Lisandro De la Torre, que en buena ley se había ganado el apodo de “fiscal de la República”, a los 70 años era un hombre derrotado, abrumado y desilusionado.
Por las deudas y la sequía, el Banco Español se había quedado con su campo en Pinas, en el noroeste cordobés, que había comprado en 1908. Entonces tenía pensado desarrollar un gran proyecto de explotación agrícola-ganadero. La estancia había sido cuartel general de Facundo Quiroga, del Chacho Peñaloza, de Santos Guayama y de Juan Bautista Bustos. Actualmente, es Parque Nacional.
Era algo retacón, con la barba blanca siempre prolija y sus lentes de pinza eran su marca registrada. Vivía recluido en su departamento porteño de la calle Esmeralda 22 y nunca le dio importancia a los comentarios insidiosos sobre su soltería. Cuando sus amigos le festejaron los 70 años a fines de 1938, lo notaron apesadumbrado porque, además de los sinsabores sufridos, su madre había fallecido hacía poco tiempo. Nadie de su entorno sospechó cuando regaló algunos de los objetos que para él habían sido muy preciados.
Ese jueves 5 de enero de 1939 recibió al abogado Díaz Arana con quien almorzó. El letrado ignoraba que De la Torre lo había citado para despedirse.
Algunos hitos importantes en su vida
Nacido en la ciudad de Rosario el 5 de diciembre de 1868, sus padres fueron Lisandro de la Torre y Virginia Venturini, sobrina nieta del presbítero Antonio Sáenz, primer rector de la Universidad de Buenos Aires. En esa casa de altos estudios se graduó en Derecho, destacándose por su tesis de 1888 sobre Régimen Municipal, donde incluyó un proyecto de ley municipal para Santa Fe, remarcando que “se notará la tendencia descentralizadora y el deseo de acercar al pueblo y a la administración, para que compartan las tareas de gobierno”. Muchos de los conceptos de esa tesis serían incorporados a la Constitución Nacional de 1994.
En 1891 participó de la creación de la Unión Cívica Radical, junto a su admirado Leandro N. Alem, pero luego del suicidio de éste y de la muerte de Aristóbulo Del Valle -con quien tenía mucha afinidad- se ahondó su distanciamiento con Hipólito Yrigoyen. Alentaba una alianza con sectores “mitristas” para oponerse a Julio A. Roca, pero aquel se opuso. Y renunció al partido.
Lisandro De la Torre acusaba a Yrigoyen de ser “una influencia hostil” para el radicalismo y de ser demasiado personalista. “El hombre que acechaba el fracaso y el derrumbe del doctor Alem era don Hipólito Yrigoyen, su sobrino, podía decirse su hijo…”, escribiría.
El 6 de septiembre de 1897 terminarían batiéndose a duelo. Yrigoyen, de 45 años, esperaba que el reto fuera a trompada limpia. Pero el joven Lisandro, de 28 años, ducho en el arte de la esgrima, eligió el sable. Fue un combate de media hora en un galpón de Catalinas Sur, en el puerto de Buenos Aires. El que llevó las de perder fue el rosarino, quien terminó con heridas en la mejilla, nariz, cabeza y brazo. Su oponente, que se limitó a revolear frenéticamente el sable ya que no sabía usarlo, sólo acusó un dolor en el costado. Para ocultar la cicatriz, De la Torre usaría barba el resto de su vida.
Luego de su alejamiento de la UCR, conformaría la Liga del Sur, un partido a través del cual sería electo diputado en 1912, y fue acompañado por figuras como Indalecio Gómez y Joaquín V. González. La razón de ser de este partido fue prestar apoyo a los medianos y pequeños productores del sur provincial. El 14 de diciembre de 1914, en los salones del porteño Hotel Savoy dejaría conformado el Partido Demócrata Progresista. Sería su candidato a presidente en 1916, pero su pasado radical le jugó en contra y no pudo captar los votos conservadores que lo hubiesen llevado a la Casa Rosada.
La fortuna quiso que en 1910, cuando el famoso político y escritor francés Georges Clemenceau visitara Rosario en el marco de los festejos del Centenario, tuviera un encuentro con él. Aseguran que el francés dijo que “he aquí el hombre que deben seguir los argentinos”.
Desechó la oferta del golpista Uriburu de formar parte del gobierno en 1930 y sería parte de la formación de la Alianza Democrática Socialista.
El negociado de las carnes
La especial coyuntura del comercio internacional de las carnes lo pondría en el ojo de la tormenta. Con el propósito de encontrar soluciones a la gran depresión, Gran Bretaña había convocado a la Conferencia Imperial de Ottawa, que se celebró entre el 20 de julio y el 20 de agosto de 1932. Se determinó que los países miembros del Commonwealth cerrasen filas, recortando sensiblemente las cuotas de compras de carne argentina. El gobierno del presidente Juan B. Justo desesperó. Esa desesperación llevó a que el 1º de mayo de 1933 se firmase el pacto Roca-Runciman, por medio del cual el 85 por ciento de las exportaciones argentinas de carne se harían a través de frigoríficos ingleses, mientras que el exiguo 15 por ciento restante quedaría para los argentinos.
