Mártires. La palabra detona en nosotros imágenes de persecuciones romanas, del circo de Roma, de leones, de reuniones en las catacumbas. Esa es la idea que se nos ha fijado en la mente gracias a Hollywood. Nada más distorsionado y lejano a la realidad.
La palabra mártir proviene del griego y significa “testigo”. Es decir que dará testimonio de su fe, de su pensamiento político, de su filosofía, aún hasta la muerte para defender su postura. Recordemos a Sócrates, a Martin Luther King, a Gandhi...
En esta nota trataremos sobre los mártires cristianos, aunque también los hay de otros cultos, como por ejemplo Siyyid ‘Alí-Muhammad fundador de la fe bahaí y junto a él más de 10.000 seguidores de este culto, fueron martirizados o millones de judíos e islámicos, de los cuales hablaremos en su momento.
Cuando el cristianismo se extiende por todo el Imperio Romano su mensaje llegará primero a los estamentos más bajos de la sociedad y desde allí comenzará a extenderse. Esta nueva práctica religiosa poseía no solo implicancias teológicas nuevas sino conceptos sociales no convencionales. Promovían una nueva visión política y social. El establecimiento de novedades socio-políticas era inaceptable para la máquina burocrática del imperio. Por tanto, los mártires (testigos) de este movimiento serán ejecutados por temas concernientes al emperador, a su culto público y político, pero no tanto a sus conceptos sobre Dios.
La persecución en el Imperio Romano fue durante un período de más de dos siglos entre el año 64 (Nerón) y el Edicto de Milán en el 313, en el cual los emperadores romanos Constantino el Grande y Licinio dieron libertad de culto a los cristianos.
Fueron diez persecuciones, cada una adoptará el nombre del emperador que la organizó: Nerón, Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano; aunque las mayores persecuciones estuvieron a cargo de Decio, Valeriano y Diocleciano.
El primer mártir cristiano será Esteban y no morirá en Roma, sí dentro del imperio. Es mencionado por primera vez en el libro hechos de los apóstoles como uno de los siete diáconos elegidos por los discípulos de Jesús. Su ejecución fue en Jerusalén, lapidado vivo, y quien estuvo a cargo de ejecutar la sentencia por orden -en este caso del sanedrín- fue Saulo de Tarso ,quien más tarde se convertiría a esta nueva fe y sería apóstol con el nombre de Pablo.
La primera persecución de los cristianos fue por parte de Nerón, luego del gran incendio de Roma. Ante semejante hecho en el cual más de media ciudad quedó destruida, era necesario un chivo expiatorio y estos fueron los cristianos. Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y dejadas ardiendo en los jardines de la casa del emperador o de mujeres y niños vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el circo, fueron unos de los tantos tormentos descriptos por el historiador romano Tácito en sus Anales. Este es el único documento que habla de estas persecuciones, aparte de una breve referencia de Suetonio. También están las “actas de los mártires”, pero los historiadores contemporáneos sostienen que, en su gran mayoría, son textos apologéticos y hagiógrafos, antes que datos certeros de hechos consumados.
En el año 313 el emperador Constantino junto a Licinio emiten el “edicto de Milán” por el que se otorgaba tolerancia religiosa y la libertad de culto para los cristianos; reconoce su legalidad, al igual que los otros cultos que había en todo el imperio. En el año 380, el cristianismo se convertirá en la religión oficial del estado, gracias al “edicto de Tesalónica”.
Allí se lee: “Queremos que todos los pueblos que son gobernados por la administración de nuestra clemencia profesen la religión que el divino apóstol Pedro dio a los romanos, que hasta hoy se ha predicado como la predicó él mismo, y que es evidente que profesan el pontífice Dámaso y el obispo de Alejandría, Pedro, hombre de santidad apostólica. Esto es, según la doctrina apostólica y la doctrina evangélica creemos en la divinidad única del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo bajo el concepto de igual majestad y de la piadosa Trinidad. Ordenamos que tengan el nombre de cristianos católicos quienes sigan esta norma, mientras que los demás los juzgamos dementes y locos sobre los que pesará la infamia de la herejía. Sus lugares de reunión no recibirán el nombre de iglesias y serán objeto, primero de la venganza divina, y después serán castigados por nuestra propia iniciativa que adoptaremos siguiendo la voluntad celestial. Dado el tercer día de las Kalendas de marzo en Tesalónica, en el quinto consulado de Graciano Augusto y primero de Teodosio Augusto.”
