El día que Napoleón recuperó su trono caminando y sin disparar un solo tiro

Bonaparte huye de la isla de Elba donde estaba confinado y se lanza a la aventura de la reconquista. En su ruta desde Cannes hasta París, los jefes no lograrán que las tropas abran fuego en contra de él

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Napoleón regresó “como si nunca hubiera dejado de ser Emperador, como si sólo hubiera realizado un viaje..."
Napoleón regresó “como si nunca hubiera dejado de ser Emperador, como si sólo hubiera realizado un viaje..."

Luego de su abdicación en Fontainebleau, en 1814, ante la coalición formada por Austria, Prusia y Rusia, Napoleón dispuso los aprestos para la partida hacia la isla de Elba, devenida en su minúsculo principado. Se ha dicho que la mala fe de los Borbones llegó al extremo de incumplir los compromisos financieros asumidos en el tratado de renuncia y hasta de propiciar misiones asesinas. Quizá, como escribió Lafayette en sus “Memorias”, la actitud de los débiles enemigos de Napoleón fuera deliberada, ya que, el hecho de faltar al acuerdo equivalía virtualmente a provocar en el indomable desterrado una reacción tan previsible y desesperada como su huida, ya que no ignoraban en absoluto su popularidad entre el pueblo y el ejército.

¿Habría permanecido en la isla en caso de haber recibido con puntualidad el subsidio acordado? Es difícil saberlo. Él mismo confesó que si hubiera gozado de aquel estipendio, habría llamado a su lado a una pléyade de sabios de toda Europa. Algunos biógrafos lo creen sincero, pero tratándose de Napoleón nunca se puede estar seguro. En cualquier caso, la sospecha de que aún se discutía su confinamiento en alguna fortaleza inexpugnable, más alejada todavía de Francia, pudo, comprensiblemente, alentar el dinamismo de la fuga, luego de casi un año de tedioso exilio.

Napoleón salió de la isla de Elba el 25 de febrero de 1815, aprovechando la ausencia momentánea del comisionado inglés, a cuya vigilancia estaba confiado. Eludiendo a una corbeta de patrulla, embarcó una fuerza de 900 hombres en un bergantín y en seis embarcaciones menores. La persecución de la corbeta “Partridge”, con el contrariado comisionado a bordo, fue tardía.

Napoleón huyó de la isla de Elba y se lanzó a la reconquista de Francia
Napoleón huyó de la isla de Elba y se lanzó a la reconquista de Francia

El 1º de marzo la menguada armada desembarcó en las playas de Golfe-Jean, cerca de Cannes, en el sur de Francia, y acampó en un olivar de los alrededores, en tanto los centinelas interceptaban los correos para conocer el estado de las simpatías en suelo francés. Aunque en general la Provenza era una región históricamente realista y los enemigos de Napoleón se enseñoreaban en varias ciudades, el sentimiento general parecía favorable al retorno.

No debe olvidarse que la población campesina había sido favorecida desde tiempos de la Revolución con el reparto de tierras eclesiásticas y fundos productivos de nobles emigrados. Ahora se cernía la amenaza de que el trono restaurado devolviera aquellas tierras a los antiguos dueños. Y más aún: como pesaba sobre ellas la medida cautelar de prohibición de su venta o hipoteca, el descontento derivado de la falta de liquidez era creciente.

Había, además, otras quejas: miles de inválidos, viudas y huérfanos de guerra no recibían su pensión, y los soldados desenganchados del servicio de las armas no obtenían empleo. Se repetía como una antífona que “los realistas de 1815 no son mejores que los de 1789″. Nuevamente, aquella tensión “entre el pasado y el futuro”, que Napoleón había identificado con lucidez dialéctica como la raíz de todos los conflictos y el motivo de coalición de todos sus enemigos, volvía a manifestarse desde el fondo revanchista de una dinastía insegura.

No es extraño que comenzaran a llegar al campamento del magno fugitivo no sólo adherentes a su liderazgo sino también campesinos y suplicantes en su condición de vasallos empobrecidos y sin esperanza. Ralph Korngold lo sintetizó de este modo: “Como si nunca hubiera dejado de ser Emperador, como si sólo hubiera realizado un viaje, dejando los asuntos de la Nación en manos de un indigno administrador, contra el cual el pueblo acudía ahora en queja…”

Seguramente, aquella plebe no se alimentaba cada día del constructo de “la gloria” y su adhesión a Napoleón venía ya determinada de antemano por la expectativa de recuperar o afianzar algunos derechos como pequeños propietarios de la tierra y desligarse de cualquier resabio de los vasallajes y las gabelas feudales.

Desde Cannes envió un reducido destacamento a Antibes (la Antipolis de los colonos griegos), con el propósito de captar a su favor la guarnición de mil hombres. Pero los emisarios fueron interceptados.

¿Pudo haber tomado la villa por la fuerza? Ciertamente que sí, pero pensando que “la victoria depende de la rapidez”, optó por marchar directamente a Grenoble, donde existía un contingente numeroso de soldados… bastante ansiosos por volver a su antigua jefatura.

