Hacía pocos días que Carlos Saavedra Lamas, ministro de Relaciones Exteriores, había regresado de Europa, donde había ido a presentar su Pacto Antibélico de No Agresión y de Conciliación. Esta pieza jurídica condenaba el uso de la fuerza en la solución de disputas territoriales entre países y además no reconocía territorios ocupados mediante intervenciones armadas. Fue clave en momentos en que Bolivia y Paraguay se habían enfrentado en la guerra del Chaco (1932-1935), en el que el canciller hizo ingentes esfuerzos para mediar por la paz, a pesar de que por debajo de la mesa el gobierno argentino asistía al paraguayo en esa contienda bélica.
Estaba ya en Buenos Aires cuando el 25 de noviembre de 1936 se conoció que había sido distinguido con el Premio Nobel de la Paz.
Había accedido al gobierno de Agustín P. Justo gracias a la recomendación del embajador Tomás Le Bretón, amigo personal del presidente. Nacido el 1 de noviembre de 1878, era bisnieto de Cornelio Saavedra y nieto de Mariano Saavedra, gobernador de la provincia de Buenos Aires. Estaba casado con Rosa Sáenz Peña, hija del ex presidente Roque Sáenz Peña.
Antes de ser ministro, fue docente en las universidades de Buenos Aires y La Plata, diputado nacional y titular de Justicia e Instrucción Pública durante el mandato de Victorino de la Plaza.
Era el primer latinoamericano en obtener el Nobel de la Paz y todo debió ser alegría y festejo. Salvo por el propio presidente Justo, quien estalló de indignación al conocer la noticia. Consideró que él era merecedor de semejante galardón y no su ministro; de la misma forma opinaba su entorno presidencial. A partir de entonces, la relación entre ellos cambió.
Encima, la noticia se conoció cuando se había aceptado la propuesta del presidente norteamericano Franklin Roosvelt de realizar una conferencia interamericana para mantener la paz en la región, y se decidió hacerla en Buenos Aires. Roosvelt arribó al país el 30 de noviembre, poco antes de ser reelecto. Llegó al Congreso en un automóvil descapotable con Saavedra Lamas sentado a su lado. En el discurso que dio ante un Congreso colmado, no escatimó elogios para el canciller argentino. A su lado, estaba el presidente Justo, quien además debió soportar que, en medio del discurso del presidente norteamericano, su hijo Liborio, confundido entre los invitados, gritase “¡Abajo el imperialismo!”
Con Saavedra Lamas la diplomacia argentina alcanzó protagonismo en la región, y fue un contrapeso de la diplomacia norteamericana. Más allá del Pacto Antibélico y el Nobel, el país reingresó a la Sociedad de las Naciones y a la presidencia de la asamblea de dicho organismo, que ejerció durante 1936.
Eran el fruto de largos años dedicados a la política exterior. Sus obras “La concepción argentina del arbitraje y de la intervención” y “Codificación y doctrina argentina del derecho internacional” tienen los contenidos de la política exterior argentina desarrollada durante su gestión. Reconocido en Europa, en 1928 le habían conferido la presidencia de la XI Conferencia Internacional del Trabajo, de la Liga de las Naciones.
El Pacto que llevaría su apellido fue suscripto por 21 naciones. Para no herir más susceptibilidades, el canciller recibió el premio en una ceremonia privada realizada en su casa de Quintana y Callao.
Entre octubre de 1941 y julio de 1943 fue rector de la Universidad de Buenos Aires. Falleció el 5 de mayo de 1959.
Saavedra Lamas tenía un hijo, Carlos Roque. Vivía como un ermitaño en una estancia en el paraje El Diamante, en el departamento de Sobremonte, entre las provincias de Córdoba y Santiago del Estero. Era una persona corpulenta, de abundante cabellera blanca –”el viejo blanco” le decían los lugareños- grueso bigote, que vestía ropas de campo y botas.
Tenía una debilidad: las armas. Semanalmente recibía cargamentos de municiones y pólvora, y usaba su amplísima colección en un polígono que había construido en sus tierras. Los que lo visitaban se asombraban de las montañas de municiones que le enviaban en tren desde Buenos Aires y que eran transportadas a su campo en carreta.
Un día de 1973 tuvo un entredicho con un peón, de apellido Oronú. Un perro de Saavedra Lamas espantó al caballo que tiraba el sulky donde este peón llevaba mercaderías, y advirtió que la próxima vez le mataría al perro.
El 1 de julio de ese año, Saavedra Lamas, fácilmente irritable, fue a confrontar al peón. Se había tomado la amenaza en serio. Lo baleó a él y a sus dos hijos, que estaban junto a él. El peón murió en el acto, uno de sus hijos falleció en el hospital y el otro se salvó.
Lo encerraron en una celda de la comisaría local. Le propuso al hijo del muerto cambiar la declaración por defensa propia. Le ofreció todo lo que tenía: una estancia, un millar de caballos, vacas, una casa en Córdoba y hasta financiarle sus estudios. Pero la madre no quiso. Y fue preso. Con los años salió libre y murió en 2011 sin descendencia. Nunca se había casado, dicen que odiaba a las mujeres, que ni las miraba a los ojos.
También se cuenta que en algún momento de su vida malvendió, en una casa de empeño, la medalla del Premio Nobel de su padre, y habría sido adquirida por un coleccionista en Estados Unidos. El 27 de marzo de 2014, en una subasta, se la llevó un coleccionista asiático por 116 mil dólares. Misterioso destino de una medalla que hasta hizo irritar a un presidente.
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