”¡Basta, Azucena, si vos seguís buscándolo a Néstor yo me voy de casa!”, le dijo, casi le gritó con desesperación, Pedro De Vicenti a su mujer.
Era una noche de mediados de 1977 y Pedro había esperado ansioso su llegada, en medio de las penumbras, sentado en un sillón del living de la casa de Avellaneda. Parada en medio de la habitación, con la cartera todavía en la mano, Azucena Villaflor miró a su marido a los ojos y le respondió: “¿Querés que te prepare la valija?”.
Unos meses antes, el 30 de noviembre de 1976, un grupo de tareas de la Dictadura había secuestrado a uno de los hijos de Azucena y Pedro, Néstor De Vicenti. Con él también se habían llevado a su novia, Raquel Mangin. Desde entonces, nada se sabía de ellos. Solo que se los habían llevado vivos.
Azucena había empezado la búsqueda de Néstor en soledad, recorriendo comisarías, cuarteles y reparticiones oficiales. Siempre le daban la misma respuesta: no sabemos nada. En ese peregrinaje había encontrado a otras mujeres que, como ella, querían saber dónde estaban sus hijos desaparecidos.
Decidieron organizarse y buscar juntas. Se citaron el 30 de abril de 1977 en la Plaza de Mayo para exigir que alguien las recibiera en la Casa Rosada.
Eran trece mujeres: Azucena Villaflor de De Vincenti, Josefa de Noia, Raquel de Caimi, Beatriz de Neuhaus, Delicia de González, Raquel Arcusín, Haydee de García Buela, Mirta de Varavalle, Berta de Brawerman, María Adela Gard de Antokoletz y sus tres hermanas, Cándida Felicia Gard, María Mercedes Gard y Julia Gard de Piva.
Cómo única respuesta, mientras esperaban infructuosamente en la plaza, se les acercó una patrulla policial y el oficial al mando les ordenó: “¡Circulen!”.
Obedecieron la orden, pero en lugar de irse empezaron a “circular” alrededor de la Pirámide de Mayo. Ese día habían nacido las Madres de Plaza de Mayo.
La noche que Pedro esperó a su mujer en medio de las penumbras y, desesperado, la amenazó con irse de la casa, la Madres de la Plaza ya eran muchas más y Azucena, su presidenta. Corría peligro, pero no estaba dispuesta a detenerse.
Pedro nunca se fue de la casa y cuando Azucena fue secuestrada, el 10 de diciembre de 1977, se sumó a las rondas de las Madres.
Una familia de luchadores
Desde mucho antes, en Avellaneda el apellido Villaflor era sinónimo de luchas políticas y sindicales. Familia de obreros, su linaje podía rastrearse hasta Aníbal, uno de los tíos de Azucena, un anarquista luego devenido peronista.
“Aníbal se hizo anarquista desde muy chiquito. A los diez años ya trabajaba en una fábrica de vidrio y a los 14 se hizo aprendiz de panadero. En ese gremio se ‘enamoró’, como decía él, del anarquismo cuando los obreros se reunían en la sede a esperar que los llamaran para trabajar en algún lugar, porque ahí funcionaba una especie de fondo de trabajo que tenía el sindicato. Mientras esperaban y tomaban mate cocido con pan, los dirigentes armaban unas rondas, llamadas ‘rondas de controversias’ donde se discutía de política y de problemas teóricos. Allí Aníbal empezó su militancia”, cuenta el periodista y escritor Enrique Arrosagaray, autor de Los Villaflor de Avellaneda.
Florentino, uno de los hermanos de Aníbal y padre de Azucena, también había sido obrero desde muy chico. A principios de la década de ‘40 trabajaba en la empresa Lanera Argentina, un lavadero de lana que funcionaba en Rivadavia y Ecuador, en Avellaneda. Allí le consiguió trabajo a Aníbal.
“En la lanera, Aníbal se transformó rápidamente en dirigente, llegó a ser el delegado general de la fábrica y cómo tal participó en la movilización del 17 de octubre de 1945. Florentino lo acompañaba en su militancia, pero desde un lugar secundario hasta que poco después murió en un accidente de trabajo en la misma fábrica”, relata Arrosagaray.
Raimundo y Rolando Villaflor, hijos de Aníbal y primos de Azucena, fueron activos participantes de la Resistencia Peronista luego del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón, en septiembre de 1955. Rodolfo Walsh contó sus historias en ¿Quién mató a Rosendo García?, la investigación que realizó cuando dirigía el periódico de la CGT de los Argentinos sobre el falso enfrentamiento a tiros en la confitería Real de Avellaneda, el 13 de mayo de 1966, del que participó Augusto Timoteo Vandor, y donde perdieron la vida García, que era uno de sus laderos, y dos sindicalistas combativos enfrentados al líder de la UOM, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar.
Poco después, Raimundo se incorporó a las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Fue secuestrado por la dictadura el 4 de agosto de 1979; un día antes, otro grupo de tareas había secuestrado a su hermana Josefina.
Azucena y la política
Nacida el 7 de abril de 1924, Azucena también era peronista, como sus primos, pero a diferencia de ellos no participaba de manera activa, sino que simplemente simpatizaba con el movimiento.
“Nunca fue una militante orgánica. Hay quienes dicen que era militante de las Fuerzas Armadas Peronistas, como Raimundo, pero nada que ver eso, es un error”, explica Arrosagaray.
A los dieciséis años había empezado a trabajar como telefonista en la empresa de electrodomésticos Siam, donde conoció a Pedro De Vincenti, delegado sindical, con quien se casó en 1949 y tuvo cuatro hijos.
La militancia de uno de ellos, Néstor, fue motivo de desavenencias familiares desde principios de la década del ‘70. Pedro veía con malos ojos la participación de su hijo en la Juventud Peronista –y luego en Montoneros– lo que provocaba constantes choques. Azucena tampoco aprobaba lo que hacía Néstor, porque lo consideraba peligroso, pero trataba de interceder entre padre e hijo.
“Azucena era una especie de amortiguador entre Néstor y el padre. Pedro le decía a cada rato que no hiciera tonterías, que dejara de militar, que si no se daba cuenta cómo estaba la situación, que frenara. Néstor lo enfrentaba y ella se ponía entre los dos, pero también le decía a Néstor que parara un poco, que la situación estaba jorobada. En síntesis, no estaba de acuerdo con Montoneros ni con lo que hacía su hijo, pero no lo atacaba por eso”, dice el autor de “Los Villaflor de Avellaneda”.
Cecilia, una de las hermanas de Néstor, recuerda una anécdota relacionada con esos choques. “Un día, cuando la situación ya estaba muy complicada, Néstor fue a visitar a sus padres y Pedro vio que tenía los zapatos con las suelas agujereadas. No le dijo nada al hijo, pero le pidió a Azucena que le comprara unos zapatos nuevos porque no podía ser que anduviera así. Poco después, Néstor los visitó de nuevo y Pedro vio que seguía con los mismos zapatos agujereados. ‘¿Qué carajo hiciste con los zapatos que te compramos?’, lo increpó. Néstor le contestó que se los había dado a un compañero que los necesitaba más que él. Entonces Pedro explotó y Azucena tuvo que mediar una vez más para que no siguieran discutiendo”, cuenta Arrosagaray.
Fue una de las últimas veces que Pedro y Azucena vieron a Néstor.
“Una líder natural”
Néstor De Vicenti y su novia, Raquel Mangin, fueron secuestrados el 30 de noviembre de 1976 de la casa en que vivían, en Agüero 4856, en Villa Domínico, a media cuadra del cementerio.
Apenas lo supo, Azucena empezó a buscarlo. En su búsqueda fue encontrando a otras mujeres a quienes también les habían secuestrado los hijos y peregrinaban como ella por cuarteles, iglesias, comisarías, oficinas públicas y juzgados. Casi de manera natural, Azucena comenzó a mostrarse como líder del grupo.
“Cuando investigué para mi libro entrevisté a muchas de sus compañeras de la primera hora y todas, sin excepción, la elogiaron y resaltaron el papel fundamental que cumplió en esos primeros tiempos”, dice Arrosagaray.
Una de las fundadoras, Haydee de García Buela, le contó, no sin algo de vergüenza, un entredicho que tuvo en esos primeros días, cuando eran menos de veinte mujeres, con Villaflor. Azucena aportaba ideas constantemente sobre qué hacer y dónde reclamar, a veces de manera un poco impetuosa. Eso molestó a Haydee, que en una de las reuniones la interrumpió de mal modo: “Pero vos quién te creés que sos que venís a dar órdenes”, la cortó y discutieron fuerte.
