Para la gran mayoría de las Iglesias cristianas comienza a transcurrir el Adviento. Es claro que en un mundo hiperconectado, donde la vida transcurre solo por medio de las pantallas de la computadoras o de los celulares; los tiempos festivos- sean religiosos o seculares- solo son un click en el mouse. Pero el tiempo de Adviento está para recordarnos que alguien se está aproximando, por eso hay que esperarlo. Es como la llegada de alguien muy querido: antes que llegue arreglamos la casa y nos preparamos para su arribo.
¿Qué trata este tiempo litúrgico, que en algunos países también invade a la sociedad civil? El Adviento proviene del latín. Adventus redemptoris significa ‘venida del Redentor’ o también “advenio” que quiere decir “venir, llegar”. Es un tiempo de reflexión, de preparación y espera para la llegada de Jesús, del redentor.
Para los católicos, el año litúrgico culmina con la solemnidad de Cristo Rey y se inicia en el primer domingo de adviento. Consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Lo integran necesariamente los cuatro domingos más próximos a la festividad de la Navidad. Con particularidades litúrgicas propias, prácticamente todas las Iglesias cristianas históricas celebran este tiempo: la Iglesia católica, la comunión anglicana, las Iglesias protestantes (luterana, presbiteriana, metodista, etc. y la Iglesia copta, entre otras.
No se puede determinar cuándo se comenzó a celebrar este tiempo litúrgico. Se carece de evidencia acerca de este periodo especial antes del final del siglo IV. Recién es mencionado en las actas de un sínodo efectuado en Zaragoza en el 380, cuyo cuarto canon prescribe que desde el 17 de diciembre hasta la fiesta de la Epifanía no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia. Existen noticias de que en Galia, san Hilario de Poitiers, en el siglo IV, invitó a los fieles a prepararse al “Adviento del Señor” con tres semanas de prácticas ascéticas y penitenciales. Lo hizo en recuerdo de las tres venidas del Señor: la primera en su revelación a la conciencia, la segunda en su manifestación mediante la ley y la tercera cuando vino por la gracia.
En el siglo V se practicó como tiempo de preparación para la Navidad la llamada “cuaresma de San Martín”, que tomó este nombre porque se iniciaba el 11 de noviembre, día de la festividad de San Martín de Tours. En el mismo siglo aparece la asociación con notas de índole social, vinculando este período con la práctica del amor al prójimo, con énfasis en los peregrinos, viudas y pobres. También se menciona en dos homilías de San Máximo, obispo de Turín (415-466), tituladas “In Adventu Domini”, pero sin hacer referencia a ningún tiempo especial. También existen algunas homilías de san Cesáreo, obispo de Arlés (502-542), en las que encontramos una preparación antes de la Navidad. Asimismo la hallamos en un sínodo efectuado en Mâcon, Galia, en el 581: en su canon noveno ordena que desde el 11 de noviembre hasta la Navidad las celebraciones de la eucaristía serán ofrecidas de acuerdo al rito de Cuaresma.
También varias Iglesias locales hicieron leyes sobre la observancia del ayuno durante este tiempo, que para algunos comenzaba el 11 de noviembre y para otros el 15, aunque lo más común era que fuera al mismo tiempo que el equinoccio de otoño. En otros obispados se prohibía la celebración del matrimonio, bautismos y la dispensa de algunos otros sacramentos. En la Iglesia Griega no encontramos documentos sobre la observancia del Adviento hasta el siglo VIII. San Teodoro el Estudita fue quien habló de las fiestas y ayunos celebrados comúnmente por los griegos, pero no menciona este tiempo. En el siglo VIII lo vemos no como una celebración litúrgica, sino como un tiempo de ayuno y abstinencia que abarca desde el 15 de noviembre hasta Navidad. Posteriormente fue reducido a siete días. De manera similar, los ritos ambrosiano y mozárabe no tienen liturgia especial para el Adviento, sino sólo el ayuno. Fue el papa Gregorio Magno quien estableció el adviento tal y cual lo conocemos hoy día.
Las lecturas que leemos en los diversos servicios litúrgicos giran en torno a la promesa del arribo del Mesías, sobre todo en Isaías. También Juan Bautista fue el precursor, dado que preparó los caminos para la llegada de Jesús de Nazaret y se lo incluye en el segundo y tercer domingo de Adviento en la liturgia católica, anglicana y protestante. La predicación de Juan el Bautista se caracteriza por incorporar la frase del Libro de Isaías “Una voz grita en el desierto: preparen los caminos del Señor, allanen sus senderos” (Mateo 3:3). Esto hace de él una de las personalidades propias de la liturgia del tiempo de Adviento.
Y sobre todo, el personaje sobre el cual gira el Adviento es la figura de la Virgen María. Sola o acompañada por José o Santa Isabel. En referencia a este tiempo de espera surge en España una devoción y advocación de María muy particular: “Nuestra Señora de la O”. Es la celebración de la expectación del parto de Nuestra Señora y fue instituida por el X Concilio de Toledo celebrado en 656. Fue San Ildefonso quien propuso que esta fiesta fuera titulada como “de la expectación del sagrado parto”. No obstante, pronto fue conocida como Nuestra Señora de la O, porque en el oficio de las vísperas, durante este tiempo, comenzaban las siete antífonas, una cada día desde el 17 al 23 inclusive. Todas comienzan con la palabra ¨O¨ de una letra. Es una interjección de la lengua latina, en la cual se leía: “¡O Sapientia, O Adonai, O Enmanuel... veni!” Igual a nuestra admiración “¡Oh!”. Lo interesante es ver cómo se plasmó plásticamente esta advocación mariana. Las esculturas poseen un símbolo para expresar que está encinta y a la expectación del parto: muestran el dibujo de un Sol sobre el vientre de la imagen de la Virgen.
Es importante señalar que la comunión anglicana y las numerosas Iglesias protestantes históricas siguen en la liturgia un esquema de lecturas bíblicas muy similar al de la Iglesia católica luego de la reforma del Concilio Vaticano II. Las diferencias suelen ser menores y propias de las Iglesias particulares de cada región.
Pero hay un símbolo externo de este tiempo litúrgico: la corona de adviento, que simboliza el transcurso de las cuatro semanas de este tiempo. Consiste en una corona de ramas verdes perennes, casi siempre de coníferas, con cuatro velas. Comenzando en el primer domingo de Adviento, el encendido de una vela puede acompañarse de la lectura de la Biblia y oraciones. Durante las siguientes tres semanas se encienden el resto de las velas hasta que, en la semana anterior a la Navidad, las cuatro velas están encendidas. Algunas coronas de Adviento incluyen una quinta vela, llamada “vela del Niño Jesús”, que se enciende en la Navidad. El Adviento coincide en el hemisferio norte con el invierno, con los días cortos y poco luminosos. Fue Martín Lutero el gran propulsor de este objeto, que primero se instaló en los templos. Más tarde se extendió por las ciudades y luego en las casas de los fieles.
Como todo lo relativo a la Navidad, está repleto de símbolos paganos resignificados por el cristianismo. Tal como, por ejemplo, el 25 de diciembre era el día de la festividad romana dedicada al Sol Invictus y vinculada al solsticio de invierno.Cuando se cristianizó la celebración de las Saturnales, la fiesta del Sol fue transformada en la conmemoración del nacimiento de Jesús. En las regiones nórdicas, sobre todo, ya se utilizaban estas coronas de hojas, las cuales se adornaban con luces en espera de la fiesta del Sol. La simbología original está relacionada con la muerte y renacimiento del sol que regresa al concluir el invierno. El círculo como símbolo del tiempo reflejado en el ciclo de las estaciones; las ramas verdes como significando la persistencia de la vida, que también regresará en la primavera y la luz de las velas. El cristianismo transformará estos símbolos dándole otro significado: tres colores litúrgicos se utilizan en la corona de Adviento: el morado -color de profundización espiritual y preparación en las velas correspondientes a las tres primeras semanas de Adviento- y el rosado -mezcla del morado con el blanco, que se usa en la misa del Domingo Gaudete (la tercera semana de Adviento), para indicar la cercanía de Navidad.
El encender semana tras semana los cuatro cirios de la corona significan la progresiva preparación para recibir la luz de la Navidad. La luz que emana de cada vela encendida recordará a los cristianos que Jesucristo es la luz del mundo. Esto se basa en el texto de Juan 8:12: “…Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” También hace referencia al papel que deben jugar los cristianos en la sociedad, según Mateo 5,14: “Ustedes son la luz del mundo… no se enciende una lámpara y para ponerla debajo de una mesa, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos.”
El uso de la corona de Adviento es muy popular en los países nórdicos, en Alemania y en Austria, las cuales son adquiridas por los fieles en los famosos “mercados de Navidad” y hay para todos los gustos y bolsillos. En nuestra región, la Corona queda solo relegada en los templos y se enciende solo en los días de culto.
También en el adviento las iglesias cristianas (católica, anglicana, protestante -luterana, presbiteriana, metodista, etc.-) celebran el Día de Santa Lucía, que significa “la portadora de la luz” en referencia a la luz del sol que vuelve. Sobre todo es una conmemoración muy celebrada por la Iglesia de los países escandinavos, en las cuales en cada parroquia y ciudad eligen a su “Lucía”, para lo cual se postulan las jóvenes. Sobre todo en Suecia, la celebración cobra tintes de festividad nacional.
En algunas regiones del Reino Unido y en los Estados Unidos se utiliza el “calendario de adviento” sobre todo para los niños, aunque en la actualidad los hay para adultos. Es una suerte de cuenta regresiva desde el 1 de diciembre hasta el 24 de diciembre, día de la Nochebuena. Tiene diversas formas, pero todas con ventanas que se deben abrir día tras día para saber cuánto falta para Navidad. Los niños abren una ventana del calendario y descubren una sorpresa o regalo, que puede ser un dulce u otro objeto. Los primeros calendarios de Adviento impresos surgieron en el año 1902, cuando se lanzaron al mercado imágenes de colores para ser recortadas y pegadas en las 24 casillas de una cartulina. Los primeros calendarios con ventanitas incluidas salieron al mercado en 1920, teniendo como sorpresas figuras de cuentos de hadas y de dioses germanos.
Así es como en estos días comienza el tiempo de espera para la celebración de la Navidad. Pero con el consumismo, el “preparar las fiestas” -sumemos a esto el calor sofocante que abraza nuestras regiones; las preocupaciones de fin de año, y demás temas colaterales- el tiempo de adviento, mayoritariamente, queda relegado al templo y a los cultos.
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