Se prepararon durante muchos años para el desafío de sus vidas. Subieron las montañas mas altas del mundo para entrenarse; y cuando estaban a menos de 2000 metros de llegar a la cumbre del Everest (de 8.848,86 metros sobre el nivel del mar) con un estado físico impecable, se contagiaron de COVID. Ante el riesgo de vida que significaba decidieron bajar y en helicóptero los trasladaron a una clínica de Katmandú. Dos de los otros 23 montañistas de la expedición internacional “Seven Summits” -que ellos integraban- murieron luego de tocar la cumbre a causa del virus. Pablo Pilotta, Luciano Ancía y Martín Migueles reconocen que nunca pensaron que en semejante inmensidad el virus haría estragos.
“Se enfermó el 100 % de los que compartimos el campamento base N 2, a 6800 metros de altura. Éramos por lo menos mil los que teníamos COVID”, cuenta Pilotta, el líder del grupo argentino, un marplatense de 48 años, propietario de un Centro de Escalada Deportiva en Balcarce y considerado el mejor guía de montaña del país. “La verdad es que nos relajamos un poco porque no nos imaginamos que hasta esa altura el virus podía llegar. En un momento leímos por internet en el link de una revista española que había COVID en el Everest pero ahí todos te lo negaban, inclusive los dueños de las empresas”, agrega el experimentado escalador. “Cuando volvimos al campamento base 2 cometimos el error de compartir el mate, estábamos a 6800 metros de altura, teníamos una felicidad muy grande de estar ahí, esperábamos una ventana de 4 días de buen clima para llegar a la cumbre. Creo que nosotros bajamos las defensas por la inmensidad donde estábamos, por la pureza de la montaña, y ése fue nuestro error”, explica Pilotta.
Los montañistas cuentan que de golpe no quedó nadie. “Empezamos a ver que había faltantes, no sólo en nuestro grupo sino en los otros también. Había menos gente, menos sherpas y nos llamó la atención. Pensamos que habían empezado a subir sin avisar”, describe Martín Migueles, abogado y productor agropecuario de Necochea de 52 años. “Después empezamos a darnos cuenta de lo que pasaba cuando vimos que se llevaron a un nepalí del grupo nuestro muy enfermo a Katmandú. Ahí nos enteramos que el virus había llegado al campamento base y que todos los grupos estaban contagiados”, añade.
“Hicimos una subida casi a los 7000 metros donde está el campamento 3 y ahí fue cuando con Lucho (Luciano Ancía) sentimos los primeros síntomas”, detalla Pablo Pilotta. “Caminamos como una hora y le dije estoy muy cansado, las piernas no me responden. Ël me dijo que estaba igual. Pensamos que era la altura. Bajamos toda la Cascada del Khumbu (la zona más peligrosa del mundo para transitar, ya que el glaciar baja y se quiebra formando las famosas grietas que se ven en las películas con los montañistas trepados en las escaleras) sentíamos que nos dolían todas las articulaciones. Lucho tomó un ibuprofeno y un paracetamol y le dije que no tomara más nada. Le tomé la temperatura y tenía 3 grados más. A la mañana siguiente llamé al servicio de emergencia para que nos llevaran. Los dueños de la empresa nos decían que nos quedemos, increíble. Pero decidimos bajar”, agrega el guía mostrando gran sentido de la responsabilidad.
Los montañistas habían contratado un seguro que preveía el traslado en helicóptero a una clínica de Katmandú en caso de urgencia. Así fue como los tres fueron llevados a la capital de Nepal, Pablo Pilotta y Luciano Ancía quedaron internados 6 días y Martin Migueles no, porque sólo tenía una bronquitis. Luciano no pierde oportunidad para hablar del buen recuerdo que le quedó de la clínica aun en medio de tanta desilusión “Son tan buenas personas los empleados. Como todos los nepalíes, tienen bondad, te quieren, te cuidan. Nunca me sentí solo. Ellos están ahí viéndote, saben que estás solo a la vuelta del mundo, sinceramente me trataron 11 puntos desde la que me hacía el cuarto, la enfermera, los doctores, todos”, agrega.
La historia, que sucedió en mayo del 2021, fue dada a conocer recién ahora. Una vez que fueron dados de alta, los tres montañistas argentinos volvieron al Everest para intentar llegar a la cumbre. Estaba contemplado en el seguro que el helicóptero los dejaría en el mismo lugar donde los fue a buscar. Pero cuando llegaron, el golpe emocional fue aún mayor porque dos de sus compañeros de expedición habían muerto de COVID. “Cuando llegamos a nuestro campamento y nos enteramos fue un golpe anímico tremendo, y ahí es cuando decidimos desistir”, cuenta conmocionado Martín Migueles.
La víctima fue Abdul Waraich, un paquistaní suizo que hizo cumbre, pero cuando iba bajando, a los 8000 metros de altura, se desplomó y falleció. Otro montañista chino nacionalizado norteamericano, Puwei Liu, murió al día siguiente. “Pensá que nos veíamos con ellos todos los días en el momento de almorzar”, agrega muy angustiado. El líder del grupo, Pablo Pilotta, también recuerda ese momento tan dramático de la expedición. “Me acuerdo aquella noche, muere Abdul y al día siguiente en el desayuno nos comunican que Liu en el campamento 3 a 7800 metros de altura había amanecido muerto en la carpa. Yo estoy convencido que murieron por COVID. Los dos estaban con síntomas y no estaban para subir. Yo soy guía, hablaba con ellos de ésto pero ellos enseguida toman medicinas y no reaccionaban ante el tema del coronavirus”.
