Cuando ya hace años que la humanidad tomó conciencia de los horrores cometidos por el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial, con testimonios concluyentes y contundentes del genocidio perpetrado por el totalitarismo, el sangriento recuerdo de la Gestapo fue puesto en el tapete por la difusión de un video donde un ex funcionario del gobierno bonaerense la considera como una solución para resolver un problema político, tal cual era uno de los fines de esta organización. Con solo citarla, nos hace viajar a los años de los planes demenciales de Hitler y sus jerarcas. “Creeme que si yo pudiera tener -y esto te lo voy a desmentir en cualquier parte- si yo pudiera tener una Gestapo, una fuerza de embestida, lo haría”, se le escucha decir a Marcelo Villegas, ex ministro de Trabajo del anterior gobierno bonaerense.
La Gestapo tiene su historia.
Sophie Scholl era una estudiante de biología y filosofía en la Universidad de Munich. En 1943 tenía 21 años y junto a su hermano y a otros amigos, militaba en “La Rosa Blanca”, un grupo que se oponía a la guerra y al nacionalsocialismo. La que estaba tras sus pasos era la Gestapo; su padre estaba preso por haber sido delatado a la Gestapo por haber hecho un comentario crítico sobre Adolf Hitler en la fábrica donde trabajaba. Por la Gestapo ella, su hermano y sus amigos fueron guillotinados el 22 de febrero de 1943.
La Gestapo (Geheime Staatspolizei) era la policía secreta estatal de la que se valió la Alemania nazi para investigar y combatir todas las tendencias peligrosas para el Estado.
La central estaba ubicada en el barrio berlinés de Kreuzberg, cerca del cuartel principal de la SS. Los altos cargos de esta organización, creada por Hermann Göering el 27 de abril de 1933, estaban ocupados por burócratas por lo general jóvenes universitarios y con un fuerte compromiso ideológico con el nazismo. En los rangos inferiores predominaban los policías de carrera, gente de clase media y baja que se habían afiliado al partido por conveniencia u oportunismo.
Su primera tarea de esta organización, que comenzó como un servicio secreto de inteligencia dentro del Departamento de Policía prusiano, fue la de eliminar cualquier obstáculo que impidiese la llegada de Hitler al poder. Para los nazis, esos obstáculos estaban representados por los comunistas, los socialdemócratas y los liberales.
Poseían un método cínico para trabajar. Habían creado la figura de “custodia protectora”. Ellos decían que como los enemigos del régimen nazi eran tan odiados por la sociedad, lo que hacía la Gestapo era detenerlos para preservar su integridad. La mejor manera de protegerlos era el de recluirlos en campos de concentración, que primero fueron habilitados para opositores políticos. Para el verano de 1933, cerca de 100 mil individuos poblaban esos campos y unos 600 habían sido asesinados.
Por 1933 contaba con 1000 hombres y para 1944, ese número llegó a 32 mil. Una parte del trabajo sucio lo hizo la propia sociedad alemana, a través de la delación. El contar un chiste sobre Hitler en un bar; realizar comentarios poco felices sobre el gobierno; escuchar una emisora extranjera o no hacer el saludo nazi eran causales de ser encerrado en una celda, colgado con cadenas de una pared y terminar en la sala de interrogatorios en el cuartel que los vecinos habían bautizado como “la casa del horror”.
Según el autor Frank McDonough sobre los mitos y las verdades de esta organización, el 26% de las investigaciones se iniciaban por un civil y el 15% de las detenciones eran por investigaciones propias. Cerca del 80% de los que acercaban denuncias eran hombres de clase media y baja. Cuando la población se familiarizó con su funcionamiento, hubo casos de mujeres que denunciaban a sus maridos para vengarse de sus infidelidades o para sacárselos de encima, y abundaron denuncias de personas como una forma de dirimir disputas con vecinos.
Lo terrible era que cuando una persona era arrestada por la Gestapo, perdía todos sus derechos civiles y no estaba protegida por la ley. Ellos podían hacer con los detenidos lo que quisieran. En un principio, como el código penal alemán prohibía el asesinato y la tortura, simulaban la muerte de los ellos determinaban que debían morir.
Estaba organizada en tres divisiones: la primera era burocrática; la segunda tenía como misión la de aniquilar opositores y la tercera estaba a cargo del contraespionaje.
Fue la principal ejecutora de las políticas antijudías de Alemania. Se encargaban de la supervisión de la liquidación de los guetos y organizaban la deportación de judíos a los campos de concentración y exterminio. Fue Adolf Eichmann el responsable de la coordinación de la deportación masiva. Terminó viviendo en la Argentina y capturado por un comando del Mossad en 1960, y tuvo a su cargo la Sección IVb4 de la Gestapo. Además, reclutaron a miembros de bajo nivel en el escalafón para sumarlos a las unidades móviles de exterminio, que asesinaron a 1.500.000 judíos en la Rusia ocupada.
Para la Gestapo, había opositores en términos religiosos, raciales y políticos. Entre los políticos estaban los católicos, protestantes y los Testigos de Jehová. Además de los judíos, se persiguió a los comunistas y a los que ellos denominaban marginados sociales. Era una amplísima categoría en que entraban los discapacitados, los criminales, los gitanos, los homosexuales, las prostitutas y los vagabundos.
La Gestapo, cuando estalló la guerra y se fue expandiendo, abrió oficinas en todos los países de la Europa ocupada, estaba en la cima del poder. No tenía encima ninguna supervisión judicial o legal.
Hubo casos de personas detenidas que, al demostrar su inocencia, podían salir vivos del cuartel. Muchísimos otros no tuvieron esa suerte y eran colgados con cadenas de las paredes de las celdas. Debieron sufrir indecibles métodos de tortura, aplicada por lo general por policías de carrera que sabían lo que hacían y qué debían hacer. Pasarles electricidad por zonas sensibles del cuerpo, como los genitales; sumergirlos en bañeras de agua helada, apretarles los testículos con una prensa, quemar los dedos con fósforos o no dejarlos dormir, solían ser moneda corriente.
Cuando la guerra terminó y sobrevinieron los tribunales de Nüremberg, 12 de 22 altos jefes fueron ejecutados, pero los miles de agentes que fueron el motor de la Gestapo no enfrentaron cargos criminales. A pesar de algunos casos aislados, no hubo juicios masivos para ellos.
La historia nos ofrece lecciones que está en cada uno de nosotros el saber interpretarlas y asimilarlas. Que se intente recrear, aunque sea en el aire, organizaciones como la Gestapo, es una muestra de que no se ha aprendido lo suficiente para valorar lo que costó lograr la libertad y la democracia. Y sino, leamos los testimonios de aquellos que sobrevivieron esos años de odio y muerte. Porque muchos tuvieron suerte de seguir su vida, no como como Sophie Scholl y tantos millones que terminaron muertos a manos de una ideología cruel y sanguinaria.
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