Una esquina de Villa Crespo también puede ser una vía para salir adelante. El desfile de autos, las luces y los bocinazos son frenéticos. Pero cuando llega la pausa anticipada por el semáforo en rojo aparece sin más preámbulos el malabarista del fútbol, con una única herramienta: una pelota. Y su mágico don.
“No sé que tiene el balón, pero la gente se enamora”, dice Anyelo Bravo (31), mientras el color regresa al verde y los automóviles ponen primera y arrancan. La mayoría de las veces logra aplausos, sonrisas y reconocimiento. Pero sobre todo algo especial: que por algunos instantes los pasajeros olviden su rutina.
Anyelo es el responsable de ese hechizo. Lo hace a través de una pelota de fútbol que mira con amor, dedicación y destreza. La acaricia con el empeine -o la planta- de sus pies, la gira por los hombros rozando los omóplatos y después la sube a la cabeza. Todo eso en 90 segundos. De día, tarde y noche.
“No siempre alcanza la plata, pero la gente es generosa”, resalta. Igual no es lo que sale a buscar. “La retribución no está en el dinero. Claro que lo necesito. Pero muchas veces se trata de no quedar en la invisibilidad de las calles”.
La disciplina que practica tiene nombre propio: freestyle de fútbol. Si bien la especialidad no es tan conocida en la Argentina, en los últimos años ganó adeptos. Incluso hay un campeón mundial, Carlos Iacono. Anyelo lo admira.
Anyelo salió de su ciudad, Cantaura, en el 2013, año en que explotó la crisis económica y social en Venezuela. “Era un estudiante de sistemas con varios sueños a futuro. En mis tiempos libres hacía fútbol freestyle, pero nada se asemeja a lo que sé hoy”, admite, Cuando obtuvo el título logró insertarse laboralmente. “Ganaba $4.500 bolívares al mes. Con eso no podía comprarme ni un par de zapatos”.
Un día, casi sin pensarlo, tomó su pelota de fútbol, se paró en un semáforo cerca de su casa e hizo lo que tanto disfruta: jugar con ella. “En cuatro horas de trucos hice casi el doble de dinero”, revela. Pero la recompensa más grande fue ver la reacción de la gente.
Hace una década que es freestyler, y como buen atleta está en plena evolución. En 2010 encontró un video en Internet, y jamás pudo dejar de contemplarlo. Se propuso aprender. “Es algo especial porque te encuentras solo con tu imaginación, la pelota es el puente entre todas esas ideas”, argumenta. Habla sin prisa y hasta se emociona. “Es hermoso ver las gotas de sudor convertido en arte, es más placentero. Cuando sufres por entender un truco y lo logras, te sientes con vida”.
Para lograrlo dice que se necesita mucha voluntad. “Tienes que creer que es posible. Hay que crear el hábito de entrenar a diario”. Además de ropa cómoda, zapatillas que te permitan movilidad, y una pelota número 5 siempre inflada al 80%.
En 2013 tuvo su primer logro: salió campeón nacional de Freestyle en Venezuela. Después obtuvo otras medallas en competencias en Brasil, y Argentina.
Emigrar para crecer
“Sabía que en Venezuela no iba a poder progresar, me costaba mucho construir un futuro. Un día me desperté, hice mi maleta, me despedí de mi familia y emprendí viaje”, recuerda como el inicio de su travesía
Salió en su bici con apenas algunos ahorros, aunque lleno de ilusiones. Así fue como llegó a Colombia. Estuvo nada más que unas cuatro semanas. La realidad parecía no cambiar. Fue en Brasil que su vida dio un giro inesperado. Pudo vivir de lo que amaba. Entre trabajo y trabajo salía a la calles de San Pablo. “Descubrí a los semáforos como escenario. Todo lo documenté, y lo compartí en mis redes sociales (@anyelobravofs)”. Eso le abrió las puertas para conocer a referentes mundiales como Jeferson Pecanha y Ricardo Barrera, que lo guiaron y nutrieron.
Un encuentro inesperado en pandemia
En su viaje en bicicleta, al pasar por Curitiba, Brasil, conoció a Verónica, argentina. Lo que comenzó como una charla de amigos se transformó en una pareja, una compañera de ruta. Ella lo invitó a venir a nuestro país. Así fue que pedaleando pisó La Plata, y luego se instalaron en el partido de Tres de Febrero. Nada fue sencillo con el confinamiento.
“Durante los meses de inactividad perfeccioné mucho mi técnica, desde la alimentación y el descanso, algo que antes no hacía”. De esa manera se propuso volver a las calles “Un día no toleré más el encierro y fui a probar por los barrios de la ciudad. La recepción fue positiva”. Así se hizo conocido en Buenos Aires.
Tiene una próxima meta, clasificar para el mundial en República Checa de 2021, y así competir con los mejores del mundo. Más adelante crear su propia escuela de Fútbol Freestyle.
No hay otra cosa para Anyelo. Es el balón -como él dice-, su humilde bici y un anhelo por vivir libremente. La honestidad de un joven que busca entretener a los pasajeros en medio del caótico tránsito. A veces lo logra, otras veces no. No importa. ”Voy a morir luchando por mis sueños”.
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