“Cuando nos enteramos de las muertes, Martín y Lucho se volvieron. Estaban muy tocados, no quisieron continuar”, cuenta Pilotta, que se quedó en el Everest para intentar la cumbre hasta que nuevamente el encuentro con la muerte, lo hizo desistir. “Yo me quedé en el campamento base 2 con la intensión de ir a la cumbre. Me costó 15 o 20 días volver a estar en ritmo. Cuando volví a subir encontré dos sherpas que habían fallecido en la Cascada del Khumbu y después vimos de lejos a un tercero. Un chico de 26 años tuvo un accidente, se cayó por una grieta y falleció abajo. De repente ves las manchas de sangre, era un nene, esto te rompe la cabeza. Me costó mucho volver al campamento 2 porque todo el tiempo me iba replanteando si tenía que estar ahí, o irme. Tenía una pelea interna muy grande. Esa noche volví al campamento base, y hubo una avalancha de nieve que se llevó varias carpas. En esas condiciones realmente ya no quería estar. Es feo porque uno ve tan pura la montaña, tan linda, pero lamentablemente la muerte es parte de la montaña”, reflexiona el guía.
“Fue una desilusión, nos quedamos con la espina en el ojo sinceramente”, confiesa Luciano Ancía. Sin embargo, el productor agropecuario de 42 años de Necochea, no piensa rendirse. “Pensamos volver en el 2023 o en el 2024, pero todavía falta tanto y como viene todo tan raro con el covid, que se cierra y se abre todo, no sabemos cuándo vamos a ir”, concluye.
La amistad con el príncipe de Bahréin
En medio de tanta inmensidad y sinsabores, los montañistas argentinos forjaron una gran amistad, primero en la montaña y luego en un hotel de Katmandú, con el príncipe de Bahréin, Muhamed Hamad Al–Khalifa. Lo conocieron una noche en que los 17 integrantes de la guardia real y asesores -la mayoría de ellos ingleses- se habían ido a dormir y él príncipe, desvelado, entró a la carpa del Campamento Base 2 para buscar con quién conversar.
“De repente estábamos en una carpa con polacos, rusos, gente de todo el mundo y se callaron todos, no sabíamos que pasaba”, cuenta Martín Migueles. “Vimos entrar un morocho con un gorro tipo colla, preguntamos quién es y nos responden ‘The Prince’”, describe Pilotta. El hijo del rey Hamad Bin Isa Al Khalifa se sentó al lado de Martin y en dos minutos y medio los argentinos ya se estaban sacando fotos con el príncipe. “Nosotros los argentinos que tenemos esa capacidad de relacionarnos, le dije en inglés campesino donde estaba su seguridad y me dijo que eran todos deportistas que ya estaban durmiendo. Le dije entonces que a partir de ese momento los argentinos íbamos a ser su guardia real y se moría de risa”, describe mucha gracia Migueles.
Este fue el primer encuentro ya que el príncipe partió al día siguiente rumbo a la cumbre. Poco tiempo después se volvieron a encontrar en el Hotel Marriot de Katmandú. Nepal había cerrado sus fronteras, por lo que todos debieron permanecer allí 15 días. “Nos hicimos muy amigos. Yo le decía hermano a él y él me decía hermano a mí”, cuenta entre risas Martin Migueles.
Nos quedábamos muchas noches hablando sobre Argentina, la cultura, medio oriente, la familia. Un día me preguntó si nos animábamos a hacer un asado en el hotel. Me dice que hable con el gordo encargado del Marriot de parte suya y que le pida un lugar para hacer el asado. Por las normas del edificio no nos dejaron prender fuego, pero al saber que era un pedido del príncipe vinieron 15 personas, nos asignaron una parrilla a gas, el lugar, todo. El problema fue la carne, porque no había en todo Nepal, las vacas son animales sagrados. Finalmente conseguimos solo unos pedazos de yak que es una vaca peluda que si la comen. Nos trajeron también pedazos de pollo y algunas salchichas porque cerdo tampoco comen e hicimos el asado. El príncipe no podía creer que nosotros pasábamos con la fuente y sirviéramos a todo el mundo. Nos divertimos mucho. Les canté ‘La mano de Dios’, pusimos tango, música de ellos. El príncipe escuchó Gilda, Rodrigo, todas las canciones que se imaginen. Después le hicimos otro asado, ya con chimichurri. Y así, todas las noches estábamos con el príncipe tomándonos una cerveza, pasándola bien. Hicimos una muy linda amistad. Por su puesto me invitó a Bahréin y yo lo invité a Necochea, que es una de las ciudades más lindas que tiene la Argentina. Le dije ‘si vos querés decís que sos el príncipe, sino yo les digo que sos un amigo mío del futbol o del básquet, venís como un anónimo y conocés mi familia y mi gente y subimos al Aconcagua’”, recuerda Migueles.
La historia seguramente continuará, porque el príncipe prometió venir a la Argentina en los próximos meses si la pandemia lo permite, en el marco de una gira que realizará por Sudamérica. “Va a venir a subir el Aconcagua, quiere recorrer la Patagonia, comer asado, tomar vino, visitar el campo, las montañas, lagos, fútbol”, cuenta Luciano Ancía, quien habla siempre por whatsapp con el miembro de la casa real de Bahrein. “Además quedamos que vamos a ir a la casa de él para la carrera de la Fórmula Uno”, agregó. “Nosotros lo tratamos a él como uno más, con respeto pero como a cualquier persona y entonces él lo valoró mucho. No estábamos con él porque era príncipe, porque nos pagara algo. Yo no quiero que nos pague nada un príncipe, para nada, era por conocer otra cultura, otra vida tan diferente a la que uno vive”, agregó Luciano. “Yo digo siempre que la montaña iguala a todo el mundo, el príncipe resultó ser una persona común y corriente”, concluye Migueles.
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