Los restos de Lucas González ya descansan en una parcela de tierra del Cementerio Parque Iraola, en la localidad de Guillermo Hudson, provincia de Buenos Aires. A las 11 de este domingo, el cura concluyó su ceremonia evocando a la paz y se perdió entre la multitud. El ataúd, que tenía pegada la imagen icónica con el pantalón 10 y la camiseta del club Barracas Central, había quedado suspendido a la altura del césped por dos grandes cuerdas. Empezó a bajar lentamente. La ida del párroco había significado el fin de la formalidad. Llovieron flores y penas: los presentes rompieron en llanto. Era el adiós definitivo al adolescente de 17 años cuyo crimen es tragedia.
Otros adolescentes como Lucas se abrazaron y volvieron a llorar. Otros González como él se abalanzaron sobre el féretro y volvieron a llorar. Tuvieron que levantar a los más afligidos y forzar el cierre del lote. Era el último llanto desgarrado, la última congoja profunda. Los lamentos se reproducían. Los ojos hinchados de llorar volvían a salpicar lágrimas. Los más fuertes volvían a sostener los cuerpos de los que quedaron débiles.
Entre los alaridos lacerantes, pocas palabras se distinguían. “Me quiero ir con él”, gritó su hermana de 13 años, colgada de su mamá y de sus tías. Su papá se había ido con su hijo menor, de 8 años, al reparo de la sombra. Arrodillados volvieron a caer en el desconsuelo. Eran ya las 11.05 de este triste domingo 21 de noviembre, y sobre el jardín del cementerio el termómetro ya registraba más de 30 grados centígrados.
Lentamente, las casi 200 personas que asistieron al sepelio de Lucas descubrieron que ya era hora de volver a casa. Bajo la parcela que ahora guarda una lápida con su nombre, solo un árbol poco frondoso daba una dosis de resguardo. La gente se empezó a dispersar, a buscar sombra y a irse. La avenida Gutiérrez, colectora de la Autopista Buenos Aires-La Plata, se había convertido en un estacionamiento provisorio. Durante una hora, decenas de autos y dos colectivos de línea quedaron estacionados a la vera del camino. Un camarógrafo que cruzó rápido la calle fue embestido por uno de los autos. Una ambulancia debió asistirlo y llevárselo. Los vehículos estacionados, así como las leyendas escritas en banderas y remeras, también pedían Justicia por Lucas.
Minutos después de las 11.30, el grueso de los concurrentes ya se había retirado. Amigos, íntimos, conocidos, una parte de Florencia Varela estuvo ahí con Lucas y su familia. Muchos llevaban remeras alusivas. No eran los mismos modelos. No hubo un único proveedor, un molde común. Los padres tenían una que no era la misma de los amigos, que tampoco era la misma de otros amigos. Eran remeras que cada grupo había confeccionado por su cuenta, con sus propias leyendas y sus propias fotos. “Nadie es capaz de matarte en mi alma”, honraba la vestimenta de uno.
“Gracias por venir, muchachos, de corazón gracias”, le gritó Mario, el papá de Lucas a sus compañeros de trabajo antes de irse del cementerio. Él, que durante muchos años manejó un camión de transporte de bebidas, contó con la fidelidad del sindicato. Lo reconocen como un ser entrañable, como un hombre de familia, querido por todos los suyos. Eso explica la masividad del adiós. Estaba el barrio como sostén de la primera línea, la compuesta por papá, mamá, hermanos, abuelos, tíos, primos. Estaban también los amigos de la pelota: los de San Pedro, su club de barrio, los de Defensa y Justicia, su primer club de cancha de 11, los de Barracas, su segundo club del fútbol de cancha grande, y los que estaban con él en el auto volviendo de entrenar cuando lo mataron. Por donde pasó Lucas sembró amistades.
Al lado del lote donde fue inhumado, se acomodaron las 15 coronas florales que también custodiaron la sala de la casa velatoria. La cochería Colonial había abierto sus puertas a las 8. El salón del ala derecha es el más grande y tiene una entrada independiente. Las otras tres salas que ofrece la empresa de sepelios son más pequeñas y tienen un área de acceso común. En la grande, desde las 18 del sábado, velaron los restos de Lucas González, el adolescente de 17 años asesinado por balas que dispararon tres policías de la Ciudad vestidos de civil.
