“A muchos heterosexuales no les gustan realmente las mujeres”, le dijo Lucía Lijtmaer, divertida, después de correr y sudar a la salida del gimnasio, entre la complicidad y las endorfinas, a su compañero de trote sobre un muchacho que les parecía atractivo.
El chiste tenía su profundidad sobre los varones que dicen gustarle las mujeres pero que su universo es exclusivamente masculino (salvo en la cama y vamos a ver si es verdad que la cama puede ser una isla aislada del universo). “Muchos heterosexuales no tienen amigas, no citan a mujeres entre sus preferencias culturales, no hay señal de mujeres en su vida diaria”, continúo Lucía. A su amigo –que sí tiene amigas y sí la cita- le pareció gracioso y lo subió a Facebook.
Pero la chanza tuvo su contrapartida. La empezaron a criticar por meterse con los varones heterosexuales. Le decían que si no se daba cuenta de lo injusta que era con los muchachos y que no todos los hombres (not all men) son iguales.
El intercambio mostraba un cambio de época después de un cambio de época. O sea, ya podemos declarar que pasada la interpelación feminista sobre las conductas sexuales y amorosas de los varones (que duró cinco minutos en la historia) ahora la interpelación es a las mujeres que siguen -como si fuera una moda que ya está pasada- interpelando a los varones.
#ElTiempoEsAhora fue la consigna de entender que era el tiempo de hablar y de contar abusos, acosos y violencias. Y de plantar para poder hablar libremente de deseos. Desde el 2015 (con el auge de #NiUnaMenos en Argentina), 2017 con #MeToo y, en 2018, con la marea verde latinoamericana y el #Cuéntalo en España, fue tiempo de cuestionar el poder masculino inquebrantable a lo largo de la historia.
Pero ahora es como que quieren hacer sonar el timbre del recreo y decir que volvamos a las aulas que los señores se quieren volver a poner frente al pizarrón y explicarnos de qué se trata la vida, ponernos sanciones si nos portamos mal y las buenas alumnas decirnos que nos alistemos el guardapolvos que lo de cuestionar y gozar ya estuvo y que ahora todo vuelve a la normalidad.
Ah y que si nos quejamos somos quejosas, si nos ofendemos porque nos ofenden somos ofendiditas y que si nos angustiamos porque nos violentan somos dramáticas. Y que nosotras también somos malas. Así que basta de seguir criticando.
La anécdota del varón en el gimnasio derivó en un libro Ofendiditos, sobre la criminalización de la protesta, editado por nuevos cuadernos Anagrama (que se puede conseguir en Argentina) y que post pandemia (donde el fenómeno de criticar a las ofendiditas se acentuó) se convirtió en un boom que va por la séptima edición.
“¡Ah, feminismo trucho!”; “¡Nos vienen a censurar!”; “¡No podemos acomodarnos en el subte!”; “¡No podemos decir nada!”; “¡Ya no se puede hablar!”; “¡No te podés pelear con tu esposa!”; “¡Ahora hay que pedir permiso para todo!”; “¡No se puede piropear en la calle!”; “¡Para tener sexo hay que ir a un escribano!” son algunas de las quejas machistas contra los reclamos de las mujeres y diversidades que victimizan a los machistas como censurados y ponen a las feministas como censuradoras.
Así, contra esta corriente, escribe Lucía Lijtmaer. Ella vive en España. Pero nació en Buenos Aires, en 1977. Su papá y su mamá se exiliaron en España. Creció en Barcelona, es escritora y crítica cultural. Es autora de la crónica Casi nada que ponerte y el ensayo pop Yo también soy una chica lista. Además acaba de ganar el premio Ondas (similar al Martín Fierro) por el podcast Deforme semanal, junto a Isabel Calderón.
Lucía es una de esas voces que hablan desde el lugar en el que todo retumba, pero que sigue escuchando los ecos del sur aunque el primer mundo lo mira desde arriba y ella, en cambio, lo mira desde una raíz que combina ahora todos los mundos y amplía la mirada de su gimnasio al mundo. Y encima sabe del Wandagate (cree que “todas fuimos alguna vez la China”) y musicaliza su podcast con Charly García.
— ¿Cómo es tu raíz argentina?
— Mis padres se exiliaron cuando yo era un bebé y fueron a Barcelona donde crecí y estuve hasta los últimos seis años que me mudé a Madrid. Así que por ahí me sale algún tonito de hablar con mis padres (risas) y está todo mezclado y cuanto más mezclado, mejor.
— ¿Cómo es tu relación actual con Argentina?
