Sobrevivió al horror de Cromañón y fue preso por una falsa denuncia de violación: “Nunca nadie me pidió perdón”

Osvaldo “Ova” Gómez tiene 40 años y es stage manager de batería. Era vecino de los músicos de Callejeros en Villa Celina y estuvo con su hermano en el trágico recital donde murieron 194 personas. Tres años después fue detenido y llevado preso al penal de Marcos Paz hasta que apareció el verdadero culpable. Hoy cuenta su historia: “Llega esta fecha y me mata”

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Ova Gómez junto a Andrés
Ova Gómez junto a Andrés Calamaro y Rolo Sartorio, el cantante de La Beriso, banda para la que trabajó muchos años como stage manager del baterista

Osvaldo Gómez creció en las mismas calles que Patricio Fontanet y Christian Torrejón, dos de los músicos de Callejeros. Vio cómo el asfalto de Villa Celina, en el Gran Buenos Aires y pegadito a la General Paz, paría a la banda desde que se llamaba Río Verde. Pero aunque los conocía, no era tan amigo de ellos como de Diego Argañaraz, su manager. Todavía recuerda el día que los escuchó por primera vez: “Me cruzaba en la calle con ellos, pero con Diego jugábamos al fútbol desde que éramos pendejitos. Yo en ese tiempo laburaba en una fábrica de pastas, y una tarde me frenó en el medio de la calle a los gritos: ‘¡Ova, mirá, mirá…!’; me puso un walkman medio de prepo y me hizo escuchar a Callejeros. Estaba contento, ‘los agarré como manager’, decía. Me gustaron, y era buena onda que un pibe que conocés esté laburando en el rock. Además, todos eran amigos. Nosotros, los pibes del barrio, estábamos siempre alrededor de la sala de ensayo que tenían en el chalet de Eleazar, el papá de Christian. Jugábamos al metegol en el kiosco que había enfrente, los escuchábamos ensayar, y después ellos se cruzaban. O iban a la peluquería de Juan, donde había afiches de la banda, remeras, fotos. Con el tiempo se empezaron a vender entradas, si querías ir a verlos las podías comprar ahí. Venía gente de Madero, de Tapiales, hasta de Laferrere. Yo los empecé a seguir desde que sacaron Presión. Para los recitales de Cromañón, el 30 de diciembre salieron desde ahí tres micros escolares y autos particulares”.

Ova casi siempre iba a ver a Callejeros así, en micro. Partían, adonde fueran, desde la vereda de la casa de Torrejón. Muchas veces compartió los viajes con la familia de los músicos: estos ocupaban los primeros asientos, y atrás, haciendo ruido, se ubicaban los más chicos. Con sus amigos habían hecho unas remeras que llevaban impresa la frase ‘La Banda del Barril’, porque a bordo del micro llevaban un enorme recipiente con la inscripción Villa Celina, que siempre llenaban de fernet. “Pero éramos tranquilos. No estábamos ni con El Fondo no Fisura, que eran de Budge, ni con La Familia Piojosa. Esos grupitos se armaban más por una cuestión de pertenencia. Pasó con La Renga, que cuando empezaron los seguía media barra de Nueva Chicago. Nosotros viajábamos en el bondi y en los recitales nos quedábamos casi siempre cerca de los familiares. Si había quilombo, el papá de Christian te cuidaba. O si aparecía un punga, al toque venía Lolo (Bussi), que hacía de seguridad. Bah, seguridad… era uno de los pibes que podía ejercer de control, un tipo grandote pero muy copado”. Bussi, precisamente, fue designado al frente de la seguridad del recital del 30 de diciembre. Sin embargo, la justicia determinó que era casi una figura decorativa, y que la responsabilidad giraba en torno del administrador del boliche Omar Chabán, su mano derecha Raúl Villarreal, el dueño del predio Rafael Levy y la banda, incluido su manager Diego Argañaraz.

Callejeros en Cromañón, segundos antes
Callejeros en Cromañón, segundos antes que se produjera la tragedia mientras transcurría el primer tema del recital del 30 de diciembre de 2004

Ova estuvo en los tres recitales que Callejeros hizo en Cromañón aquel fin de año de 2004: el 28, 29 y 30 de diciembre. Hace memoria, y asegura que el primero de los tres días fue el que más gente concurrió. Sí, más que el 30, cuando ocurrió la tragedia y vendieron 3097 tickets en un recinto habilitado (mal, pero habilitado al fin) para 1031 personas. “La primera fecha tocaron como teloneros los Pérez García, una banda que me gusta mucho. El 29 fue el turno de Los Garfios, y el 30 Ojos Locos. Para mí, el 28 fue cuando Cromañón estuvo más reventado”, sostiene.