Vale una aclaración: para nosotros, habitantes del Sigo XXI, resulta difícil comprender estas persecuciones por pensar diferentes en cuestiones religiosas, aunque en el Siglo XX ha habido horribles y tremendos genocidios por profesar una fe. A partir de ese edicto ser ciudadano del imperio y cristiano católico era lo mismo. Por tanto, cualquiera que pensara diferente u opinara algo contra de lo que hubiera dictaminado el emperador, o la teología aceptada por la Iglesia, era considerado subversivo y sería reo de muerte.
A partir del edicto de Tesalónica los que serán perseguidos son “los herejes”, las personas que sostenían un conjunto de ideas contrarias a los dogmas de una doctrina religiosa y que son rechazadas por las autoridades eclesiásticas. Esta idea de una unidad homogénea entre la religión y la política será acepta por muchos reyes; por ejemplo, los Reyes Católicos. Un reino, una sola religión. La famosa “Cuius regio, eius religió”. Idea que será retomada con la “paz de Augsburgo”, firmada en 1555 entre el emperador Carlos V y la Liga de Esmalcalda, para evitar las persecuciones entre los católicos y los protestantes.
A grandes saltos en la historia llegamos a la Revolución Francesa, y es en ese momento donde la religión y el estado (por lo menos en occidente) quedarán disociados.
La Revolución Francesa estará bañada en sangre de mártires. Cientos de cristianos, mayoritariamente católicos, serán asesinados. Vale recordar a los mártires de la ciudad de la Vendée. De dicha matanza poseemos el testimonio de uno de sus ejecutores, el general Westermann popularmente conocido como el carnicero de La Vendée. Él mismo nos relata: “…después de la batalla de Savenay en diciembre de 1793, donde exterminamos a más de seiscientos prisioneros de La Vandée y siguiendo las órdenes que me dieron, aplasté a los niños bajo las patas de los caballos, masacré mujeres... No tomé ni un solo prisionero... los exterminé a todos”.
El general Amey en Mortagne, en nombre de la revolución y de establecer una nuevo orden de libertad, igualdad y fraternidad, también relata en primera persona: “…utilicé los hornos de pan y de la cocción de ladrillos para poner dentro de estos a las mujeres de la Vandée y a sus hijos que no rechazaron su fe papista, para que no alumbren a más bandidos y sus hijos no procreen más bestias católicas”.
Más de veinte puestos de ahogamiento fueron creados a lo largo del Loira. Solo en Pont-au-Baux fueron lanzadas al agua y ahogadas 2600 mujeres. Gracias a la pluma de Gertrud von Le Fort, que escribirá en lengua alemana, Die letzte am Schafott (La última del cadalso). el escritor francés Georges Bernanos tomará como base dicho libro y escribirá el famoso Dialogues des Carmélites (Diálogo de Carmelitas) en el cual relata el martirio de las 16 monjas carmelitas de Compiégne. Solo en el cementerio de Picpus en París, donde están enterradas las carmelitas en dos fosas comunes, hay 1306 mujeres y hombres guillotinados en la actual plaza de la Nación de París.
Seguirá transcurriendo el tiempo, y no cesarán las persecuciones. En el imperio Ruso, los judíos eran el flanco a perseguir y contra ellos se realizaban los tristemente famosos “Progoms”. Pogromo es una palabra de origen ruso que significa “causar estragos, demoler violentamente”. Históricamente, el término se refiere a ataques violentos por parte de poblaciones no judías contra los judíos en el Imperio Ruso.
Con la revolución bolchevique, no solo caerá el zar sino la iglesia ortodoxa rusa, dado que el en imperio zarista aún persistía el “Cuius regio, eius religió”. Por ejemplo, para acceder a trabajar en el estado se debía presentar el certificado de bautismo ortodoxo ruso. Cientos de miles cristianos ortodoxos fueron asesinados, los templos destruidos y la religión tácitamente prohibida (si bien la constitución bolchevique proclamaba la libertad de culto). Entre ellos, como ejemplo cabe destacar el martirio de la duquesa Isabel Fiódorovna Románova, quien renunció a la vida mundana y fundó en Moscú la orden religiosa ortodoxa de Marta y María cuya misión era a atender a niños abandonados, ancianos y otros sectores en situación de pobreza y abandono. En la galería de mártires del siglo XX en la abadía de Westminster, Londres, figura su estatua junto a la de Martin Luther King, el arzobispo Óscar Romero y al pastor Dietrich Bonhoeffer. Allí, en el muro occidental de la Abadía de Westminster, donde se instalaron las estatuas a todos los “nuevos” grandes mártires del siglo XX.
China, Japón, el continente africano, serán lugares de persecución contra los cristianos, muchos de ellos canonizados por la Iglesia católica o conmemorados por las otros cultos cristianos o no, con fechas propias.
