“En la playa estamos por un lado los surfistas y por el otro, el resto de la gente a la que le encantaría poder surfear”, dice Fernando Aguerre (64) intentando explicar el fenómeno alrededor de la disciplina que ya es deporte olímpico, y gracias a su labor.
En la ceremonia de apertura de todos los mundiales que impulsó “el padre del surf olímpico”, como conocen a este marplatense, cada país trae un kilo de arena. “Lo mezclamos en una caja como símbolo de paz. Eso es lo que genera el surf, porque en el agua, sobre la tabla, somos todos iguales. No te piden carnet de ingreso”, le dice a Infobae.
Desde que tiene uso de razón, Aguerre “olea”, como le gusta decir. Nació a pasos del mar, en Mar del Plata. A los 4 años junto a su hermano Santiago empezaron a encarar las olas con tablas de madera a la altura de Torreón del Monje.
En forma paralela soñaba con ser diplomático, y si bien entre ola y ola estudió abogacía y se recibió, un poco es lo que hace en su rol como presidente de la International Surffing Association (ISA). “Nunca imaginé que a través de esta disciplina iba lograrlo. Por eso en ISA implementé la frase: ‘un mejor mundo a través del surf’”.
Aguerre tiene varias conquistas. La primera, haber fundado la primera Asociación de Surf en nuestro país en el año 1978, cuando este deporte, por increíble que parezca, estaba prohibido. Con la llegada de los campeonatos de la Asociación y negociaciones con las autoridades municipales de turno, la práctica fue liberada en el año 1979 y se establecieron zonas de surf en varias playas de Mar del Plata. A partir de ahí, nada lo frenó.
El 2020, en Tokio, logró lo impensable para muchos: que el surf pueda ser parte de los Juegos Olímpicos al igual que skate y la escalada. “Es verdad que llevé esa bandera, pero fue Duke Kahanamoku (un hawaiano que disputó cuatro Juegos Olímpicos como nadador y ganó tres medallas de oro) que lo pidió ya en 1920. Pero desde entonces, hasta hace poco, nadie se puso al frente de la idea. Pero a mí me hizo pensar que era hora de hacerlo”, agrega.
Después de 13 años, el Comité Olímpico Internacional hizo un cambio de paradigma y sumó la disciplina sobre tabla. " Hay más de 50 millones de surfistas en el mundo. Hasta los futuros reyes de Noruega y Dinamarca son surfistas. El surf pasó de ser el underdog (el débil o no favorito), el outsider, a poder ser el protagonista del cambio que se viene”.
Una vez que su deporte se instaló en la competencia, fue por más. “Las finales de surf en los Juego Olímpicos fueron masculinas, y yo propuse que haya femeninas. Son pequeños símbolos que van creando un mundo mejor”.
Aguerre está comprometido a cambiar las mareas “viejas”. “Si bien el deporte es un derecho humano, no está repartido como deberías. Hay países a los que se le niega el acceso a las mujeres o a personas de bajos recursos. El mar no discrimina, recibe y reúne a todos”.
Para París 2024, el certamen se disputará en Tahití, en la mítica ola de Teahupoo, una de las rompientes más desafiantes del mundo. Algo inusual y que sucede por segunda vez en la historia de la competencia.
Las olas argentinas
Si bien hoy divide su tiempo entre California y Mar del Plata, Aguerre se crió en el Mar Atlántico. “Históricamente mi familia fue gente de playa y nosotros crecimos amando esa cultura. Siempre veníamos a las playas del sur de Marpla, a mi mamá le encantaba traernos , aunque quedaban lejos. Aquí transcurrió nuestra vida a edad temprana”.
Su acercamiento a las tablas empezó en su adolescencia. “Hacía surf acostado, después probé mantenerme de pie. Ya pasaron 50 años, si bien recorrí el mundo con sus distintos paisajes, aunque vuelvas a la misma playa nunca vas a tomar la misma ola. Todo deviene, todo cambia. No hay aburrimiento. El mejor surfista es el que más se divierte”
Desde sus largas remadas en aquellos primeros torneos que organizó a fines de 1978 en Mar del Plata hasta esta llegada a los Panamericanos y los Juegos Olímpicos, Fernando sigue con el mismo sueño: que las personas entiendan lo vital de un mar sano. “Estamos tratando muy mal al planeta. Todo lo que desechamos termina en el océano. Si matamos el mar, desaparecemos. No creo que lo podemos revertir, por eso soy un pesimista proactivo tratando de disminuir la velocidad de la destrucción”.
Fotos: Mey Romero
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