“Mucha gente que conozco en Los Ángeles cree que los sesenta se terminaron de golpe el 9 de agosto de 1969, en el momento exacto en que la noticia de los asesinatos de Cielo Drive se propagó como un incendio por toda la comunidad, y en este sentido tienen razón. Aquel día estalló por fin la tensión. La paranoia se cumplió”, escribió Joan Didion.
Fue el despertar abrupto y cruel de un largo sueño.
El asesinato de Sharon Tate, embarazada de ocho meses, y cuatro personas más, seguidos la noche siguiente por los del matrimonio LaBianca, a manos del Clan Manson o La Familia marcaron el fin de una época. Dieron a conocer al mundo, también, a Charles Manson, el líder de esa especie de secta.
Manson se convirtió en un enigma, en una figura surcada por el misterio y hasta de culto. Líder carismático, satanista, criminal, músico frustrado, psicópata.
Faltaban, todavía, la aparición de los últimos dos discos de Los Beatles, el anuncio oficial de su disolución, Woodstock -que empezaría una semana después- y Altamont, el festival en que los Hell’s Angels se encargaron de la seguridad en la actuación de los Rolling Stones y asesinaron un espectador. Pero el gran impacto que produjeron los crímenes de La Familia Manson que el Verano del Amor se había salteado el otoño para entrar de lleno en un invierno largo y penoso. Una era se agotaba.
Los policías entraron a la propiedad de Cielo Drive 10050 sin saber lo que les esperaba. Cruzaron el portón y se acercaron a un auto estacionado en medio del parque. Por la ventanilla vieron a un joven tirado, desparramado en la parte de adelante, con un brazo colgado del volante. Le habían disparado varias veces. Era tanta la sangre que se hacía difícil determinar de qué color era el tapizado.
Los policías siguieron avanzando hacia la casa. Antes, algo les llamó la atención y se desviaron unos pasos. En el césped refulgía una camisa de colores chillones. Pertenecía a un hombre que también estaba muerto. El pasto en ese sector ya no era verde. Las puñaladas que había recibido, decenas, habían hecho que la sangre formara una pequeña laguna roja debajo del cuerpo.
A unos pocos metros, boca abajo, otro cuerpo sin vida. En este caso de una mujer. Todos, además de los disparos y las cuchilladas, presentaban muchos golpes. Ninguno intentó comprobar si aún respiraban. Era inútil. Nadie hubiera podido sobrevivir a tamaña violencia.
Los hombres se detuvieron ante la puerta de entrada a la casa. Sus manos temblaban y apenas podían sostener las armas reglamentarias. Pigs. Cerdos. Eso estaba escrito en la puerta de entrada. Las letras chorreantes. La tinta había sido sangre. No sabían qué podían encontrar en esas habitaciones. Les costaba imaginar algo peor de lo que ya habían visto.
En el living una mujer de costado, en posición fetal, cubierta apenas con una biquini floreada. Las flores del estampado y los colores alegres hacían más macabra la escena. Cuando giraron para verla desde el otro lado, percibieron que la mujer con una cuerda alrededor de su cuello y repleta de heridas producto de múltiples puñaladas tenía un embarazo muy avanzado.
La panza enorme les terminó de quitar el aire a los investigadores que siguieron avanzando sin pensar, casi sin voluntad, ya sin estar alertas a un posible ataque. Eran zombis paseando por un paisaje de muerte. Al llegar a la habitación principal encontraron otro cadáver, el último. Varios balazos y puñaladas. La sangre en el piso, los acolchados, en vastas manchas en las paredes. Otras vez las náuseas. Nadie se acostumbra a tanto horror.
Los dos hombres, los únicos vivos en medio de ese festival del horror, salieron de la vivienda. Para llegar a su auto y dar aviso para que enviaran refuerzos, uno de ellos, el agente De Roza apretó el botón cubierto de sangre que permitía abrir el portón automático de entrada. Allí, obnubilado por lo visto, embriagado por el hedor de la muerte, dejó sus huellas digitales.
Cuando un superior le cuestionó la actitud, le enrostró que había inutilizado una prueba muy importante, le preguntó por qué lo había hecho.
De Rozas sólo atinó a responder: “Tenía que salir de ahí”.
Joan Didion recuerda en su largo artículo El Álbum Blanco cómo se enteró de la noticia y en un párrafo resume el clima de época: “El 9 de agosto de 1969 yo estaba sentada en la parte menos profunda de la piscina de mi cuñada en Beverly Hills cuando a ella la llamó una amiga que se acababa de enterar de los asesinatos en la casa de Sharon Tate Polanski en Cielo Drive.
Durante la hora siguiente el teléfono sonó muchas veces. Aquellas primeras informaciones resultaron embrolladas y contradictorias. Una persona de las que llamaban hablaba de capuchas y la siguiente de cadenas. Había veinte muertos, no, doce, diez, dieciocho. La gente imaginaba misas negras y lo atribuía a malos viajes de ácido. Recuerdo con mucha claridad todas las informaciones erróneas de aquel día, y también recuerdo otra cosa, y ojalá no la recordara: recuerdo que nadie estaba sorprendido”.
Eso: nadie estaba sorprendido.
Hasta sus 30 años, Charles Manson había pasado más tiempo encerrado en instituciones y cárceles que en libertad. Robo de autos, robos a mano armada, abusos y varios delitos menores más. Luego, intentó un camino en la música. Cada intento fracasaba. Se relacionó con varios de los músicos en esa California efervescente de esos años.
Al mismo tiempo, mientras vivía en casas prestadas o intrusadas, fue dando forma a una cofradía, clan o secta según se lo quiera mirar. Con un discurso etéreo y confuso, carisma y una imagen calma, logró convocar varias personas a su alrededor. Muchas de ellas muy jóvenes. Vivían en una especie de comunidad. Las mujeres del clan eran utilizadas para atraer posibles integrantes.
La novela Las Chicas de Emma Cline muestra de qué manera y en qué circunstancias esas chicas podían caer bajo el influjo de Manson. Uno de los personajes dice sobre el líder (llamado Russell en la novela pero claramente inspirado en estos eventos): “El sitio al que vamos es una forma de vida. Él nos está enseñando a encontrar el camino a la verdad, a liberar sus auténticos yos, enroscados en su interior. Es distinto de cualquier otro humano. Capaz de entender los mensajes de los animales. Puede sanar a un hombre con las manos, arrancar la podredumbre que hay en ti tan limpiamente como un tumor. Puede ver dentro de las personas”.
Charles Manson, como en un pase de magia, pasó de ser un convicto condenado por (decenas) de delitos graves a un gurú espiritual que atraía desclasados, desplazados, drogadictos y jóvenes que intentaban encontrar su lugar en ese mundo tan cambiante.
Manson quería ser músico, triunfar en esa industria. Buscaba con denuedo su oportunidad. Parecía que la chance había llegado cuando entró en contacto con Dennis Wilson, fundador y baterista de los Beach Boys (quien además en 1977 sacó un gran disco solista Pacific Ocean Blue).
Wilson manejaba por una ruta cuando levantó en su auto a dos chicas que hacían dedo. Ellas, integrantes de La Familia, le hablaron de El Mago. Se referían a Manson. Wilson quedó intrigado pero se olvidó bastante rápido del episodio. Vivía muy rápido.
Pero a la noche siguiente, luego de una larga jornada de grabación, cuando regresó a su hogar a las 3 de la mañana, mientras intentaba abrir la puerta, surgió de la oscuridad un hombre bajo (medía 1m 57 cms), barba profusa, ojos firmes y algo desorbitados. “¿Me vas a lastimar?”, preguntó Wilson. El hombre, Charles Manson, le dijo que nada de eso iba a suceder. Quería conocerlo y transmitirle un mensaje.
Se arrodilló y besó sus pies: un rito que ponía en práctica cada vez que quería agradarle a alguien. Wilson lo invitó a pasar a su casa. Al entrar, el Beach Boys, se sorprendió al ver en su living, a una decena de los acólitos de Manson. En el grupo la mayoría eran mujeres; así que todo recelo de Wilson quedó postergado. Manson conocía su fama de depredador.
Dennis Wilson y Charles Manson comenzaron esa noche una relación de amistad y cercanía que finalizaría con una disputa y tal vez con el germen de la masacre de Cielo Drive. Manson utilizaba al baterista de muchas maneras. Era un camino veloz para conseguir drogas de buena calidad, tenía mucho dinero y era generoso, podían utilizar su casa como base y sus autos de alta gama. Pero, principalmente, Wilson significaba la puerta de entrada en el mundo de la música.
