No hay marplatense que no conozca a Marcelo Diez (50). Desde hace treinta años agarra su carrito -hoy un modelo de acero diseñado por él- y se instala sobre la icónica Playa Varese. A su negocio móvil lo llamó “El paraíso”. No pudo terminar la escuela secundaria y siempre quiso ayudar a su madre, así que salió a la calle.
“Mi viejo nos abandonó cuando tenía 8 años él era el sustento económico de la familia. Por unos años vivimos en la pensión de mi abuela materna, hasta que murió”, le cuenta a Infobae. Junto a su madre y su hermana menor se tuvieron que mudar a una modesta pieza alquilada. “Le mentía a mi vieja y le decía que iba a estudiar, pero en realidad cuidaba coches. Con esa plata ayudaba en casa”, recuerda.
Hoy, con 50 años, su realidad es bien distinta. De cero pudo montar un negocio próspero, tiene un empleado y otros dos carritos que usa en invierno porque es la temporada donde más vende. “Con el calor la gente consume menos. Si no fuera por el virus estaría navegando por altamar en algún crucero de lujo... Como siempre digo, hoy soy millonario porque puedo disfrutar de la vida”, aclara sonriente.
El camino al éxito no fue sencillo. “Arranqué de abajo como empleado, arrastrando un carrito por toda la ciudad. Me quemaba con el aceite cuando los preparaba y no siempre salían ricos”, admite.
A los 22 años, con todos sus ahorros se arriesgó a montar su propio emprendimiento. “Vi que se vendía bien. Le dije a mi vieja ‘voy a ser pochoclero’ y casi se infarta. Yo mismo soldé los primeros carritos. Recién en 2011, con la ayuda de un amigo, monté esta máquina que hace garrapiñadas y algodón dulce. Vale más que un auto cero kilómetro. Ahora soy el orgullo de todos”.
No miente. Se hace difícil no interrumpir la entrevista. A cada rato los transeúntes se detienen no solo a comprar pochoclos bañados con caramelo almendrado -la novedad de esta temporada-, sino a saludarlo. Se le acerca una madre con su hijo de 8 años. “Vine con Segundo porque me pregunta por vos, sos su ídolo”. Son clientes de la escuela donde Diaz se presenta por las tardes. “El amor que recibo de la gente es lo que más me gratifica, este chico me dice que quiere ser pochoclero, cuando puedo le muestro algunos trucos”. Hace una pausa , se seca las lágrimas y retoma. “Le respondo que estudie porque yo no pude hacerlo”.
Diez tiene más de una meta, entre ellas terminar la escuela secundaria. ”Es de lo único que me arrepiento, pero sé que estoy a tiempo de hacerlo de conseguirlo. Si me puede aprender 60 libretos por mes, creo que voy a poder lidiar con las materias de la escuela”.
Lo de estudiar libretos viene a cuento porque desde el 2011 es actor. El 7 de enero se presenta con su obra Flores Ardiente del Jardín “donde la carcajada es la protagonista”, aclara. “Una vecina me acercó a este mundo. Me invitó a verla actuar y quedé maravillado. A las semanas me inscribí en una escuela local. En temporadas anteriores me convocaron a tres proyectos en simultáneo, y tuve que elegir”.
Conocimiento no le hace falta. Además de saber todos los secretos para que el pochoclo siempre esté caliente, crocante y sabroso, asegura que es “un eterno aprendiz”. “Me nutro de mis clientes, un día escuché a uno que pasaba hablando por teléfono mencionaba inversiones en la bolsa. Cuando cortó me acerqué. Al mes fuimos, le pedí que me enseñara”. Con ayuda y otro poco autodidacta se lo tomó con responsabilidad. “Leí, investigué y me la jugué, porque soy así: quien no arriesga no gana”, dice. “No me fue bien, no te voy a mentir, así que seguí haciendo lo que sé hacer”.
Para Marcelo el secreto para sobrevivir tres décadas en el rubro es el amor. “Te puedo pasar la receta para que hagas pochoclo (maíz, azúcar, aceite y almendras) pero si no la hacés con toda tu pasión no te va salir bien”. También es detallista y no se le escapa nada. Mientras sigue la charla observa a su asistente, Juan, a quien contrató para tomarse unos días de descanso. “Bajá el fuego... ahora hay que lavar la olla”, le indica.
Dice que no va a jubilarse porque vender pochoclos le permite estar en contacto con la gente y brindar alegría constante. “Amo compartir la vida con otros, el pochoclo genera eso, es apenas la excusa para un intercambio infinito”.
“Probaste mi pochoclo? Tomá. Disfrútalo, la vida es un ratito”
Fotos: Mey Romero
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