“La memoria no es algo que surge espontáneamente, la memoria se construye, se elabora, se trabaja, se transmite. Y esta memoria no es la simple rememoración del horror sino la resignificación de ese recuerdo, el análisis de lo ocurrido, sus causas, responsables y fines perseguidos. Y al mismo tiempo cargarlo de todas las valoraciones necesarias para que la transmisión de la memoria siembre y genere respuestas positivas y se construya desde el presente hacia el futuro un muro que impida que vuelvan a ocurrir cosas como las que vivimos en Argentina en la larga noche del horror”. Eduardo Luis Duhalde era secretario de Derechos Humanos cuando dijo esta frase referida a los días de la última dictadura cívico-militar.
Similares ideas revolotean frente al relato de Érika Moreno. Los recuerdos de su vida narran la historia de un colectivo social hostigado, independientemente de quienes ocuparan el sillón de Rivadavia: “Para nosotras no hubo democracia, cambió el color del uniforme nada más. Los milicos pasaron de ser verdes a azules. La persecución social era (y en ciertos lugares sigue siendo) atroz”.
Lo cuenta pensando hacia adelante, como señalando el caminito hecho con migas de pan para, esta vez, saber a dónde nunca regresar. “Militamos porque queremos transformar, para que nuestras infancias tengan todo lo que no tuvimos nosotras”.
Érika nació en 1974 en la ciudad de Córdoba, pero vivió toda su infancia y adolescencia en Villa María. No fue un lindo tránsito. Estudió hasta que resultaron insostenibles los acosos: “En séptimo grado mis compañeros tenían sus demandas sexuales y a mí me creían el blanco fácil porque era la mariquita. En la secundaria ya no podía entrar a los baños. Me golpeaban también. En tercer año dejé la escuela y más tarde me fui a Córdoba capital para poder vivir según mi género”.
La escuela suele ser un ambiente de violencias que expulsa, de manera explícita o implícita, a niñas y niños travestis, transexuales y transgéneros. Así lo reveló la investigación “Ley de Identidad de Género y acceso al cuidado de la salud de las personas trans en Argentina”, realizada en 2014 por la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA) y la Fundación Huésped: entre la población trans mayor de 18 años, 6 de cada 10 mujeres y 7 de cada 10 hombres abandonaron el nivel secundario. La discriminación y la falta de dinero aparecen entre las principales causas de la deserción escolar en masa. Existe además una clara relación entre el nivel educativo alcanzado y la edad en que comienza a manifestarse públicamente la identidad.
Es decir: mientras para algunos vivir solo cuesta vida, para otras lo que cuesta vida es animarse a ser. Con 18 años Érika empezó a prostituirse, en las calles pero casi inmediatamente en departamentos: “Estuve poco en la calle porque era peligroso. Si bien estábamos en un país democrático, existían los edictos policiales y a nosotras se nos hacía complejo incluso ir al supermercado. Íbamos a comprar de a tres. Era una estrategia, porque una o dos o hasta las tres podíamos caer presas y entonces las otras quedaban en las piezas hacinadas y con hambre”.
La década de los noventa se reconoce como el comienzo del travestismo organizado en Argentina. Varias investigadoras consideran como significativa asimismo la articulación con los feminismos que se logró en esos años en la batalla por la derogación de los edictos policiales o códigos de faltas, que eran instrumentos que delegaban en la policía provincial o federal la tarea de reprimir actos no previstos por el Código Penal. Ebriedad, vagancia, mendicidad, desórdenes y prostitución podían ser castigados con treinta días de arresto. El escándalo incluía una figura que afectaba directamente a las travestis: se reprimía a “los que se exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario y a las personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal”.
“Nosotras vivimos una androcracia. Fue muy feo porque no teníamos contacto con la sociedad. Ni con el sistema de salud, porque corríamos el riesgo de que nos encerraran en un neuropsiquiátrico por considerarnos desviadas y enfermas mentales. Fueron excusas para borrarnos en realidad, para sacarnos, para exterminarnos. Nosotras éramos lo que no se tenía que ver”, dice Érika casi cantando. Es que aunque lleva añares lejos de la provincia, el cordobesismo parece quedar instalado en la lengua, como un sello, para siempre.
Intercambiar vivienda por servicios sexuales y estar a disposición de la demanda 24/7, sabiendo que pisar la vereda podía ser el salto directo a una celda, rodeada de varones: “Viví marginada y en pandemia social durante demasiados años”.
Sures de la tierra
Una tarde un chico resaltó la belleza de Érika y le propuso bastante dinero por prostituirse en una whiskería de “Las Casitas” en Río Gallegos.
“Me pagaron el pasaje y viajé. Ahí empecé a trabajar en la noche, a hacer shows. Vi encierros, drogas, mujeres tratadas y explotadas, compañeras asesinadas… lo más bajo de la humanidad lo vi en Las Casitas. Era el far west y hacían con nosotras lo que querían. Quise borrar esos recuerdos con alcohol y con drogas, pero no se van. Tuve pesadillas durante mucho tiempo. Necesité ser mi propia terapeuta para seguir: abrazarme, cobijarme y curarme”.
A los dos años de llegada a Gallegos, una compañera compartió el dato de un cabaret que se inauguraba en Ushuaia. Hacia la punta del mapa, entonces, encaró Érika. Esta vez pagó el boleto con sus ahorros para no tomar deuda con nadie. Migrar, irse de todos lados también es ser travesti.
“Vine por 15 días y nunca me fui. Fue el lugar en el mundo que elegí para vivir. Cuando me bajé del avión sentí en el pecho que en Ushuaia me quedaba. Me siento de Tierra del Fuego. Acá me dieron lo que nadie me dio en otro lado”.
La furia del viento ayudó a desparramar el rumor: en el cabaret bailaba una mujer trans. La única mujer trans de toda la isla.
“El dicho `Pueblo chico, infierno grande´ es cierto, por eso todo el mundo se enteró de que había una trava haciendo shows. Un peluquero me fue a ver y me ofreció trabajar en su local. Empecé limpiando y doblando toallas. Luego lavaba las cabezas. Observando me hice de la profesión, solita. Aprendí a hacer color, peinados, maquillaje. Trabajaba desde las 10 de la mañana hasta la madrugada. Me daba cuenta de que me pagaban poco, pero haber salido de la prostitución y estar en la peluquería me encantaba. Encima, conocí a las clientas y ellas me conocieron. En los ochos años en la peluquería logré que la heteronorma me quiera. La sociedad conoció lo que era una travesti. Al principio se acercaban por curiosidad, a ver cómo era `el fenómeno´. Y al final se enamoraron del `fenómeno´”.
Precisamente una de sus clientas le avisó en el año 2012 que estaba por aprobarse la Ley de Identidad de Género.
“Tener el DNI con mi identidad fue un regalo hermoso de la vida, como tocar el cielo con las manos. Tanta lucha, tantas compañeras muertas. Me hice peronista cuando Néstor y Cristina Kirchner sacaron esa ley. Realmente significó un antes y un después. Las personas que no son trans no lo pueden dimensionar. Lo viví como un reconocimiento, como una reparación histórica a todas nuestras vulnerabilidades y como un logro para las futuras generaciones”.
Con nombre, apellido y género autopercibido en su nuevo DNI llegó el ofrecimiento de otro trabajo.
“Empecé a trabajar en Gobernación, en la Secretaría de Derechos Humanos. Llevaba y traía documentación, atendía el teléfono, daba algunas charlas. En paralelo me anoté en el colegio secundario, porque no quería entrar a planta permanente sin estudios. Me resultó muy difícil volver a estudiar. No entendía nada, fue un cambio brusco. Por suerte no me desanimé y lo pude terminar en siete meses”.
Que florezcan mil flores
Como un sueño convertido en calabaza al son de las 12 campanadas, Érika volvió a la calle. Roscas políticas ajenas, fuego amigo que la obligó a pagar los platos rotos por otros lados. De nuevo sin trabajo, vulnerados todos sus derechos en un santiamén. Sin embargo, los casi tres años parando en una plaza o de prestada generaron un despertar militante.
“Fue como darme un caramelo, saborearlo un poquito y que me lo saquen. Al principio pensé en suicidarme, pero no me animé. Tampoco podía concebir la idea de volver a la prostitución. Por eso me levanté y empecé a luchar para levantar la diversidad en Tierra del Fuego. Busqué a las compañeras, no me creía que fuera la única trava en la provincia. A veces viajaba a Río Grande, a dedo o a cambio de servicios sexuales. Busqué las ayudas sociales del Estado. Me anotaba en todos los registros, a mí y a las que estaban sin trabajo. Generé la demanda. La militancia me rescató. Estaba enojada y ese enojo me llevó a donde estamos hoy”.
