Cuando Odiseo fue capturado junto con sus hombres por Polifemo, un gigante que pretendía devorarlos, tuvo la astuta idea de emborracharlo y hacerle creer que su nombre era “Nadie”. Así, una vez que el cíclope se quedó dormido producto del alcohol, le clavó una estaca en el ojo. Polifemo no pudo más que gritar: “¡Nadie me está hiriendo!”. Ninguno de sus compañeros acudió al rescate.
A metros de la terminal de autobuses de Retiro, en el Barrio 31, vive y trabaja un vecino que también se llama Nadie, aunque la gente lo conoce como “Bigote”. Pese a que no peleó en la Guerra de Troya ni descendió al Hades como Ulises, tiene una historia cargada de épica (y literatura). Con cuatro novelas publicadas, además de cuentos, poemas y antologías literarias, participó cuatro veces del Encuentro Internacional de Escritores, Poetas y Artistas. Es también el primer y único librero del Barrio 31.
-Tenés un nombre muy peculiar.
-Nadie me puso mi padre. Él había buscado nombres en la Biblia, pero no le gustaba ninguno. Después leyó La Ilíada y La Odisea y le gustó este. Era de Odiseo, que había encontrado una forma de burlar las trampas que le hacían. En el colegio me hacían un montón de cargadas por mi nombre. Estaba cansado: ”Nadie se escapó, Nadie hizo esto”...
El calor es abrasador bajo el cartel de “La Librería de Nadie”. Huamán se protege con una gorra aterciopelada y brillante típica de Marruecos. Confiesa, entre risas, que lo usa para ocultar su calvicie, pero ahora forma parte de su identidad barrial casi tanto como su bigote.
Llegó por primera vez a la Argentina en 1993, desde su ciudad natal Chosica, Perú, pero en 2007 se instaló en la 31. Aunque vivió en San Isidro y Almirante Brown, se enamoró de la “vida rebelde de la calle”.
Al principio se dedicaba a la venta de artículos usados que le traían los cartoneros. “Vendía inodoros, bachas, rejas para ascensores, pero me llamó mucho la atención que me traían muchos libros. Había muchos libros que yo no había leído y me daba pena que fueran a la fundición de papeles”.
“Entonces los fui apilando, apilando, apilando, y se llenó. Algunos los mandaba a la biblioteca, pero no sé qué pasaba ahí; hasta que decidí hacer una feria. Hice la primera hace tres años, antes de la pandemia, y pude ver, captar a las personas y qué tipo de libros buscaban”. Así, en 2019 se le ocurrió dedicarse de lleno a la venta de libros y abrir “La Librería de Nadie”.
“Cuando me puse el local algunos pensaban que estaba bien, otros me decían ‘tenés que estar loco para vender libros acá’”, recuerda. “Para mí es una forma de compartir un granito de arena a los jóvenes de los que somos mayores”.
“He echado a varios periodistas de acá”, bromea Huamán mientras nos muestra algunos de los ejemplares en venta. Entre ellos se destaca La Grandeza del Inmigrante, una novela que él mismo escribió en 2015 inspirado por su propia experiencia.
El local queda exactamente debajo de su casa y tiene una decoración, como mínimo, peculiar. Nadie asegura que forma parte de su estrategia de marketing: si la librería llama la atención, la gente entra. Entre pinturas antiguas, pieles de hurón, bicicletas para niños y un particular muñeco de dragón rojo, se pueden encontrar más de 2.000 títulos para todos los gustos; desde medicina, sociología y derecho, hasta cuentos de Horacio Quiroga o recetas de cocina de Doña Petrona. Los precios oscilan entre los 100 y los 200 pesos, aunque pueden bajar dependiendo de las posibilidades económicas del cliente.
“Se llevan de todo en el barrio. Algunos buscan novelas, otros cuentos cortos, otros fábulas. Últimamente están llevando muchas historietas o libros de pocos capítulos, como El Principito. Algunos muchachos vienen a conocer sobre las leyes y sus derechos, otros llevan también de psicología. A veces pasa que están buscando obras hace tiempo y de casualidad las encuentran acá. Muchos buscan libros de autoayuda o la cosa más rápida, como Padre Rico, Padre Pobre o libros de Napoleón Hill, de éxito”, explica Nadie, y agrega que al principio de la pandemia todos llevaban Biblias.
-¿Qué género te gusta leer a vos?
-Me gustan todos. Me gusta mucho Marcos Aguinis. Me llamaron mucho la atención sus libros, que los he encontrado acá en la calle. Libros que no he podido leer en el Perú, acá los tengo. Hay grandes escritores en la Argentina. Él último que me gustó mucho, y que el escritor estuvo acá, fue Ácido de Ariel Azor.
-¿Vienen muchos escritores a tu local?
