El año 1991 en este pintoresco país fue sumamente difícil. Para variar.
Mas allá del obvio y eterno descalabro económico, potenciado por la hiperinflación después del fracasado Plan Austral, el dólar como siempre se llevó puesto todo, gobierno alfonsinista incluido. Los jóvenes al fin comprendíamos el significado conceptual de la vieja frase hecha: “Pérdida irreparable”.
Con inmenso dolor nos despedimos para siempre de Luca Prodan, Federico Moura y Miguel Abuelo, un par de años antes, asÍ que en 1991 se empezaba a extrañarlos feo.
Empezábamos a distinguir entre el pasado y el futuro siendo nosotros la bisagra.
Soportando los devaneos de nuestra clase política, con los amigos militares sin terminar de adaptarse a la democracia, poniéndose de los pelos cada tanto, jodiendo todo, tomando cuarteles, el SIDA haciendo su aparición a todo trapo, las drogas baratas que empezaban a circular como golosinas achicando costos adulterándose con cualquier cosa, matando pibes como una peste, las corruptelas tan características e inherentes a la argentinidad de fin de siglo -desde coimear un policía hasta adornar a un funcionario de alguna importancia para acelerar los trámites-, recorriendo nuestros destinos o taos personales entre saqueos y lujurias ligeras.
En fin, los pibes la estábamos pasando pésimo.
Aprendimos a cuidarnos entre nosotros, back to back con los íntimos, tratando de que nuestros lugares no se cierren, reconsiderando actitudes en pos de una convivencia sana dentro de la palidez generalizada, no me resulta entonces demasiado extraño que uno de los temas más escuchados por la tribu haya sido El bar de la calle Rodney, masterpiece de La Portuaria.
Los vi por primera vez en Prix D’Ami, de Ciudad de la Paz 2364, el ilustre antro del Gallego y Daniel Morano donde pasaba todo. Desde Iggy Pop de visita en Buenos Aires tocando con Alphonso S´Entrega en una interminable noche ochentera, hasta Charly García invitando a subir al escenario a los de Gene Loves Jezebel que por primera, quizás única vez en toda su corta carrera, eran tratados como rock stars... así que se negaron a subir. Y Charly desde el escenario los ubicó de tal manera, con tanta altura, que durante años nos reíamos recordando la cara de los ingleses sin entender nada pero seguros de que estaba todo ridículamente mal con ellos.
Una de esas noches tocó La Portuaria, nombre de sindicato si se quiere, por lo que uno suponía de antemano que se iba a encontrar con algunos sujetos mal vestidos, bastante maleducados y visceralmente tramposos tratando de sacarnos algo de dinero.
Pero no.
La Portuaria eran los de Clap, Diego Frenkel, Sebastian Schachtel, Samalea y Christian Basso reinvéntandose otra vez.
Es que ya habían sido, además de Clap -Christian y Samalea fundamentalmente-, fundadores de Fricción con Richard Coleman y Gustavo Cerati y parte de Las Ligas, legendaria banda de Charly García que además de Basso y Samalea integraban Coleman, Calamaro y Daniel Melingo. Fueron el aporte al marcado cambio de sonido de Charly. Las Ligas ensayaban en Paladium y tocaban en Le Paradis de Temperley, en el Polideportivo de La Plata o en el teatro Ospy de Sao Paulo.
El mito del vampirismo es uno de los pocos mitos del Siglo 19 que permanece: el rock siempre se nutrió bastante de las sangres jóvenes. Charly encontraba que estos chicos nuevos tocaban bien y se encargaban de rescatar la energía que a veces cuando crecemos guardamos en un cajón de la cómoda.
Las Ligas rockeaban duro, La Portuaria rockeaba diferente, como un paso adelante.
Si para los iniciados los Ratones Paranoicos remitían a los Stones, Sumo te linkeaba a Ian Dury o Clap a Talking Heads, La Portuaria eran una ventana nueva. Algo de pop, reggae, ska, punk con new wave, todo junto. También muy de la época teniendo en cuenta que emergía de las sombras la música New Age, la World Music, el Blues se ponía de moda en Buenos Aires arrastrado por el suceso de bandas como Pappo’s Blues, Memphis y la Mississipi.
No obstante el disco mas vendido era uno que se llamaba La Pachanga.
Vamos que la confusión era clarísima.
Ahí aparece La Portuaria. Hacían falta. Instinto de supervivencia de las culturas jóvenes.
Los discos de la banda aparecían en las bateas de las disquerías en ska, reggae, rock, world music y varias más. De acuerdo al carácter y al humor del dueño del local. Entraban en casi todas las bateas, eso era lo mas genial de los Portuarios.
Además de que todos tocaban bien, componían, arreglaban y producían. No sé de cuántas más bandas argentinas podría decirse eso.
Habían grabado su primer disco Rosas Rojas en el 89, gran álbum que pasó algo desapercibido en su momento. Es que andábamos todos tratando de sobrevivir al primer cambio de gobierno democrático que, como corresponde a un país de este pintoresquismo, fue bastante caótico con Menem y sus patillas power tomado el mando unos meses antes de lo que le correspondía, un poco a pedido del público en medio de una inflación saqueadora.
En el 91 publican Escenas de la vida amorosa y aca sí... Nadie pudo estar ajeno al evento, más allá de la gloriosa presentación en el Astros de la Avenida Corrientes con Fito Páez de invitado y grupos teatrales recorriendo la sala entera.
Es que en Escenas de la vida amorosa estaba El bar de la calle Rodney, oda a un bar de Chacarita donde toda la cofradía rocker en algún momento acodamos nuestros brazos. Yo mismo me recuerdo ahí con Jean Pierre Noher, Willy Crook. Músicos, actores, artistas de todas las categorías y vejetes burreros del barrio convivían en sus mesas entre maníes y cervezas.
Podías entrar solo y salir con una nueva banda de amigos en unas pocas horas de estar en ese bar, especialmente si ibas tarde a la noche.
Eran tiempos de cuidar nuestras cosas, de valorarlas, porque ya habíamos aprendido de la peor manera que un día todo puede desaparecer, aun lo que más querés, cuidás o necesitás. Quizás por eso El bar de la calle Rodney fue un éxito enseguida. Porque todos sabíamos de qué estaba hablando Diego Frenkel cuando hablaba del bar de Rodney.
Diego hizo la letra, la música es de Christian Basso. Dos amigos bien queridos.
La otra vez le pregunté a Christian por el nombre:
“Qué sé yo, Bob... ya habíamos hecho Clap con Diego, y bueno después vino lo de Las Ligas, la época de Fricción y todo eso. Cuestión que después me fui a España con Melingo, ese viaje es una parte de mi historia que no conoce mucha gente. Estuve tocando allá en lo que fue el comienzo de Lions In Love, la banda de Dani Melingo con Willy Crook, Piccolini, Stephanie Ringes y demás. Pero me fui de ahí a la casa de Los Jaivas en París, los chilenos que hacían rock psicodélico mezclado con músicas tradicionales andinas. Esto fue por el 87, 88. Ahí fue que me puse en contacto con lo que era la World Music de la época, más exactamente estaba en la casa de Gabriel Parra donde ensayaban Los Jaivas. Muy alucinante todo. Estar ahí en ese momento expansivo musicalmente hablando, de revalorización, era increíble. Es que desde Europa era fácil ubicar a Buenos Aires como una ciudad con un puerto de inmigrantes, desde donde llega una serie de pautas culturales de las que somos legítimos herederos”.
“Esto después se plasmó cuando volví a Buenos Aires y lo llamé a Diego para armar algo, un proyecto que primero se llamó El Trio Eléctrico, que éramos nosotros con Samalea y tocó en Prix D´Ami una vez. Pero empezamos a buscar otros nombres, La Portuaria sonaba bien, tenía como algo femenino, de una mujer del puerto, o una empresa portuaria... Otro de los nombres que barajamos fue Galería Patagonia, aunque creo a esta altura que La Portuaria es un gran nombre para una banda...”.
“Salgo a caminar sin rumbo un día cualquiera
Pero un día cualquiera puede ser mucho más.
Hacia la parte de atrás del cementerio
Cruzando el parque llego a un bar.
Hay solo hombres que beben vino
Y fuman tabaco,
Pero en el aire hay algo especial.
Es pleno invierno y una ola de calor invade,
Como sucede a veces en toda mi ciudad.
Ciudad de grutas y de asfalto
Un puerto sin salida al mar
Si navegar es tan preciso,
Hoy voy a sentarme en el bar, a viajar”.
