Es la noche del sábado 9 de agosto de 1986. 120 mil personas abarrotan la capacidad del Knebworth Park, un amplio parque en la localidad de Stevenage, al norte de Londres, que no dispone de una parcela de pasto libre. Están para ver a Queen. Los músicos llegaron en helicóptero: la única forma para sortear el caos de gente. Los presentes no saben que será el último concierto de la banda con su formación original. Es el fin de la gira “Magic Tour”, en el que presentaban su undécimo álbum de estudio, A Kind Of Magic, editado en junio de aquel año. Y el comienzo del fin de Freddie Mercury.
“Gracias, bellas personas. Ustedes son tremendos, han sido un público realmente especial. Muchísimas gracias, buenas noches. Dulces sueños, los amamos”, dice esa noche el cantante tras dos horas de concierto. Es lo último que dirá sobre un escenario. Tenía 39 años. Morirá seis años después. En esos años, editará dos discos, un tercero póstumo, y dos trabajos como solista, incluido el recordado dúo con la soprano Montserrat Caballé, morirán dos amantes, tendrá amantes nuevos, asumirá una enfermedad, será tapa de revistas y diarios. Dirá el 23 de noviembre de 1991, un día antes de su muerte, lo que todos intuían.
Cuando la gira terminó, se afincó en Garden Lodge, una mansión de estilo georgiano al oeste de Londres. Tenía decidido que no iba a realizar más conciertos por un buen rato. Su activa vida social se fue disipando y cerró filas junto a los íntimos. Su salud empezó a deteriorarse progresivamente. Sospechaba que esa enfermedad que nadie sabía de dónde venía pero no paraba de propagarse lo estuviese consumiendo. Lo confirmó a mediados de 1987. Fue Mary Austin, su primera y única novia, su gran amor, quien lo incentivó a realizarse el test. El diagnóstico fue positivo. Freddie Mercury tenía HIV y solo su círculo íntimo lo supo.
A mediados de los ochenta, el sida hacía estragos y la homosexualidad todavía era un tabú. De hecho, Mercury nunca se manifestó abiertamente sobre su sexualidad, incluso lo mantuvo a resguardo de sus padres hasta su muerte. Fue el público el que lo enarboló como bandera gay. Él, en cambio, prefería la ambigüedad y la ironía, para dejar en claro que lo que importaba realmente era su trabajo artístico. “He escuchado que duermes con hombres”, lo interpeló un periodista en una ocasión. El contraataque del cantante fue letal: “Yo duermo con hombres, duermo con mujeres y duermo con mis gatos… ¿qué tiene que ver eso con mi música?”.
Le confesó su diagnóstico a Jim Hutton, su pareja y a quien había conocido hace apenas dos años, con una propuesta: separarse. “Yo te amo Freddie, y no me voy a ir a ningún lado”, le contestó. Mientras, casi en simultáneo, Paul Prenter, quien se había convertido en su amante, asistente y mánager, (hay quienes lo consideran una especie de Yoko Ono de Queen), vendió información del cantante a la prensa amarillista por 32 mil libras de la época. “En un cruel goteo, The Sun fue publicando las declaraciones de Prenter día a día. Primero llevó a la tapa la noticia de que dos de los amantes de Mercury habían muerto de sida. Al día siguiente la portada se cubrió con un textual de Prenter: ‘Es más fácil que Freddie camine sobre las aguas que verlo salir con mujeres’. Ese día también contó que Freddie tuvo su primera relación homosexual a los 14 años en la India mientras cursaba sus primeros años en el colegio secundario, y que en las giras Mercury continuaba de fiesta todos los días hasta las 7 de la mañana y que siempre conseguía algún hombre con quien dormir; ‘Odiaba dormir solo’, dijo Prenter. El tercer día fue el golpe de gracia: título con letra catástrofe, ‘All the Queen’s men’ (Todos los hombres de la reina) y una doble página con decenas de fotos de Mercury abrazado con distintos hombres”, apuntó el periodista Matías Bauso en una nota publicada recientemente en este medio.
