El ataque del PRT-ERP a la Guarnición Militar de Azul, del 19 de enero de 1974, puso en la superficie la contradicción de una guerrilla que luchaba por la “liberación popular” mientras el Presidente era, nada menos, Juan Domingo Perón. Se derrumbó aquel andamiaje intelectual-ideológico que se basó en la “violencia de abajo” como respuesta a “la violencia de arriba”.
El asalto en Azul representó un escalón más de “la guerra popular prolongada” de la que tanto hablaban los grupos terroristas hasta ese momento. Llámense PRT-ERP, Montoneros (las FAR ya fundidas con la organización “entrista-peronista”) y todos las demás siglas.
A los pocos días del intento de copamiento de la Guarnición de Azul, el informe semanal de distribución restringida Última Clave observó el tiempo argentino de la siguiente manera: “Si todas las perspectivas que la política argentina planteaba para marzo han aflorado tempranamente en enero, esto no es otra cosa que un indicio de la velocidad con que se está desarrollando el proceso argentino. Un 1973 que mostró al país con cuatro presidentes, muestra ahora a un líder que en nueve meses pasó de la más dura crítica a las Fuerzas Armadas al más cálido elogio. Exhibe también la desgracia de un gobernador (Bidegain) que, hace menos de un año, de los veintitrés candidatos de todo el país, era el único que había sido concretamente indicado por Juan Perón. Para bien o para mal, todo se desarrolla con una velocidad impensada. Por su parte, el PRT-ERP desde su boletín El Combatiente, del 30 de enero de 1974, consideraba que ‘Perón perdió la serenidad y se colocó sin simulaciones a la cabeza de la cruzada contrarrevolucionaria, haciendo de la lucha antiguerrillera el centro de la política gubernamental’. Esta importante definición… da abruptamente por tierra con lo que quedaba de las ilusiones de un Perón progresista o revolucionario y lo muestra tal cual es, el Jefe de la Contrarrevolución”.
Perón tuvo que asumir como Presidente de la Nación para terminar con un proceso revolucionario de corte marxista-leninista que se abatía sobre la Argentina. “A estos tipos hay que exterminarlos”, le dijo Perón al joven oficial de Granaderos que oficiaba el 20 de enero de Jefe de Servicio de la Guardia presidencial.
El vespertino La Razón salió a la calle anunciando un “Cruento Golpe Extremista en una Unidad Militar de Azul” y la información a toda página en tres columnas. A las 10.40 Perón presidió una reunión a la que asistieron la vicepresidente y los ministros de Interior (Llambí), Economía (Gelbard), Defensa (Robledo) y de Bienestar Social (López Rega). También participaron los tres comandantes generales: Anaya, Massera y Fautario; el jefe de la SIDE (general Morillo), el jefe de la Casa Militar (Coronel Corral) y el Secretario Militar de la Presidencia (coronel Damasco).
En esa reunión se analizaron todas las informaciones disponibles hasta ese momento y se convino que Perón hablaría a las 21 en Cadena Nacional desde la Residencia de Olivos. En el ambiente militar también se analizaba la situación. Según me contó el general Llamil Reston, de esas reuniones castrenses, más específicamente de la Secretaria General de Ejército, partió un mensaje telefónico para el coronel Damasco: “Vicente, sería importante si el Presidente de la Nación puede lucir el uniforme esta noche cuando pronuncie su discurso”.
Ese domingo 20 por la noche, en uno de los grandes salones de la Residencia Presidencial se levantó una tarima a la que se le puso una mesa de firma, estilo francés con adornos de bronce dorados, y dos sillones. En uno se sentó Perón con uniforme de diario de Teniente General y en el otro, un poco más atrás, María Estela Martínez de Perón. Completaban la escena el Edecán Militar, teniente coronel Alfredo Díaz y dos soldados del Regimiento de Granaderos a Caballo con uniforme de época.
El discurso de 900 palabras, en el que Perón trabajó con el teniente coronel Alfredo Díaz, salió al aire a las 21.08 y comenzó diciendo: “Me dirijo a todos los argentinos frente al bochornoso hecho que acaba de ocurrir en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Azul, donde una partida de asaltantes terroristas realizaron un golpe de mano, mediante el cual asesinaron al jefe de la unidad, coronel don Camilo Gay, y a su señora esposa, y luego de matar alevosamente a soldados y herir un oficial y suboficial, huyeron llevando como rehén al teniente coronel Jorge Irazábal. Hechos de esta naturaleza evidencian elocuentemente el grado de peligrosidad y audacia de los grupos terroristas que viene operando en la provincia de Buenos Aires, ante una evidente desaprensión de sus autoridades”.
