El jueves 8 de enero, Isabel Perón visitó sorpresivamente al Nuncio Apostólico, Monseñor Pío Laghi, en su residencia de la Avenida Alvear 1605. En un primer momento se habló de una visita de “cortesía”. Luego se vinculó el encuentro con un mensaje que la Presidenta quería hacer llegar al papa Paulo VI, pero nadie lo revelo. Cuarenta y ocho horas más tarde se supo que Pío Laghi no había estado solo en la reunión. Estuvo acompañado por el cardenal Umberto Mozzoni, un alto jerarca del Vaticano que había sido Nuncio en Buenos Aires. Las especulaciones políticas alrededor de lo conversado en la Nunciatura crecieron cuando trascendieron otros encuentros del prelado con políticos, militares y empresarios.
Una semana más tarde, el jueves 15 a las 10: 48, Casildo Herreras hacía antesala en la Nunciatura para entrevistar a Pío Laghi cuando un mensajero le entregó un papel donde se le informaba que la Presidenta había pedido la renuncia a su gabinete, con los nombres de los ministros confirmados y los nuevos ministros. En la conversación, el representante de su Santidad le hizo referencia a un “entorno” que rodeaba a Isabel Perón y su preocupación por el deterioro de la situación general del país. El diálogo se cortó cuando un colaborador del Nuncio entró para informarle que se lo había invitado a la Casa de Gobierno para asistir a la jura del nuevo gabinete.
En esos días de enero de 1976, Raúl Quijano, uno de los diplomáticos argentinos más respetados, presidía la Comisión de Administración de las Naciones Unidas. Había decidido tomarse un período sabático del Palacio San Martín, cansado del maltrato e improvisación del canciller Juan Alberto Vignes. Una noche lo despertó un llamado telefónico desde Buenos Aires. Era de su colega “El Negro” Guillermo de la Plaza, embajador argentino en Uruguay, que le dijo: “Te van a llamar para que vengas a Buenos Aires y te van a ofrecer ser canciller... vas a tener que aceptar”.
Durante esos días, entre el 5 y 7 de enero, De la Plaza había intensificado una mediación entre la Presidente y los comandantes de las FFAA para evitar lo inevitable: el derrocamiento de Isabel.
La tarea fue bautizada “Todos por la Patria”. De las gestiones surgió un documento de las Fuerzas Armadas, sobre el estado del país, que fue entregado por el coronel Miguel Mallea Gil al embajador De la Plaza, quien a su vez se lo entregó a la Presidente el 8 de enero a la noche. En el mismo se aconsejaban “modificaciones profundas, inmediatas y enérgicas que garantizaran una corrección urgente de los hechos que vivía el país, a los efectos de afianzar el orden, frenar la anarquía y asegurar el funcionamiento de las instituciones.” Entre las medidas estaba un cambio de personas en el gabinete presidencial.
Como le adelantó De la Plaza, al poco rato lo llamó el secretario técnico Julio González. De acuerdo a lo que me relató el propio Quijano, la conversación no duró más que unos minutos: “Le pido en nombre de la Presidente que viaje a Buenos Aires cuanto antes”. Al día siguiente, le dijo a su esposa, Mercedes, mientras hacía su valija, que viajaba por pocos días a la Argentina. Al poner el smoking, Mercedes observó: “¿Cómo, te vas a quedar muchos días?”.
Al llegar a Ezeiza, lo esperaba Julio González. Quijano sólo pidió pasar por la casa de su madre, en Rodríguez Peña y avenida Quintana, para mudarse la ropa, antes de ir a la Casa Rosada. El viernes 16 de enero de 1976, cuando llegó a la Casa de Gobierno, María Estela Martínez Cartas de Perón (“Isabel”) lo recibió en su despacho oficial. Fue una conversación surrealista. Ella le habló de sus viajes por Europa con Juan Perón, los museos, las tiendas... de bueyes perdidos. Como a los quince minutos, entró el edecán naval y le dijo: “Señora, está todo listo para la ceremonia”. Raúl Quijano entró al Salón Blanco detrás de Isabel de Perón.
Subió a la tarima donde la Presidente le tomó juramento como Ministro de Relaciones Exteriores. En su conversación privada, de minutos antes, Isabel nunca le preguntó si aceptaba ser ministro, ni mucho menos cuál era su pensamiento sobre el contexto exterior de la Argentina. Quijano nombró vicecanciller al embajador Juan Carlos Beltramino y su jefe de gabinete de asesores fue el ministro de primera Enrique Juan Ros (más tarde vicecanciller con Nicanor Costa Méndez).
El viernes 16 de enero, los principales jefes sindicales se reunieron en Mar del Plata para considerar la situación general y la pérdida de poder en que habían quedado con los últimos cambios de gabinete. En la ocasión, el secretario de la CGT, Casildo Herreras, relató su entrevista del día anterior con el Nuncio Apostólico, monseñor Pío Laghi. Al respecto dijo: “Este Pío sí que es despierto. Me dijo que allí mismo donde estaba sentado yo había estado la señora (Isabel Perón). Para él, ella tiene mucho de positivo; es una mística, convencida de su papel. Pero, se quejó del entorno que ella tiene... Esto del entorno me lo repitió... muy diplomático, claro... Mirá vos, ¡entorno!”. Desde ése día se habló del entorno.
Ricardo Balbín con la sutileza que lo caracterizaba, desde 1974, hablaba del “microclima” que rodeaba a la presidente.
Mientras Lorenzo Miguel tomaba un sorbo de su acostumbrado “champán” Crillón, escuchó de Casildo Herreras un concepto que superaba todas sus preocupaciones: “Si nos quedamos como espectadores y dejamos el centro del ring, lo va a ocupar cualquiera”.
En esas horas, se sostenía, que la alianza conformada por Julio González y Raúl Lastiri, jugaba toda su influencia: Ángel Robledo era reemplazado por Roberto Ares; Ricardo Guardo iba a Defensa; Alberto Deheza a Justicia y Quijano a la cancillería. Continuaban Pedro Arrighi en Educación, Antonio Cafiero en Economía y Carlos Federico Ruckauf en Trabajo. Lorenzo Miguel habría pretendido otro tipo de gabinete. Imaginaba a Miguel Unamuno en Interior, Juan José Taccone en Bienestar Social, Roberto García en Trabajo, Cafiero para Relaciones Exteriores y Guido Di Tella en Economía. A esta altura de los acontecimientos costaba recordar la integración de los gabinetes presidenciales.
Un simple dato revela el clima de inestabilidad que vivía la Argentina: desde el 1º de julio de 1974, día en que asumió Isabel Perón, hasta el 24 de marzo de 1976, los gabinetes se sucedieron uno tras otro. “Un ministro cada 25 días” informó la editorial Atlántida. Hasta el 24 de marzo de 1976, pasaron por el ministerio de Economía José Ber Gelbard, Alfredo Gómez Morales, Celestino Rodrigo, Pedro Bonani, Antonio Cafiero y, por último, Emilio Mondelli.
El miércoles 21, Casildo Herreras se entrevistó con Isabel Perón. A la salida dijo a los periodistas del programa político radial más escuchado de esos días, De cara al país (radio Rivadavia): “...la inquietud del movimiento obrero ante el entorno que pretende alejarnos del contacto directo que veníamos manteniendo con la Presidente”.
Fue también en enero cuando Jorge Rafael Videla le dijo al general (RE) Ibérico Saint Jean que recorriera la provincia de Buenos Aires. Que la relevara, estudiara su situación. Eso debía hacerlo por si sucedía algo: “Puede pasar o no”. No le dio certeza.
Estaba claro que le estaba diciendo que podía ser el futuro interventor/gobernador en el mayor Estado provincial. Saint Jean no lo hizo solo. Lo acompañaba el capitán César “Chito” Mouján, un ex marino que había sido intendente de Chascomús durante el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. Saint Jean había pasado a retiro por no aceptar “los 5 puntos” (1973) que Alejandro Agustín Lanusse le impuso al generalato. Eso le generó dentro y fuera del Ejército una gran respetabilidad. Cuando el general Miguel Iñiguez tuvo que dejar la jefatura de la Policía Federal, Juan Domingo Perón pensó en Saint Jean para sucederlo (también en el general Raúl Tanco) y él no aceptó. Luego le ofreció integrar el directorio de una empresa del Estado y la respuesta fue la misma y volvió el comisario general Alberto “Tubo” Villar.
Durante esa recorrida por Buenos Aires se llegó hasta su pueblo natal, Chascomús, acompañado por su hermano Alfredo, en ese momento coronel. Se iba a realizar un acto para homenajear a algunas figuras destacadas de la ciudad, entre otros a Ibérico Saint Jean. En el acto también estaba Raúl Alfonsín, quien al término del mismo pidió conversar con los dos Saint Jean. La conversación transcurría sobre temas de actualidad, me recordó el militar retirado, hasta que el dirigente radical hizo la pregunta que flotaba en todos los mentideros políticos: “¿Qué están esperando para sacar (derrocar) a Isabel?” ( en realidad fueron términos más soeces). Ibérico Saint Jean no respondió. Similar interrogante que formularía Ricardo Balbín al general Videla semanas más tarde.
Hablando del entorno, el 29 de enero de 1976, el semanario Gente publicó un extenso reportaje en su casa de la Avenida del Libertador a Raúl Lastiri y su esposa Norma López Rega. La nota –sin imaginar las imprudencias de Lastiri– la gestionó el diputado nacional salteño Julio Mera Figueroa, a pedido de una “pasante” recién llegada al exitoso semanario.
Tirado sobre su cama matrimonial, con un excéntrico respaldo de raso dorado capitoné, diseñado por José María Lala, y mesas de luz de estilo barroco, Lastiri dijo entre otras cosas que “alguien dice por ahí que soy un cadáver político (días antes lo había afirmado Carlos Menem). Otros dicen lo contrario. Realmente mi vida es muy modesta en el orden político”.
Mientras hablaba a grabador prendido para Alfredo Serra, el fotógrafo Eduardo Forte fue tomando distintas instantáneas. Una fue el sello de la época: Lastiri parado junto a su placard mostraba sus cientos de corbatas, mientras comentaba “tengo como trescientas corbatas, me gustan mucho”.
Horas más tarde, La Opinión, que atizaba en golpe militar, bajo el título “Argentina Potencia”, dijo que las “300 corbatas francesas e italianas (no menos de 30 dólares cada una, que suponen tener colgando del corbatero alrededor de 160 millones de pesos viejos), sus trajes (un costo estimado de 150 millones) y sus varios encendedores (un Dupont, por ejemplo, cuesta 3 millones de pesos)”.
La nota finalizó así: “La imagen de este servidor público, que define su vida como ‘muy modesta’, prefigura la existencia de otra Argentina, próspera y feliz que sólo se ofrece a unos pocos iniciados... Con una dieta mensual de 7.350.000 pesos, el señor Lastiri parece haber hallado la Argentina Potencia que cada día se distancia más del resto del país”.
El matutino bahiense La Nueva Provincia tituló, con excelente prosa, una editorial al respecto: “¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor”. Tiempo más tarde fue considerada una “cama” periodística, la antesala de una tragedia.
Hace 40 años esta foto hizo temblar al gobierno de Isabel Perón. El señor Lastiri mostrando 300 corbatas, dando a entender que era un corrupto. En la Argentina de hoy suena a chiste.
Según me contó años más tarde Norma López Rega, la ex esposa de Lastiri, “recibí muchos llamados solicitando una entrevista, mientras yo atendía los rechazaba por una cuestión de intuición. Un día llaman y atendió Raúl (Lastiri) y acepta la nota. Vienen a casa y tuve que preparar todo porque ese día no tenía empleada doméstica. El encuentro fue agradable en el trato pero en determinado momento de la entrevista suena el teléfono, atiendo y era una llamada de Olivos y me dicen que Isabel necesitaba hablar con Raúl en la residencia presidencial.