Es una canción con muchísimas referencias, adoro las canciones con indicios, las que sugieren segundas lecturas. Como la solapada duda acerca de la precisión de navegar. Caetano Veloso en su eterna Os Argonautas cantaba “navegar es preciso, vivir no es preciso”, una frase que en lo personal creo haber leído en Ciorán hace mucho, aunque escuché que algunos la adjudican a Stevenson, pero de verdad a nosotros nos llegó por Caetano, y así debe ser nomás, pero las naves siguen perdiéndose a veces.
Además de la particularidad de vivir en una ciudad que en el mapa limita con el océano pero acá adentro sabemos que el puerto da a un río cuya otra orilla es otro país. Con un cementerio en el medio de la zona más cotizada de Buenos Aires y otro lindante con la zona más poblada.
¿Cómo no va a ser adorable Buenos Aires, si lo primero que encontrás saliendo de un cementerio, nomás cruzando la calle, es alta joda?
¿O ponen un cenotafio en Plaza San Martín, un lugar apto para el recogimiento y la introspección en una de las zonas con más tránsito y tráfico de Latinoamérica?
En fin.
Christian me cuenta:
“El bar de la calle Rodney lo incluimos en nuestro segundo disco Escenas de la Vida Amorosa, lo grabamos en estudios ION con el portugués Da Silva. Más allá de lo importante que fue para La Portuaria, fue muy importante en mi carrera como compositor. Fue el tema de difusión que más nos hizo conocidos. El primer tema nuestro que sonó en la radio fue Lambada de Rosas Rojas, era un tema bailable, una lambada nordestina, como las del nordeste brasileño. Pero con El bar de la calle Rodney era como que habíamos logrado una personalidad musical única y novedosa en cuanto a la instrumentación y al tipo de canción. Por sobre todas las otras cosas el uso del acordeón marcó algo que en ese tiempo no era tan común como ahora. Eso fue muy valorado, fue el primer tema de La Portuaria que rotó en MTV, duró mucho tiempo ahí teniendo muy buena recepción por parte del público latinoamericano”.
“Yo había hecho unas bases, muchas veces trabajamos así con Diego. Yo armaba las partes musicales para que él haga lo suyo con la letra. Los dos temas más conocidos creo, de la primer época Portuaria, Selva y El bar... fueron hechos de la misma manera. Con la música mía y la letra de Diego”.
“Más allá de algunos arreglos, por ejemplo el leit motiv de Selva que hizo Sebastián Schachtel, como pasa siempre en las bandas, que cada uno aporta lo suyo. Es la forma de hacer algo único”.
“Perdiendo el tiempo
Perdiendo el tiempo yo voy a viajar.
Un hombre se me acerca y me declara
Que él era actor en un teatro principal
Y se decide a mostrarme sus virtudes
Interpretando un personaje singular.
Ciudad de brujas y de asfalto
Un puerto sin salida al mar.
Si navegar es tan preciso
Hoy voy a sentarme en el bar, a viajar.
Perdiendo el tiempo yo quiero viajar
Adoro descansar entre la gente,
Charlar, o dibujar,
Sentado en cualquier bar, en cualquier lugar.
Si navegar es tan preciso
Voy a sentarme en el bar, a viajar.”
Diego Frenkel, Christian Basso, mismo Schachtel y Samalea son tipos que ya han ganado una página grande en el compendio del rock argentino que tantas puertas y ventanas ha abierto en todo el continente.
Son carreras ejemplares para cualquiera que quiera iniciarse en la música, creativas, incansables, materialmente invalorables, aunque lo más importante es que conociéndolos uno enseguida toma distancia de la levedad musical que por ordinaria suele ser más difundida.
Estos son tipos que dan gusto cuando se los escucha, pero más aun cuando se los ve gestando.
Hicimos radio juntos y mucho he aprendido de ellos, así que tengo una debilidad especial por estos sujetos.
Por otro lado, La Portuaria ha tenido muchas idas y vueltas, desde ese lejano debut ante 100.000 personas en la 9 de Julio abriendo los shows de García y Spinetta en el festival Mi Buenos Aires Rock en 1990, hasta su ultimo show frente al río en Vicente Lopez unos meses antes de la pandemia. Vueltas y salidas más o menos, siempre La Portuaria es un paso adelante para escapar de la mediocridad imperante.
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