El 30, Ova casi no va. Le tocaba trabajar. Lo ocupaba una changa que un tío le había conseguido en una empresa gráfica. Al turno lo cumplía siempre los sábados, pero por el feriado de fin de año, el mismo se adelantó un par de días. “Era buena guita”, recuerda. El destino, sin embargo, lo ubicaría horas después en el epicentro de la masacre. “Dos de mis hermanos y dos amigos me vinieron a buscar. Les dije que no, que ya había ido… Insistieron: ‘Si no venís, no va nadie’. Yo laburaba y ellos esperaban afuera. Escuchaba la música del auto con Callejeros a todo lo que daba. Salí, y nos fuimos volando para Once”, relata.

Cuando arribaron a Cromañón, Ojos Locos -la banda soporte- ya había tocado. Arrancó el show de Callejeros, con Distinto. A las 22.50, la banda interrumpió la canción. De a uno, los instrumentos quedaron mudos. El saxofonista Juancho Carbone señaló el techo, donde una bengala había impactado contra la media sombra que semejaba una noche estrellada. El fuego que produjo se trasladó a la espuma de poliuretano que insonorizaba el lugar y estaba pegada al techo. Ésta se quemó en una superficie de 177 metros cuadrados y produjo un gas letal, el ácido cianhídrico, que fue el principal causante de las muertes. Para evitar esa toxicidad, muchas placas de poliuretano tienen el agregado de cobre, pero son más caras que las colocadas en Cromañón.

Ova Gómez con una remera
Ova Gómez con una remera de Callejeros y su lugar de pertenencia: Villa Celina

El ácido cianhídrico, según concluyeron expertos del INTI que trabajaron en la instrucción de la causa, fue hallado en una proporción de 225 partes por millón. Un total de 1,45 kilogramos de cianuro fue liberado dentro del boliche. El umbral toxicológico al que responde un ser humano es de 10 ppm; si la concentración es de 20 a 40 ppm, después de varias horas de exposición se sienten leves síntomas; la máxima concentración en aire que puede ser inhalado durante una hora sin perturbaciones serias se da entre 50 y 60 ppm; entre 120 y 150 ppm se torna peligroso si uno se expone entre 30 minutos y una hora. Y si es de 300 ppm o más, se vuelve fatal rápidamente.

Pero esos cálculos estaban fuera de la mente de Ova y su hermano. Ellos no hicieron más que atravesar la puerta del salón cuando una marea humana los arrojó hacia atrás. Enseguida, en un caos de gritos se cortó la energía. “Cuando pude afirmarme, me quedé parado. Pensé ‘ahora vuelve la luz y sigue todo’. Pero la presión de la gente me empujó hacia la salida. Ahí me fracturé la mano, pero me di cuenta mucho más tarde, como a las cinco de la mañana, cuando me choqué con alguien sentí un pinchazo, y me miré: la tenía toda hinchada”, continúa.

De repente, el humo invadió todo. Ni a Ova ni a su hermano mayor, Roberto, los amilanó. Se reencontraron en la esquina de Jean Jaurés y Bartolomé Mitre sólo para tomar impulso, y aire. Pasó un chico gritando “¡Se prende fuego todo!”. No dudaron: corrieron hacia Cromañón, e ingresaron con el objetivo de rescatar gente. “Ya no salía nadie. Y adentro no se veía ni a diez centímetros. El humo era espeso, como que te tocaba. Íbamos tanteando a ver si tropezábamos con alguien. Escuchábamos un grito y decíamos ‘es por acá’. En el suelo había vidrios, botellas, porque al principio, cuando se desbandó todo, algunos saltaron la barra y se llevaron bebidas. Sacamos un montón de gente. Algunos salían convulsionando. Los dejábamos en la esquina de la plaza, en el playón donde están los colectivos. Era como un cementerio al aire libre. Para mi hubo más de 194 víctimas. En una de esas veces que entré y salí lo vi a Chabán, parado en la vereda de enfrente, como mirando todo. Yo lo tenía de Cemento. Además estaba vestido totalmente distinto a la gente que iba ahí, con un jean y algo marrón encima, como una camperita, o un morral que tenía agarrado”.

Muchos de los muertos fueron
Muchos de los muertos fueron chicos que volvieron a ingresar al infierno de Cromañón para rescatar gente. Eso hicieron Ova y su hermano Roberto. Cuando vio el cadáver de un amigo se alejó del lugar, shockeado. Foto: Gustavo Castaing

En uno de los momentos en que permanecían afuera, para recuperarse, notó que su hermano tenía su cara y el torso negros, y que tosía y escupía “como flema, pero negra”. Ova se sentía bien. Acompañó a Roberto hasta un camión de bomberos, para que le dieran agua, cuando pasó un auto con alguien que conocía bien: Juan, el peluquero del barrio, que buscaba a Rodrigo, su hijo, que se encontraba en el Vip en el momento del incendio. Los hermanos Gómez se miraron, y decidieron volver al abismo de humo y oscuridad en que se había transformado el boliche. “Los bomberos ya no nos dejaban. Roberto encaró a uno y le gritó ‘¡qué no voy a entrar, hay un pibe de 13 años adentro! ¡Si no vas vos, dame la máscara que yo si!’ Se metió, y yo atrás de él. Mi hermano agarró para el Vip, y yo para las vallas, esperando llevarme a alguien por delante y sacarlo. El último que saqué yo era Bore, Gastón García, un amigo del barrio que paraba con nosotros en la sala. Un rato antes lo había visto afuera, bien. Con mi hermano dijimos ‘este chabón volvió a entrar’”.

Gastón, Bore, era uno de los seguidores más fieles de la banda. Entró a Cromañón a rescatar gente: sacó a una chica, sacó a un pibe más y luego no resistió. Cuando Ova lo volvió a ver, estaba muerto, colocado en una hilera de cadáveres en el estacionamiento que había en la esquina del boliche. “Después de eso ya no quise más -cuenta Ova-. Verlo así a Bore y la fila de pibes muertos en el playón fueron las cosas más feas que vi en mi vida…”

La madrugada encontró a los hermanos Gómez en el hospital Piñero, frente al cementerio de Flores, caminando en medio de los heridos. Esperaron hasta que un médico lo atendió y le enyesó la mano. Después regresaron a Villa Celina. Fueron directamente a la sala de ensayos de la calle Barros Pazos, para ver qué destino habían tenido los casi 200 chicos del barrio que habían presenciado el frustrado concierto la noche anterior. En el lugar se hallaba reunido un pequeño grupo, cuatro o cinco personas, aguardando el regreso de los micros. Se encontraron con el hermano de Gastón García.

Roberto lo encaró: “Loco, el Bore se murió, lo sacamos nosotros. Tomá…”, y le dio la remera de Bob Marley que llevaba puesta esa noche.

-”Vos me estás cargando”, le respondió el hermano.

-”Ojalá.. Es verdad”.

Se quedaron todos allí, sentados en un paredoncito de la cuadra. En silencio.

A los músicos, relata hoy, no los vio durante un tiempo. Ova no tuvo secuelas del humo tóxico que respiró. A su hermano Roberto le detectaron una manchita en el pulmón, que con el tiempo desapareció.

Callejeros: la justicia dictó la
Callejeros: la justicia dictó la culpabilidad de la banda como co organizadores del recital junto a Omar Chabán y Rafael Levy

Comenzó a hacer terapia, y parecía que Cromañón sería una pesadilla con la que tendría que convivir un tiempo. Pero el destino volvió a ponerle una zancadilla. El 21 de enero del año 2007, a las siete de la mañana, Ova caminaba por la calle Lacarra al 200, a dos cuadras de la avenida Rivadavia de la Capital Federal. Volvía de una fiesta, y apuró el paso para tomar el colectivo 36 rumbo a Celina. Desde un patrullero lo llamaron imperativamente: “Flaco, flaco… ¡vení!”. Se acercó, despreocupado. “Andamos buscando a alguien como vos, de remera roja y jean azul”. Ova, asegura, tenía puesta efectivamente una remera de ese color, pero en vez de un jean, una bermuda azul y blanca. Se los quiso explicar, cuenta, pero la respuesta fue tajante: “¡No importa, dame los documentos!”.

