La foto es apenas una de las 4.000 que recibieron desde mediados de octubre, cuando arrancó la campaña, el calor y la carrera para “llegar al verano”. Lo que se ve es una chica parada sobre una tabla de surf haciendo stand up paddle sobre un mar cristalino, algo así como surf a remo. Está tomada desde abajo, lo que significa que las piernas no fueron amputadas para la foto, y la chica está cometiendo un segundo pecado capital: está exhibiendo lo que, según la “pedagogía del meter panza”, debería estar tapado con una malla enteriza.
Fue ella misma quien mandó la foto a la campaña “Hermana, soltá la panza”, la misma chica que al lado escribió un mensaje que sirve como metáfora: “Si estuviera pensando en cómo me veo, me quedo en la orilla”.
No es la primera vez que en “Mujeres que no fueron tapa” -una comunidad que busca “hackear estereotipos y mandatos”- proponen la consigna “Hermana, soltá la panza”. Lo hicieron desde 2018 apenas arrancaba el “operativo bikini”, el bombardeo publicitario de todo lo que hay que hacer para llegar como corresponde al verano: una especie de “El juego del calamar” en el que, la que no llega, pum, eliminada.
Lo distinto, esta vez, fue que propusieron un ida y vuelta -invitaron a mujeres a mandar sus fotos y contar sus historias-, y lo sostuvieron en el tiempo con la misma intensidad que los famosos y las famosas dicen, por canje, qué polvo hay que consumir para tener un vientre plano o qué crema con color hay que comprarse para sobrellevar el horror de mostrar las piernas blancas.
“Al principio hacía publicaciones en redes sobre esto de ‘llegar al verano’: cómo son, por ejemplo, las publicidades de bikinis, siempre con mujeres delgadas, blancas pero bronceadas, cómo nos venden trajes de baño que no podríamos usar. Lo diferente fue que, esta vez, convocamos a las mujeres a hackear esa discusión usando las imágenes de sus propios cuerpos”, cuenta a Infobae Lala Pasquinelli, artista visual y fundadora de una comunidad que sólo en Instagram tiene 320.000 seguidoras.
Recibieron una catarata de fotos, muchas de mujeres que mostraban sus panzas por primera vez. Muchas, también, de mujeres que, al lado de la foto, contaban todo lo que se habían perdido.
“Suelto la panza y pienso en todas las veces que no dejé que me abracen para que no toquen mi panza caída de costado”.
“Les dejo esta foto soltando la panza, en otro momento me hubiera metido al agua toda tapada”.
“Estoy siguiendo todos los días las fotos, con vergüenza de subir la mía. Esta me hace llorar y pensar. Tengo 38 años, desde los 16 espero estar flaca para ponerme un arito en el ombligo”.
“Una de las cosas que más me sorprendieron en los relatos fue esta pedagogía del ‘meté la panza’, que arranca cuando somos muy pequeñas. Muchas mujeres contaron cómo alguien les enseñó a meter la panza, fajarse o taparse, y si no fue una enseñanza directa fue por imitación”, cuenta Pasquinelli. ¿Quiénes? Este es uno de esos relatos:
“Toda mi infancia fui gordita y odiaba mi cuerpo. Mi mamá me obligaba a meter panza o usar faja. El verano era una tortura, a tal punto que intenté vomitar después de las comidas y no pude”.
“Es muy claro el señalamiento de las panzas no chatas como algo vergonzante. Las únicas permitidas son las panzas de embarazadas, eso siempre que sean más o menos hegemónicas, es decir, que no sea una panza con estrías, pelos o que estés de 5 meses y parezcas de 8. Siempre un molde para todo”, agrega.
¿Y después? “Lo mismo: si tuviste un hijo y la panza quedó estriada o distendida también hay que ocultarla y tratar de volver a ser como eras, como si no te hubiera pasado nada. Eso es muy de la lógica de la mercantilización de los cuerpos: el cuerpo como algo que es de plástico, inmodificable, no el de personas que estamos en constante cambio y modificación”.
El otro aspecto que le llamó la atención fue cómo las mujeres nos justificamos a riesgo de ser acusadas de gordas vagas. “Lo que pasa es que tuve tres pibes”, “lo que pasa es que me gusta la cerveza”, “lo que pasa es que tengo tiroides”.
“La idea de que hay que tener determinado cuerpo es tan fuerte que se siente como una obligación”, dice Pasquinelli. “Las que no lo tenemos, entonces, tenemos que pedir disculpas por no ser suficientemente buenas mujeres, justificar por qué somos tan vagas o por qué no le quisimos entregar nuestras vidas al gimnasio, a los tratamientos de belleza o a los cirujanos plásticos”.
