Acaba de cumplir 47 años pero las marcas del dolor no se borran. Tiene pequeñas cicatrices en el cuerpo por quemaduras de cigarrillos, su ceja derecha está incompleta, también se descubre rasguños permanentes en los brazos. Se mira, no sabe qué ocurrió aunque sí quién se las provocó.
“Viví hasta los nueve años con mis progenitores, Inés y Ricardo. No sé si se llamaban así”, le cuenta a Infobae Karina Gismondi (47). Hay datos que prefiere olvidar, se resguarda para evitar el sufrimiento. “Él ejercía violencia sobre mi progenitora, y cuando no podía seguir me golpeaba, quemaba o pateaba”, agrega.
Karina nació en 1974 en Azul, provincia de Buenos Aires. Es la del medio de tres hermanos. Beatriz es un año mayor que ella y Daniel, uno menos. Nunca llegaron a convivir bajo el mismo techo. “Nos separaron de chicos. Los entregaron a familiares porque no querían criarlos, por eso no tengo recuerdos. Yo me quedé viviendo junto a mis progenitores, y fue una pesadilla. Tuve una infancia llena de carencias, pasé noches en la calle, cuando podía me recibían en la casa. No había comida, ni ropa…solo maltrato”.
A la escuela de la zona iba cuando podía. De hecho, salvo por fotos o comentarios, no sabía que había concurrido. “Recién aprendí a leer y a escribir cuando cumplí diez años…. No tenía amigos, ni era capaz de sociabilizar. El contexto era hostil”.
La noche clave
Como víctima de golpizas, una noche Karina se escapó de la casa y se dirigió a un almacén a pedir ayuda. “La dueña me vio muy golpeada, y decidió llevarme hasta la comisaría donde hizo la denuncia”. Para corroborar las heridas hacia falta un médico forense que nunca apareció. Entonces debió volver a su casa. “Estaba lastimada y tenia miedo, fue la peor noche de todas”.
Al día siguiente fue a la escuela. “Ya todo el mundo sabía que sufría violencia. Me veían con marcas”. Esa fecha no se la olvida más. “En medio de la clase me sacaron del aula para que hablara con un asistente social. Me pidieron que les contará todo, y que ellos me iban a ayudar”.
Frente a la intervención judicial, los progenitores de Karina no dudaron en firmar los papeles de adopción. La niña paso un mes en una escuela de monjas de la zona como pupila hasta que aparecieron sus padres: Julia y Raúl.
Una familia
En lo de los Gismondi, Karina descubrió un nuevo mundo. “Me encontré siendo el centro de la atención. Un cuarto con cama grande, juguetes, ropa a medida y un desborde de amor”, dice. El proceso de adaptación fue complejo. “No fue sencillo recibir gestos de cariño”, admite. “Cada vez que se acercaban para darme un abrazo, reaccionaba tapando la cabeza. No estaba acostumbrada a eso, venía de un contexto muy complejo”.
Con el tiempo, mucha paciencia y la dedicación absoluta de Julia y Raúl, se sintió parte de una familia. Ganó primos, tíos y abuelos. “Todo lo que me había faltado. Era un sueño…”. Y pudo recomponer algo de ese pasado oscuro.
La vida siguió, Karina se mudó a Buenos Aires y siempre tuvo presente a su hermano Daniel. “Sabía de su existencia, pero nunca me había animado a buscarlo por respeto a mis padres”.
En 2020 murió Julia, Raúl había fallecido hacía más de una década. La idea de hallar a sus hermanos se volvió más fuerte. “Tenía que hacer los trámites de sucesión y me puse a rastrear documentos viejos. Entre ellos apareció mi partida de nacimiento original”. Allí surgieron los datos que precisaba para recomponer su pasado.
“Ví que mi apellido de nacimiento era Gisler. Lo primero que hice fue entrar a Facebook. Tecleé y aparecieron varias familiares. Sin pensarlo redacté un mensaje, contando un poco de mi historia”. Respondieron varios.
“En eso veo una publicación que había hecho mi hermano, donde decía que me estaba buscando. Y había dejado su número de celular. Se me detuvo el corazón. De los nervios intentaba llamar y no lo lograba. Le dejé un mensaje por el Messenger de Facebook, pero él no me respondía ....”.
Pasaron casi dos días de angustia. A las cuatro de una madrugada con insomnio llegó la respuesta. “Soy tu hermano. Hagamos una videollamada. Ni bien le vi la cara me di cuenta del fuerte parecido… No lo podía creer. Nos estábamos viendo después de 38 años”.
Reconstruir los orígenes
Todo lo que ocurrió después fue vertiginoso y emocionante. En esa charla con su hermano, Karina descubrió que tenía una hermana mayor llamada Betty. “La contacté por mensaje, y al instante me respondió. ‘No quería morirme sin antes volver a verte’. Al ser más grande recordaba y sabía mucho de mí...”.
Después de una semana de intercambiar llamadas con Daniel y Beatriz, Karina decidió viajar a Olavarría para verlos en persona.
El 19 de octubre pasado Karina salió de Retiro rumbo a Olavarría. Fue con su pareja, Eduardo y lloró todo el viaje. “Cuando el colectivo paró me tranquilice. Bajé las escaleras y los vi de lejos. Ellos vinieron corriendo, se me tiraron encima. Nos dimos un abrazo eterno, de esos que no te querés soltar”.
La tarde siguió con un almuerzo familiar en lo de Daniel, con empanadas caseras y cerveza. “No podíamos parar de mirarnos. Estábamos en shock. Tratábamos de ponernos al día Es curioso lo parecidos que somos. Los tres tenemos el mismo lunar en el cuello”.
Además de hermanos, Karina ganó once sobrinos. “Tres son de Daniel y los otros de Betina. Hay dos chicas que se llaman como yo, fue un homenaje de mi hermana”. Por su búsqueda en Facebook también sumó otros miembros. “Tíos, primos, todos quieren conocerme. Además me confesaron que me habían rastreado sin éxito más de una vez”.
Después de una semana movilizante en Olavarría, volvió a Olivos. “Ahora nos enviamos mensajes diariamente, creamos un grupo de Whatsapp llamado hermanos. En enero me voy unos días. Ya nada nos pueden volver a separar”.
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