La llegada del nazismo a Alemania, también otorgó con su persecución atroz a los judíos una pléyade de mártires católicos, luteranos, reformados, Testigos de Jehová y muchos otros. Cabe recordar a la monja católica Edith Stein, proveniente del judaísmo y convertida al catolicismo, asesinada en las cámaras de gas junto a su hermana en Auschiwitz-Birkenau. Al Padre Maximiliano Kolbe, condenado a morir de hambre en el mismo campo de exterminio. Al pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, colgado desnudo en el campo de concentración de Flossenbürg.
El historiador Hans Hesse comenta sobre el caso de los mártires testigos de Jehová: “Aproximadamente cinco mil testigos de Jehová fueron enviados a campos de concentración, donde fueron ‘prisioneros voluntarios’, ya que podían liberarse en cuanto declararan que ya no pertenecían a la asociación. Algunos perdieron sus vidas en los campos, pero muy pocos renunciaron a su fe”. Pero, obviamente, el foco de la gran y brutal persecución fue el judaísmo con millones de muertos en campos de exterminio.
El tiempo seguirá corriendo y se desencadena la Guerra Civil española. Entre 1934 y 1936, aproximadamente 15.000 personas entre de sacerdotes, religiosas, laicos serán asesinados de maneras brutales y los templos destruidos en nombre de la libertad, o por algo tan increíble e inverosímil como “atentar contra la república rezando por intereses contrarios al pueblo”. Como toda guerra en ambos bandos se cometieron hechos horripilantes e inhumanos.
América no queda exenta de poseer su lista de mártires. Desde los tiempos del arribo de los primeros misioneros hasta nuestra contemporaneidad, los mártires cristianos han sido miles. Juan de Brébeuf y sus compañeros martirizados en Ontario, Canadá, en 16 de marzo de 1649. Roque González de la Santa Cruz y sus compañeros ,asesinados en la misión de Iyuí, en Paraguay, el 15 de noviembre de 1628. El sacerdote Pedro Ortiz de Zárate y Juan Antonio Salinas junto a 18 laicos, conocidos como “Los mártires de Zenta”, asesinados el 27 de octubre de 1683, en la zona del Chaco salteño.
En 1926 se desencadena en México la guerra civil conocida como “la Guerra Cristera” que se prolongó durante 3 años, desde 1926 hasta 1929, entre el gobierno y las milicias de religiosos católicos que se resistían a la aplicación de la llamada “Ley Calles” la cual proponía limitar y controlar el culto católico en la nación. En ella morirán aproximadamente más de 100 mil personas, muchos templos pertenecientes a la Iglesia Católica serán confiscados o destruidos y la religión católica será restringida en México quedando solo relegada al ámbito privado.
Durante el siglo pasado, América Latina fue víctima de lo que se denominó “Doctrina de Seguridad Nacional” impulsada por el gobierno de los Estado Unidos sobre todo el continente suramericano, promoviendo dictaduras militares de derechas para frenar el avance del “comunismo” sobre la región. Dentro de esta “doctrina”, el catolicismo y las iglesias históricas cristianas en América Latina era un gran escollo. Muchísimos mártires cristianos de todas las denominaciones dieron su sangre para proteger a otros o para clamar por las aberraciones cometidas por los regímenes totalitarios.
Así como hubo mártires que perseguían la justicia, también hubo colaboracionistas de los regímenes que, traicionando a su Dios y a su fe, entregaron a la tortura a muchos fieles que recurrían a ellos. Pero como contrapunto, los mártires son quienes marcarán el rumbo del futuro. Algunos ejemplos: Monseñor Arnulfo Romero en el Salvador; en Argentina, los “mártires de la Rioja” Monseñor Angelelli, los padres Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville, y el laico Wanceslao Pedernera, Monseñor Ponce de León, obispo de San Nicolás, los padres palotinos del barrio de Belgrano, las monjas francesas Alice Domond y Leonie Duquet, los padres asuncionistas... y la lista continua por ciento de laicos, sacerdotes, religiosas y miembros de muchas confesiones cristianas.
Sobre el accionar de estos testigos se escribirá a mitad del siglo II, en el discurso de autor desconocido dirigido al pagano Diogneto: “¿No ves que [los cristianos], arrojados a las fieras con el fin de que renieguen del Señor, no se dejan vencer? ¿No ves que, cuanto más se los castiga, en mayor cantidad aparecen otros?”.
Será Tertuliano quien escribirá, en el año 197, su famosa sentencia hasta el día de hoy aplicable a cualquier persecución: “Persigan y asesinen; ignorando que la sangre [de los mártires] es semilla de nuevos cristianos”.
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