Según Manson una canción del disco 20/20 de los Beach Boys le pertenecía, aunque en los créditos sólo figurara el baterista como autor. Never learn not to love es la canción en cuestión que escrita por Manson y con otra letra se llamaba Cease to exist. Lo que más molestó a Manson fue la alteración de la letra. Sin embargo, gracias a la amistad con Wilson entró en contacto con Terry Melcher, productor musical.
En esa relación con Melcher, productor de algunos temas de los Beach Boys y de los primeros discos de los Byrds, Manson veía su gran oportunidad para llegar a la industria musical, su gran anhelo. Hasta llegó a ingresar a un estudio y grabar algunos demos. Pero Melcher de pronto dejó de contestar sus llamados y la posibilidad del disco se alejó. Manson no se lo tomó bien. Rastreó dónde se encontraba Melcher, le dejó expresiones de su enojo (y algunas amenazas) en diversos lugares. Y fue hasta la casa en la que pensaba que Melcher (hijo de Doris Day) vivía junto a su novia, Candice Bergen. La de Cielo Drive 10050.
Hay otra conexión evidente de historia con la música. La obsesión de Manson por el Disco Blanco (en realidad llamado The Beatles) de Los Beatles. En cada canción decidió encontrar claves para su accionar, para justificar sus delirios. Creyó que Los Beatles le mandaban mensajes, le hablaban a él, a través de un código secreto, para entrar en acción. Helter Skelter, Blackbird, Revolution 1, Revolution 9, Dear Prudence y Piggies interpretados en clave psicótica.
Uno de los postulados de Manson y su clan era el Helter Skelter. Los había convencido de que una gran guerra racial estaba a punto de producirse. Y a ese enfrentamiento inevitable lo bautizó como Helter Skelter. Los crímenes de esas noches de agosto de 1969 pretendían acelerar esta colisión. Por eso en los asesinatos del matrimonio LaBianca pintaron en una puerta, con sangre de sus víctimas, las dos palabras del título del tema beatle, aunque con un error de ortografía: “Healter Skelter”.
Quien instaló estas teorías fue Vincent Bugliosi, el fiscal que tuvo a cargo la acusación de Manson y los integrantes del clan, y luego autor de un libro en el que cuenta las vicisitudes del caso, titulado oportunamente Helter Skelter, que se convirtió en el libro de True Crime, un género con mucha difusión en Estados Unidos, más vendido de la historia.
Las discusiones sobre las motivaciones de los crímenes se perpetúan. Es complicado determinar qué fue lo que los llevó a cometer crímenes tan atroces, con tanta saña. El Helter Skelter, las sospechas de satanismo y demás elementos similares resultan insuficientes.
Algunos testigos revelaron que unos meses antes de la masacre, Manson fue hasta la casa de Cielo Drive a buscar a Melcher, quien ya no vivía ahí. Sharon Tate y Roman Polanski, los nuevos inquilinos, lo echaron y no le dieron el nuevo paradero del productor musical.
Los asesinatos de esas dos noches californianas, sostienen otros, se justificarían con la emulación de crímenes para confundir a la policía: la intención de Mason y su gente era reproducir crímenes violentos, sin motivo aparente, para que los investigadores creyeran que los autores eran los mismos de uno ocurrido pocos días antes por el cual estaba arrestado Bobby Beausoleil, músico e integrante de La Familia.
Beausoleil había sido detenido el 6 de agosto por el brutal asesinato de Gary Hinman. El crimen había ocurrido a fines de julio. Hinman era músico y dealer de drogas. Había vendido una partida de muy baja calidad a Manson y Beausoleil, que estos a su vez habían revendido a una banda de motoqueros similar a los Hell’s Angels. Los integrantes de la banda reclamaron la devolución del dinero y agredieron a parte del clan. Manson ordenó a Bobby y a tres de las chicas que se encargaran de Hinman. A eso se sumaba que Hinman había heredado varias decenas de miles de dólares.
Hinman fue torturado varios días, Manson le rebanó una oreja antes de dejarlo en manos de su cómplice. Beausoleil golpeó a su víctima y recién le quitó la vida dos días después. Luego con la sangre ensuciaron paredes y dejaron escritas consignas políticas, la mayoría con referencias a las Panteras Negras, para despistar a la pesquisa.
El 6 de julio Beausioleil fue detenido y culpado por ese crimen. La hipótesis es que lo que hicieron los miembros del clan el 9 y el 10 de agosto del 69 fueron asesinatos destinados a que la policía pensara que quien ajustició a Hinman seguía libre. Así intentaron reproducir la alevosía y la saña: el móvil habría sido proteger a su amigo.
O, tal vez, sólo se trató de que la enfermedad, la vorágine criminal y la influencia de la sugestión y las drogas eran tan abrumadoras que se vieron impulsados y compelidos a continuar con su carrera asesina.
Aunque no tenga la menor relevancia penal, se suele olvidar que Manson no participó directamente de estas matanzas. En la que fallecieron Sharon Tate embarazada de ocho meses (Polanski se encontraba en Europa), el peluquero de las estrellas Jay Sebring, Voytek Frykowsky, Abigail Folger y Steven Parent, Manson fue el instigador y organizador.
Le encomendó la tarea a Tex Watson, Susan Atkins, Linda Kasabian y Patricia Krenwinkel. La orden fue no dejar a nadie con vida. La noche siguiente, ante lo que Manson consideró un trabajo muy desprolijo, él acompañó al grupo y colaboró en la inmovilización del matrimonio LaBianca, yéndose antes de que las ejecuciones empezaran.
Antes Manson, alejado de fundamentos filosóficos, teorías conspirativas y motivaciones espirituales, había disparado contra un dealer, Bernard Crowe, por deudas de drogas y había tenido activa participación en el calvario de Hinman.
Charles Manson y algunas de las mujeres de La Familia fueron detenidos por cargos menores, mientras las sospechas se cernían sobre ellos. Una de las jóvenes le confesó a una compañera de celda su participación en los crímenes. Esa fue la primera pieza para dilucidar los asesinatos. Luego fue el momento del juicio y la atención mediática, las palabras pretendidamente llenas de misterio del acusado en el juicio, palabras vacías, sin significado alguno.
El caso policial y judicial fue un fenómeno mediático. Una víctima famosa, estrella en ciernes, un viudo exitoso, un culto presumiblemente satánico, un líder carismático, rock, drogas, escenas orgiásticas. Tenía todos los ingredientes para llamar la atención. Tapa de la Rolling Stone y de Life, los dos extremos del mercado de revistas de esos años.
Lo inexplicable es que Manson se convirtió en una figura de culto. Su disco (fruto de esos demos con los que buscaba un contrato discográfico) empezó a circular. Las copias se pasaban de mano en mano. Su vínculo con el rock se extendió más allá de Dennis Wilson y su obsesión por Los Beatles; se dice que Neil Young, Frank Zappa y algunos miembros de Mamas and the Papas estuvieron, de alguna manera, relacionados con La Familia.
En los 80, y en especial en los 90, fueron muchas las estrellas que mostraron fascinación por el personaje. Remeras con su cara, covers de sus temas (Guns & Roses lo hicieron y además usaron una frase de Manson para titular su doble: Use your illusions), Nine Inch nails grabando en la mansión de Cielo Drive y quedándose con la famosa puerta con la inscripción macabra, homenajes desembozados como el de Marylin Manson.
Una fascinación que llevó a entronizar a un personaje desquiciado. Manson nunca fue más que un delincuente, con grandes problemas mentales, embotado por las drogas, con una ambición desmedida, un talento limitado para todo lo que no sea el mal y, eso sí, un innegable poder de seducción.
El 25 de enero de 1971, Charles Manson fue condenado a muerte. Pero mientras esperaba la ejecución, ese castigo se declaró inconstitucional en el estado de California. Su condena se transformó en cadena perpetua.
En los 80, otro presidiario luego de una pelea, lo roció con un líquido inflamable y lo prendió fuego. Estuvo grave, casi el 30 % de su cuerpo sufrió terribles quemaduras, pero sobrevivió.
Cada tanto le era permitido dar entrevistas. Cada una de ellas apareció en grandes medios norteamericanos y tuvo enorme difusión. Su discurso seguía careciendo de articulación y sensatez pero la fascinación permanecía intacta.
En esos ojos la locura se había instalado para no irse más. Durante los últimos años sus abogados pidieron en reiteradas ocasiones que se le otorgara la libertad condicional. Nunca lo consiguieron.
Murió en prisión en 2017. Tenía 83 años.