El próximo punto de su ruta era Grasse (la capital de la industria del perfume) donde, hipotéticamente, debía llegar por un camino que él mismo había mandado a trazar al final de su reinado, a través de las montañas. Pero las obras viales estaban paralizadas desde su retiro. Ello implicó atravesar cientos de kilómetros de terrenos montañosos en apenas cinco días.

El 7 de marzo enfrentó la primera resistencia: el general Jean Gabriel Marchand, al comando de una división estacionada en Grenoble, ordenó a uno de sus oficiales que capturara a Napoleón, vivo o muerto. Al encontrarse frente a frente ambas facciones, el Emperador desmontó de su caballo y se hizo escoltar por un centenar de veteranos de la Guardia Vieja, con los fusiles escrupulosamente apuntados hacia el suelo. Comenzaba a refulgir, nuevamente, el aura de un carisma invencible.

De lejos, los soldados vieron la inconfundible silueta de Napoleón y cuando él avanzó haca ellos con el capote abierto, ninguno osó dispararle (Estatua de Napoleón, en Wimille, Francia, 26 abril 2021 -
REUTERS/Sarah Meyssonnier)
De lejos, los soldados vieron la inconfundible silueta de Napoleón y cuando él avanzó haca ellos con el capote abierto, ninguno osó dispararle (Estatua de Napoleón, en Wimille, Francia, 26 abril 2021 - REUTERS/Sarah Meyssonnier)

De lejos, su potencial captor dio la orden de abrir fuego, a la cual nadie obedeció. En ese instante Napoleón detuvo su marcha y gritó: “¡Soy vuestro Emperador! ¿No me reconocéis acaso?” Su voz paralizó aún más la escena. Pero lo más cinematográfico vino enseguida, cuando avanzó unos pocos pasos y se abrió el capote con ambas manos mostrando la pechera de la casaca mientras decía: “Si entre vosotros hay alguno que desee disparar contra su Emperador, éste es el momento de hacerlo…”

Tras un instante de tenso y vacilante silencio, alguno se animó a gritar la consigna que todos apretaban en la garganta: “¡Viva el Emperador!” La respuesta del oficial al mando no se hizo esperar y consistió en su inmediata e inequívoca retirada.

Napoleón caminaba en medio de las aclamaciones de los campesinos y las flores que las mujeres arrojaban a su paso. De haber querido, pudo haber alzado a esa masa contra la arrogante nobleza, en medio de la cual había algunos simpatizantes como el coronel Charles de Labédoyère, al mando del 7º Regimiento de línea en Grenoble, que nunca defeccionaron. Aquel regimiento, obligado a usar la escarapela blanca de los Borbones, había escondido la insignia tricolor dentro de un tambor como señal de lealtad. Cuando Labédoyère recibió la absurda orden de tomar prisionero al Emperador, renunció de viva voz en la Grande Place, alegando que no estaba dispuesto a “conducir a su tropa por el camino del deshonor”. Acto seguido anunció que se pasaba a las filas imperiales, motivando de este modo idéntica conducta de parte de sus subalternos. Conviene agregar que Labédoyère fue ejecutado en agosto de 1815, y que, enterado Napoleón, recompensó su sincera lealtad y su patriotismo con una suma de dinero legada a sus hijos.

La columna del repatriado llegó por la noche ante las puertas de la ciudad, cerrada literalmente con una gruesa llave. Desde los puestos de vigilancia podían contarse los numerosos aldeanos que venían junto a los soldados. Y aunque los cañones permanecían apuntados hacia afuera, los artilleros no daban muestras de abrir fuego, acaso también por temor a la reacción de los habitantes intramuros.

'Entrada de Napoleón a Grenoble', marco de 1815. (Photo by Art Media/Print Collector/Getty Images)
'Entrada de Napoleón a Grenoble', marco de 1815. (Photo by Art Media/Print Collector/Getty Images)

Napoleón apeló a un segundo acto escénico: plantado como una estaca ante la parte más visible de la entrada, se negaba, tanto a buscar resguardo, como a que se forzaran los cerrojos. Estaba decidido a llegar a París sin disparar una sola bala contra sus compatriotas (un ejemplo que reiteró pocos años más tarde el general José de San Martín en su marcha sobre Lima y su conquista de la opinión pública).

Mandó a redoblar los tambores para llamar la atención de quienes permanecían detrás de la muralla y luego, imperando silencio con un brazo en alto, gritó que el general Marchand acababa de ser relevado de su mando y que las puertas debían ser abiertas. La inusitada y genial directiva vino a quebrar la cadena de subordinación de aquella tropa cuya adhesión íntima no coincidía con las formalidades aparentes.

Para asegurar la eficacia de la consigna, una viga empleada como ariete comenzaba a derribar el portón, permitiendo a la ansiosa multitud de vecinos salir a aclamar al recién llegado, hasta casi asfixiarlo. Los magistrados ofrecieron alojarlo en la Prefectura, pero él prefirió hospedarse en una taberna cuyo posadero era un antiguo camarada de la campaña de Egipto. Se estima que unas 30.000 personas lo saludaron, en tanto el general Marchand emprendía la huida… llevándose las llaves de la fortaleza como inútil souvenir.