“Para terminar la nota llevo a la periodista María Laura Avignolo con el fotógrafo al fondo, donde tengo mi taller de pintura en el que había un cuadro con la imagen de Isabel que había terminado de pintar. Mientras, Raúl va con el periodista Alfredo Serra y se cambia la corbata. Vamos todos en grupo a la habitación, para hacer que todo sea más rápido. Raúl abre el placard y se ve el corbatero y surge un comentario: “Qué lindas corbatas” y Raúl dice “sí, tengo como 300″. Yo le pregunto: “Sí ¿pero quién te regala las más lindas?”. En vez de decir “vos”, dice “Isabelita”. Y ahí quedó la cosa graciosa. Nos piden recostarnos en la cama, entra Nahuel (su perro caniche) y se sube con nosotros. Fue una trampa fabulosa en el que caímos con Raúl, nos sacamos la foto con toda inocencia del mundo”
“Los muebles eran de Lala que me los había cambiado por todos los que habían cuando se compró el departamento (amoblado), porque decía que no eran fashion, glamorosos, para la categoría de Raúl. Con esa excusa se llevó hasta los ceniceros, cambió todo por obras de su diseño. Después del golpe, Lala me hizo un juicio afirmando que no había pagado sus muebles. Con el tiempo le gané el juicio.”
En la Argentina de enero del ‘76, todos hablaban de lo mismo: la caída de la Presidente. Y algunos se atrevían a contarlo por escrito. Así, el semanario de circulación restringida Última Clave, en su entrega del 29 de enero de 1976, dijo: “Pocas veces como en la actualidad la historia política argentina ha mostrado una más generalizada convicción, que envuelve a casi toda la opinión pública, sin distingo de colores políticos: este gobierno no podrá concluir su mandato”.
Durante ese enero de 1976, el costo de la vida aumentó 14% y en febrero tocó el 20%. El aumento salarial (del 18%, con un mínimo de 150.000 pesos), que otorgó el ministro Antonio Cafiero el 22 de enero fue absorbido por la inflación a los pocos días. El dólar subió, entre enero y los primeros 10 días de febrero, de 12.500 a 32.000 pesos. Y pronto llegaría a 38.000 en el mercado paralelo. Para peor, desde el Parlamento no le trataban las leyes que impulsaba y sobre su figura se lanzaban todo tipo de improperios desde el propio peronismo; hasta de ser un maniquí de su segundo, Guido Di Tella. “Esta situación ha llegado al límite de lo tolerable”, afirmó uno de sus colaboradores más próximos.
El miércoles 4 de febrero, asume como ministro de Economía, Emilio Mondelli. También juró Miguel Unamuno en lugar de Carlos Ruckauf en Trabajo. Como un emblema de los días que corren, en la ceremonia Ruckauf aparece riéndose mientras el país se deslizaba hacia el abismo.
Al día siguiente, el nuevo Ministro de Economía se dirigió a la población. Puso negro sobre blanco. Apeló a una frase del Apóstol San Juan: “Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” y pasó a informar: El producto bruto interno había caído 2,6 % en 1975; la demanda global había crecido 3 % y la inversión había caído 16 % (la inversión en obras públicas cayo 24 %). El déficit del balance de pagos ascendió a 1.095 millones de dólares (datos de Clarín del 6 de agosto de 1976).
El ministro admitió: “Estoy en el aire”, fue la frase del día. La respuesta sindical la dio José Rodríguez, titular de SMATA: “El aumento de precios es exagerado, se le está tomando el pelo a la gente. El plan económico, a mí juicio, no es serio. Los precios ya no suben en ascensor: han tomado un cohete a Venus”.
El viernes 7 de febrero de 1976, el Rambler negro que trasladaba al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró, y dos funcionarios, ingresó a la residencia presidencial de Olivos un minuto antes de las 19 horas. Iba a entrevistarse con la presidenta Perón luego de mucho tiempo de desencuentros. Era ya famosa su frase, que había pronunciado hacia fines de 1975: “Así no llegamos” (a las próximas elecciones presidenciales). Era un duro crítico del gobierno a pesar de pertenecer al mismo partido.