Perón siguió: “[…] Todo tiene un límite: tolerar por más tiempo hechos como el ocurrido en Azul, donde se ataca a una institución nacional con los más aleves procedimientos, está demostrando palmariamente que estamos en presencia de verdaderos enemigos de la Patria, organizados para luchar contra el Estado, al que a la vez se infiltran con aviesos fines insurreccionales […] No es por casualidad que estas acciones se produzcan en determinadas jurisdicciones; es indudable que ello obedece a una impunidad en que la desaprensión e incapacidad lo hacen posible. Por lo que sería aún peor si mediara como se sospecha una tolerancia culposa. Yo he aceptado el gobierno como un sacrificio patriótico y porque he pensado que podría ser útil a la República; si un día llegara a persuadirme que el pueblo argentino no me acompaña en ese sacrificio no permanecería un solo día en el gobierno. Entre las pruebas que he de imponer al pueblo es esta lucha. Será, pues, la actitud de todos la que me impondrá mi futura conducta; ha pasado la hora de gritar Perón, ha llegado la hora de defenderlo.”
El discurso fue muy claro, tal como hablaba Perón. De sus palabras se desprenden sus críticas al PRT-ERP, Montoneros (“simuladores”) y al gobierno de la provincia de Buenos Aires, infiltrado de Montoneros, que presidía Oscar Bidegain. Homenajea a las Fuerzas Armadas; hablo del magnífico funcionamiento de la organización sindical y, sin nombrarla, roza a Cuba y la “Cuarta Internacional” cuando trata los “objetivos y dirección foránea” de los terroristas. Perón sabía de qué hablaba. Una semana después del ataque a la Guarnición Azul se oficializó la renuncia de Bidegain y su reemplazo por el vicegobernador el dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, Victorio Calabró.
En la sección Sotto Voce de la contratapa de Mayoría del 22 de enero se dio una primera señal al proceso de escarmiento que se avecinaba: “Serían elevados al Congreso de la Nación, en las próximas 48 horas, los pedidos de intervención para las provincias de Buenos Aires y Córdoba, en forma sucesiva. La resolución fue adoptada ayer (lunes 21) por la tarde, durante una prolongada reunión entre el teniente general Perón y el ministro del Interior, Benito Llambí. (…) Según logró establecerse, los candidatos para ambas intervenciones serían los generales José Embrióni en Buenos Aires y Miguel Ángel Iñiguez en Córdoba. Por otra parte, el general Cáceres pasaría a desempeñarse como Jefe de Policía, en virtud de sus conocimientos de la ‘guerrilla’ ya que cumplió las mismas funciones en épocas ‘similarmente críticas’”.
El general de brigada Alberto Samuel Cáceres Anasagasti había sido Jefe de la Policía Federal durante el último tramo del gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse. Cáceres no fue, en esta ocasión, el jefe policial porque permaneció en la Fuerza (en ese momento como Comandante de Gendarmería Nacional), pero ya se estaba pensando en un experto en lucha antisubversiva que se encontraba en situación de retiro de la Policía Federal, el Comisario Mayor Alberto Villar.
El jueves 24 de enero en horas del mediodía había sido recibido por el ministro Llambi. Villar concurrió a la entrevista acompañado del Comisario Inspector Alberto Margaride. El martes 29, La Razón oficializó las designaciones y promociones del Comisario General Alberto Villar como subjefe de la Policía Federal y del Comisario Mayor Luis Margaride como Jefe de la Superintendencia de Seguridad Federal. Ambos fueron convocados y ascendidos “a través del presidente de la República”.
Con respecto a las designaciones, Mario Eduardo Firmenich dijo: “Estamos (los Montoneros) en total desacuerdo.” Alberto Villar era el mismo oficial que en el pasado había investigado el asesinato del ex presidente Pedro Eugenio Aramburu (1970), e idéntica tarea había desarrollado frente al secuestro seguido de muerte del presidente de la FIAT, Oberdan Sallustro (1972). En agosto de 1972 había dirigido el asalto la sede del peronismo en avenida La Plata cuando se estaban velando los restos de algunos miembros de las organizaciones armadas muertos en la base Almirante Zar, el 22 de agosto de 1972.
Según la historia oral, durante su primera entrevista con Perón, Villar lo encontró enojado y se sintió impactado. Al poco rato, tras unas palabras introductorias, el dueño de casa le expresó su preocupación sobre el desarrollo del “fenómeno subversivo” y le pidió que se hiciera cargo de la subjefatura de la Policía Federal, con amplios poderes para designar a sus colaboradores. Según un testigo, Villar le confió que “no soy peronista” y Perón le respondió que lo sabía, pero que lo convocaba porque “la Patria lo necesita”.
Es una versión muy incompleta: En realidad, Villar no fue solo a la reunión con Juan Domingo Perón, llevó a dos personas porque sabía lo que le iban a ofrecer y necesitaba hacerle una pregunta al Presidente de la Nación. A su vez, el dueño de casa no se podía exponer a un desplante, por lo tanto conocía de antemano que el jefe policial iba a aceptar el ofrecimiento.
Según adelantó Villar a sus acompañantes “yo necesito que ustedes lo escuchen, y lo necesito porque me van a secundar. Y él va a dar las ordenes y quiero que las escuchen de manera directa”. En un momento del encuentro se desenvolvió el siguiente diálogo:
Villar: -Señor Presidente ¿tenemos mano libre para terminar con la subversión?
Perón: -Para eso lo he llamado, necesito poner orden.
Villar: -Señor Presidente ¿me permite una pregunta? Necesito hacérsela.
Perón: -Pregunte. Estamos en confianza.
Villar: -Usted me está ordenando que nosotros lo ayudemos a poner orden, y vamos a cumplir. Ahora, con el respeto que se merece, ¿usted sabe que hay gente con la que usted trata que no está de acuerdo con la convivencia democrática? Algunos hablan en su nombre pero en la intimidad dicen de usted barbaridades.
Perón: -Comisario, en mi gobierno nadie tiene ‘coronita’. ¿Usted está al tanto de quiénes son todos los jefes del terrorismo?
Villar: -Sí, señor. Aquí tengo algunos antecedentes.
Y en ese momento el jefe policial le entregó una carpeta de tapas azul marino y letras doradas que dice: “Policía Federal, Superintendencia de Seguridad Federal. Dirección General de Inteligencia”. Y en letras más grandes se lee: “Álbum Fotográfico de Extremistas Prófugos”.
Perón abrió la carpeta, la observó un rato en silencio y, guiñando un ojo, le dijo: -Pensé que se habían quemado todos estos expedientes.
Villar: -Señor Presidente, si me permite, le voy a responder con una gran enseñanza suya. No quemamos nada porque “los hombres son buenos, pero si se los vigila son muchos mejores”.
Perón no tuvo otro remedio que reírse y, palmeándolo le dijo: -Bueno Villar, lo he convocado para que me ayude a poner orden. Cuenta con mi confianza: Proceda… y déjeme la carpeta.
Cuestiones del destino: Villar no podía saber que una de las fotos del álbum que entregaba señalaba a uno de sus asesinos.
Villar se retiró sin antes decir, elevando un poco la voz: “Sí, mi general”. A la salida, uno de los acompañantes, con aire de preocupación, le dijo al nuevo subjefe de la Policía Federal: “Le dejamos la carpeta ¿qué va a hacer con ella? ¿La carpeta contiene todo?”. A lo que Villar dijo: “No le puse todo, sólo algunos antecedentes. Toda la información la tenemos nosotros, ahora lo vamos a ayudar”. Mirándolo al otro acompañante, le preguntó: “¿Escuchaste bien Negro? Entonces, ahora, piña, patada y máquina”.
En el momento del encuentro, Perón no conocía que le quedaban cinco meses de vida y a Villar tan solo nueve meses, aunque Alberto Villar sospechaba cuál podía ser su destino. “No sé si a su vuelta me va a encontrar, por lo tanto ahora me despido de usted”, le dijo al embajador Benito Llambí poco antes de partir a Canadá, una vez que dejó de ser Ministro del Interior.