Un rato más tarde lo llevaron esposado a la Comisaría 40, y lo arrojaron en un calabozo. Recién al día siguiente supo por qué lo habían detenido. “Abrieron la celda, y pensé que me iba. Me llevaron a una habitación con tres personas. Una me dice, ‘vamos a hacerla corta, mostrame las marcas’. Yo no tenía ninguna marca, les mostré. ‘No te hagás el boludo. Vos estás acá por violación…’ Me saqué la remera, me tomaron fotos. Era domingo, y yo tenía que ir a buscar a mi nene, porque estaba separado y él pasaba los fines de semana conmigo. Su madre llamó a casa porque le parecía raro que no hubiera ido a buscarlo. Mi hermano empezó a buscarme. Como a las dos de la mañana me ubicó. Y vino. ‘Mañana al mediodía lo tenés comiendo con vos…’, le dijeron”.

Ova es fanático de Maradona,
Ova es fanático de Maradona, a quien se tatuó hace poco

Al día siguiente fue trasladado a Tribunales. Allí, tras varias ruedas de reconocimiento, lo dejaron detenido, acusado por violaciones reiteradas. “Era terrible, no había hecho nada, y dos dieron un 70 por ciento de reconocimiento, y otra el 100. Lo peor es que yo escuchaba como una mujer inducía a las víctimas. Buscaban a alguien con tatuajes, y en ese momento yo no tenía ninguno; en todos los casos, el atacante se movía en una moto, y yo no tenía, ni sabía manejar; era un tipo con piercing y arito, y yo jamás me hice ningún agujero en la piel; y tenía claritos en el pelo, pedí que me lo examinaran para ver si tenía algún químico… Pero no me creyeron, y terminé en la cárcel de Marcos Paz”. A la odisea de Ova le faltaba el peor capítulo: desde enero hasta el 24 de agosto de ese año permaneció en prisión.

“Cuando llegué no dije por qué estaba. Pero igual, en el ingreso los guardias me pegaron, los internos más antiguos me sacaron mis zapatillas y mi ropa, no comí durante una semana, estuve a agua… Las primeras noches ni siquiera dormí, había agarrado un plastiquito que tenía filo me quedaba pegado a la puerta de la celda, pensando que iba a entrar alguien. … Tenía miedo que me quisieran violar, lo que por suerte no pasó. Pero si intentaban, me había dicho que me iban a tener que matar antes. Yo entro así y salgo así, prometí. Después me mandaron a un pabellón más tranquilo”, relata hoy.

Durante un mes, su abogado, Fernando Soto, no pudo ver un solo papel de la causa. Con el tiempo –demasiado tiempo-, la policía halló al verdadero violador: Maximiliano Di Consoli, quien estaba en libertad condicional por el mismo delito. “Treinta años le dieron” –cuenta Ova con un dejo de amargura-. “Lo reconocieron todas las víctimas. En la casa le encontraron pañuelos y polleras de mujer. La que dijo me reconoció a mí en un 100 por ciento, encontró un discman de ella… Al chabón lo mandaron al mismo pabellón. El loco era vivo, llegó y se rapó. Lo encaré, porque el rancho me hacía la cabeza que era ese pibe y le dije ‘hace ocho meses que estoy acá gratis, si fue por tu culpa te hago mierda’. Me lo negó. Esa tarde me llevaron a tribunales, firmé que se había caído mi causa. Volví al día siguiente al penal, a buscar mis cosas, pero lo habían trasladado. Y salí. Pero nunca nadie me pidió perdón”.

A pesar de estar detenido en el mismo penal al que había sido trasladado Omar Chabán, nunca se lo cruzó. “Si la vi a Katja Alemann cuando regresé a buscar mi documento. Salía de hacerle una visita”.

"Si Callejeros fue responsable, fue
"Si Callejeros fue responsable, fue tan responsable como el público", señala Ova Gómez, que visitó a la banda en prisión

En un recital que Callejeros ofreció en Santa Fe, mientras estaba preso, Pato Fontanet hizo subir al escenario a su hermano Roberto para que contara lo que sucedía, la injusticia de su detención. El 10 de enero del año siguiente, Ova festejó su cumpleaños. Esa noche, la banda en pleno –excepto Torrejón, que le había prometido una salida a su hija- estuvo junto a él. “Me había cruzado a Edu con Wanda en el Mercado Central, yo estaba comprando unas verduras para acompañar el asado, y le dije que cayeran. Y cayeron”, sonríe.

Sobre la responsabilidad de la banda en la tragedia tiene una posición clara: “Pato nunca, pero posta, nunca, fue de incentivar la pirotecnia, ni tampoco Callejeros era una ‘banda bengalera’. El que curte rock sabe que en los recitales de los Redondos era mucho peor, con La Renga también. Pasa que los lugares eran distintos, abiertos. Pero no se tomaba conciencia. A mi las bengalas no me gustaban, de hecho me daban bronca porque hacía calor, te quedabas en cuero y un boludo te pasaba por al lado y volvías con quemaduras. Tenías que estar tapándote con la remera. No me gustaba... Si Callejeros fue responsable, fue tan responsable como el público”.

Al poco tiempo que él salió en libertad, los músicos de Callejeros quedaron detenidos. Hoy ya no hay nadie preso por esa causa. Según Ova: “La banda fue en cana porque en un momento decidieron apoyar a Argañaraz y decir que eran un bloque. Se podrían haber lavado las manos y soltarlo. Pero eran un grupo de amigos, después salieron las miserias y fue un sálvese quien pueda… Al penal los fui a ver, porque más allá que después volvieran a hacer música o no, yo quería que salieran. Estuve con Edu (Vázquez, luego sentenciado a prisión perpetua por el femicidio de su pareja, Wanda), Diego (Argañaraz, liberado en 2015), Elio (Delgado, liberado en 2017) y Christian (Torrejón, también en libertad desde 2017). Yo había compartido esa misma desgracia, aunque en otra escala. Christian me decía que pensaba todo el tiempo que quería salir y que nadie le recuerde nada. Es un garrón estar adentro por algo que no hiciste. El Indio Solari lo dijo bien claro: ‘Cromañón era una bomba de tiempo que los músicos nos fuimos pasando de mano en mano’. Le pudo pasar a cualquiera. Para mí, Callejeros eran músicos que esa noche fueron a tocar”.

Hoy, Gómez trabaja junto a
Hoy, Gómez trabaja junto a Gustavo Cordera, Pier y una banda de La Plata llamada Ojos de Pescado

Durante un tiempo, Ova -que tiene 40 años- vivió en Banfield. Cuando se separó de la madre de su hija Delfi (10), volvió a vivir a Villa Celina. Tiene otro hijo, Tomás, de 21. Su hermano Roberto, que trabaja en Migraciones, se fue a vivir a Mendoza. Con Infobae, Gomez habló desde la casa de su actual novia -profesora de yoga-, en Las Paternal. Está con COVID y se aisló allí con ella. Continúa con su trabajo en la fábrica de calzado de Lugano y durante años fue asistente de Javier Pandolfi, el baterista de la banda La Beriso. Se especializó para ser stage manager e hizo clínicas de batería. Este año trabajó con Gustavo Cordera en sus shows en La Trastienda y un festival en Ituzaingó, con Pier en una gira por la Patagonia y con una banda platense llamada Ojos de Pescado.

Por la gestión de su abogado, el doctor Fernando Soto, cobró por ser sobreviviente de Cromañón unos “400 mil pesos”, y hace un tiempo, dice, “me llamaron porque había de intereses unos 200 mil más”. De su detención por una falsa denuncia, en cambio, nunca recibió un peso. De esa terrible experiencia no quiere ni el recuerdo: “Cuando salí, cerré la cortina. No sé ni qué pasó con el tipo”.

De Callejeros, vio durante un tiempo a Christian Torrejón, hasta que el bajista se mudó de Villa Celina a Lomas de Zamora. Y a Diego Argañaraz, el manager, que “quiso volver a la música, pero después de un tiempo dejó todo de lado”. De la tragedia de Cromañón, señala, “me fui alejando. Es como la pérdida de un familiar importante. Primero duele mucho y después lo vas asimilando, la vida sigue. Igual veo a mucha gente del público por mi laburo. Pero llega la fecha y medio que me baja la guardia un poco. Los diciembres me matan, me agarra un bajón, llego arrastrando los pies. Es algo muy de fondo. No se si es por Cromañón, pero los diciembres me pesan”.

Sin embargo, con dos situaciones tan dramáticas en su vida, Ova salió adelante. Hoy va por la vida sin resentimientos, y sabe por qué: “Siempre me apoyé en mi hijo, fue un gran motor para salir adelante. Después llegó mi hija y reforzó esas razones. Cuando estás en un lugar de mucha oscuridad, donde parece que no hay salida, la luz llega con los que vienen después de uno. No se si es que te necesitan, pero fueron el principal motivo para seguir”.

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