Lisandro De la Torre se puso al frente de la investigación por las irregularidades en el comercio de las carnes. En septiembre de 1934 presentó un proyecto de creación de una comisión investigadora parlamentaria sobre esta cuestión. A lo largo de sesiones por demás calientes, fue descorriendo un velo de corrupción y complicidad, que asociaba a los frigoríficos Armour, Anglo y Swift con altos miembros del gabinete, como eran Federico Pinedo, ministro de Hacienda, y Luis Duhau, de Agricultura. Fue probando que esos establecimientos obraban a su parecer, sin ser inspeccionados ni pagar impuestos y que cajas con documentación comprometedora eran celosamente guardada en despachos oficiales.
Tal vez, Lisandro de la Torre comenzó a morir el martes 23 de julio de 1935. En la sesión de ese día, en el calor del debate, el senador se acercó a la mesa donde estaban los dos ministros que venían asistiendo a las sesiones para responder a los cargos. Fue empujado por Duhau y Enzo Bordabehere, también senador santafecino, quien consideraba a De la Torre su maestro y corrió a auxiliarlo. En ese momento un ex comisario, Ramón Valdéz Cora le disparó dos tiros en la espalda y cuando la víctima se dio vuelta, recibió un tercer disparo en el pecho. Bordabehere moriría una hora más tarde en el Hospital Ramos Mejía.
De la Torre advertiría: “Se conoce el nombre del matador, pero hace falta conocer el nombre del asesino”.
Valdéz Cora, un ex policía de 42 años, con antecedentes penales, se ganaba la vida como matón a sueldo del Partido Demócrata. Condenado a 20 años de cárcel, sería liberado por buena conducta en 1953, durante el gobierno de Juan Perón.
Pinedo y Duhau lo habían retado a duelo. Con Duhau se negó, por considerarlo que no era un caballero. Con Pinedo aceptó. Fue a pistola al día siguiente del asesinato de Bordabehere. El ministro tiró a matar, pero erró. De la Torre disparó al aire. Pero ya era tarde. El debate por el negociado de las carnes se cerró, el gobierno intervino la provincia de Santa Fe, De la Torre renunció a su banca en 1937 y se retiró.
¿Qué decía la carta que dejó Lisandro de la Torre el 5 de enero antes de suicidarse?
Ese 5 de enero de 1939 dejó una carta dirigida a sus amigos. “Les ruego que se hagan cargo de la cremación de mi cadáver. Deseo que no haya acompañamiento público, ni ceremonia laica, ni religiosa alguna, ni acceso de curiosos y fotógrafos a ver el cadáver, con excepción de las personas que ustedes especialmente autoricen. Si fuera posible, debería depositarse hoy mismo mi cuerpo en el Crematorio e incinerarlo mañana temprano, en privado. Mucha gente buena me respeta y me quiere y sentirá mi muerte. Eso me basta como recompensa. No debe darse una importancia excesiva al desenlace final de una vida, aún cuando sean otras las preocupaciones vulgares. Si ustedes no lo desaprueban desearía que mis cenizas fueran arrojadas al viento. Me parece una forma excelente de volver a la nada, confundiéndose con todo lo que muere en el Universo. Me autoriza a darles este encargo el afecto invariable que nos ha unido. Adiós. Lisandro de la Torre”.
Su biógrafo, Raúl Lara, remarca que De la Torre agregaría una misiva, en letra manuscrita: “Me sobran unos 250 pesos. No dejo sin pagar ninguna cuenta chica, ni sastre, ni zapatero, ni sombrerero, etcétera. Pero algunos gastos han de causarse y los 250 pesos pueden servir. Adiós. Lisandro de la Torre”.
Había dejado una lista de 57 personas que debían recibirla. Llamó a su mucama Clotilde, le entregó el sobre y le indicó que fuera a llevarlo al estudio del doctor Díaz Arana.
A Clotilde también le dedicó unas palabras: “Me despido de Usted y le agradezco sus servicios irreprochables durante 7 años. Le dejo al mismo tiempo una pequeña gratificación de doscientos pesos, incluidos en esta carta. Que encuentre trabajo cómodo y sea feliz”.
Luego, sentado en su sillón de trabajo, se pegó un tiro en el corazón. Los medios informaron que el impacto que había terminado con su vida, el 5 de enero de 1939, había sido por “por propia decisión”. “Pierde el país uno de sus más grandes líderes políticos”, publicaron en Caras y Caretas.
Seguramente se quedaron cortos.
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