Semanas más tarde, después de un almuerzo entre el general Miguel Ángel Iñiguez con Mario Eduardo Firmenich, tras un fuerte cambio de palabras con el jefe de la PF, Villar lo fue a ver a Perón para pedir ser relevado como subjefe de la Federal. Tras ser interiorizado del asunto, el Presidente relevó al militar y el miércoles 10 de abril de 1974, el jefe de la Policía Federal, Miguel Ángel Iñiguez, presentó su renuncia por razones de “salud”. Dos nombres encabezaban la lista para sucederlo, según la 5ª Edición de Crónica del 11 de abril, los generales Ibérico Saint Jean y Raúl Tanco. Sin embargo, Alberto “Tubo” Villar fue el elegido por Perón. La seguridad de la concentración del 1° de Mayo, en la que Perón expulso a los Montoneros, estuvo absolutamente coordinada por Villar y él le garantizo que podía salir al balcón sin necesidad de usar un vidrio blindado, como en octubre de 1973.
Bajo la mirada del Presidente la lucha contra el terrorismo se dio sin respiros. Y el jefe policial llegó hasta Tucumán para dar los primeros pasos contra el ERP, pero fracasó según informó el Ejército.
Tras la muerte de Perón, al jefe policial le quedaban cuatro meses de vida y su relación con Isabel Perón y José López Rega no tuvo la fluidez ni la confianza anterior. El Ministro de Bienestar Social tenía mucho más confianza con Margaride, pero Villar nunca dejo de ser sincero y frontal con la presidente. Además contaba con el apoyo de las Fuerzas Armadas.
Nunca dejo ser sincero y terminante: según relató posteriormente su amigo el comisario Jorge Silvio Colotto, en uno de esas pugnas que Villar mantenía con López Rega se entrevistó con Isabel Perón.
Isabel: -Comisario, ¿cómo anda el país?
Villar: -Como la mierda, señora Presidente, tanto en lo económico, en lo político, como en lo social. Aquí le dejo una carpeta donde le detallo lo expresado.
Isabel: -¿Sabe Villar con quién está hablando?
Villar: -Sí señora, con la Presidenta de la Nación, pero esta es mi forma de ser y desde este momento usted tiene mi cargo a su disposición.
Isabel dio por finalizada la reunión y al salir del despacho presidencial se encontró con López Rega quien lo increpó por ver directamente a Isabel sin su consentimiento. Villar lo miró de frente y le contestó: “No te olvides que fuiste un botón que estuviste diez años subordinado a Colotto y a mí y que nosotros te llevamos a la custodia presidencial en la calle Agüero en el año 1951, cuando el general (Arturo) Bertollo era el jefe de la Policía Federal, y vos te ocupabas de la recepción de la correspondencia del Palacio Unzué.”
Poco tiempo después, el 1° de noviembre de 1974, Villar sería asesinado con su esposa por una carga explosiva cuando su modesto crucero comenzaba a navegar por el arroyo Rosquete, en el Tigre.
Según los servicios de inteligencia de la época, en el asesinato de Villar y señora, actuó como entregador el subcomisario Alberto Washington Ouvide, secretario privado de Villar, quien había sido instigado por una “militante”. La traición de Ouvide (caído por la ventana de un piso alto del Departamento Central de la Policía Federal en 1976) y la cesión del “blanco-objetivo” erpiano a Montoneros puede datar del primer semestre de 1974, en vida del General Perón.
Primero fue detenida la mujer y luego se allanó la casa de Ouvide, donde se encontró un fichero de “blancos” de la Policía Federal. Washington Ouvide, cuya placa se encuentra en el Parque de la Memoria, había entregado la información al PRT-ERP, pero ésta organización no tenía experiencia anfibia ni cargas subacuáticas y se la cedió a Montoneros.
Norberto Ahumada (a) “Beto” hizo la inteligencia del “blanco”. Atracó la carga el buzo táctico Máximo Fernando Nicoletti (a) “Gordo Alfredo”, con apoyo de Carlos Laluf (a) “Nacho”, la compañera de éste “Nacha”, “Pippo”, “El Francés” (Carlos Lebrón, ex oficial de la Armada) y pulsó el control Carlos Andrés Goldenberg (a) “Andresito” entrenado en Cuba. Los asesinos integraron los pelotones de combate “Chávez-Pierini”, “17 de Octubre” y “Julio Troxler”, agrupándolos en un Grupo Especial de Combate (GEC).
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