A los 37 años un infarto lo volvió a la vida. O, en realidad, lo hizo comenzar a vivir como nunca antes lo había hecho. Juan Ignacio Maggi tuvo poliomielitis a poco de nacer y quedó con secuelas motoras: aprendió a caminar ayudado de bastones, hecho que a los ojos de los adultos que lo miraban en la calle lo convertía en “pobrecito”. Aunque creció con ese estigma, hizo lo normalmente esperable: estudió, se casó, tuvo hijos y fundó su empresa de computación, pero no fue hasta el momento en que su vida pendió de un hilo que entendió que nada de “todo lo que tenía” lo llenaba ni definía como persona.
En el minuto que su vida pasó como una película solo comprendió que ya no sería el mismo. En la nueva búsqueda, y con la recomendación médica de realizar actividad aeróbica para bajar los 19 kilos de más, Jean le pidió ayuda a un amigo deportista de alto rendimiento y con él comenzó a practicar boxeo sobre su silla de ruedas, pero entendió que la cosa no iba por allí. “Vi bicicletas adaptadas, eso te vendría bien”, le contó ese amigo sobre las que había visto en Nueva York donde hacían maratones adaptadas en el Central Park. Al mes tuvo una y encontró aquello que necesitaba. Ese fue el inicio del camino jamás pensado.
“Soy un soñador serial, incansable, más que un deportista”, se define el hombre de 59 años. Participó de maratones, cruzó Los Andes, recorrió más de 20 países en su bici y hasta hizo cumbre en el Himalaya; creó una fundación que lleva su nombre y emplea jóvenes con discapacidad, es astronauta civil y espera poder ir al espacio exterior. También es el protagonista del documental “El limite es infinito” de Juan José Campanella e inspiró al cantante Diego Torres para escribir la canción “Hoy”. Lo que más lo emociona es cumplir un gran sueño: entregará mil bicis adaptadas para que niñas, niños, adolescentes y adultos hasta 45 años con discapacidad motora puedan “salir de sus sillas de ruedas” y sentir lo que él cuando manejó la suya por primera vez: “Me sentí como un héroe sin capa, sentí que podía volar”.
El 3 de diciembre, por el Día Internacional las personas con Discapacidad, la fundación que lleva su nombre realizará un acto en el estadio Mario Kempes de Córdoba y allí entregarán 500 bicicletas; dos días antes, luego del estreno de “SuperAdaptados, socios de un mismo sueño”, su segundo documental también dirigido por Campanella y nominado a los Emmy Suncoast 2021 en la categoría “Interés humano” que se define el 11 de diciembre, se entregarán las primeras cien bicis también en la capital cordobesa. Luego iniciarán la logística al resto del país.
“Mi deseo es cambiar de paradigma: que la discapacidad se vea de otra manera y que dejemos de ser ‘pobrecito’ a los ojos de los demás. Somos una persona más y que puede hacer lo que quiere”, dice el hombre que el 7 de noviembre último participó de la 50ª edición de la Maratón de Nueva York y que hace 5 años comenzó a caminar con las piernas biónicas que utiliza ocasionalmente.
Una vida para alcanzar objetivos y concientizar
“Hasta antes del infarto no me aceptaba como una persona con discapacidad y maltrataba mi cuerpo: fumaba mucho, comía mal, podía beber dos botellas de vino en un asado... Creía que ser discapacitado era tener el cuerpo enfermo y ese fue el concepto errado”, recuerda Maggi aquel que fue y que luego de bajar del pico montañoso más alto del mundo creó la Fundación Jean Maggi que fabrica a pedido bicicletas adaptadas, en Córdoba, que solo recibe le 11% de aportes estatales.
—¿Qué representa la bicicleta en su vida que desea que miles de personas la tengan?
—Me cambió realmente la vida y quiero que se las cambié a los demás. Cuando con la fundación entregamos las primeras 800 vimos una transformación espectacular en quieren las recibieron porque estar en movimiento despierta el potencial de la persona con discapacidad. Yo, por ejemplo, hasta los 37 no pude aceptarme.
—¿Cómo comenzó a hacerlo?
—El deporte me hizo aceptar mi condición de discapacitado. Antes del infarto atentaba contra mi cuerpo y cuándo me hice cargo de él me reinventé, creo que eso se replica un poco en las bicicletas que entregamos. Antes me dejaba llevar por el ego y hoy sé que lo importante, más allá de mis logros personales, es lo que uno deja y las huellas que dejan las bicicletas no las va a borrar nadie. Mis medallas algún día quedarán viejas y oxidadas, y mis nietos las tirarán, pero las personas que tengan las bicis van a tener una mirada diferente de su propia discapacidad. Eso es lo importante.
—Desde que comenzó a practicar deportes la visión de su propio cuerpo cambió, desde entonces el mundo también cambió, pero ¿qué pasaba antes?
—Hace 50 o 40 años era mucho más complejo porque la sociedad no estaba preparada para convivir con una persona con discapacidad y no se hacía nada para que saliera de su casa. Los edificios construidos hace 30 años tenían escaleras por todos lados, lo sufrí en la escuela que era enorme. No había rampas, los colectivos eran camiones qué tenían el primer escalón a 30 centímetros del piso... Me crie en este contexto.
—¿Sufrió discriminación?
—No entre mis pares, pero recuerdo que como no solía ir a la fiesta porque no podía bailar, un día se me ocurrió pasar música y fui a comprar vinilos, tendría 13 o 14 años. Caminaba con mis bastones por el centro de Córdoba y las señoras que pasaban me tocaban la cabeza y me decían: “¡pobrecito!”... Esa era la mirada de la sociedad. Por eso, más allá de la cantidad de bicicletas, que siempre termina siendo un número finito, lo importante es el cambio de mirada de una persona con discapacidad, que no es más que una persona que puede hacer deportes o incluso salir a trabajar con su bicicleta ir a la plaza a jugar con otros niños cuando son pequeños.
—Su actividad deportiva es tan extensa como asombrosa ¿qué de todo lo que hizo aún le genera emoción?
—Realizar los 5 km en la maratón del sanatorio en el que me habían operado unas 25 veces, hace unos años. Ya había hecho un montón de cosas y llamé a mi entrenador para contarle que quería participar y se lo tomó medio en broma porque, claro, eran solo 5 kilómetros, pero le aclaré: “Quiero hacerla caminando con los bastones”, que para mí es súper complejo pero muy simbólico.
—¿Y cómo le fue?
—Demoré una hora y media cuando una maratón de esa distancia a la gente común le lleva entre 15 a 30 minutos. Pero sabés que el director del sanatorio estaba al tanto de que yo estaba ahí y no entregó los premios hasta que llegué... ¡Toda la gente se quedó a esperarme! Fue muy emotivo.
—¿Cuándo experimentó más adrenalina?
—Haciendo esquí de nieve como atleta paralímpico porque es el único deporte adaptado que está muy nivelado con el deporte convencional. Algo parecido fue llegar a las cimas del Himalaya, pero ahí más bien me preguntaba “qué hago acá” todos los días y durante las dos primeras horas de pedaleada. ¡Fue una experiencia única e irrepetible porque no vuelvo ni mamado!
—¿Tan mal la pasó?
—Tal vez la subestimé. No era que no estaba preparado, pero es algo súper complejo que no volvería hacer porque fue demasiado esfuerzo, pero sí fue muy importante porque no solo me transformó a mí sino que allí fueron los cimientos de la fundación.
—¿Cómo fue eso?
—Hasta llegar ahí yo era muy egocéntrico y pensaba que todo dependía de mí, pero cuando llegué a la cima me di cuenta de que lo hice porque un montón de gente me había apoyado, los que estuvieron conmigo ahí y los que se habían quedado en Argentina. Eso cambió un poco la mirada del ego y empecé a pensar en crear una fundación para que otras personas puedan tener alguna de las mismas experiencias que tuve. Fuera de eso, estando allí no lo disfruté, me costaba mucho cada día, tenía miedo. Pensá que esa era mi tercera vez en una montaña.
—Sus acciones lograron que se vea la discapacidad de otra manera ¿en qué momento exacto usted se vio como una persona que realmente podría lograr sus metas?
—Cuando crucé la meta del Central Park en una maratón adaptada. Sentí que detrás quedaba el cuerpo que me había tenido preso toda mi vida, en mi mente. Pensé si pude hacer eso podría hacer cualquier otra cosa a nivel físico. Por eso digo que más que deportista soy un soñador serial. Quiero mostrar la discapacidad desde el lugar, desde donde las demás personas nunca se la imaginaron porque la sociedad aún tiene conceptos arcaicos.
Jean cuenta que hace poco, la Real Academia Española cambió la definición de discapacidad. “Antes decía que el discapacitado era una persona que se veía imposibilitada de hacer ciertas cosas y ahora dice que se le dificulta más hacer las cosas. Algo está cambiando”.
El documental “El limite es infinito” cuenta su historia y está disponible en Netflix para 170 países y el 1ero de diciembre se estrenará “SuperAdaptados, socios de un mismo sueño”.
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