Calabró asumió la primera magistratura del Estado bonaerense en enero de 1974, cuando Perón hizo echar a Oscar Bidegain, tras el ataque del PRT-ERP al regimiento de Azul. En ese momento se sostenía que Bidegain era “laxo” con las organizaciones guerrilleras, especialmente con Montoneros (tiempo después integró la conducción del Partido Auténtico, brazo político de la organización política-militar). Su gran adversario era Lorenzo Miguel y, cuando estuvieron a punto de destronarlo de La Plata, lo salvó Jorge Rafael Videla con un telegrama de agradecimiento por su colaboración cuando el ataque del PRT-ERP al depósito militar Domingo Viejobueno, en Monte Chingolo.
La asistencia de Calabró representaba una victoria política del ministro Roberto Ares, tras una reunión previa en el Sindicato del Papel, en la que el Ministro del Interior lo invitó a conversar con la señora de Perón. Calabró no tuvo el sí fácil, creía que el final de Isabel era irreversible y que todavía quedaba un resto de tiempo para “sacarla”. Ares, por su parte, pensaba que bien asesorada la señora era todavía rescatable. Que se podía llegar a las elecciones presidenciales.
La reunión duró más de una hora en la que prácticamente habló el gobernador de Buenos Aires. Un monólogo, solo interrumpido un “claro”, un “sí” o “un tome nota Ares” de parte de Isabel Perón. Calabró sobrevoló el panorama nacional de esos días. Habló de lo mal que iba la economía y la falta de coherencia; la invitó a la viuda de Perón a salir a recorrer el país, terminar con su encierro y retomar el diálogo con todos los sectores y partidos políticos. La reunión terminó cerca de las 21, luego Calabró con sus acompañantes se retiraron a comer un asado en las cercanías. Mientras cortaba una tira de asado les comentó: “Bueno, no podrán quejarse, les di el gusto. Pero no sirve. Es como hablarle a una pared, no entiende nada.”
El martes siguiente –10 de febrero– Isabel intentó calmar a las fieras, también en Olivos, porque Lorenzo Miguel y los “verticalistas” estaban enojados por su entrevista con Calabró. El titular de la UOM pidió una explicación: ¿Cómo Ares había hablado con el gobernador de Buenos Aires en un sindicato “que no es peronista”? La respuesta, larga, fue muy simple: Ella era la titular del gobierno; y volvió a reiterar que ella era Perón y que sin ella nada era posible.
En la misma reunión, el secretario de la CGT, Casildo Herreras, evitó entrar en cuestiones políticas y fue a lo práctico. Dijo que el último aumento salarial ya había sido consumido por el alza del costo de vida del mes de enero. Ella habló de la responsabilidad de la dirigencia sindical y anunció la formación de una comisión en Economía para estudiar la situación económica y social.
La molestia sindical amenazó con una crisis en el Poder Legislativo. El “grupo de trabajo” amenazó con disparar el proyecto de formar una Asamblea Legislativa para destituir a Isabel Perón, mientras el diputado José Carmelo Amerise hacía todo tipo de gestiones para evitar la renuncia de medio centenar de diputados gremialistas y verticalistas como consecuencia de la reunión de la presidente con Calabró. En pocas palabras, el Congreso seguía empantanado mientras la crisis seguía carcomiendo todo el andamiaje constitucional.
El martes 10 de febrero, el ministro Emilio Mondelli concurrió a un almuerzo organizado por la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados y blanqueó la situación que se vivía. Dijo públicamente: “Estoy tremendamente preocupado por el destino de la República... Ustedes saben positivamente que nosotros tenemos una ley de inversiones extranjeras que nos ha resguardado sin lugar a dudas de todo imperialismo y de toda invasión extraña... ahora sí, inversión no hay ninguna. Háganle un poco de fe a este hombre sencillo, que dice las cosas como son porque las ha estado viviendo hasta ayer y las tiene que vivir más dramáticamente desde hoy. No nos creen más.”
A continuación, instó a los legisladores a aprobar las leyes impositivas y el presupuesto. Al día siguiente los jefes sindicales fueron a entrevistar a Mondelli y lo bombardearon con preguntas. Al finalizar, Adalberto Wimer declaró: “La CGT no se opone a las negociaciones con el FMI, a menos que lesionen la dignidad nacional”.
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