Me enamoré antes de conocerlo. Su hermana Belén, con quién nos veíamos siempre en su peña de Palermo Hollywood, me hablaba con orgullo de Alberto. Me contaba que había tenido un cáncer de piel, luego necrosis de huesos en las rodillas y los pies, que había estado dos años en una silla de ruedas y que un día se levantó para subir el Aconcagua y luego siguió hasta la cima de las montañas mas altas del mundo. Yo no tenía posibilidades de encontrarlo porque estaba en Salta y supongo con pocas ganas de venir a Buenos Aires, donde había pasado por varios tratamientos muy traumáticos. Desde que me enteré de aquella historia en enero del 2017, comencé a soñar con verlo. Pero todo se hacía difícil. Me invitaba a sus cumpleaños en febrero en Salta pero ese mes es sagrado para nuestra familia. Todos los años nos juntamos en nuestra casa de Dolores en San Esteban, Córdoba, para pasar las vacaciones juntos. A comienzos del 2020 Belén me dice que vaya a la peña porque Alberto había viajado a Buenos Aires para hacer un curso de escritura. Cuando lo vi, me tembló el corazón como nunca me había pasado. Nos vimos tres días, después se fue a Salta y llegó la pandemia. Durante la cuarentena siempre hablábamos. Así me fue contando por tramos toda su historia tan dramática y resiliente al mismo tiempo.
“Estaba devastado, no se podía llegar a un diagnóstico. Entonces cada día que abría los ojos, primero movía las manos, la cara, los pies para ver si tenía movilidad, si no se me había muerto algo más. Era una lucha diaria y le agradecía a Dios seguir peleándola. Era el día a día, hora a hora, segundo a segundo, con una vida desconocida. Mi vida transcurría en muletas y silla de ruedas. Un dia estaba la tele prendida en mi casa, sin ver porque estaba deprimido, angustiado y salió una noticia del Aconcagua. Cuando vi el Aconcagua supe que esa era mi epopeya. No se de qué hablaban pero quedé hipnotizado con esa montaña y supe que Aconcagua me iba a devolver mi vida, mi confianza. Me imaginé que ya estaba en su cima y ese día decidí subirla”, todo eso me contaba.
Alberto no tenía amigos montañistas, nunca había subido una montaña, sufre de vértigo, tenía realmente pánico a la altura y poca tolerancia al frío. Su familia le decía que estaba loco, o más que loco, porque había estado dos años sin caminar. Pero él tenía la decisión tomada. “Volví a Buenos Aires, la vi a la doctora y me dio autorización. Entré a internet busqué una expedición, la contraté, me faltaban seis meses para subir, pero hacía dos años que no caminaba. Yo estaba todo atrofiado. Imaginate mis piernitas eran todas flaquitas, no tenía un solo músculo. No me podía agachar. Me busqué un personal trainer y empecé a ir al gimnasio. Imaginate que no fue suficiente, y así fui al Aconcagua. Me uní a una expedición y empezó esa aventura. Cada paso que daba me llevaba a un mundo desconocido y extraño. Y cuando llegamos al Parque Provincial y vi la imagen de la montaña ciega al fondo, era la misma que había visto en la televisión y ahí tuve la certeza que Aconcagua me iba a permitir subir. Estaba seguro, aparte era una una necesidad llegar a la cumbre. De los 9 que éramos sólo llegamos dos. Estando a dos horas de la cumbre yo estaba exhausto comíamos maní, y tomábamos 6 litros de jugo. En un momento el guía nos dice ‘llevamos 14 días en la montaña, el cuerpo está quebrado, ya no hay físico, ya no hay piernas, no hay pulmones, de ahora en mas solo hay cabeza y corazón, corazón y cabeza. ¡Vamos que la cumbre nos espera!’ En ese momento, ese dolor que sufri durante dos años se transformó en energía y así llegué a la cumbre. Todavía siento el ruido de los crampones en las piedras desnudas, ¡era la sinfónica! No paraba de llorar, porque era un desahogo por tanto dolor que había pasado, estaba feliz, sentía que estaba con Dios”, recuerda.
Después de Aconcagua vino el Kilimanjaro, en Africa. “Me fui sin entrenar porque me había lesionado un músculo” y me pasó algo novelesco. Mi ropa de montaña no llegó a Tanzania, quedó en Kenia la valija. Tuve que subir con un pantaloncito de treeking de verano finito, unas zapatillas de ciudad, el guía me prestó una campera, una mochila, guantes y un pasamontañas. Fueron 7 días y desde el segundo hasta que bajamos yo estuve mojado porque llovía todos los días, caía nieve, granizo y yo no tenía ropa ni para protegerme ni para cambiarme. Así llegué a la cumbre, caminando toda la noches, con un viento que me lastimaba, y con hipotermia”. A pesar de todo, Alberto tiene el mejor de los recuerdos. “Es la gente mas linda que he conocido la del Kilimanjaro, es maravillosa. Son pobres, pero alegres, cantan, son felices, son felices”, se emociona. Allí conoció tres argentinos y se propusieron subir las 7 cimas más altas del mundo en los 5 continentes, más la montaña más alta de norteamérica, el Monte Denali en Alaska (la mas fría del mundo), y el Macizo Vinson, el techo de la Antártida.
Después del Kilimanjaro trepó el Monte Elbrus en Rusia, la montaña más alta de Europa. “Difícil, todo hielo, mucho frío. Llegamos a la cumbre con un viento de 80 km por hora y 30 grados bajo cero. Íbamos prendidos a la soga de seguridad y cayó un norteamericano que quedó colgando y sobrevivió, pero llegamos a la cima”, cuenta con dolor.
Alberto siguió buscando aventura, y después subió las 5 montañas mas altas de México en 16 días: El Nevado de Toluca, La Malinche, La Mujer Dormida, el volcán Popocatéptl y el Pico de Orizaba. A los pocos meses tenía todo listo para subir el Denaris, y luego el Everest. Pero la pandemia frustró todo por un tiempo. En marzo del año próximo, piensa viajar a Turquia para subir el Monte Ararat donde se apoyó el Arca de Noe después del diluvio y luego el Monte Davaman en Irán, el volcán más alto de Asia. Y en junio, viajaría con otra expedición a Alaska.
Con Alberto somos tan distintos y tan iguales a la vez. Yo disfruto del peligro citadino,( cuanto más lío mas me gusta la nota), él en cambio ama el riesgo que le puede deparar la furia de la naturaleza. Alberto, cuando no está de expedición, convive con el ritmo del bombo legüero de su peña. Yo, con el ruido del bombo de la protesta callejera.
Con él no hablo de economía, de los piquetes, de política, ni de Comodoro Py. Sus temas son el monte, el paisaje, la aurora boreal, la profundidad de amazonas donde fue muchas veces con sus hermanos, el río, los árboles, los animales silvestres.
Siempre me gustaron los hombres que andan a caballo, mucho más que los que me pasan a buscar con un auto importado. Disfruto más de la sombra de un aguaribay en la plaza de un pequeño pueblo, que estar guarecida bajo una sombrilla en Punta del Este. Tal vez porque los momentos más felices en vida fueron cuando estaba en el campo, y su compañía me retrotrae a esa parte de mi niñez con tanta luz. Amo ir a su peña en la calle Balcarce de Salta, tal vez porque el sonido de la chacarera y el canto del violín me recuerdan a las guitarreadas que hacía mi abuela Mercedes en la inmensa galería de Dolores.
Además le encanta la poesía y que mejor que estar en el corte de Puente Pueyrredón con los piqueteros y la prefectura, y que alguien por whatsapp te recite un poema de Neruda.
Soy una permanente buscadora de noticias, una periodista 24 horas y no puedo dejar de trabajar. Tengo 4 hijos divinos y una pasión por el periodismo que sigue intacta, como cuando tenía 20 años. Hoy siento que Alberto es lo mejor que me pudo pasar para desconectarme al menos por algunas horas de la vorágine, aunque siempre encuentre, en el valle más recóndito que recorramos, alguna primicia, porque noticias siempre hay en todos lados.
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