Pasadas las 16 conviven dos realidades sobre la arena de Playa Grande, por una lado familias que disfrutan de tomar mate, jugar al tejo o descansar, y por el otro, al límite con la escollera son cientos los jóvenes aglomerados que bailan con un trago en mano para dar inicio a los convocantes after beachs de verano.
La puesta del sol es el horario elegido por la juventud de entre 20 y 25 años, que se prepara para lo que sigue: los boliches. Los “tarjeteros” se hacen presentes en la playa para invitar a la multitud a seguir la fiesta en Ananá, Mr Jones, o Bruto, locales ubicados a metros.
Se organizan espontáneamente en los sectores públicos de Playa Grande y en los paradores del sur. Es una fiesta. Todos asisten también para mostrar sus looks: las mujeres aprovechan para hacerse trenzas con accesorios de argollas en los puestitos, ellos, en cambio, visten sus remeras de clubes de fútbol deportivos y los lentes de sol. Los barbijos no existen, tampoco hay restricciones obligatorias.
La energía sobra, las ganas de divertirse abundan, hay música que surge de diversos parlantes. También una variedad de “heladeritas” llenas.
Está prohibido por una ordenanza Municipal ingresar con alcohol y parlantes grandes, pero en la primera semana del nuevo año, la Municipalidad logró sustraer 2.450 litros de alcohol en todos los formatos y variedad (vino, vodka, fernet, gin, aperitivos y cerveza). Por día rescatan un promedio de150 a 250 litros, salvo el jueves donde la cifra alcanzó los 450. “Esta cantidad triplica el término medio diario que se venía registrando en la temporada”, detallaron desde el Municipio.
Es un trabajo articulado entre los distintos sectores, en el marco del Operativo de Seguridad de General Pueyrredón, para prevenir los excesos antes, durante, y después. “Dos meses previos al inicio de la temporada diseñamos un esquema para trabajar en conjunto con los otros sectores, a fin de garantizar una estadía segura para los turistas que quieren divertirse y también para los vecinos que buscan tranquilidad”, detalló a Infobae, Martín Ferlauto, subsecretario de Planificación y Control.
Desde esta semana, el Observatorio Argentino de Drogas, en el ámbito del Estado nacional y la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR) se instaló a metros de la arena par brindar una campaña de concientización.
“Trajé fernet y gaseosa, además de algunas cervezas” -le comenta un joven a un inspector mientras lo revisa. Lo único que quiero es que me lo devuelvan cuando salgo”. Pero lo incautado queda confiscado. “¿Lo puedo tomar antes?”, pregunta otro. La respuesta es ejemplificadora. “Pretendemos que todos los habitantes de la playa la pasen bien”.
Los jóvenes conocen la medida preventiva ya que está vigente desde hace dos temporadas. Tratan de sortear la inspección utilizan otros accesos para llegar a la playa. “Entré por el balneario gracias a que estaba un amigo en las carpas”, admite uno. Otros se arriesgan a pasar por la larga escalera que rodea el Complejo “La Normandina”, donde desde el viernes se instalaron nuevas postas de control.
Algunos más creativos se las ingenian para lograr su meta: que las botellas lleguen a la arena. El jueves un joven disimuló el alcohol dentro de un paquete de pan lactal, le retiró la miga para ocultar un litro de vodka. Otros los esconden en la ropa de abrigo y se la atan al cuerpo, porque saben que la inspección es solo ocular.
Pueden negarse a ser revisados, y no ingresar. La mayoría accede sin protestar. “Ya sabemos que es así, yo abro la cartera, muestro la mochila, no tengo drama. Hay días que están más insistentes”, reclama Julia (22), turista de Santa Fe.
Una vez que pasan la posta se olvidan de todo. Van cerca de la orilla, o prefieren la rocas de la escollera, o el tumulto del núcleo de la fiesta, donde hay parlantes grandes.
Fotos: Mey Romero
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