Los nombres de esos policías colgaban de las rejas de la cochería escritos en letras negras en una bandera. Debajo de Fabián López, José Nievas y Gabriel Isassi decía “asesinos”. Fue el único mensaje dirigido hacia los autores del crimen. El dolor no concedió espacios a otras emociones. Mientras se velaban los restos de Lucas, el sábado por la noche, los policías cuyos nombres figuraban en la bandera se entregaron en la Comisaría Comunal 4 en Parque Patricios. Al lado, otro “trapo” que pedía “Justicia por Lucas” con un mensaje de apoyo a “Peka”, el padre; un cartel que decía “Angelito del alma, cuidanos desde arriba” y le enviaba fuerzas a la familia. En el piso y pegados en las paredes, fotos de impresoras de Lucas, más pedidos de Justicia en diferentes formas, una convocatoria para marchar hacia el Palacio de Tribunales, una carta dedicada de una profesora...
A las 8.57, dos horas antes del último adiós, Claudio Tapia, el presidente de la Asociación del Fútbol Argentino, se iba de la sala velatoria. Había ido a manifestarle su pésame a la familia y a dejar su corona de flores. Junto a la de la “Familia Tapia”, también estaba la corona entregada por Matías Tapia, el presidente de Barracas Central, donde jugaba Lucas; la del propio club, la de la Asociación del Fútbol Argentino, la del consejo directivo del sindicato de choferes de camiones, otra ofrenda floral de la rama Aguas y Gaseosas, la de Hugo Antonio Moyano -que el viento de la mañana hizo caer al suelo tres veces-, la del club San Pedro, la de Defensa y Justicia, la de la Octava División de Barracas acompañada por el lema “Sueños rotos, nunca más”, la de la familia que decía “Te amamos por siempre” y llevaba la firma de “papá, mamá, hermanos, abuelas, tíos y primos”.
El coche fúnebre, el coche de coronas y los dos autos para transportar a los familiares ingresaron al playón de entrada a las 9.33. Doce minutos después, bajo una catarata de aplausos, el ataúd fue colocado en la camioneta que lo iba a trasladar al cementerio. El papá, la mamá y la hermana mayor salieron rotos de la sala. No caminaban, los llevaban. Estaban abatidos, con la cara roja. La hermana pidió, también en esa primera despedida, que lo dejaran ir con él. Pero el cuerpo de Lucas viajó en la parte de atrás del auto secundado por cuatro coronas de flores, las más pequeñas. Las otras 11 fueron en otro vehículo, el que lideró la caravana. Cinco minutos antes de las 10, los bocinazos ambientaron la partida hacia el sepelio.
En la cochería, los otros servicios que se prestaron en simultáneo al de Lucas sí cumplieron con el protocolo COVID que aún no fue actualizado. En cada sala pueden ingresar cinco personas en simultáneo como máximo. En el velatorio de Lucas, habilitaron una excepción. La despedida del cuerpo del adolescente convocó a casi 200 personas: se distribuyeron el ingreso durante las siete horas que duró el funeral. Algunos llegaron en moto, otros en auto, otros en colectivo: el 178 que une Nueva Pompeya con Florencia Varela sirvió de transporte para varios.
A las 10.42, el cura prendió la vela de la capilla del Cementerio Parque Iraola para dar comienzo a la ceremonia. La capacidad de la sala quedó corta. La misma cantidad de personas que acompañó la misa desde adentro, lo hizo también desde afuera. Habían pasado 10 minutos cuando cuatro empleados tomaron las manillas del ataúd y comenzaron la marcha hacia la parcela. Solo se escuchaba el ruido de gente caminando y el canto de los pájaros. A las 11 del domingo 21 de noviembre, bajaron el féretro a su posición final, dos metros bajo tierra. Los llantos y los abrazos se multiplicaron. Fue el pináculo de la angustia. Minutos después, las personas que presenciaron el último adiós de Lucas González emprendieron el regreso a casa. El sepelio terminó antes de las 11.30. El pedido de Justicia recién empieza.
Empieza mañana a las 9. La Justicia tiene previsto citar a los padres y a los amigos que sobrevivieron al ataque de los policías para prestar declaración ante los fiscales Leonel Gómez Barbella y Andrés Heim, así como serán indagados los tres imputados. El lunes también los familiares convocaron a una marcha frente al Palacio de Tribunales en horas de la tarde. Los familiares piden que cada uno lleve una vela.
SEGUIR LEYENDO