— Mi relación con Argentina es familiar y sigo los debates políticos, de cultura popular y las cuestiones de género. Argentina es mi casa. Es mis abuelos, los viajes que hacía durante mi infancia a Santa Fe que es de donde es mi familia, el acento de mis padres. Tengo una relación íntima con Argentina que es algo muy lindo. Y hay una resonancia muy fuerte con las mujeres y las disidencias que tienen una lucha histórica, fundamental e importantísima.
—En el norte rige un eurocentrismo muy fuerte que niega la fuerza de los movimientos de latinoamericanos. Vos junto a otras escritoras españolas, en cambio, le dan gran valor al fenómeno de la narrativa feminista argentina. ¿Cómo se da esa diferencia?
— Vosotras sois un faro que os sigo y admiro. En casa compartimos un montón La revolución de las hijas. Los movimientos por los derechos de las mujeres son trasnacionales y, también, es trasnacional la contra oleada (después de las olas feministas) que estamos viviendo de la ultraderecha en Argentina, en España, en Irlanda, Polonia y Hungría.
— ¿Cuáles son las alternativas ante este fenómeno global?
— Vemos que nos enfrentamos a retrocesos de los derechos y tenemos que tejer alianzas, cuantas más mejor, para también huir de esa especie de elitismo que se le está achacando a parte del feminismo y que tenemos que combatir todas.
—¿Qué quiere decir “Ofendiditos”?
—En el libro busco la genealogía de los términos porque asistimos cada vez más a una incorporación de términos que nos atraviesan. Ofendiditos, en España, es una traslación directa del snowflake que usa la ultraderecha estadounidense.
— ¿Qué es snowflake?
— Snowflake quiere decir copo de nieve. Lo usa Donald Trump y la ultraderecha para hablar de la generación millennial que se ofende de todo.
— La idea es que hay una generación de cristal que se ofende de todo y que, por la culpa de esa fragilidad, ya no se puede decir nada…
— Exactamente, que se ofende de todo. Entonces, hay que ver por qué de repente tenemos la palabra ofendiditos, por qué se tacha a las feministas de puritanas cuando sabemos perfectamente que la historia del movimiento dice absolutamente lo contrario. Esto viene desde los años 70´, de los grandes lobbies en los que invierte la ultraderecha para dar una respuesta a la progresía en las universidades y responder con un discurso que ahora viene primando muy fuerte para coartar todos estos movimientos sociales, feministas y antirracistas como #BlackLivesMatter.
— ¿Qué tienen en común los movimientos sociales a los que se quiere contrarrestar?
— Son todas organizaciones que vienen desde la base. Se los busca coartar a través de un discurso totalmente criminalizador de nuestra capacidad de organizarnos en las calles y en organizaciones de base. No es casual que veamos en España la Ley Mordaza, que aprueba el Partido Popular en 2013, contra el derecho a la manifestación que está siendo cada vez más coartado en Europa y en Latinoamérica.
— ¿Cómo se intenta coartar al feminismo desde el discurso?
— Hay un repliegue hacia los límites que ponemos a la violencia queriéndonos decir “ustedes son puritanas y entonces con ustedes no se va a poder coger más” cuando, en realidad, decimos “sí queremos coger, pero no que nos violen o que nos maten”. Pero se intenta endilgar este concepto de puritanas, moralistas o discriminadoras.
— En Ofendiditos te preguntas: “¿Nos invade una oleada de neo puritanismo? ¿Se instaura el triunfo de la corrección política? ¿Asistimos a un cambio de paradigma moral, al triunfo de la censura y la auto censura? ¿O acaso lo que se está produciendo es una descalificación y hasta criminalización de la protesta?”. Entonces: ¿Hay más censura o hay más libertad para censurar?
—Este fenómeno se da porque para generar un demonio hay que equipararlo, generarle la misma validez y darle una especie de superioridad empoderada que implica que eso puede generar una censura política y social. Hay que desmontar esta idea de la feminista censora porque es mentira. Lo vimos cuando Woody Allen no sacaba sus memorias en España. En realidad, se la iba a publicar una editorial y al final se la publicó otra. No era censura, no hubo ningún problema. Entonces hay un fantasma del feminismo censor que se desmonta muy fácilmente cuando analizas en cada caso. Entonces lo que hay que hacer también es armarse de razones porque estamos hablando de fake news directamente.
— ¿Qué pasa cuando hay cuestionamientos a figuras culturales, deportivas o políticas con denuncias de abuso sexual?
— Podemos debatir ¿no? Podemos replicar a las construcciones culturales que nos hemos comido diariamente en la televisión y en el cine. Podemos resignificarlas. Pero para eso también tenemos que poder hablar de ellas, analizar y leer constructivamente o ver películas o leer comics. Eso no nos convierte en censoras, en todo caso nos convierte en gente que debate constructivamente.
—Uno de tus capítulos del libro se titula “Lo políticamente incorrecto, the filtre is nazi”. ¿La corrección política es un mito o la incorrección política es una nueva forma de autoritarismo?
— Cuando veo a una persona que, en Twitter, tiene en la bio “políticamente incorrecto” ya sé a quién me estoy enfrentando porque suele ser un ultra derechista.
— ¿Qué es la corrección política?
— La corrección política proviene de una construcción imaginaria que se creó a partir de textos en los años 90, de la idea de que hay un mundo seudo hippie en San Francisco que es ecologista, que es igualitario, que es queer, en el que no te dejan pensar como un macho rebelde que quiere seguir viviendo como vivía hasta ahora y que ya no puede hacer los chistes que hacía antes.
— ¿La reivindicación de lo anti políticamente correcto es de derecha?
— La ultraderecha está muy organizada, sus lobbies son muy parecidos en el mundo entero y tienen exactamente las mismas consignas. En España el discurso de homofobia provoca violencia homófoba o racista y en Italia, donde gobierna la ultraderecha, se quintuplican los ataques racistas y homófobos. Por eso, creo que hay que hacer una organización global antifascista y feminista.
— ¿Qué pasa cuando el anti feminismo no viene de la derecha sino de sectores progresistas, populares o de izquierda?
— Hay un fascismo obrerista que apela a un pasado nostálgico que fue mejor donde los hombres eran hombres, las mujeres eran mujeres, estaban en la casa o en la fábrica y que todos teníamos un salario más digno y todos podríamos comprarnos una casa. Es un discurso con un tipo de perversión que es nacional y popular, pero de derechas y que cala de una manera más fácil que el elitismo de VOX o de (Jair) Bolsonaro que apela a una élite que no tiene tanto calado en los barrios populares. Hay que tener en cuenta que esto va a pasar porque viene por oleadas. Y que lo que estamos viviendo es una contra oleada contra el feminismo. Entonces, desde la base, desde la organización y desde la divulgación, hay que defendernos para que no se nos genere esta idea de “que pesadas somos que siempre estamos con el mismo tema”.
— ¿Qué le reclama esta izquierda machista a las mujeres?
-La oleada neo conservadora toma formas de izquierda que apela a una tradición de valores o supuestamente obrerista y le pide a las mujeres que se queden en casa o que sean buenas izquierdistas, que no reclama cosas posmodernas o de la teoría queer, que realmente no es importante y que pida cosas que sí sean verdaderamente importantes. Este fenómeno es relativamente nuevo y muy peligroso porque es una alianza neo conservadora que se dice de izquierda que ignora la lucha con las identidades y las opresiones.
— ¿Hay una relación entre esta izquierda machista y varones que se nombran progres, populares o de izquierda pero que tienen conductas de destrato o de desaparición en las relaciones amorosas y que las justifican banalizando los reclamos feministas?
— Por supuesto que hay una relación entre la queja de que ya no se puede decir nada ni hacer los chistes que se hacían antes y que la amenaza a la libertad de expresión viene de parte de las mujeres censoras. Hay un macho ofuscado con todo lo que hemos conseguido.
— ¿Hay una tensión entre quienes se proclaman nostálgicos del pasado y quienes demandan un futuro más igualitario?
— Totalmente. A mí cuando me dicen de jugar al juego de en qué era te hubiera gustado vivir, en el siglo XVII, XVIIII, pregunto: “¿Cómo? ¿Si era un hombre blanco o si era cualquier otra cosa?”. Ahí ves claramente que no todo pasado fue mejor, lo que sí fue es anterior.
— ¿Por qué el libro salió en 2019 y tiene tanta repercusión dos años después?
— Después de la pandemia tuvo un repunte y creo que es porque se concretaron y son más evidentes las cuestiones de las que hablaba en el libro: la violencia homofóbica, un movimiento transexcluyente y un discurso de odio.
— ¿Qué lazos ves del libro con Argentina?
— Hoy los fenómenos son globales porque responden a populismos de derechas muy autoritarios y contrarios a cualquier disidencia y diferencias. Después de una gran oleada por los derechos de las mujeres en Argentina e Irlanda hay una contra oleada neo conservadora, con sus propias idiosincrasias, pero con algo común: se quiere instalar la idea que las feministas ya tuvimos nuestro momento y que ahora toca callarse un poco y quedarse en casa.
SEGUIR LEYENDO: