Hacía dos días que Cristóbal Colón ni su tripulación descansaban. La noche del 24 de diciembre de 1492 dejó el mando a Juan de la Cosa, un vizcaíno que era propietario de la carabela Santa María, y se fue a dormir. El almirante no sabía que a cargo del timón había quedado un grumete casi sin experiencia. Era una noche tranquila, con mar calmo y navegaban en dirección a la isla La Española, para conocer al cacique Guacanagarí. Colón creía que ese archipiélago había un yacimiento de oro. La marea estaba alta, y cuando vieron un arrecife de coral y el propio grumete dio la voz de alarma, ya era tarde.
El daño que sufrió el buque fue irreparable.
Alrededor de la Santa María reina el misterio. Desde dónde fue construida, qué tipo de barco era y dónde están sus restos. Pudo haber sido hecha en Galicia, o en el puerto de Santa María, o la versión más firme es que salió de los astilleros de Falgote, en Colindres, ubicado en Cantabria. También se discute si era una carabela o una nao y aún es una incógnita donde permanece el pecio.
Se sabía que tenía una eslora de 23 metros, que constaba de tres mástiles con velas cuadradas, y que la mayor lucía una enorme cruz roja. Tenía una tripulación de 39 hombres y podría transportar hasta 51 toneladas de carga.
La cabina de Colón estaba en el castillo de popa. Debajo se había abierto un hueco para otro oficial, por el poco espacio que había. El castillo de proa era usado para depósito de velas, cuerdas y otros elementos. No había lugar para dormir para los navegantes, que lo hacían dónde podían y si había buen tiempo, lo hacían en la cubierta.
Había sido bautizada como “La Gallega” y Colón la transformó en su nave insignia. Para su propietario, el navegante y cartógrafo Juan de la Cosa, fue su primer viaje como maestre. La Santa María sería el único barco que no regresaría a España.
Colón se había propuesto recorrer la costa de la isla La Española, más aún cuando vio que los indios taínos lucían oro. El propio cacique Guacanagarí le había enviado, en señal de amistad, una máscara de ese metal, con orejas, lengua y nariz macizas. Estaba urgido en hallarlo, no solo para su fortuna personal, sino por el temor de que Pinzón lo encontrase antes y volviese a España con toda la gloria.
Le convenía navegar de noche, cuando tenía vientos de tierra y no del mar, mucho más fuertes. Pero viajar en la oscuridad corría el riesgo de chocar con rocas, peñascos o toparse con un banco de arena.
Toda la tripulación estaba exhausta y en un momento el timonel le confió al grumete la inmensa barra del timón. hasta que ocurrió lo inevitable.
Cuando encalló y todos pusieron manos a la obra para salvar la nave, De la Cosa abordó una chalupa y abandonó el barco, con el pretexto de ir a pedir ayuda. Colón ordenó tirar la carga que no fuera esencial y hasta hizo cortar el palo mayor. Aún así, debió abandonar a la Santa María.
El naufragio fue frente a Punta Santa, hoy Bahía del Cabo Haitiano, en el norte de ese país. Fue al socorro Vicente Yáñez, a bordo de La Niña. Con la ayuda de los aborígenes del lugar, que le decían a los barcos “casas en el agua”, trasladaron a tierra la carga.
Como el barco era inservible, se usó la madera para construir el Fuerte Natividad, que se transformó en el primer asentamiento español en América. Fue levantado en la costa norte de la Española, en la Navidad de 1492, justo frente a donde había sido el naufragio, entre la desembocadura del río Guárico y la Punta de Picolet, costa noroccidental de Haití.
Durante nueve días, Colón hizo desmalezar el terreno y quitar los árboles. Sus hombres cavaron un foso exterior y para cuando Colón partió a España el 4 de enero de 1493, el fuerte contaba con precarias cabañas de madera y una torre fortificada. Hizo excavar bodegas para guardar las provisiones y semillas de cereales para la siembra.
Quedaron al cuidado del fuerte 39 hombres, al mando de Diego de Arana. Igualmente, esos hombres iban a quedarse sí o sí, ya que no había lugar para ellos en La Pinta y en La Niña.
Tenían víveres suficientes para sobrevivir hasta que Colón regresase. Les dejó el mandato de buscar el oro, ya que el cacique le había asegurado que en las cercanías había una mina. Pero afloraron las divisiones entre el grupo. Algunos fueron a pactar con una tribu caníbal, y terminaron asesinados. Otros entraron en conflicto con los indígenas amigos, al no respetar ni sus propiedades ni sus mujeres, y corrieron la misma suerte que sus compañeros.
Mientras tanto en España, Colón le contó a los reyes acerca de las tierras que había conocido y los entusiasmó con que además había colonizado. El 28 de noviembre de 1493, en su segundo viaje, esta vez lo hizo con una expedición más numerosa, Colón regresó al fuerte. Lo encontró incendiado y sus ocupantes habían sido asesinados. No llevaban muertos más de un mes. Fueron enterrados en ese lugar.
De la Cosa había quedado como el culpable del naufragio, y lo acusaron de no haber hecho lo suficiente para salvar la nave. Sin embargo, cuando regresó a España, los reyes lo compensaron económicamente, y además lo eximieron de pagar impuestos en el traslado de mercaderías desde Andalucía a Vizcaya.
Historiadores y arqueólogos sostienen algunos restos de la Santa María, como madera que no se pudo rescatar y las balas de piedra y de plomo empleadas como lastre se hallan enterradas bajo cinco metros de sedimentos. Por años se estudiaron mapas antiquísimos, se compararon con cartografía moderna y se leyeron memorias y testimonios. En 1991 científicos españoles estuvieron por iniciar las complicadas excavaciones, que requieren de un drenado, pero todo se frenó y debieron abandonar el país cuando los militares derrocaron al presidente haitiano Jean Bertrand Aristide.
Colón murió sin saber que había descubierto un continente. Los restos de la nave que usó en su primer viaje también esperan lo mismo, ser descubiertos para terminar con un misterio y transformarse, quizás, en los vestigios más valiosos de la historia.
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