El 8 de marzo la columna puso rumbo a Lyon, por entonces la segunda ciudad en importancia de Francia. Mientras la primera parte del periplo Bonaparte lo había recorrido a paso de infante o a caballo, este tramo, en cambio, lo cubrió en un carruaje comprado en Grenoble. Los 900 hombres iniciales eran ya unos 8.000, artillados con 30 cañones de diverso calibre que no hubo necesidad de usar. Cualquier resistencia de la guarnición hubiera sido inútil porque tanto los pobladores como los soldados saltaban sobre las flojas barricadas para recibir al ídolo. Entre los oficiales que abandonaron la plaza se hallaba el conde de Artois, hermano del rey.

Otra imagen del recibimiento a Napoleón en Grenoble
Otra imagen del recibimiento a Napoleón en Grenoble

Ya instalado en Lyon, Napoleón consideró que era el momento de reasumir el gobierno, y desde allí emitió varios decretos sobre materias que iban desde la ratificación de los títulos de los adquirentes de tierras fiscales hasta la abolición de los últimos privilegios feudales. El trono imperial le pertenecía nuevamente. Y, más que nunca, se exhibía explícitamente como garante vivo de las reivindicaciones de la Revolución.

El 13 de marzo partió rumbo a París al frente de 13.000 hombres y su impedimenta. Sólo quedaba como obstáculo la fuerza al mando del mariscal Michel Ney, el “valiente entre los valientes”, “el rubicundo”, quien, olvidando las pasadas campañas napoleónicas, había prometido al rey que le llevaría a Napoleón encerrado “en una jaula, como una bestia salvaje”.

Pero al ir percatándose de que en su trayecto afloraba una Francia que seguía siendo “bonapartista”, olvidó ahora su promesa ante el monarca y sin mucho dudarlo, se unió a su antiguo jefe con toda la tropa a su mando. Años más tarde, en la quietud reflexiva de su destierro en Santa Elena, Napoleón hizo un ajustado balance: mientras Labédoyère se había plegado a su retorno por cariño, Ney lo había hecho por puro interés. Sabía juzgar el ánimo de sus oficiales. En cualquier caso, también Ney fue sentenciado a muerte y fusilado luego de la caída definitiva del gobierno de los Cien Días. Y curiosamente ambos, Labédoyère y Ney, murieron señalando al pelotón el lugar del corazón como blanco de la ráfaga letal.

La ejecución del valiente Charles de Labédoyère
La ejecución del valiente Charles de Labédoyère

La salida de París del rey Luis XVIII se produjo sigilosamente en la medianoche del 19 de marzo y, en contraste, Napoleón hizo su entrada ruidosa al día siguiente. Nuevamente, una multitud desaforada celebró la llegada a punto tal que el propio agasajado tuvo que pedir de viva voz “Amigos míos, vais a asfixiarme…” Ante el abigarrado homenaje, sus ayudantes lo alzaron sobre sus hombros y lo condujeron al pie de la escalinata palaciega de las Tullerías.

Sin embargo, y pese a esta nueva y promisoria apoteosis, la suerte del Emperador estaba echada: una semana antes de su llegada a París, el Congreso de Viena había declarado su proscripción. Según la mayoría de los historiadores, su mayor error de cálculo fue precipitar el desembarco en las costas de Francia sin esperar a la disolución de aquella asamblea de sus enemigos contrarrevolucionarios, un mes más tarde. Quizá a ese error se sumó la toma directa del poder, en lugar de intentar la vía media de una abdicación o delegación en favor de su hijo. Y el tercer error, el haber nombrado como ministro de Policía a un traidor recurrente como Fouché (que también traicionó, a su turno, a Luis XVIII) quien mantenía correspondencia con Metternich.

El águila imperial y la inicial de Napoleón (Museo del Ejército, Hotel de los Inválidos) REUTERS/Sarah Meyssonnier
El águila imperial y la inicial de Napoleón (Museo del Ejército, Hotel de los Inválidos) REUTERS/Sarah Meyssonnier

Pero el curso de la rueda de la historia estaba ya trazado y cualquier conjetura que pueda formularse desde el confort retrospectivo del presente hubiera sido una adivinanza entonces. La única certeza que nos provee el pasado es la de aquel domingo 18 de junio de 1815, cuando en el campo de Waterloo concluyó la epopeya de esos Cien Días, “Les Cent Jours” durante los cuales Napoleón volvió a gobernar en Francia.

A la par de las crónicas históricas, queda como testimonio tangible de aquella marcha iniciada en marzo de 1815, una carretera que desde 1932 recorre esa ruta conocida como “Route Napoleon”, serpenteando desde la Riviera francesa hacia el norte por la falda alpina, amojonada de tanto en tanto con las estatuas doradas del águila imperial posada sobre un pedestal.

La Ruta Napoleón: el recorrido que hizo Bonaparte desde la isla de Elba hasta Grenoble
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