“Morir es el destino común de los seres humanos, pero morir con gloria y gozar del respeto de sus semejantes es el patrimonio único de los seres elegidos por Dios como expresión de su bendición a los pueblos del mundo. Esta es la idea rectora del Altar de la Patria. Constituye una apelación a la unidad de los argentinos. Es la representación simbólica de una trascendente síntesis de la nacionalidad personalizada en los nombres de sus hijos más ilustres. Esa búsqueda de unidad, necesidad de concordia y ansia de paz estará resumida en las palabras que desde el frontispicio del Altar de la Patria constituirán una permanente lección para todos los argentinos: ‘HERMANADOS EN LA GLORIA, VIGILAMOS LOS DESTINOS DE LA PATRIA, QUE NADIE UTILICE NUESTRO RECUERDO PARA DESTRUIR A LOS ARGENTINOS’”.
Así terminaba el prólogo del folleto impreso por el Ministerio de Bienestar Social pocos días después de la muerte de Juan Domingo Perón para anunciar la mega obra que simbolizaría para los argentinos y el mundo entero la grandeza de la “Argentina Potencia”. No hacía falta reparar en la firma al pie del texto para descubrir la identidad de su autor. En el estilo esotérico-patriótico que rebosaba de cada uno de sus párrafos se reconocía la pluma de José López Rega.
“El Brujo” no sólo era el autor del texto sino también del proyecto monumental aprobado por una ley del Congreso sancionada el 8 de julio de 1974 -apenas 8 días después de la muerte de Perón-, donde los restos del líder del Justicialismo descansarían junto a los de Eva Perón, José de San Martín, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen, Facundo Quiroga, Fray Mamerto Esquiú, y muchos otros.
Se trataba de un gigantesco mausoleo que, según el folleto, sería emplazado “sobre una plaza cívica de 180 metros de lado”, cuya amplitud “permitirá la realización de diversas ceremonias a cielo abierto con la participación de grandes masas de público”.
El texto -ilustrado con una foto de Isabel Perón con los atributos presidenciales, otra del propio López Rega y una maqueta de la obra- no vacilaba en arriesgar comparaciones para describir su magnitud: “Su altura será de 50 metros, con un total de 60,50 si se tiene en cuenta que los subsuelos alcanzarán una profundidad de 10,50 metros. Como pauta comparativa de su grandiosidad ha de señalarse que el famoso Cristo del Corcovado, de Rio de Janeiro, se eleva a una altura de 38 metros sobre el nivel del suelo”, describía.
Tiempos convulsionados
Por esos días, el clima político de la Argentina distaba mucho de la unidad nacional que pretendía simbolizar el monumento con sus cuerpos yacentes.
-Un viejo adversario despide a un amigo – había dicho el líder radical Ricardo Balbín frente a los restos de Perón en la capilla ardiente montada en el Congreso Nacional.
Sus palabras no sólo respondían a la solemnidad del momento, eran también un gesto político que buscaba llamar a la calma en un clima que se iba recalentando día tras día por las luchas intestinas del peronismo y que pronto se extendería a la persecución y el asesinato de adversarios políticos de todo signo perpetrados por bandas parapoliciales nacidas de las entrañas del propio gobierno.
Que fuera José López Rega el ideólogo de un Altar de la Patria que simbolizara la unidad nacional de una Argentina Potencia era toda una paradoja. En los sótanos del ministerio que conducía se guardaban las armas que utilizaban las patotas que pronto se identificarían con un nombre que sería sinónimo de terrorismo de Estado, la Alianza Anticomunista Argentina o, simplemente “La Triple A”.
Un lugar simbólico
El lugar elegido por “El Brujo” para levantar el Altar estaba cargado de simbolismo. El terreno sobre la Avenida Figueroa Alcorta, entre Tagle y Austria, el mismo donde yacían enterrados los cimientos de otra mega obra soñada por un gobierno peronista, el Monumento al Descamisado, cuya construcción de aprobó el 4 de julio de 1952.
Iba a ser “el monumento más alto del mundo”: Tendría 137 metros de alto, con un pedestal de 70 metros sobre el cual se emplazaría la estatua del “Descamisado”, de 61.50 metros de altura, construida en hormigón y recubierta de cobre. Pesaría 43.000 toneladas.
“Que sea el mayor del mundo. Tiene que culminar con la figura del Descamisado, en el monumento mismo haremos el museo del peronismo, habrá una cripta para que allí descansen los restos de un descamisado auténtico, de aquellos que cayeron en las jornadas de la Revolución. Allí espero descansar también yo cuando muera”, había dicho una casi agonizante Eva Perón.
Después de su muerte, al proyecto original se incorporó una cripta una con un sarcófago que tendría una cubierta de plata que reproduciría el cuerpo yacente de Eva. Un haz de luz dirigido desde lo alto de la cúpula lo iluminaría para darle mayor brillo. Allí descansarían sus restos.
El Altar de la Patria no alcanzaría semejante envergadura, pero no escatimaba pretensiones de grandeza.
“Exteriormente, el edificio estará revestido con mármoles, cubriéndose las zonas de iluminación con grandes paños de vitrea (sic) y cristales. Los sarcófagos y tumbas estarán constituidos por piezas monolíticas de granito tallado. El monumento se ornará, además, con murales, vitrales y esculturas sobre motivos relacionados con próceres y la Historia patria. Se ha previsto, para la realización de esas obras, el aporte de renombrados artistas plásticos del país”, anunciaba el folleto.
La piedra fundamental
El 11 de noviembre de 1974, en un acto encabezado por la presidenta María Estela Martínez de Perón -escoltada por el omnipresente López Rega-, se colocó la piedra fundamental del monumento, con la bendición del arzobispo de Buenos Aires, Juan Carlos Aramburu.
“Esta obra, cuya monumental estructura y su acabada perfeccionalidad (sic) como expresión del arte y de la técnica constructiva, será, a no dudar, la admiración de cuantos la visiten en el futuro. Pero esta valoración quedará empequeñecida por la inmensidad de la grandeza patriótica de los preciados símbolos de argentinidad que en su momento reposarán en este Altar de la Patria”, dijo Isabelita en su discurso.
También lo caracterizó como símbolo de la unidad de los argentinos:
“Porque naturalmente, como naturalmente llegaron un día los restos del Libertador, tendrán que venir los de Eva Perón, los de Juan Manuel de Rosas. Pero no llegarán a ser ‘banderas de división’. Vendrán a unirse en el Altar de la Patria con quienes fueron sus adversarios o sus aliados. Que de esto se trata. Que nadie quede fuera de allí, porque el Altar es el clamor nacional de la convivencia de los hombres y mujeres de hoy”, agregó.
Para entonces la Triple A de López Rega llevaba tiempo encadenando asesinatos de adversarios políticos, entre ellos los del cura Carlos Mugica y el diputado nacional Rodolfo Ortega Peña.
Las obras, los problemas y las protestas
Menos de dos semanas después de ese discurso inaugural, el 23 de noviembre, comenzaron las obras. La constructora adjudicataria del trabajo pertenecía a un empresario cuyo nombre era por entonces prácticamente desconocido por la inmensa mayoría de los argentinos, Franco Macri.
Los problemas empezaron el mismo día del inicio de los trabajos. Al realizar las primeras excavaciones para hacer la base, los obreros encontraron gran cantidad de cables de alta y media tensión de Segba, antiguas colectoras cloacales y la base de hormigón del frustrado Monumento al Descamisado.
También hubo otros inconvenientes que provocaron protestas. La Avenida Figueroa Alcorta quedó cortada durante meses al tránsito; junto a las vallas se podía ver un monumental cartel de la Secretaría de vivienda y Urbanismo anunciado que allí se levantaría el Altar de la Patria.
Al malhumor de los automovilistas se sumó el de arquitectos y paisajistas urbanos. Las obras incluyeron la demolición de un puente de hormigón que cruzaba la avenida Figueroa Alcorta que ya se consideraba parte del patrimonio arquitectónico de la ciudad, porque su inauguración, en 1960, había sido parte de las celebraciones del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo.
Las quejas de Menem
A mediados de agosto de 1975 los inconvenientes hacían que los trabajos avanzaran a paso de tortuga, pero para entonces también se levantaban voces contrarias al Altar incluso dentro del propio peronismo.
La estrella José López Rega se había apagado. Las movilizaciones obreras de julio de ese año habían obligado a Isabelita a pedirle la renuncia. Para salvarlo de los procesos judiciales que iban a caer sobre él, lo envió al exterior como “embajador plenipotenciario”. Poco después, “El Brujo” se esfumó.
La voz más discordante era la del gobernador de La Rioja, Carlos Menem. En una entrevista que le dio a la revista Cuestionario se quejó de algunos de los futuros habitantes de los sarcófagos del altar, como Mitre y Urquiza, a los que calificó de “traidores y vendepatrias al servicio del imperialismo anglo-francés” y exigió al gobierno de Isabel Perón que las puertas del Altar estuvieran cerradas para esos “malos argentinos”.
Un final calcado
El proyecto del Altar de la Patria tuvo su certificado de defunción el 24 de marzo de 1976. Como la llamada Revolución Libertadora había hecho con las obras del Monumento al Descamisado luego de derrocar a Juan Domingo Perón en 1955 -cuando borró todo vestigio de ellas-, la dictadura de Videla, Agosti y Massera borró todos sus rastros.
En parte de los terrenos que se le habían asignado, en 1978 se construyó el edificio de Argentina Televisora Color (ATC); en otro sector, hoy los porteños pueden ver por la escultura móvil Floralis Genérica, realizada por el arquitecto Eduardo Catalano.
Luego de permanecer diez años prófugo, José López Rega -el ideólogo del Altar de la Patria- fue detenido en Miami en 1986 y se lo extraditó a la Argentina, donde fue procesado por asociación ilícita, secuestro y homicidio en el marco de los juicios a los responsables del terrorismo de estado argentino. Murió esperando la sentencia el 9 de junio de 1989.
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