“Gracias”, le dice uno que suelta un billete. Estuvo detenido unos minutos sobre la calle Güemes escuchando Fly Me To The Moon, de Frank Sinatra, interpretado por la viola del artista callejero Camilo Martínez (26).
Son las seis de la tarde de un fin de semana de verano, y el movimiento turístico del balneario empata la acústica de la propuesta musical del joven. De a ratos el andar de los transeúntes se hace lento cuando escuchan la música de Camilo. Él no lleva partituras, no las necesita, toca de memoria y también improvisa.
Camilo Martínez, nació en Bogotá, Colombia. Es el mayor de tres hermanos. Heredó el amor por el arte de su padre, que es violinista. “Lo que toco es viola- aclara-, una especie de violín un poco más grande que se toca sobre el hombro aunque está afinado como un violonchelo”, le explica a Infobae.
Llegó a Mar del Plata por amor. En plena pandemia, mientras estudiaba Filosofía y Música Clásica en el Conservatorio Nacional de Bogotá, se cruzó con Florencia, una joven bióloga, fotógrafa y marplatense. “Fue un encuentro casual en la Universidad, ella estaba realizando un intercambio”, revive el flechazo
Sin pensarlo, la invitó a salir. “Le propuse tomar una cerveza y desde entonces nunca nos separamos”. La pareja se conoció meses antes de la irrupción de la pandemia. Por el cierre de las fronteras, Florencia quedó atrapada sin poder volver a casa en Colombia y empezaron a convivir. “Fue algo mágico. Me atrevo a decir que rompe con todos los esquemas del amor”. Para no separarse, la argentina extendió seis meses su estadía en Bogotá donde fortalecieron aún más su vínculo.
Decidieron seguir de novios a distancia, entre llamadas, mensajes y videollamadas. “Flor tuvo que regresar a Mar del Plata para finalizar su carrera. Una vez recibida nos planteamos volver a vivir en la misma ciudad”, relata.
Casi un año sin verse
Es así que en octubre del 2021, después de nueve meses de un amor sin fronteras, Camilo, pudo dar el gran paso. “Entre las restricciones de viaje y la falta de dinero, estuvimos mucho tiempo separados”, cuenta. Finalmente, pudo volar desde Bogotá para encontrarse con Flor.
El abrazo tan esperado se dio en Ezeiza, ella hizo más de 400 kilómetros para esperarlo en el hall del aeropuerto. “Estuve ansioso durante todo el vuelo”, relata. De ahí, se fueron a la Costa Atlántica, donde viven hace casi cuatro meses.
Con la llegada de la temporada de verano, y el aluvión de turistas, Camilo pensó que podía tener la posibilidad de mostrar su arte. De esta manera, se instaló en el paseo comercial de la Calle Güemes, donde tuvo una gran aceptación del público. “Me piden temas, me hacen preguntas al respecto, e incluso se ponen a bailar”.
Si bien es nuevo en la zona, ya se hizo conocido: viernes, sábado y domingo de 18 a 21 horas se instala en alguna esquina de Güemes, y la convierte en su escenario. Recauda entre $1200 y $1500 por día en concepto de gratificación del público, aunque los aplausos, o la mirada de la gente es lo que lo más lo estimula. “Mar del Plata tiene una gran proyección cultural, es un sitio fabuloso para cualquier artista”, dice.
Si bien está formado en géneros clásicos, también disfruta de otras propuestas como jazz, música latina y canciones populares. Autumn Leaves de Joseph Kosma y el conocido bolero Lágrimas Negras, forman parte de su repertorio.
De cara al futuro Camilo y Florencia proyectan un camino en pareja. “Ambos soñamos con completar nuestra formación. Queremos hacer un doctorado en Argentina. La provincia de Córdoba es una opción”.
Tienen muchos planes y una sola certeza: que el camino es de a dos.
Fotos: Mey Romero
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