Hoy, Érika Moreno es integrante de la organización Red Diversa Positiva, es figura importante de la comunidad LGBTIQ+, y hasta es un mural pintado en la ciudad de Ushuaia en reconocimiento a su lucha. En ese marco, el ex rector de la Universidad Nacional de Tierra del Fuego tomó la decisión política de apoyar con hechos ese batallar y en 2018 la contrató como empleada administrativa.
“Juan Castelucci me cambió la vida, me dio trabajo y así me permitió ser persona. Aprendí a trabajar administrativamente en la universidad. Me capacitaron los compañeros y compañeras y además me pagaron un curso de computación. Ahora manejo expedientes, recepciono documentación, recibo personas… ¡¡¡estoy en Mesa de Entrada, mi amor!! Para que todo el mundo vea a las travestis”. Érika es explosiva al reír. Una molotov contagiosa.
Desde dentro se propuso dejar de ser la única y le puso el cuerpo al cupo laboral trans, antes de que se concretara en decreto presidencial.
“La travesti no se queda quieta. Logra un trabajo para ella y quiere lo mismo para las demás. Por eso milité el cupo en el Consejo Superior de la universidad y entró Abril Chodil a trabajar en el área de Bienestar Universitario. Por otro lado, como estoy sindicalizada llevamos desde el gremio la propuesta de cupo para la parte docente y otras universidades. Por ejemplo, tuve reuniones en Buenos Aires con representantes de la Federación Nacional de Docentes Universitarios (CONADU). Pero como no me interesan los guetos, quiero el cupo travesti-trans también en los municipios, en AFIP, en Anses, en Banco Nación, y seguir después con el sector privado”.
Érika rememora las referencias: “Lohana Berkins dijo que cuando una travesti entra en la universidad, le cambia la vida a esa travesti. Muchas travestis en la universidad le cambian la vida a la sociedad. Nosotras ocupando lugares vamos a cambiar la sociedad, porque compartimos otra visión de la humanidad y tenemos mucho para enseñar”.
Coraje para ser mariposa
Jamás se imaginó casada, ni en pareja. Menos aún imaginó una familia. No hay tiempo para perder soñando si la urgencia aprieta para sobrevivir. Sin embargo, una noche de viernes Coky se cruzó en la vida de Érika y allí echó ancla. Él, contaba 27 años. Ella, diez más.
“Nos conocimos en un boliche, tomamos unos tragos y nos fuimos a mi casa. Ese viernes me hicieron el amor por primera vez. Por primera vez no me trataron como objeto sexual ni depositaria de semen. Yo no sabía lo que era. Vibraba. Era una sensación nueva. Al otro día lo acompañé al supermercado y se compró un cepillo de dientes y una maquinita de afeitar. A las dos semanas tenía ordenaditas sus cosas en un costado del placard. Pasaron nueve años. No se fue más”.
Érika reitera la carcajada. Ríe fuerte, con ganas. La veo por la pantallita del celular, nos separan tres mil kilómetros, pero igual percibo su alegría. Noto cómo afloja el entrecejo, cómo se van afinando los gestos mientras habla de su marido. El hombre que la presentó como novia, que le propuso matrimonio enseguida. El hombre que encendió su luz.
“Mi marido le puso luz a mi vida. Me enseñó lo que es ser amada, respetada, considerada, acompañada. Me sostuvo y me sostiene. ¿Sabés lo que es para una trava que te inviten a una cena familiar? Recuerdo la comida en que conocí a sus padres. Estaba preparada para que me odien. En cambio, mi suegra se había comprado una blusa turquesa y fucsia para recibirme en la casa, abrió la puerta y le dijo al resto `les presento a la novia oficial de Coky´. Casi me muero”.
En verdad, Érika ya no se quiere morir. Se sabe sobreviviente de un grupo social que, con suerte, festeja las 35 primaveras. Y cree que la función de vivir como excepción implica contarlo, que la gente sepa, ser una educadora sociocultural… construir memoria trans.
“Las sobrevivientes rogamos llegar a ver el cambio social. No tenemos tiempo. Nuestros cuerpos no tienen tiempo y merecemos ver el cambio social. Queremos estar tranquilas de que las infancias que vengan podrán vivir libres, sin sufrir lo que sufrimos nosotras y las anteriores a nosotras. Por eso, no bajaremos los brazos”.
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