El embajador tenía el mandato de llegar a tiempo a la ceremonia de asunción presidencial en Argentina, donde había sido recientemente nombrado. George Messersmith, 62 años, quien se había desempeñado como embajador en México y Austria y como funcionario en el Departamento de Estado, debió soportar un vuelo de aquellos, con tormentas y turbulencias. La ceremonia era el 4 de junio de 1946. Llegó a Buenos Aires con el tiempo justo y al aterrizar ya tuvo el primer problema: su equipaje demoró en llegar. La solución del personal de la embajada para hallarle en tiempo récord un smoling fue gracias a un mozo de un restaurante, que tenía su misma estatura y complexión. Así el norteamericano, con un sobretodo encima, se subió al carruaje que lo llevó a la Casa Rosada, donde saludó a un Juan Domingo Perón que lucía su uniforme con sus flamantes insignias de general de brigada.
En el año y medio había pasado de todo entre Estados Unidos y Argentina.
Todo comenzó el martes 27 de marzo de 1945 cuando Argentina, al declararle la guerra al Eje, entró en la Segunda Guerra Mundial. Así lo anunció en el artículo segundo del decreto 6945/45 “a fin de identificar la política de la Nación con la común de las demás Repúblicas Americanas y solidarizarse con ellas ante amenazas o actos de agresión de cualquier país a un Estado americano, declárase el estado de guerra entre la República Argentina por una parte y el Imperio del Japón por otra”. El siguiente artículo consignaba que “declárase igualmente el estado de guerra entre la República Argentina y Alemania, atento el carácter de esta última aliada de Japón”. El artículo primero señalaba que “el gobierno de la Nación acepta la invitación que le ha sido formulada por las veinte Repúblicas Americanas participantes de la Conferencia Interamericana sobre Problemas de la Guerra y de la Paz, y adhiere al Acta Final de la misma”.
Al hacer esas concesiones, nuestro país se encaminaba a reinsertarse en la comunidad de las naciones.
Era necesario que Argentina recompusiese las relaciones con los Estados Unidos, que había visto con malos ojos al gobierno surgido del golpe del 4 de junio de 1943, y donde la Casa Blanca veía a Juan Domingo Perón como su más visible exponente. El país debía involucrarse en un proceso de rehabilitación internacional, en tiempos en que eran contados con los dedos de una mano los países europeos con los que manteníamos relaciones amistosas, como era el caso de la España del generalísimo Francisco Franco. Por entonces, en el viejo mundo temían que la Argentina fuera una potencial amenaza nazi.
Una opinión coincidente se tenía en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que se refería a “los militares prusianos de Buenos Aires”. Sin relaciones diplomáticas desde la revolución de octubre de 1917, en la URSS se manejaban con los informes que le enviaba el Partido Comunista, que había participado de la Unión Democrática, la coalición electoral que fue derrotada por Perón en las elecciones del 24 de febrero de 1946.
La suscripción de nuestro país a las Actas de Chapultepec significó aceptar un pacto de solidaridad recíproca entre los países americanos, ya sea por agresiones extracontinentales o entre países americanos. Estos acuerdos fueron complementados con la creación del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, de 1947.
Perón había aprovechado para gestionar compra de armamentos para el país, debido a los reclamos de sus camaradas, pero Braden la frenó hasta que el país cumpla con lo que había prometido.
El acercamiento entre Estados Unidos y Argentina se vio beneficiado por el alejamiento del Secretario de Estado Cordel Hull, delicado de salud. Su reemplazante, Edward Stettinius, no compartía la hostilidad de su antecesor hacia nuestro país. Hizo saber al gobierno argentino que, si aprobaban las actas de Chapultepec, se terminarían las presiones.
En junio de 1946, Perón envió al Congreso los acuerdos de Chapultepec y la adhesión a la Carta a las Naciones Unidas. Cuando el presidente declaró que “la Argentina es una parte del continente americano e, inevitablemente, se agrupará junto a Estados Unidos y las demás naciones americanas en todo conflicto futuro”, grupos nacionalistas, de la Alianza Libertadora Nacionalista, que bajo la consigna de “Patria si, colonia no”, provocaron disturbios en la ciudad de Buenos Aires por varios días. Cuando los senadores votaron por unanimidad las actas, desde las bandejas del recinto llovieron monedas y la gente les gritaba “traidores” y “vendepatrias”. Alguien se trepó al mástil de Entre Ríos y Victoria (hoy Hipólito Yrigoyen) y colocó la bandera argentina a media asta. “¡Perón nos ha traicionado!”, gritaban por el centro porteño. Ellos lo habían apoyado en la campaña electoral, y veían esta ratificación de las actas como un ataque a la soberanía nacional y una claudicación a la lucha que habían emprendido, el año anterior, contra el embajador norteamericano Spruille Braden.
Ni yanquis ni marxistas
El 12 de diciembre de 1947, en una reunión con intelectuales, destacó que “estamos abiertamente contra la línea oriental, porque está contra de nuestra cultura, nuestra religión, nuestra tradición y contra todo”.
Cuando definió la Tercera Posición, Perón dijo que en los tiempos que se vivían lo que primaban eran los conflictos armados por intereses nacionales o imperialistas, y que existía en el mundo una neutralidad o “aislacionismo en potencia. Es que los hombres y los pueblos han aprendido la lección de los tiempos y de las luchas: en los tiempos que corren (es un texto de noviembre de 1951), los únicos que ganan la guerra son los que logren substraerse a ella”.
“El capitalismo en el mundo está muy retaceado -afirmó en un discurso de 1946-. El sistema estatal absoluto marcha con la bandera del comunismo en todas las latitudes y parecería que una tercera concepción pudiera conformar una solución aceptable, en que no llegaría al absolutismo estatal ni podría volver al individualismo absoluto del régimen anterior. Sería una solución equilibrada de las fuerzas que representan el Estado moderno para evitar la aniquilación de una de esas fuerzas, para unirlas y ponerlas en marcha paralela, en que armónicamente la fuerza del capital y del trabajo, combinadas armoniosamente, se pusieran a construir el destino común, con beneficio para las tres fuerzas y sin perjuicio para ninguna de ellas”.
En el marco de la IX Conferencia Internacional de Bogotá, realizada entre el 30 de marzo y el 2 de mayo de 1948, Perón sorprendió con su anuncio de “implantar el justicialismo en todo el continente”, y ofreció ayuda económica. Su anuncio perdió su impacto cuando el 9 de ese mes fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán, un líder liberal de gran ascendencia. Se dijo que su asesinato obedeció a impedir la llegada de la izquierda al país, en vistas de las elecciones presidenciales de 1950, en las que iba a ser candidato. Su muerte desató serios disturbios populares que pasaron a la historia como el Bogotazo.
En esa conferencia americana quedaría creada la Organización de Estados Americanos.
“Tenemos la solución que ellos no tienen”
A lo largo de su gestión, no solo Perón insistió en la cuestión de la Tercera Posición, sino que también lo hizo su esposa Eva. En una serie de clases dictadas en Escuela Superior Peronista de 1951 sobre la Historia del Peronismo, aseguró en su quinta clase que “nosotros no queremos destruir a nadie. El mundo está dividido en dos bandos y nosotros no queremos destruirlos a los dos, porque destruiríamos a la humanidad. Nosotros queremos que los dos bandos se den cuenta de que ninguno de ellos tiene razón, y de que la razón es nuestra. Tenemos la solución que ellos no tienen, ¿para qué vamos a pelearnos? Ellos no tienen la solución, porque ninguno de los dos quiere dejar un poco de su egoísmo y de su ambición y, además, porque a ninguno de los dos le interesa servir honrada y lealmente a sus pueblos y a la humanidad”.
Más adelante, sostuvo que “si la Revolución quiere salvar realmente al pueblo argentino, no deberá realizar simplemente la reforma política; deberá también llevar a cabo la reforma social que anule la acción del comunismo y la reforma económica que rompa el dominio capitalista. Esto era de vital importancia para la Patria”.
A través del canciller argentino Juan Atilio Bramuglia, en septiembre de 1948 cuando presidió el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, nuestro país se ofreció como mediadora entre la Unión Soviética y los países occidentales a fin de hallar una solución pacífica al bloqueo ruso de Berlín. Su discurso obtuvo el aplauso de toda la Asamblea, y el país ganó prestigio internacional, pero las internas que soportaba en el país, que hicieron que se borrase su imagen de fotografías que publicaba la prensa, motivaron su renuncia en agosto de 1949.
El origen
Perón adjudica la génesis del justicialismo a la Tercera Posición. En 1952 afirmó que cuando llegó al poder, “se levantaba triunfante el individualismo capitalista y el colectivismo comunista alargando la sobra de sus alas imperiales por todos los caminos de la humanidad. Ninguno de los dos había realizado ni podía realizar la felicidad del hombre. Por un lado, el individualismo capitalista sometía a los hombres, a los pueblos y a las naciones a la voluntad omnipotente, fría y egoísta del dinero. Por el otro lado el colectivismo, detrás de una cortina de silencio, sometía a los hombres, a los pueblos y a las naciones al poder aplastante y totalitario del Estado”.
Perón habla de un dilema entre el individualismo occidental o el camino colectivista, y que ninguno era la solución hacia el camino de lo que él llamaba la felicidad que el pueblo merecía. “Por eso decidimos crear nuevas bases de una tercera posición que nos permitiese ofrecer a nuestro pueblo otro camino que no lo condujese a la explotación y a la miseria (…) Así nació el justicialismo bajo la suprema aspiración de un alto ideal, como una tercera posición ideológica tendiente a liberarnos del capitalismo sin caer en las garras opresoras del colectivismo”.
“Ni los abusos del comunismo ni del capitalismo, ninguno de los dos traerá la solución. Trabajamos para la Argentina, después para el continente americano y después para todos los pueblos de la tierra”, aseguró.
De todas maneras, los hechos demostraron que siempre estuvo más cerca de los Estados Unidos. El 25 de junio de 1950, cuando los comunistas de Corea del Norte invadieron el sur, Argentina fue uno de los primeros en ofrecer su ayuda. Desde el Departamento de Estado se sondeó la posibilidad de enviar militares voluntarios argentinos a Corea, y el presidente declaró que su gobierno había elegido un rumbo digno de la comunidad americana.
Sin embargo, cuando se filtró la posibilidad del envío de tropas, hubo manifestaciones callejeras de repudio y hasta los gremios amenazaron con medidas de fuerza. Perón calmó las aguas declarando que “haré lo que el pueblo quiera. Yo no he ordenado enviar soldados”. Fue el canciller Hipólito Paz que cerró la cuestión afirmando que la ayuda se restringía a un “simple cargamento de víveres”.
Quisieron asociar a la Tercera Posición con el Movimiento de Países No Alineados, pero los investigadores no han hallado antecedentes de nuestro país pronunciándose por la independencia de colonias. Además, las primeras conferencias anticolonialistas se celebraron veinte años antes de la llegada de un líder que pretendía estar equidistante de uno y otro polo, aunque la atracción hacia uno de ellos siempre existió.
SEGUIR LEYENDO: