“¿Cuánto falta, profe?”, preguntaban cada medio minuto. La ansiedad se apoderó del quinto grado mientras el papel estaba sumergido en el líquido que, lentamente, comenzaba a revelar las imágenes que ellos mismo habían tomado horas antes. Pero no lo habían hecho con cámaras fotográficas sino con latas de duraznos que ellos mismos habían convertido en sus cámaras de fotos.
Cuando por fin quedó completamente estampada, hubo miradas de asombro y los gritos de incredulidad se mezclaron con la emoción de Lucas Cooper, el profesor, que les explicaba lo que estaba pasando en el interior de la caja por la que espiaban y que hacía de cuarto oscuro.
“¡Para ellos fue ver magia! Tienen 10 años y estaban maravillados, sus expresiones eran asombrosas”, cuenta emocionado el docente de 35 años sobre la experiencia que compartió con sus alumnos de la escuela Nº 9 “Juan B. Azopardo” de Santa Elena, Entre Ríos. “Muchos ni siquiera había visto una foto impresa, excepto alguna colgada en la casa de sus abuelos, y no entendían cómo antes había fotos si no había celulares”.
La idea nació cuando la escuela comenzó a organizar los preparativos para celebrar los 150 años del pueblo y a Lucas le tocó seleccionar las viejas fotos en blanco y negro del lugar. “Los chicos estaban intrigados. No entendían por qué había tantas y encima en blanco y negro. Y uno de los nenes me preguntó cómo se hacía una foto... ahí entendí que debía responder esa pregunta haciéndolos vivir la experiencia”, reconoce Lucas a Infobae.
La experiencia
Lucas Cooper se recibió de fotógrafo en 2014 y estudió Educación Tecnológica en la Facultad de Ciencia y Tecnología de la Universidad Autónoma de Entre Ríos. Para él haber podido realizar la actividad con sus alumnos significa una doble satisfacción porque siente que, como profesor, los acercó al mundo de la fotografía que ellos desconocían y, por otro lado, el proyecto continuará en toda la escuela por la repercusión que su idea tuvo en la ciudad.
“Lo que hicimos fue una cámara estenopeica que nos introduce a esta cosa primaria de la fotografía que es fascinante. A ellos les gustó poder trabajar y jugar con materiales nunca vistos como papel fotosensible, con una lata de duraznos y cajas oscuras que también armamos para hacer cuartos de revelado ambulantes”, dice sobre el proceso que les llevó dos semanas.
Con la idea en su mente, les pidió que buscaran en casa una lata de durazno, que la limpiaran, pintaran su interior con pintura negra y que le hiciera un pequeño orifico en el medio. “Por fuera las decoraron como quisieron. ¡Imaginate lo que fue para ellos hacer esto, que son de la generación digital que creció con un smartphones en la mano para no aburrirse”, dice el docente que estuvo acompañado de la maestra Ivana Martínez Larragueta, encargada de armar los instructivos del procedimiento y calmar la ansiedad de los chicos.
Una cámara estenopeica, o cámara fotográfica sin lente, consiste en una caja o elemento con solo un pequeño orificio por donde entra la luz y un material fotosensible donde se estampa. Para que ello ocurra es necesario que esta apertura sea muy pequeña (el tamaño del agujero de un alfiler) y que esté tapada para no permitir el ingreso de luz cuando no se toma la imagen. Los catorce niños utilizaron una lata de durazno y una de gaseosa para cubrir el agujero.
“A medida que les explicaba qué es la fotografía, cómo se hacía antes y cómo es ahora, más entusiasmo mostraban. Les conté que todo lleva su tiempo, cuántos segundo tenían que dejar la lata destapada, por qué ese tiempo y no más ni menos. Cuánto tiempo necesitaba cada papel en el líquido, todos los detalles. El día que salimos a hacer las fotos juntos, cruzamos frente a la escuela y fuimos a la placita donde tomaron fotos de las hamacas y los juegos, una vez que encontraron qué fotografiar contamos en voz alta hasta veinte y así se hizo la foto”, detalla Cooper.
Hasta ese momento, si bien todo les resultaba novedoso, había mucha calma y concentración. La ansiedad llegó cuando regresaron al aula y debieron revelar sus fotos.
“La primera foto a revelar fue caótica porque solo cuatro podían mirar por las ventanitas y los demás estaban ansiosos y preguntaban: ‘¿Cuánto tiempo faltaba para ver la foto, profe?’ -se ríe-. Cuando comenzó a revelarse todos querían ver al mismo tiempo... ¡Era increíble la ansiedad que se manejaba en ese momento! Ellos se mueven en la inmediatez, todo es para ya y ahí no tenían más remedio que esperar! ¡Fue tremendo!”.
Cooper, entusiasmado por lo que vivió, detalla: “Asomaban sus ojitos por las pequeñas ventanas hechas a los costados de las cajas y gritaban: ‘¡Mirá, miráááá!’. Y los que estaban aguardando para revelar su foto, decían: ‘¡Profe, quiero ver yo!’. Cuando tenían las fotos ya seca, querían llevarse su copia, pero tuvieron que esperar a que termine la exposición que se hizo en la escuela por el aniversario del pueblo. Las mostramos el viernes pasado y fue increíble la devolución”.
El proyecto no terminó allí. La semana próxima, los propios niños serán los encargados de mostrarle a los grados más grandes cómo se pueden tomar fotos con esos elementos.
Feliz por los resultados, Cooper cuenta que ya tiene cámaras analógicas para llevar a la institución para seguir trabajando sobre el proceso de la fotografía.
“Luego haremos fotos con rollos, el revelado con químicos y lo que sigue, para que puedan vivir el proceso completo de la fotografía”, adelanta.
Si bien a los padres les encantó el trabajo y recibió muchos mensajes positivos, lo que lo conmovió fue lo que vivió en con sus alumnos.
“Ver la cara de esos nenes y nenas para mí fue hermoso. Fue un honor. Nada me haría más feliz que cruzarlos en unos años y que me digan: ‘¿Se acuerda profe de cuándo revelamos las fotos?’ Y si veo alguno haciendo fotos con una cámara, me muero de felicidad”, finaliza.
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