“La Ley ampara a la madre, la Policía decía ‘mientras esté con la madre va a estar bien’”, dijo Maximiliano Dupuy, tío del pequeño Lucio, de 5 años, que murió como consecuencia del maltrato y los golpes que recibió de su madre y de la novia de ésta. El hombre tuvo durante un tiempo la tutela de su sobrino pero apenas la mamá lo reclamó la justicia se lo restituyó. El caso despertó polémica y no faltaron las lecturas “con perspectiva de género”, pero encontradas. Unos culpan al patriarcado, otros al feminismo.
Por eso es interesante la perspectiva de Roxana Kreimer que, desde lo que llama feminismo científico, cuestiona muchos de los dogmas feministas muy difundidos en los últimos tiempos. Ella lo hace con el respaldo de su formación filosófica pero también a partir de los datos concretos. Los casos, las estadísticas. Desde hace un par de años, se ha volcado al estudio del Derecho y en base a esa experiencia sostiene que, en base a esos dogmas del feminismo hegemónico, “se está formando a toda una generación de abogados en el quebrantamiento de garantías constitucionales como la igualdad ante la ley o el derecho a una legítima defensa”.
Kreimer es una de las pocas intelectuales argentinas que se atreve a remar contra la corriente dominante en el feminismo, aunque ella asegura que cada vez son más las que advierten acerca del riesgo de un prejuicio sexista contra los varones en la justicia y en general. En esta entrevista, habla del caso de Lucio Dupuy y de la tendencia a “dar vuelta las tragedias en las que la victimaria es una mujer en la pretensión de que las únicas víctimas sean las mujeres”. También se refiere a las falsas denuncias -amparadas o promovidas por el “yo te creo, hermana”- y a la responsabilidad de los abogados y psicólogos que asisten a estas denunciantes, al sesgo en las estadísticas sobre homicidios en el ámbito privado y, finalmente, sostiene la necesidad de reformar la Ley Micaela (de capacitación obligatoria en género y violencia de género para los agentes de la administración pública).
— El feminismo sostiene que la justicia es patriarcal, pero el caso de Lucio Dupuy no parece encajar en ese enfoque. ¿Cuál es su opinión?
— Perspectiva de género no debería haber solo una, por la sencilla razón de que géneros hay dos, cada uno de los cuales suele tener sus problemáticas particulares. En este caso existe una justicia sesgada, que adopta un prejuicio sexista a favor de las madres, en lugar de evaluar las necesidades de cada niño y las características de cada progenitor. Acá se perjudicó y discriminó a los varones: al padre y al tío del niño asesinado por su madre, que pidieron la tenencia y no les fue otorgada, ni siquiera cuando la vecina llamó a la policía para decir que al niño lo estaban golpeando. No hubo investigación de oficio y el tío sostuvo que la madre amenazó con hacerle una falsa denuncia si no le devolvía al niño.
— ¿Coincide entonces con algunas personas que dicen que existe un sexismo contra el varón en los tribunales de familia?
— Sí, asociaciones como Infancia Compartida denuncian cómo rara vez un hombre obtiene la tenencia en caso de conflicto y cómo proliferan denuncias falsas de mujeres, entre otras problemáticas. El feminismo hegemónico sostiene que el número de denuncias falsas resulta insignificante, pero es porque solo tiene en cuenta los pocos casos en los que se investiga si se trató de una denuncia falsa. En general lo que ocurre es que muchos casos se archivan por falta de mérito, sin que un fiscal investigue de oficio si se trató de una falsa denuncia, y sin que la propia víctima de esa denuncia quiera seguir lidiando con abogados, por lo que no suele iniciar una nueva acción legal para evidenciar que la denuncia era falsa.
— Sí, digamos que el varón denunciado cuando logra ser absuelto queda tan hastiado de la justicia que no demanda a la falsa denunciante...
— Sí, por otra parte, asociaciones como Infancia Compartida también muestran cómo los hombres en este tipo de situaciones sufren la obstrucción del vínculo con sus hijos, padeciendo la negligencia de los juzgados, que a menudo demoran más de la cuenta en autorizar su reconexión con el menor. En su libro Hienas, la abogada Patricia Anzoátegui describe cómo hay abogados y psicólogos cómplices de las falsas denuncias, cómo en el tratamiento psicológico del niño es fácil interpretar dibujos como indicios de abuso cuando se tiene ese único objetivo. Es un ejemplo de sesgo confirmatorio, una distorsión en la que se busca confirmar hipótesis previas, desestimando lo que las refuta. Muchas veces este informe privado no coincide con los estudios del cuerpo médico forense, que no encuentra indicadores. Esto debería cambiar, los abogados y psicólogos de la persona mentirosa que denuncia deberían ser denunciados por faltar al código ético. No es verosímil que todos los abogados y psicólogos contratados por quien hizo una falsa denuncia ignoren la verdad. Deberían responder solidariamente por el daño a los hijos y al progenitor inocente.
— Ahora bien, muchas feministas sostienen que esta priorización de la madre en la tenencia de los hijos es también un rasgo del patriarcado. ¿Está de acuerdo?
— En El segundo sexismo, el filósofo sudafricano David Benatar llamó “inversión” al hábito del feminismo hegemónico de dar vuelta las tragedias en las que la victimaria es una mujer en la pretensión de que las únicas víctimas sean las mujeres. Si un hombre y una mujer se disputan la tenencia de su hijo, y los jueces casi nunca fallan en favor del hombre, esa discriminación no la sufre la mujer, por tanto, no es patriarcal, en particular si definimos al patriarcado en su sentido moderno, tal como lo entendieron las feministas radicales de los sesenta, como una suerte de confabulación de los hombres destinada a perjudicar a las mujeres.
— ¿Cómo cree que operaron esos enfoques o perspectivas en el caso de la muerte de Lucio?
— Muchas notas y tweets como el de la diputada Ofelia Fernández sostienen que este crimen será utilizado por los medios y el público para canalizar el “lesboodio” y el antifeminismo. Pero el hecho de que las victimarias sean feministas y publicitaran en las redes mensajes en contra de la violencia de los hombres, o el hecho de que sean lesbianas, es irrelevante para el delito. En cambio, los sesgos de la “perspectiva de (un) género” en el funcionamiento de la policía y del derecho de familia sí lo son: el sesgo automático a favor de la madre y de la mujer denunciante, la falta de investigaciones de oficio para evaluar la posibilidad de denuncias falsas o de maltrato infantil. En este caso ocurrió en dos momentos: en el conflicto entre la madre y el tío por la tenencia, y en la llamada de la vecina que informó a la policía el maltrato que padecía el niño.
— ¿Qué opina del eslogan “yo te creo, hermana”?
— Ese eslogan se origina en un profundo desconocimiento de la psicología científica. Si las mujeres no mintieran, no serían seres humanos.
— En su último libro, El Patriarcado no existe más, usted afirma que las mujeres también son violentas. Que el hombre mata más porque tiene más fuerza. ¿Existen cifras comparadas?
— Según las Estadísticas criminales del Ministerio de Seguridad del 2018, en la Argentina fueron asesinados 2010 hombres y 248 mujeres si sumamos los ámbitos público y privado. Si hablamos de homicidios que tienen lugar en el ámbito privado, ahí es mucho más difícil obtener cifras comparativas, porque suelen contar solo a las víctimas mujeres. Utilizando estadísticas de 10 países europeos, un estudio de Consuelo Corradi y Heidi Stöckl de 2014 subraya la influencia que tuvieron los movimientos feministas para lograr que la recopilación de datos de organismos públicos se centrara más en los homicidios de mujeres que en los de hombres. Ahora según datos del 2017-2018 del Servicio Penitenciario Bonaerense, en ese periodo hubo 159 mujeres y 43 hombres asesinados en el ámbito doméstico, una proporción de cuatro a uno. Hay muchos estudios que muestran que el hombre pega más, y muchos que muestran que la mujer pega más. Entre estos últimos, cabe destacar “Violencia física en el noviazgo”, de la investigadora del Conicet Karin Arbach, publicado en 2015. Un trabajo de Galban del 2014 muestra evidencias de que las motivaciones para asesinar no difieren en hombres y mujeres: celos, interés económico, problemas vinculados a la educación de los hijos y, en términos generales, falta de herramientas para la resolución de conflictos son los más frecuentes.
— Esto confirma algunas de las cosas que se dicen sobre las estadísticas, como que es la primera de las ciencias inexactas...
— Bueno, la unificación de categorías tan diversas en una sola palabra, “violencia”, en ocasiones podría confundir más que echar luz a un tema tan complejo, en particular cuando las encuestas dan a conocer sus resultados a la prensa, sin que los titulares de las noticias aclaren de qué tipo de conducta se trata. Según el último relevamiento global de las Naciones Unidas del 2013, el porcentaje de homicidios que tienen como víctima a un varón y que suman los que tienen lugar en ámbitos públicos y privados asciende al 83,6% en Argentina, y en países con menos desigualdad es un poco inferior: en Australia es de 67,3 %, en Bélgica de 56,6. Si hablamos de homicidios que tienen lugar en el ámbito privado, ahí es mucho más difícil obtener cifras comparativas.
— Otra cifra tabú es la de los filicidios. En su libro afirma que son más las mujeres que matan a los hijos que los hombres. ¿En qué proporción es así?
— En mi libro consigné estudios como el de Putkonen y colegas del 2010 que mostraban que había más perpetradoras mujeres. Estudios posteriores como el de Brown, Bricknell y otros del 2019 consignan que hay más o menos la misma cantidad de filicidios perpetrados por hombres y por mujeres. Estas víctimas, los niños, así como los ancianos y los hombres, no figuran de manera destacada en la agenda pública, si comparamos el espacio que ocupan en relación a la mujer.
— Usted viene de la filosofía. Recientemente cursó materias de Derecho y decía que eso le ayudó a tener otra perspectiva sobre los casos. ¿Podrías precisar un poco más eso?
— Me refería al derecho en general, a los magros conocimientos que sobre él tiene la ciudadanía, que a menudo opina sobre los casos por el relato que hacen los medios, que no suelen basarse en la lectura de las sentencias judiciales. Por ejemplo, nuestro código penal describe a la legítima defensa como una conducta muy acotada que debe darse en condiciones muy puntuales como la inmediatez de una agresión o la respuesta proporcional. Sin embargo, muchos entienden que si una persona es atacada, el que se defiende tiene derecho a hacer cualquier cosa porque no fue él quien inició la agresión. Diversas materias que cursé en la carrera de derecho de la UBA incluyen textos muy sesgados en relación al género. Algunos incluso califican como legítima defensa que una mujer asesine a un marido violento cuando él duerme y la vida de la mujer no peligra en absoluto, y diversas abogadas feministas buscan que se legisle para que cuando la mujer -y no el hombre- padece este tipo de agresiones, la legítima defensa incluya casos como el que describí en el ejemplo. Se está formando a toda una generación de abogados en el quebrantamiento de garantías constitucionales como la igualdad ante la ley o el derecho a una legítima defensa.
— Justamente usted decía en una charla anterior que el feminismo se lleva puestos muchos principios elementales del derecho...
— Sí, el mayor riesgo es la implementación del derecho penal de autor, en el que no se focaliza la atención en la conducta sino en el tipo de persona que la perpetra (hombre, mujer, judío, musulmán, etc.). Los pilares de la democracia se ven afectados cuando el “yo te creo hermana” invierte la carga de la prueba y el hombre es considerado culpable por el mero hecho de serlo, afectando la presunción de inocencia, el derecho al honor mediante los escraches y el de una legítima defensa.
— Usted sugería que en vez de Ley Micaela, de capacitación en perspectiva de género, debía haber una capacitación en protocolos de actuación ante violencia doméstica. ¿Ve una concientización en la sociedad o en los políticos como para que podamos llegar a eso?
— El camino para enfrentar la violencia es indirecto. Los países con menos homicidios de hombres y mujeres son aquellos que tienen menores niveles de desigualdad económica y social, donde hay altos índices de escolaridad y de matriculaciones universitarias. La mayor parte de las personas que habitan nuestras cárceles no terminaron el colegio secundario. Esto podría estar vinculado con el hecho de que los delitos de guante blanco protagonizados por los ricos no son castigados del mismo modo que los que afectan a los pobres. Pero también es muy probable que refleje que. si bien la educación formal no es garantía de nada, vuelve más probable la posibilidad de gestionar el conflicto con palabras, sin apelar a la violencia física. También puede haber fallas en los mecanismos preventivos: en el caso Lucio hubo un aviso a la policía pero la información no generó investigación. Hay instituciones o teléfonos a las cuales puede recurrir una mujer maltratada, pero no existen análogos para los niños, ancianos y los hombres maltratados.
— ¿Qué pasó con la Ley Alejo?
— En relación a la Ley Alejo, por ahora veo que está en una etapa de concientización de la ciudadanía, con el diputado Eduardo Cáceres como uno de sus promotores más activos. La Ley Alejo busca modificar la Ley Micaela al considerar que esa capacitación obligatoria sobre desigualdades de género en la función pública está dada solo desde “la perspectiva de las mujeres”. Por eso focaliza en tres problemáticas que aquejan principalmente a los varones: una es la dificultad para denunciar en organismos competentes, por un lado porque tienen vergüenza de hacerlo, y por el otro porque a menudo en la comisaría se ríen de ellos o los tratan de “poco hombres”. La segunda motivación es la de poner un freno a las denuncias falsas que mayoritariamente padecen los hombres y a lo que ya me referí. Y la tercera razón que mueve al proyecto de ley es la obstrucción del vínculo con los hijos, en particular cuando se separa el matrimonio, algo que padecen los hombres en mayor medida. La Ley Alejo instauraría líneas telefónicas de ayuda gratuita, comisarías especializadas y un observatorio para estudiar los problemas particulares de los hombres.
— ¿Qué repercusiones tuvo su libro sobre el Patriarcado? Sobre su no existencia, mejor dicho...
— Por suerte muy buena, en parte gracias al apoyo de periodistas que no le dan la espalda a los temas políticamente incorrectos y que no subestiman tanto a la mujer como para considerarla una eterna víctima. Por parte del feminismo hegemónico no he tenido ningún tipo de respuesta. Muchas de sus líderes son más proclives a “cancelar” disidentes o a ignorarlas antes que a iniciar un diálogo racional respaldado por cifras y argumentos. Por suerte la literatura crítica del feminismo hegemónico ya es voluminosa en todo el mundo, y en nuestro país se enriquece con los aportes de Patricia Anzoátegui y Nancy Giampaolo, que también publicó un libro titulado “Feminismos: liberación o dependencia”, en el que refiere a la cultura de la cancelación, el escrache y el punitivismo.
— ¿Qué balance hace de estos dos años de un gobierno que empoderó al feminismo no científico -por llamarlo de algún modo- o feminismo mainstream -no por mayoritario, sino por su influencia-, en cuanto a logros para la mujer y, por ende, para toda la sociedad?
— Celebro que se haya sancionado el aborto legal y gratuito en la Argentina, que representa la vanguardia latinoamericana en este dominio. También la ley de cupo trans, un colectivo que históricamente ha tenido grandes problemas para encontrar trabajo. Por lo demás, veo un despilfarro de dinero público en ministerios nacionales y regionales de la mujer que considero innecesarios. Basta ver lo que publican en las redes: se la pasan de reunión en reunión sin mostrar logros que justifiquen semejante dispendio en un país con 40% de pobreza. Tienen un marco científico constructivista que resulta inadecuado para hacer buenos diagnósticos sobre los problemas de la mujer, y a partir de diagnósticos incorrectos se derivan políticas inadecuadas como los cupos laborales para músicas mujeres o para camioneras. Si hay menos mujeres u hombres en determinadas profesiones, la mayoría de las veces esto no es resultado de la discriminación. Hay que tener en cuenta otras hipótesis, en las que se combinan factores biológicos y culturales. Tal como busqué mostrar con base empírica en mi último libro, El patriarcado no existe más, no hay una discriminación sistemática contra la mujer, lo que no niega que puedan perdurar conductas sexistas. También señalé, en consonancia con la investigación publicada por Stoet y Geary en 2019, que hay q dejar de considerar sinónimos “discriminación de género” y “sexismo contra la mujer”. La discriminación contra el hombre existe, y en la mayoría de los países occidentales supera a la de la mujer, tal como muestra este estudio hecho en 134 países.
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