El 8 de septiembre de 2013 fue el día que le cambió la vida al paracaidista Gabriel Cioccolanti (48): aterrizaba de un salto de 1.800 metros en ”tándem” (con una persona enganchada a él) cuando a 20 metros del suelo ambos se enredaron con los hilos de otro paracaídas que bajaba. Se quebró las dos piernas y se desmayó. Despertó en un hospital de Río Tercero y sin la mitad de la pierna izquierda.
“Tuve una infección hasta los huesos y debieron cortar sobre la rodilla para que esa infección no se diseminara. Cuando desperté y vi que no tenía toda la pierna me puse mal, pero no pensé en matarme ni en que mi vida terminaba, sino en cuánto tiempo me llevaría volver a saltar y en cómo haría para aterrizar”, recuerda en diálogo con Infobae el ahora instructor teórico y presidente del club de paracaidistas de Río Tercero, que cada tanto (cuando tiene ganas o quiere disfrutar con amigos) necesita vivir esa adrenalina tan única como la que provoca flotar en el aire y ver el mundo a miles de metros de altura.
De aquel día trágico solo recuerda que no hubo nada que anticipara lo que iba a pasar. Incluso, mientras veía venir el accidente, jamás imaginó el final que lo dejó un mes en coma, otro mes en sala intermedia y que le tomaría más de cinco años volver al aire. Sus colegas, también accidentados, tuvieron lesiones serias, aunque no tan severas, y se recuperaron en poco tiempo.
La historia
A Gabriel le dicen “Choco”, así lo conocen en los hangares cordobeses. Fue taxista full time hasta el 24 de noviembre de 1996, cuando se animó a dar su primer salto. “En ese tiempo manejaba un taxi y me enteré de que un colega saltaba en paracaídas. Eso fue algo que siempre me llamó la atención así que le pregunté cómo era el tema, si yo podía saltar, y me invitó a un hacer un salto tándem, que es el que se hace con el instructor enganchado a la persona que se inicia. Me explicaron cómo era todo y pedí saltar solo. ¡Me animé de una! ¡Y me enamoré!”, cuenta.
Fue una bisagra en su vida: continuó con el taxi, pero el paracaídas se convirtió en su motor. Inició el entrenamiento con responsabilidad; alternaba el trabajo con su gran pasión, hasta que pudo saltar casi todos los fines de semana. Ver el mundo desde lo alto le significaba una experiencia irresistible. Comenzó a formar parte de los grupos de salto y a hacerse conocido entre los paracaidistas de la zona, los turistas y aquellos que solían buscarlo para tener la primera, y a veces única, experiencia.
“Hoy no sé si saltaría con los equipos que había antes, cuando empecé. Por suerte la tecnología en el paracaidismo cambió mucho”, explica, y cuenta las diferencias técnicas y en el manejo del tándem. Si el instructor se desmaya, por ejemplo, en el propio paracaídas hay un dispositivo de apertura automática que lo activa a una altura segura. Cuando el reloj marca la altitud en la que debe abrirse, si no lllega a abrirse, se acciona el otro paracaidas”.
Los modelos cambiaron para beneficio de los paracaidistas. “Los que los que eran tipo globos no solo no tenían ese mecanismo, sino que podía caer en cualquier lugar. En cambio, con los que tienen forma rectangular también brindan la posibilidad de manejarlos y controlarlos a gusto”, explica.
Poco antes del accidente apareció en su vida Erica Andrea Giménez, una alumna que le robó el corazón. “Aguantó lo peor que me pasó en la vida y ahí estuvo, firme. Me ayudó desde el primer día a estar bien. Me acompañó, como creo que pocas parejas recientes lo hubieran hecho”, admite, enamorado de la mujer que lo ayudó a salir adelante.
Aparta por un momento a Erica y vuelve a recordar el accidente: “Estuve como un año en silla de ruedas, después comencé a caminar con una prótesis. Por eso con el salto que di el 16 de febrero de 2019, me convertí en el primer paracaidista adaptado del país, y creo que del mundo”, destaca.
Hay un conocido refrán: “Cuando uno se quema con leche, ve a la vaca y llora”. “Choco” no solo no lloró, sino que redobló la apuesta. Y él recurre a una película para explicar su decisión de no bajar los brazos. En “El secreto de sus ojos” (dirigida por Juan José Campanella), Guillermo Francella encarna al detective Pablo Sandoval, quien reflexiona después de haber detenido al delincuente prófugo: “Un tipo puede cambiar de todo, pero hay algo que no puede cambiar: de pasión”.
Ese primer salto tras el accidente estuvo acompañado por una médica del Instituto de Medicina Aeronáutica que lo evaluó y realizó los trámites necesarios para que él pudiera cumplir su objetivo.
“Aún recuerdo las sensaciones de ese día. Cuando desperté a la mañana estaba nervioso, pensaba en cómo aterrizaría, cómo acomodaría la prótesis, porque no estaba seguro si aguantaría. Mientras caminaba rumbo a la avioneta comencé a sentir una mezcla de emociones: nervios, ansiedad, felicidad, todo junto. Pero cuando salté, cuando volví a saltar, me sentí más vivo que nunca. Estaba feliz, pero al aterrizar levanté una pierna y me mandé culipatín”, dice, con una sonrisa.
No sabe cuándo volverá a subirse a la avioneta ni a poner sobre sus hombros el paracaídas, aquel que por un momento pensó que no volvería a usar. Y se sincera: “Estoy nuevamente de pie por una pasión, por mi pasión”.
Las impactantes fotos de los saltos de Gabriel
SEGUIR LEYENDO: