El 14 de octubre de 1955, casi un mes después del golpe militar, Juana Ibarguren de Duarte pidió al general Eduardo Lonardi, a cargo de la Presidencia de facto, la posesión del cadáver de su hija. Lo hizo a través de una nota en la embajada de Ecuador.
El médico español Pedro Ara Sarriá la embalsamó tras su muerte, el 26 de julio de 1952. Había trabajado cuarenta meses sobre su cuerpo en un laboratorio montado en la sede de la CGT. Le había quitado el rictus de dolor en su rostro originado por el cáncer. El cadáver parecía una escultura de cera. Evita era su obra.
En su apurada huida a la cañonera que lo trasladó a Paraguay, el día del golpe de Estado que lo derrocó, Juan Domingo Perón había dejado el féretro del segundo piso de la sede sindical.
El cadáver de Eva formó parte de la batalla política.
La Revolución Libertadora, que había derribado sus monumentos, que había saqueado y quemado sus imágenes de los organismos públicos, que prohibió por decreto oficial mencionarla en público, no sabía qué hacer con ese cuerpo embalsamado.
Los generales, pero sobre todo los almirantes, querían provocar en el pueblo peronista una amnesia colectiva para que su memoria, sus realizaciones, quedaran en el olvido.
El cadáver de Eva Perón se transformó en un enemigo de las Fuerzas Armadas desde que asumieron el poder.
Durante más de un año, no supieron qué hacer con ese cuerpo, dónde ponerlo, cómo tratarlo.
Temían que si la enterraban en un espacio de acceso público, su veneración, su poder simbólico, se convirtiera en foco de la resistencia peronista contra el régimen militar.
El general Pedro Aramburu, que sucedió a Lonardi, prometió a la familia Duarte que Eva tendría una “sepultura cristiana”.
De inmediato convocó al doctor Pedro Ara para que certificara que el cadáver era el de Eva. Ara, que jamás tuvo dudas, le tomó radiografías que aseguró su identidad. Era ella.
Ocho días después de la promesa de “sepultura cristiana”, Aramburu decidió la operación de ocultamiento: el secuestro.
El 22 de noviembre de 1955, el jefe de la inteligencia militar (SIE) Carlos Moori Koenig ingresó con un grupo de oficiales a la CGT, le quitó un rosario enlazado entre sus manos, tapó el ataúd y lo retiró en un camión.
Fue una operación militar, secreta.
A partir de entonces el cadáver se convirtió en una pesadilla para sus captores. La inteligencia militar creía que comandos peronistas clandestinos, artífices de la resistencia, vigilaban los alrededores del edificio de la CGT y habían perseguido al camión.
El camión deambuló durante horas sin destino, con la custodia de los hombres de inteligencia. Lo estacionaron y luego lo desplazaron en forma continua. Hasta que finalmente el cuerpo fue trasladado a una casa del Servicio de Inteligencia del Ejército en el barrio de Belgrano.
Cuando aparecieron velas al pie de los árboles y también en los balcones, los agentes supusieron que los comandos clandestinos la habían localizado y preparaban una operación armada de rescate.
El cadáver tuvo distintos traslados en sedes de inteligencia. Moori Koening quiso llevarlo a su casa, pero su mujer se lo impidió. Entonces el mayor Eduardo Arandía, su asistente, propuso trasladarla altillo de su casa. Una madrugada supuso que alguien entraba en el escondite y mató de dos tiros a su esposa embarazada, que regresaba del baño en la oscuridad.
El cadáver los estaba enloqueciendo.
Después Moori Koenig la guardó en un armario junto a su despacho en Viamonte 1816, la sede del SIE. Pero fue separado de su cargo cuando se supo que manoseaba el cuerpo.
Evita permaneció oculto en el SIE más de un año. No sabían qué hacer con ella. Ara les había asegurado que lo único que podría destruir su obra era el fuego. La Marina, entonces, propuso cremarla, o lanzarla al fondo del mar, con la cobertura de un bloque de cemento. Terminar con sus restos para siempre.
El Ejército, en cambio, era proclive a una sepultura cristiana, pero fuera del país. Una sepultura que evitara que el reclamo por su cuerpo se convirtiera en una bandera de lucha política del peronismo.
Para entonces, el gobierno militar ya había convocado a elecciones para el año 1958, con la proscripción del peronismo. Tras una consulta con Francisco Manrique, jefe de la Casa Militar de la Presidencia, el general Aramburu tomó el control del destino del cadáver y decidió enterrarla en el exterior.
Lo ayudó la Santa Sede.
En enero de 1957, el nuevo jefe de la inteligencia militar, el coronel Héctor Cabanillas, inició el “Operación Traslado”. Un sacerdote de la Compañía San Pablo, Francisco Rotger, con vinculaciones castrenses y relación personal con el papa Pío XII, los orientó para introducirse en el mundo del Vaticano.
La Iglesia les sugirió que debían presentar el caso como un “gesto humanitario de preservación” del cuerpo. Un gesto que buscaba de una “finalidad ética, moral”, para que el cadáver tomara distancia de la posibilidad de una profanación o fuera víctima de las pasiones políticas.
Un oficial de inteligencia, el teniente coronel Gustavo Adolfo Ortiz, viajó a Roma y contactó al superior de la Compañía San Pablo, el padre Giovanni Penco. Comenzaron a obrar los oficios secretos. Al Superior de la Compañía se le ocurrió que Evita debía ser transportada bajo la identidad de una ciudadana italiana fallecida, que tenía la voluntad póstuma de ser enterrada en Italia.
Se le ocurrió también el nombre: “María Maggi de Magistris”.
Entonces contrataron en el cementerio Maggiore de Milán una sepultura por 30 años y anticiparon a las autoridades la llegada del cadáver.
La inteligencia militar argentina se ocupó de inventarle una vida: "Maggi de Magistris" había nacido en Dálmine, provincia de Bérgamo, Italia, en 1910 y había fallecido en 1951 en San Vicente, cementerio en el que estaba enterrada. Todo esto era falso.
Pero los agentes de inteligencia falsificaron la documentación para volverlo real, o verosímil, a los ojos de los procedimientos burocráticos.
Consiguieron un permiso de inhumación del registro civil de San Vicente, hicieron gestiones consulares, solicitaron el visado, y presentaron la documentación en una funeraria.
La contrataron para que se ocupara del servicio de traslado ultramar.
Con la documentación prolijamente ordenada de “De Magistris”, el cadáver de Evita fue retirado del SIE y entregado al cuidado de la funeraria en el centro de Buenos Aires.
El mismo padre Rotger supervisó el operativo, junto a un grupo de inteligencia que realizaba guardia sobre cada movimiento del cadáver de Evita.
El 23 de abril de 1957, el cuerpo partió desde la bodega del barco "Conte Biancamano". Su destino: Génova.
Un oficial del SIE, Manuel Sorolla, acompañó los restos bajo el nombre falso de “Carlo Maggi”, supuesto hermano de la difunta.
El otro oficial era el coronel Hamilton Alberto Díaz, presentado como "Giorgio Magistris", el viudo. En el puerto los esperaba el coronel Cabanillas. Giuseppina Airoldi, laica de la Compañía de San Pablo, se ocupó de realizar los trámites de inhumación en Milán.
El operativo fue exitoso.
El cadáver de Evita fue enterrada el 14 de mayo de 1957 en la sepultura 41 del sector 86 del cementerio Maggiore, en el barrio Mussoco de Milán.
Durante 14 años Airoldi llevaría flores y rezaría frente a la tumba de "María Maggi de Magistris".
El coronel Cabanillas, jefe del SIE, guardó la documentación confidencial en una caja de seguridad en Uruguay.
En la Argentina, el cadáver de Evita era un enigma. Los sucesivos gobiernos no tuvieron información sobre su destino.
Un artículo de la revista Panorama de enero de 1966 informaba que la inteligencia militar había enviado tres ataúdes para enterrarla en Europa (Bélgica, Alemania e Italia). En uno de ellos estaba el cuerpo de Evita.
El peronismo no la había olvidado. El cadáver de Eva seguía generando ritos, veneraciones, y el reclamo de su paradero. En la Plata, un rumor popular indicaba que había sido enterrada en la iglesia San Francisco, la misma iglesia en la que Eva se había casado con Perón en 1945.
En mayo de 1970, cuando Montoneros secuestró al general Aramburu, y lo trasladó a Timote, lo interrogaron sobre el cadáver. Aramburu respondió que Eva tenía sepultura cristiana, y estaba protegida por el Vaticano, pero no dio precisiones.
Montoneros realizó acciones de inteligencia en Europa para recuperar el cuerpo. Tenía la voluntad de entregárselo a Perón. El rescate de Evita significaría la recuperación de su mensaje y la apropiación de su legado.
La inteligencia militar sospechaba también que el jefe de la CGT, José Rucci, trabajaba sobre la misma pista que Montoneros: había viajado dos veces a Milán en busca de información sobre Eva.
Cuando Lanusse, presidente de facto desde marzo de 1971, decidió la restitución del cuerpo de Eva a Perón, en el marco de una negociación política, toda la maquinaria de inteligencia invirtió el procedimiento para la exhumación.
El padre Rotger anticipó la novedad al nuevo superior de la Compañía San Pablo, padre Giulio Madurini (Penco había muerto en 1965), y dos oficiales de inteligencia lo visitaron a fines de agosto de 1971 durante un retiro espiritual.
Los agentes eran Cabanillas y Sorolla.
Con la documentación de “María Maggi de Magistris”, “Carlos Maggi” (Sorolla) contrató un servicio fúnebre en Milán para el traslado del cadáver a España. Les tomaría dos días llegar a Madrid para consumar la cesión al general exiliado.
El viaje también fue accidentado.
El chofer italiano Roberto Germano condujo el féretro engañado por la inteligencia argentina. Germano creía que trasladaba el cuerpo de María de Magistris. Cuando el coche estaba cerca de Madrid, lo apartaron del volante, y se dirigieron a la casa de Perón. Varios autos vigilaban el traslado.
El 3 de septiembre de 1971, a las 20.50, ingresaron a Puerta de Hierro.
En la residencia estaba Jorge Rojas Silveyra, embajador argentino en Madrid y quien mantenía la negociación con Perón, para efectivizar la entrega del cuerpo, que había sido ocultado por casi 16 años.
Perón había convocado al doctor Pedro Ara, quien la había embalsamado, para confirmar, otra vez, que se trataba de ella. También estaba el padre Elías Gómez, confesor de Perón, para asistirlo espiritualmente. Luego arribaron a Puerta de Hierro las hermanas de Evita, Blanca y Herminda. El secretario de Perón, José López Rega y el entonces delegado político Jorge Paladino, además del personal doméstico, fueron testigos del hecho.
López Rega no quería que se firmara el acta de devolución hasta que no se corroborara la autenticidad del cadáver.
Perón se cortó cuando intentó abrir el féretro. Las manos comenzaron a sangrarle.
Eva estaba dentro de una caja de zinc, en el interior de una caja de madera.
Perón la vio pálida, amarilla. Parecía que la hubiesen quemado.
Ara advirtió que había un aplastamiento en la nariz provocado por la presión del cristal de la tapa, además de dos ligeras marcas en la frente, del lado derecho, por la misma razón. Las mejillas, los labios, el mentón conservaban la misma forma. La túnica mortaja era más corta. Ahora se podían ver los pies. Pero las puntas de los dedos estaban maltratados a causa de roces o presiones. Los brazos mantenían la misma postura, como lo había dejado en 1955. Pero en la parte superior habían quedado huellas de los choques del cuerpo con los costados de la caja.
Isabel, con las hermanas de Eva, le cambiaron la ropa. Le pusieron un vestido nuevo y la colocarla en una mesa del primer piso de la residencia, cubierta con una sábana blanca.
Victoria y Rosario, dos de las empleadas domésticas, le llevaban flores frescas cada mañana.
Los primeros días Perón pasaba muchas horas junto a ella.
López Rega también. Le insistía a Isabel que la presencia del cadáver en la casa la ayudaría a afirmar su personalidad, y podría valerse por sí sola cuando el General no estuviera. Ésa era la misión que se había impuesto desde que la había conocido en 1965: que Isabel tuviera una personalidad avasalladora, como la de Evita.
El cadáver permaneció desde ese 3 de septiembre hasta que se decidió trasladarla a Buenos Aires.
El 17 de noviembre de 1974, después de la muerte de Perón, en un operativo secreto coordinado por López Rega, que sorprendió a los sindicalistas, el cadáver de Evita llegó a la base de Morón y luego, en un avión militar, aterrizó en Aeroparque. La custodia del entonces ministro de Bienestar Social, miembros de la Triple A, con ametralladoras a la vista, rodeó el auto fúnebre que trasladaba el cuerpo de Eva para dar seguridad al traslado.
Una multitud saludaba el paso del auto.
El cadáver fue colocado en una pequeña cripta en la residencia de Olivos, junto al de Perón.
Habían pasado 19 años de su secuestro del segundo piso de la CGT. Después, apenas usurpara el poder, en octubre de 1976 el general Jorge Rafale Videla ordenó que se la llevaran.
Eva fue trasladada al cementerio de la Recoleta, donde hoy descansan sus restos.
SEGUIR LEYENDO: