Nadie camina con un cartel luminoso enseñando su pasado, revelando títulos, logros o la difícil tarea de sobrevivir a la culpa y al horror de “no haber podido salvar más vidas”. Pasaron 17 años de Cromañón, aquella tragedia en la que 194 jóvenes perdieron la vida en la búsqueda de una noche de música y alegría.
“Algo que siempre repaso en mi cabeza era que cuatro personas salían del boliche cargando a una víctima. La llevaban de las manos y de los pies, como si fuera un animal muerto. Les pedí desesperadamente que no lo hicieran más, que estaba mal. Una sola persona tenía que sacar a otra, para lograr salvar más vidas”.
Lo dice Eduardo Cortez, quién pertenecía en ese momento al Cuartel de Bomberos Voluntarios de San Telmo. Ese 30 de diciembre de 2004, su madre le había dicho varias veces que escuchaba sirenas y bocinas muy cerca de su casa ubicada en Once. Cortez acudió de inmediato, por su cuenta: “Los bomberos siempre tenemos un par de guantes en el bolsillo, así que me los puse al llegar y me crucé la riñonera”.
Allí estaban la Policía Federal y el integrante del Grupo Especial de Rescate, Christian Piza, quién le dijo: “¡Esto es un caos! Estamos tratando de generar un boquete por arriba, ¿me ayudás a hacer un triage en la entrada?”. Le respondió que sí.
“Cromañón tiene un olor característico que no se me va más -señaló Cortez-. Recuerdo que los primeros cuerpos eran los de la entrada, y luego había como un pasillo que llegaba al fondo. Logré llegar al pie de una escalera que se bifurcaba y salía para distintos lados. Estaba todo oscuro, no se veía nada. No sé si se debía al cansancio, pero se hacía muy difícil sacar los cuerpos de allí. Tal vez por la transpiración y el hollín es que se hacía como un barro que dificultaba sostener los cuerpos”.
Además, mencionó que “de lo poco que llegaba a ver, recuerdo que las cabezas iban rozando los escalones porque la escalera era como una rampa, ya que estaba cubierta de zapatillas, gorros, riñoneras. Era muy difícil hacer pie: juro que los quería sostener con todas mis fuerzas, pero se me escapaban igual”.
Por haber ingresado sin equipo de protección respiratoria, Cortez salió tres veces a tomar un poco de aire. “Y menos mal que salí -aclaró-. Christian (Piza) corrió con otra suerte, con él nos cruzamos todo el tiempo, pero quedó internado una semana en el Churruca por inhalación de humo y lo cierto, es que como él hubo mucha gente que no volvió a salir, entraron para ayudar pero no salieron más”.
La tercera vez que ingresó se encontró con los bomberos de Vuelta de Rocha: “Tenían el equipo autónomo colgado porque ya se les había terminado el aire, les dije que una persona tenía que evacuar a otra. En ese momento entré al baño y había una montaña de cuerpos apilados, todos amontonados, era como un metro de cuerpos que me llegaban a la cintura”. Tras un sincero y largo silencio, dijo: “Les pido perdón a todas las familias por no haber podido hacer más de lo que hice”.
Cortez relató que si bien no recuerda con exactitud cómo se comunicó con su cuartel, les pidió que asistieran a la emergencia: “Hablé con Prado, un amigo que estaba en la radio y me dijo que los tenía que convocar Defensa Civil y le dije ‘boludo yo estoy acá, y ¡esto es un caos!, vengan ya’”.
Los convenció. “Vinieron con la autombomba y me trajeron el traje estructural, porque hasta ese momento había estado de civil. Me puse mi equipo y dije que había que seguir haciendo RCP. Rápidamente agarramos a un pibe que estaba muy mal acostado en la vereda del hotel junto al boliche, y seguimos trabajando un tiempo más”.
Su noche, en algún momento, terminó. “Al regresar al cuartel me quedé con la mirada perdida, recapitulando lo que había pasado. Y hasta el día de hoy no sé cómo volví a casa y tampoco cómo fue el reencuentro con mi mamá. No lo puedo recordar”.
Pudo recordar cómo había sido su día siguiente, el 31 de diciembre de 2004. “Nos habían convocado para identificar los cuerpos, pero como la presidenta del cuartel estaba al tanto de que había estado trabajando en el lugar, me pidió que no fuera. Así que solo mis compañeros fueron al Hospital Argerich y al cementerio de Chacarita para clasificar los cuerpos”.
Desde entonces, Cromañón se convirtió en una marca en su vida, una experiencia demoledora. Cortez había iniciado su carrera en las emergencias cuando apenas tenía 16 años de edad como voluntario de la Cruz Roja y tuvo su primera gran responsabilidad como encargado de administrar el material durante el rescate de las víctimas en el atentado de la AMIA en 1994.
Luego fue bombero en los cuarteles de San Telmo y La Boca. Participó de la explosión del depósito de la gomería ubicada en las calles Hernandarias y Quinquela en 2008, que se cobró la vida de un bombero y ocasionó heridas a otros siete. “Cuando la historia se repite” fue el título del posteo que realizó en sus redes sociales cuando volvió a ser testigo de cómo el horror se cobraba la vida de sus compañeros en Iron Mountain seis años después.
Luego, Cortez decidió mudarse a Ushuaia, ciudad capital de Tierra del Fuego, para formar una familia junto a Liliana, su esposa. Ambos se desempeñan como enfermeros en el Hospital Regional Ushuaia y él continúa siendo un servidor público, esta vez en el Cuartel de Bomberos Voluntarios de Ushuaia. Una decisión que agradecieron los pacientes del centro de salud el 7 de julio del 2021, cuando debieron ser evacuados producto del incendio intencional que se registró en el lugar.
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