Más tarde, Haydee le pidió disculpas a Azucena. “Por suerte me di cuenta pronto de la calidad de mujer que era Azucena y entendí que ella conducía naturalmente porque tenía una gran capacidad para organizarnos”, le contaría años después a Arrosagaray.
Otra Madre de aquellos primeros días, María del Rosario Carballeda de Cerruti, la definió con cuatro simples palabras: “Era una líder natural”.
Las “locas” y la dictadura
Después de aquel 30 de abril de 1977, cuando la policía les ordenó circular y ellas comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, las “locas” de Plaza de Mayo –como se las llamó para descalificarlas– se transformaron en un problema para la dictadura.
Junto a otros militantes de derechos humanos comenzaron a reunirse en iglesias y parroquias. También en bares, adonde fingían celebrar el cumpleaños de alguna de ellas, e intercambiaban datos y documentos, disfrazados en paquetes que parecían de regalo.
El grupo fue creciendo y se fortaleció con el apoyo de otros organismos de derechos humanos. El 14 de octubre de 1977, realizaron una marcha en la Plaza que congregó a cientos de militantes de derechos humanos y familiares de desaparecidos. Azucena Villaflor y muchos de los participantes fueron detenidos por la policía, pero los liberaron pocas horas después.
Por entonces, Alfredo Astiz, bajo el nombre falso de Gustavo Niño y haciéndose pasar por hermano de una persona desaparecida, se había infiltrado en las Madres para detectar a quiénes las lideraban y cortar de raíz un movimiento del cual ya se empezaba a habar en el mundo. Señaló a Azucena como una de ellas.
El 8 de diciembre, cuando salían de una reunión de la Iglesia de la Santa Cruz, un grupo de tareas secuestro a ocho personas: Angela Auad, Remo Berardo, Raquel Bulit, Horacio Elbert, Julio Fondovilla, Gabriel Horane, Patricia Oviedo y la monja francesa Alice Domon.
Azucena Villaflor se salvó porque no había podido ir.
El secuestro y la muerte
Los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada que habían perpetrado los secuestros en la Iglesia de la Santa Cruz no dieron por terminada su labor de descabezar a las Madres de Plaza de Mayo. Les faltaba Azucena, y también otras más a las que Astiz había señalado.
El 10 de diciembre a la mañana, Azucena Villaflor salió de su casa para hacer las compras y buscar el diario La Nación, para ver si había salido una solicitada de Madres. Una patota de la ESMA la secuestró en plena calle, a la luz del día. Ese mismo día también fueron secuestradas y desaparecidas la monja francesa Léonie Duquet y dos madres más, Esther Ballestrino de Careaga y Mary Ponce de Blanco. Las llevaron a todas a las mazmorras de la Escuela de Mecánica de la Armada.
Una semana después la subieron a un “vuelo de la muerte” y la arrojaron viva al mar.
Cuerpos en la playa
El 20 de diciembre de 1977 comenzaron a aparecer cadáveres provenientes del mar en las playas de la provincia de Buenos Aires a la altura de los balnearios de Santa Teresita y Mar del Tuyú.
Los médicos policiales que examinaron los cuerpos registraron que las causas de las muertes habían sido “el choque contra objetos duros desde gran altura”. En otras palabras, a esas personas las habían tirado al mar desde un avión cuando todavía estaban vivas.
Nadie intentó identificar los restos, que fueron enterrados como “NN” en el Cementerio de General Lavalle.
En enero de 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logró una orden para exhumar esos cadáveres y pudo identificarlos. Pertenecían a Esther Ballestrino de Careaga, a María Eugenia Ponce de Bianco y a Azucena Villaflor de Devicenti.
El 9 de diciembre de 2005, un día antes de cumplirse 28 años de su secuestro, las cenizas de Azucena fueron enterradas en la Pirámide de Mayo, aquella alrededor de la cual ella y otras Madres que buscaban a sus hijos desaparecidos habían empezado a circular el 30 de abril de 1977.
En la ceremonia, su hija Cecilia la despidió así: “Mi madre era una madre, nada más, nos quería y porque nos quería se desesperó cuando secuestraron a mi hermano Néstor. Acá mi mamá nació a la vida pública, que quede acá para siempre, para todos”.
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