teníamos dos caminos: volver a la ciudad a la casa de mis padres, porque ya no teníamos otro lugar donde ir, o quedarnos”. Ya pasaron dos años. “Cuando nos instalamos en Chapa, empezamos a pensar en comprar un terreno frente al mar, estábamos con ganas de tirar una anclita…”. Pero los estafaron y perdieron todo lo que tenían. “Nos reímos de la situación. Alquilamos un departamento, trabajamos y compramos un bondi escolar”.

La casa de Ailin y Santi es un micro escolar Mercedes-Benz del 95 que al principio usaban tal como estaba porque era verano. “Tenía una energía divina bien infantil, estaba llena de peluches y juguetes que donamos. Lo vaciamos y nos instalamos”. Lo estacionaron en la puerta de la escuela de surf BAI-BAI, donde usan el baño y la ducha. Después lo movieron al acantilado que pertenece a la balneario de casi 40 años, Luna Roja.

En plena transformación se guiaron de tutoriales para hacerlo

Despojados, sin mirar atrás, empezaron un gran camino. Ailin se animó a soltar las estructuras, dejar de comer carne y mirar hacia su interior. “Logré conectar la conciencia con el alma, alcancé un despertar creativo que nunca antes había sentido. No seguir con lo esperado me abrió muchas puertas”.

Durante esos meses decoró espacios como la hostería Geko, un clásico de Chapa. También se asoció al parador Luna Roja donde rediseñó el restaurante. “No los considero trabajo sino que conozco mis dones, y los ofrezco. Una manera de dar lo mío para mejorar lo de otro”.

Una cama frente al mar

Eligen donde estacionar el colectivo según la estación del año (Mey Romero)

Esa temporada se extendió más de la cuenta, así que pusieron manos a la obra en su bondi. “Lo acondicionamos con revestimientos, paneles solares, baño seco donde no se genera basura, muebles encastrados. Un laburo de tres meses guiado por los tutoriales de las redes”. Lo bautizaron Ajna como el tercero ojo.

Con una impronta boho chic, Ailin se ocupó de decorar cada rincón. Pintó el piso con flores al estilo setentoso. Instaló su máquina de coser en una mesa rebatible para tener su taller. Diseñó su altar con corazones mexicanos, oraciones escritas a mano y piedras energéticas. La salamandra para enfrentar el invierno fue el toque final. “Lo vamos moviendo según cada estación para tener la mejor vista”.

La casa de Ailin y Santiago terminada

El click espiritual lo completó con una “limpieza alimentaria”. “Los últimos cinco meses limpié mi organismo a través del crudi- veganismo (alimentación a base de plantas). No digo que sea la solución, sino que me ayudó a tener más paz mental”.

Ahora quiere ayudar a otros y, por eso, a partir de marzo del 2022 organizará retiros grupales con el objetivo de “desprogramar estructuras mentales acarreadas durante años”.

-¿Cómo es tu rutina diaria?

-Me levanto con el amanecer, ese es mi horario preferido. Hago ejercicios de desprogramación mental. Tomo hierbas depurativas. Después salgo a surfear con Santi, y vemos a qué jugamos durante el día….

-¿En este tiempo volviste a la ciudad de visita?

-Sí, varias veces, porque tengo a mi familia. Me encantaría que se mudaran cerca, pero ellos aman su vida allá y eso me hace feliz. Mi madre es psicóloga, mi hermano músico, mi hermana artesana. Cuando piso Buenos Aires lo disfruto a pleno... porque sé que es solo por un ratito.

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