-Sí, acá han venido muchos. Llegan al barrio a inspirarse, a ver la realidad. Por ejemplo, publicamos un libro que se llama Antologías Villeras. Vinieron a relatar su paso por el barrio un grupo de escritores de Puerto Rico que se habían alojado en el bajo fondo de Brooklyn. Les dijimos que acá no podían grabar porque la gente iba a pensar que eran de la policía.
-¿Tenés un libro favorito?
-Todos. Me gustan los libros que te entran por el oído y no por el ojo. Son esos que agarras una palabra y no los sueltas. Esos.
Él intenta inculcar el hábito de lectura en los niños. “A veces vienen chicos a buscar historietas y los padres no quieren, prefieren comprar otras cosas. ‘Es porquería eso’, les dicen. Yo les digo que tienen que dejarlos, no hay que cortar esas etapas. Ahora todo es rápido, la gente no quiere imaginar. Pero la única forma de escapar e imaginar es por medio de la lectura”.
Él mismo se convirtió en un ávido lector gracias a su padre que de pequeño lo “obligaba” a leer fábulas y poemas de José Santos Chocano, un escritor y revolucionario peruano. Recuerda con cariño que el primer texto que leyó fue el de La Cigarra y la Hormiga, en el colegio primario.
“Yo me inicio en esto porque le escribía las cartas a mi mamá. Ella no sabía leer, y en esos tiempos yo le traducía las cartas que mi papá le escribía y redactaba lo que mi mamá me dictaba”, cuenta. Su padre era constructor y trabajaba muy lejos, por lo que debían caminar una hora cada vez que querían recoger cartas o enviarlas.
-¿Qué es la escritura para vos?
-Para mí es un modo de liberarme, de estar tranquilo. Me gusta escribir sobre la realidad. Escribí una novela que se llama El Hijo del General, sobre el caso de los ochenta que viví en Perú, y por esa razón me vine a vivir acá. El último que publiqué fue La Grandeza del Inmigrante. No se puede escribir sobre algo si no lo vivís, si no lo sentís. El libro trata de la migración, de cómo se llega, de superación, amistad, huída y encuentro, de el querer salir; pero siempre en la vida nos encontramos atados a algo.
-¿A qué te referís con “el caso de los ochenta”?
-En los ochenta estaba en Ayacucho, un lugar convulsionado por la guerra de Sendero Luminoso. Yo era infante de marina. Mi sueño era ser militar porque todos querían que lo fuera, así como lo habían sido mis abuelos. Fui jefe de una patrulla, pero mi vida cambió porque ví muchas cosas que no me gustaron.
-¿Hablás de los militares?
-Sí, no me gustaba lo que hacían. De ahí me hice rebelde, me gustó la calle. No quise más ser militar.
Antes de venir a trabajar a la Argentina, Huamán fue enviado a patrullar montañas en el departamento Ayacucho, donde operaba la organización armada Sendero Luminoso. Un día se encontró con un niño huérfano, de padres guerrilleros muertos. Pasaron todo el día juntos, pero nunca más volvieron a verse. De esa experiencia escribió El Hijo del General, publicado en 2014.
Después de mostrarnos las novelas, Nadie nos invita a subir por una escalera caracol a la planta alta, donde vive, para conocer su otra faceta artística. La casa está repleta de libros, marcos antiguos, frascos de pintura abiertos (que también le traen los cartoneros), pinceles y algunos cuadros por terminar. La mayoría de sus obras están inspiradas en paisajes naturales del Perú. Algunas las hace para él mismo y otras las vende, asegura que le ayuda económicamente.
-¿Cómo empezaste a pintar?
-A los 9 años yo ya pintaba, participaba en concursos de colegios y todo. ¿Qué pasa? En un encuentro nacional me frustran la pintura porque me hacen participar tarde. Y nunca más pinté, tiré todo. Había que estudiar. Durante la pandemia empecé a reflexionar de muchas cosas, y con el COVID, que estaba aislado, me dediqué a la pintura. Te queda un trauma, te cierran un capítulo y después vuelve a resaltar en otro aspecto. Es como si encontraras un camino que te faltó recorrer.
Antes de despedirnos, nos regala un ejemplar de su último libro, Los Amigos de Chosica en el Bicentenario del Perú, una antología poética publicada en 2021 para conmemorar la independencia del país.
Pero primero nos hace una aclaración.
Huaman significa “halcón” en quechua, es un apellido de origen indígena bastante común en su país natal, pero en el lenguaje coloquial se usa de forma despectiva. “Si vas a una reunión de trabajo y tiras una idea y te dicen ‘¡ese está huamán!’,es un desprecio”, explica.
Lejos del significado peyorativo que se le da a su apellido paterno -Rojas proviene de su madre- Nadie está muy orgulloso de sus ancestros, y por eso les dedicó un poema titulado El Grito del Halcón.
Un pequeño fragmento dice así:
Soy peruano y mi aroma es de oro
porque en mis entrañas
se encuentran los preciosos metales;
porque mi tierra es riqueza entre unas
manos y ciega en un extraño
que encamina su sendero
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