En su crónica, también se dimensiona la noticia: “El escándalo se esparció a una velocidad pasmosa beneficiándose de la sed de sensacionalismo del público y en la homofobia reinante”. Freddie, entonces, se refugió en el trabajo y en su entorno. Fueron años de producción frenética, de grabaciones abundantes. Todos sabían que quedaba poco tiempo. Había primado el hermetismo y los trabajos en estudio. Su deterioro físico era evidente: perdía peso y energías y sus apariciones públicas eran cada vez más escasas. Los rumores de su salud proliferaban.
“En agosto de 1991, mientras los periodistas buscaban que alguna enfermera les diera información sobre la salud de Mercury, se les pasó una noticia que hubiera ocupado la primera plana de los diarios sensacionalistas por varios días. Paul Prenter había fallecido como consecuencia del sida. Solo, abandonado, sin dinero y sin siquiera conseguir la atención final de la prensa que buscó con denuedo”, escribió Bauso.
Ese año lanzó Innuendo, su último álbum. El 18 de febrero de 1990, durante la premiación de los Brit Awards, hizo su última aparición pública. Estaba flaco, sin bigote, con un traje cruzado gris que camuflaba apenas su extrema delgadez. El rubor en las mejillas ocultaba su palidez. Al micrófono, solo dijo: “Gracias. Buenas noches”. Fueron sus últimas palabras en un escenario. La prensa sacó su conclusión sin especulaciones: aseguraban que Freddie estaba muy enfermo. Mientras que Brian May y Roger Taylor escondían la verdad: “Freddie no tiene sida. Sólo está pagando momentáneamente una vida salvaje de rockero”.
Había estado trabajando en los estudios Mountain en Montreux, Suiza, para sus últimos dos discos: no solo Innuendo, sino también The Miracle, en 1989. Regresó a Garden Lodge en 1991 y decidió que suspendería su medicación y que solo tomaría los calmantes. Lo confirmó Peter Freestone, asistente personal y amigo de Freddie Mercury: dijo que dejó de tomar los cócteles que lo mantenían con vida porque quería “controlar” su enfermedad. Lo hizo dos semanas antes de su final.
Freestone, a quien Freddie llamaba cariñosamente ‘Phoebe’, reveló que el músico “sabía” que su enfermedad eventualmente lo mataría. “Decidió dos semanas antes del final que no quería más drogas que lo mantuvieran vivo”, afirmó el hombre que por más de una década trabajó para el cantante. “Tenía el control, aunque la enfermedad lo estaba matando”, agregó. “Fue decisión de Freddie terminar todo -contó Mary Austin-. Su calidad de vida había cambiado dramáticamente y cada día sufría más dolor. Había perdido la vista, su cuerpo era cada día más débil”. Quienes lo conocieron coinciden en una reflexión: él fue quien decidió hasta cuándo quería vivir.
En sus últimas dos semanas, Freddie se alejó de la música. Regresó a sus pasiones de su adolescencia: la pintura, aquel hobbie que había dejado suspendido en el tiempo desde su graduación en Arte y Diseño Gráfico. Le pidió a sus amigos que lo acompañaran a un paseo por su casa: Terry, guardaespaldas y chofer, lo cargó para bajar las escaleras, y Freddie caminó por el living y el salón japonés para contemplar sus cuadros.
“La reacción de Freddie ante su enfermedad fue de total incredulidad. No se hundió hasta las últimas semanas, cuando realmente se estaba muriendo”, expresó Freestone. Fue cuando realmente se estaba muriendo que decidió acabar con los trascendidos y hacer pública su enfermedad. El viernes 22 de noviembre de 1991 convocó de urgencia al manager de Queen, Jim Beach, para redactar un comunicado, que se publicó al día siguiente.
Decía: “Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo sida. Sentí que era correcto mantener esta información en privado para proteger la privacidad de quienes me rodean. Ha llegado el momento de que mis amigos y mis fans en todo el mundo conozcan la verdad, y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella. Mi privacidad siempre ha sido especial para mí y soy famoso por casi no dar entrevistas. Por favor entiendan que esa política continuará”.
Pasó poco tiempo: un día. El 24 de noviembre de 1991 a sus 45 años Freddie Mercury murió a causa de una bronconeumonía complicada por el VIH.
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