Hubo otro comentario que se repitió una y otra vez: “Es la primera vez que veo un cuerpo como el mío”. De eso, sigue Pasquinelli, va la campaña:
“Mostrar estos cuerpos es empezar a salir de la sensación de deformidad. No es que esos cuerpos no existan, más o menos tapados, esos cuerpos están en la calle. Lo que pasa es que se los invisibiliza porque son los cuerpos inválidos, son el ‘antes’ cuando te quieren vender un tratamiento de belleza. Son el el cuerpo a adelgazar, a modificar, lo que está mal”.
Las fotos son, también, de mujeres disfrutando: “Hace 30 años que voy a gimnasios, hoy por primera vez me animé a sacarme la remera y nos quedamos en top, mi panza y yo”. Ese es, tal vez, el éxito de la campaña que se volvió viral: haber mostrado esos cuerpos como cuerpos viables, que están bien así como están, que pueden disfrutar.
“Con esta panza no puedo usar una malla de dos piezas”.
“Van a pensar que soy una ‘dejada’ que no pone voluntad para adelgazar’.
“Con el tema del COVID no es lo mismo decirle a tu jefe que necesitás hacer home office porque tenés asma que porque tenés sobrepeso y eso te convierte en grupo de riesgo”.
“Por zoom me animaba a hablar en la clase, ahora que voy presencial y me vieron, ya no me animo”.
“La vergüenza, como dispositivo de disciplinamiento, es muy eficiente, porque te hace volver cada vez más invisible. Desde la vergüenza, ¿qué vas a decir? ¿qué lugares vas a ocupar?”, se pregunta Pasquinelli. “La eficiencia que tiene el mandato de belleza como forma de disciplinamiento es que ni siquiera hace tanta falta que nos digan ‘vos acá no podés’, sino que muchas de nosotras nos retiramos voluntariamente, entre comillas, de los espacios”.
¿Qué espacios? Por ejemplo, la sexualidad. Este es otro de los relatos que le enviaron: “La idea de belleza que nos venden nos hace mierda, tanto como para sentir vergüenza de un cuerpo. En mis historias solo veo panzas flacas y eso refuerza no sentirme libre ni con derecho a usar bikini, mirarme desnuda en el espejo, sacarme la remera, disfrutar de mi sexualidad”, escribió otra chica que envió su foto.
No solamente enviaron fotos de panzas con rollos. También lo que Pasquinelli llama “lo inmostrable”: panzas con pelos, cicatrices, estrías, flacidez después de embarazos. “Siempre incómoda por los pelos, siempre escondida abajo de un tiro alto”, contó una y mostró la suya. “Estas cicatrices hacen que esté viva, aún así las oculto como si fuera una vergüenza y con culpa”, mostró otra.
La campaña también dejó en evidencia que es una falacia la sensación de que todo está cambiando, porque muchas fotos son de madres junto a sus hijas pequeñas, también bombardeadas por publicidades en las que las niñas que publicitan juguetes o lucen mallas son siempre delgadas.
“Panzas de mamá e hija de 7 años, que todos los días dice que está gorda y sufre gracias a comentarios que le han hecho muchas veces personas ADULTAS”, contó otra de las mujeres que participaron.
Claro que “soltá la panza” no es literal, ni una obligación que se suma a la anterior. No significa que ahora todas tengamos que salir a mostrar el cuerpo, amarlo, gritar que nuestra celulitis nos encanta y vibrar alto a riesgo de parecer “malas feministas” o “poco deconstruidas”.
Significa, en cambio, salir de la vergüenza como a cada una le sirva. “El feminismo no es una acción individual sino un movimiento colectivo, como lo fue esta campaña. En esto que hicimos hubo muchas mujeres que por primera vez se animaron a algo, muchas que no harán nada y muchas que se lo quedarán rumiando. Es un triunfo del neoliberalismo pensar que esto es individual, que vos sola tenés que ir en contra de todas las opresiones e inmolarte en el camino y que, mientras más te inmolás, mas feminista sos”.
“‘Soltá la panza’ ni siquiera habla de aceptarte, de quererte, no volvamos a caer en los nuevos mandatos sobre el cuerpo, esos que ahora dicen ‘nos tenemos que amar como somos’. Hay días en los que me gustará algo y hay días en los que no me gustará nada de mi cuerpo y no es tan importante. Creo que sacar el tema de la apariencia física del centro de conversación es vital”, cierra Pasquinello.
“Recibí mensajes que decían: ‘Me gustaría amarme, sentirme así de plena como la chica que mandó la foto de su panza como es’. Y no hermana, sino romantizamos: estamos simplemente tratando de mirarnos de otra manera, de no sentir esa incomodidad o de atravesarla para llegar a otro lugar”.
De ahí la metáfora: dar esos pasos y atravesar la incomodidad para tratar, en lo posible, de no volver a quedarse en la orilla.
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