En momentos en que políticos, publicitarios y afines nos taladran los oídos con el “todos y todas”, “los chicos y las chicas”, “los trabajadores y las trabajadoras”, etcétera (y etcétero), es una bocanada de aire fresco ver que en algunas regiones del globo subsiste el sentido común.
Hubo un tiempo en que en la escuela se enseñaba a escribir correctamente, es decir, respetando reglas que hacen a la buena comunicación y con criterios mínimos de estilo; entre otras cosas, se buscaba evitar la cacofonía y la redundancia, que afean tanto la escritura como la oralidad. Hoy, por moda, por pose, por oportunismo, ambas deformaciones proliferan en la comunicación pública hasta el punto de la saturación.
Es la herramienta de gente que sustituye su inacción o su inoperancia con discurso. Para colmo, pretenden imponer sus artificios al conjunto. Nada más antidemocrático. El solo hecho de que una Facultad de la UBA decida que los profesores deben aceptar trabajos en “inclusivo” es indicio de decadencia cultural y una falta de respeto a la profesión docente y a la excelencia académica.
Los inclusivo-parlantes deberían hacer un plebiscito antes de seguir imponiendo su capricho a los demás amparados por la desidia o complicidad de un gobierno que, como no puede o no sabe resolver lo importante, se concentra en las apariencias.
En los últimos meses, en Alemania, en paralelo con la campaña electoral -las elecciones federales tuvieron lugar el 26 de septiembre pasado-, se intensificó la polémica en torno al lenguaje inclusivo.
Como en las lenguas latinas, el plural alemán suele coincidir con el masculino y eso es lo que genera debate partiendo de la idea de que lo que no se nombra es invisible, algo difícil de sostener ya que la comunicación -en Alemania y en el mundo- funcionó así hasta ahora sin problemas.
La propia ministra para las Mujeres, la socialdemócrata Christine Lambrecht, recomendó no usarlo. La funcionaria saliente, integrante de la “gran coalición” que dirigía Angela Merkel, rechazó el uso de asteriscos, dos puntos o guion bajo, los signos con los cuales se representan las formas inclusivas en idioma alemán, que son varias, ya que el inclusivo no tiene reglas, ni en alemán ni en castellano.
Su recomendación va dirigida a todas las oficinas bajo su jurisdicción, a la administración federal -Cancillería y ministerios-, a los tribunales y a las fundaciones federales de derecho público. “Los caracteres especiales como componentes de la palabra, en la comunicación oficial, no deben utilizarse”, dice la circular enviada por la ministra, en la cual cita al Consejo Alemán de Ortografía, que señaló que esas modalidades no son comprensibles para todos.
En Argentina, vale acotar, se habían pronunciado en un sentido similar la Academia Argentina de Letras y la Academia Nacional de la Educación, cuestionando el uso del lenguaje inclusivo.
La intención de Lambrecht es poner orden en un panorama lingüístico complicado por las formas espontáneas y antojadizas de lenguaje inclusivo que han ido surgiendo. En su recomendación, la Ministra mencionó que en ciertas universidades, como la de Baviera, ya se está prohibiendo el uso de terminaciones arbitrarias en las palabras para supuestamente visibilizar el género. El argumento, además de la deformación caprichosa y antiestética del idioma, es de orden práctico: complica la escritura y se pierde mucho tiempo con el desdoblamiento. “Alarga mucho las clases decir ‘los alumnos y las alumnas’”, dijo Lambrecht, con toda lógica. Los profesores alemanes instaron a atenerse a las reglas también en las comunicaciones oficiales.
El Gobierno regional bávaro había decidido en septiembre poner límite al uso del lenguaje inclusivo de género. “Que no quepa duda sobre nuestra apuesta por la igualdad, se trata de una meta importante y tenemos un Gobierno paritario”, aclaró Markus Söder, presidente regional, poniendo los puntos sobre las íes a los que creen que basta con hablar “inclusivo” para serlo. O, viceversa, que todo aquel que no deforma el lenguaje es misógino o discriminador.
“Necesitamos un lenguaje sensible, pero estamos en contra de la exageración y de perder el sentido de la proporción. Queremos un equilibrio correcto que no sobrecargue el lenguaje”, aclaró Söder.
En marzo pasado, el Consejo de la Ortografía Alemana, que tiene funciones similares a las de la Real Academia de la Lengua Española, como la preservación de la uniformidad de la ortografía, se había pronunciado en contra del uso de estas formas que buscan indicar varios géneros en una sola palabra porque “perjudica la comprensión”. Ni hablar de la lectura en voz alta. Como en castellano, idioma en el que tampoco es imposible pronunciar una palabra con equis o arroba. Por ejemplo, la palabra “lectores”, en alemán leser, podría aparecer así: leser*innen, leser_innen o leser:innen. El asterisco, el guión bajo y los dos puntos se usa para agregar una declinación femenina a la palabra. Otro ejemplo: Bürger*innen (ciudadanxs). Tan ilegible como la equis o la arroba. Se supone que el uso de esas terminaciones visibiliza a las mujeres en el lenguaje, según la rara lógica de los cultores de estas modalidades que piensan que, hasta ahora, la mitad de la humanidad no se daba por aludida si no la nombraban… No se entiende cómo llegamos hasta acá.
Durante los debates de campaña electoral, el muy probable sucesor de Angela Merkel, Olaf Scholz, socialdemócrata, evitó pronunciarse sobre el lenguaje inclusivo apelando a la fórmula de compromiso de que “cada uno debe decidir por sí mismo” si usarlo o no. Por lo tanto, las recomendaciones de Lambrecht no cierran el debate.
Christian Ploss y Tobias Koch, jefes regionales de la Unión Demócrata Cristiana (CDU, el partido de Merkel) en Hamburgo y Schleswig-Holstein respectivamente, promueven la realización de un referéndum.
Ahora bien, de acuerdo al diario Bild, una clara mayoría de alemanes rechaza el lenguaje inclusivo. Esto surge de una encuesta del instituto de estudios de opinión Infratest Dimap según la cual 71 por ciento de los consultados se opone a estos cambios en el idioma.
Tobías Koch afirmó que es “problemático que cada cual actúe siguiendo sus propias reglas”.
“El asterisco de género”, que algunos usan en publicidades, artículos o instructivos, ”carga increíblemente los textos con palabras y signos que no tienen nada que ver con el contenido y a veces incluso lo opacan”. dijo a la DW Doris Mendlewitsch, autora, consultora de comunicación y docente de alemán para hijos de inmigrantes. “El asterisco de género supone un obstáculo adicional para ellos”, dice.
En cuanto a los partidos políticos alemanes, sólo tres de ellos tienen adoptada una resolución oficial: los Verdes y la izquierda -cuándo no- a favor; y la Alternativa para Alemania (AfD, conservadores) categóricamente en contra.
Los liberales del FPD rechazan la obligación de usar el lenguaje de género, aunque no han adoptado una resolución oficial. El SPD, socialdemócrata -ganador de la elección-, dice que su uso es “voluntario”. La CDU -demócrata cristianos, partido de Merkel- tampoco tiene posición tomada pero en declaraciones recientes, su presidente, Armin Laschet, dijo que el que lo quiera usar que lo haga, pero que él se negaba a “presionar a la gente” para utilizarlo. Ni prohibir ni imponer, sería su postura. Sin embargo, como vimos, dentro de la CDU hay sectores que están a favor de una prohibición explícita del lenguaje de género en los textos oficiales y en las escuelas, siguiendo el ejemplo de Francia.
Antecedentes
En marzo de 2019, alrededor de cien personalidades del mundo de la cultura habían firmado un manifiesto “de resistencia” pidiendo que se pusiera coto a estos atentados lingüísticos: “Hacemos un llamamiento a políticos, autoridades, empresas, sindicatos, comités de empresa y periodistas: ¡defiendan el idioma alemán contra estas tonterías de género!”
Firmaban el manifiesto Walter Krämer, presidente de la Asociación de la Lengua Alemana, Josef Kraus, presidente de la Asociación Alemana de Maestros, la escritora Monika Maron, Wolf Schneider, ganador del Premio de los Medios a la Cultura del Idioma y célebre formador de periodistas, las escritoras Angelika Klüssendorf y Cora Stephan, el filósofo Rüdiger Safranski, el novelista Peter Schneider, el actor Dieter Hallervorden y el ex director del Bild Zeitung Kai Diekmann, entre otros periodistas, artistas y profesores.
Los intelectuales rebatían el argumento de que la lengua cambia por el uso y por lo tanto también las normas; algo cierto pero que se justifica cuando todo el mundo adopta naturalmente -no por imposición- nuevas modalidades de lenguaje, lo que no es el caso del inclusivo, desde ya. Se trata más bien de una ideologización, un artificio de minorías.
“El denominado lenguaje inclusivo se basa, en primer lugar, en un error general; en segundo lugar, da lugar a estructuras lingüísticas ridículas; en tercer lugar, no puede sostenerse de forma coherente; y en cuarto, no contribuye a mejorar la posición de las mujeres en la sociedad”, decía, contundente, el texto.
El error es que “no existe una conexión fija entre el lenguaje gramatical y el sexo”. Como ejemplo señalaba que “jirafa” es femenino en alemán -como en castellano- aunque hablemos del macho de la especie; y “caballo” es neutro en alemán, idioma que tiene tres géneros. ”El género es simplemente una forma de repartir los sustantivos en cajas -explicaba por entonces Walter Krämer- Pero es un error histórico considerar que todas las palabras que terminan en el cajón que utiliza el artículo masculino correspondan intrínsecamente a seres de género masculino”.
Y en cuanto a la tan mentada invisibilización de la mujer, el texto ironizaba: “En la Ley Fundamental de Bonn (es decir, la Constitución alemana), hay hasta veinte referencias al Canciller en masculino, y eso no le ha impedido a Angela Merkel serlo varias veces”.
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