El regreso de Perón: del tango Caminito a la puja con Lanusse y las lágrimas en Gaspar Campos

Luego de 17 años de exilio, el 17 de noviembre de 1972 volvió al país. Hasta último momento se mantuvo en secreto la fecha del viaje, en medio de amenazas y provocaciones cruzadas con el gobierno de facto del general Lanusse, quien lo desafió con la famosa frase: “Perón no viene porque no le da el cuero”

Juan Domingo Perón, derrocado en 1955, estuvo 17 años exiliado. Desde 1960 vivía en España

Fue significativo el cumpleaños número 77 de Juan Domingo Perón el 8 de octubre de 1972, el último que celebró en Madrid. A los que viajaron de Argentina a Puerta de Hierro para saludarlo les dio a entender que dejaría la cuestión del regreso a la Argentina en veremos para ver qué es lo que ocurría.

En ese festejo, realizado en un restaurante, estuvo acompañado por Isabel Martínez, José López Rega, Héctor Cámpora, Manuel Osinde, Juan Manuel Abal Medina, Lorenzo Miguel, José Ignacio Rucci, Rodolfo Galimberti y Hugo del Carril, entre otros. También fue invitado el santiagueño Rogelio Coria, secretario general de la UOCRA, el mismo quien en 1968 se había reunido en secreto con Juan Carlos Onganía para cerrar una alianza entre el sector obrero y el gobierno. Había viajado junto a los dirigentes sindicales Estanislao Rosales, Néstor Carrasco y Victorio Calabró.

Fiel a su estilo, a lo largo de la velada, luego de elogiar el desempeño de los presentes, el general no largó prenda sobre sus próximos pasos y en un momento dicen que exageró su cansancio, se despidió de todos y se fue a dormir.

Al día siguiente Héctor J. Cámpora, su delegado, y Coria volvieron a Buenos Aires. En la confitería del aeropuerto de Barajas, Coria, exultante, convencido de que Perón no regresaría, lo hizo interpretar una y otra vez al cantante Carlos Acuña, amigo de Perón, el tango “Caminito”, compuesto en 1926 por Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza. Insistentemente le hizo repetir el estribillo “Desde que se fue, nunca más volvió…”

Cuando le contaron el episodio a Perón, dicen que se rio con ganas.

Perón siempre tuvo la idea del regreso y en testimonios que le grabaron en 1971 en su exilio madrileño afirmaba que “estamos en lucha hace 16 años”. Luego de su frustrado retorno del 2 de diciembre de 1964, aconsejó “desensillar hasta que aclare”. El descalabro en que cayó el gobierno de facto del general Onganía, el descontento popular que se tradujo en explosiones sociales como fue el Cordobazo en 1969, la reorganización sindical, la irrupción en mayo de 1970 de la organización armada Montoneros, el breve interregno del general Roberto Marcelo Levingston y las ambiciones políticas de su sucesor el general Alejandro Agustín Lanusse, abrieron la puerta dentro del peronismo a repensar sobre qué se debía hacer.

Presidía el gobierno de facto en nuestro país el general Lanusse, quien mantuvo un áspero contrapunto con Perón

Lanusse había lanzado en julio de 1971 el GAN (Gran Acuerdo Nacional), en donde proponía un acuerdo entre las fuerzas políticas. Con el GAN planeaba convertirse en presidente en la próxima contienda electoral. Esta iniciativa contemplaba la integración del peronismo, y el gobierno dio señales en ese sentido, como la restitución a Perón el 3 de septiembre de 1971 del cadáver de su esposa Evita, oculto por años bajo otra identidad en un cementerio de Milán.

Lo que el GAN pretendía era un Perón lo más lejos posible del país.

Sin embargo, el panorama interno le jugó en contra a Lanusse cuando Perón movió sus piezas a favor de sus intereses: surgió una fortalecida Juventud Peronista, liderada por Rodolfo Galimberti, así como dirigentes sindicales afines como Lorenzo Miguel y José Ignacio Rucci -que llegó a la conducción de la CGT-, factores que terminaron en la renuncia del entonces delegado de Perón, Jorge Daniel Paladino, que operaba de acuerdo a los lineamientos del GAN, que dialogaba tanto con militares como con los integrantes de la Hora del Pueblo, un nucleamiento de los partidos políticos para presionar sobre los militares una salida institucional. Paladino fue reemplazado por Héctor J. Cámpora, un odontólogo que había sido presidente de la Cámara de Diputados entre 1948 y 1953 y había presidido la asamblea constituyente que reformó la Constitución en 1949. La clave es que era un peronista de Perón.

Perón nombró como su delegado a Héctor J. Cámpora, quien había presidido la cámara de diputados entre 1948 y 1953

Paulatinamente, fue creciendo la idea de que Juan Perón podía disponer de una relación de fuerzas que le permitiría retornar al país. Dejó hacer a todos los que se manifestaban en ese sentido, aunque no se pronunciaba públicamente. Instruyó a Cámpora y a su esposa Isabel a armar un operativo regreso. Integraron ese grupo Galimberti, Juan Manuel Abal Medina -a quien Perón había designado secretario general del Movimiento Nacional Justicialista- y se incorporarían Rucci y Miguel.

En el círculo íntimo del líder exiliado, en reuniones reservadas en Puerta de Hierro, la pregunta era recurrente: ¿Debía o no volver? Guardaba silencio cuando le remarcaban que el proceso institucional del país no llegaría a buen puerto sin él en la presidencia. El temor era que todo terminase en una guerra civil.

Mientras tanto, en Buenos Aires, el gobierno desplegaba su estrategia. El 7 de julio anunció que no podría ser candidato aquel que no estuviera en el país y para ello debía volver antes del 24 de agosto. El 27, en un discurso pronunciado en la cena de camaradería celebrada en el Colegio Militar, Lanusse dijo: “No voy a admitir que corran más a ningún argentino diciendo que Perón no viene porque no puede. Permitiré que digan: porque no quiere; pero en mi fuero íntimo diré: porque no le da el cuero para venir”.

En Buenos Aires el peronismo respondió con la campaña “Luche y vuelve”, que se lanzó desde Tucumán el 25 de agosto.

Fue unos días antes del 17 de octubre de 1971 cuando se definió la fecha del regreso. Perón imaginó su retorno al país como prenda de paz, con las organizaciones dejando las armas, en una operación de desaliento para la que pedirían ayuda a Fidel Castro, quien debía colaborar en la persuasión de los guerrilleros. Sin embargo, la conducción de Montoneros no acató y el agravamiento de la salud de Perón hizo que ese plan volase por los aires.

Perón pretendió que la organización Montoneros dejasen las armas, en un país donde la violencia era cuestión de todos los días

El 7 de noviembre, Perón anunció: “A pesar de mis años, mi mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la mejor buena voluntad, sin rencores que en mi no han sido habituales y con la firme decisión de servir, si ello es posible”. Una semana después, en otro mensaje, pedía a los argentinos orden y tranquilidad.

El 10 de abril de ese año fue víctima de un atentado del ERP y las FAR el general Juan Carlos Sánchez y unas semanas antes el doctor Roberto Uzal de Nueva Fuerza murió a consecuencia de las heridas al intentar ser secuestrado por Montoneros. En agosto tuvo lugar la masacre de Trelew, donde fueron muertos 13 guerrilleros y seis terminaron heridos. Y en octubre, las FAR hizo estallar una bomba en el piso 22 en el Hotel Sheraton, dejando varias víctimas.

Por la cláusula que había impuesto el gobierno que no podía ser candidato aquel que no estuviera en el país para agosto, se decidió que Cámpora lo fuera, ya que era lo más cercano que había a Perón. Siempre se supo que sería una transición y que el proceso debía culminar con el general, ya entrado en años y seriamente enfermo, en la Casa Rosada.

El regreso

El 16 de noviembre de 1971 a las 20:21 despegó del aeropuerto de Fiumicino el DC-8 Giuseppe Verdi, de la empresa Alitalia, máquina que solía usar el Papa Paulo VI en sus giras.

Perón, Isabel Martínez, Cámpora y su esposa Georgina y José López Rega ocupaban el sector de primera. Perón había llegado a Roma el 13, y fueron vanos sus intentos de entrevistarse con el Sumo Pontífice.

Antes de dejar el aeropuerto, Perón bajó del automóvil a saludar a unos 300 militantes. Rucci, con un paraguas, lo protegía de la lluvia. Se distinguen en un extremo, a Isabel, más atrás López Rega. Junto a Rucci, Juan Manuel Abal Medina (Foto: Domingo Zenteno)

La clase turista del vuelo 2584 estaba copada por figuras de la política, del sindicalismo, de la cultura y del espectáculo. Un amplio abanico que que iba desde Lorenzo Miguel, el historiador José María Rosa, Chuchuna Villafañe, Marilina Ross y el futbolista José Sanfilippo. Eran 153 pasajeros, entre los que se contaban a Antonio Cafiero, Nilda Garré, Guido Di Tella, Carlos Menem, entre otros. Volver con una comitiva tan heterogénea buscaba transmitir la idea de la amplitud del justicialismo. Los mal pensados sospecharon que llenar el avión con muchas figuras de relevancia nacional haría pensar más de una vez a quien se le ocurriese la locura de derribarlo.

Antes de embarcar, los pasajeros tuvieron la oportunidad de saludar a Perón. Todos tenían sus ubicaciones asignadas por Cámpora, pero cuando la máquina despegó, cambiaron sus lugares.

Permanecería en el país hasta el 14 de diciembre, fecha en la que regresó a España. Volverìa definitivamente en junio de 1973

Previa escala en Dakar, aterrizó en Ezeiza el viernes 17 a las 11:15. En el país era un día lluvioso, donde no trabajó nadie. La CGT llamó a un paro general y el gobierno había dispuesto que fuese feriado.

Se había organizado un descomunal operativo cerrojo alrededor del aeropuerto que incluyeron 35 mil soldados, cañones y tanques. Los miles de militantes que habían marchado al lugar no pudieron acceder, aunque se permitió que 300 de ellos quedasen en una suerte de corralito.

Al pie de la escalerilla a Perón, que vestía traje azul, camisa blanca y corbata celeste, lo esperaban dos autos, a los que subieron los que habían viajado en primera. Al pasar frente a ese corralito, Perón se bajó y fue cuando se tomó la histórica fotografía, saludando y al lado Rucci asistiéndolo con un paraguas.

La emoción de Perón en la casa de Gaspar Campos junto a Isabel (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

No pudieron ir directo a la residencia de Gaspar Campos 1065, en Vicente López. La orden, que dejó perplejos a los recién llegados, fue que debían llevar a Perón al Hotel Internacional de Ezeiza. Alojado en la habitación 113, no se podía acceder a él.

Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio quisieron saludarlo pero no pudieron. Funcionarios del gobierno que se acercaron al hotel pretendieron que Perón fuese a entrevistarse con Lanusse, a lo que el anciano líder se negó. Por un lado Cámpora denunció que Perón estaba preso, mientras que López Rega proponía volver a Europa. El sábado a las seis de la mañana ordenó juntar las valijas y abandonar el hotel. Los militares le dijeron que era peligroso para su seguridad aunque le aclararon que no estaba detenido, que podía irse cuando quisiese.

La residencia en la localidad de Vicente López que ocupó Perón. Está en la calle Gaspar Campos 1065

La calle Gaspar Campos recuerda a un militar que combatió en las guerras civiles y en la del Paraguay, donde murió siendo prisionero. El petit hotel donde se alojó, a unas 15 cuadras de la residencia presidencial de Olivos, había pertenecido a un médico que había sido asesinado por un paciente. Este médico era el hermano del general Carlos von der Becke, quien presidió el tribunal que había degradado al ex presidente en 1955.

Una multitud lo esperaba en el barrio, trepado a los cercos, a los árboles y a los postes. Cámpora que había dejado su auto estacionado en la puerta, terminó con la suspensión vencida por la cantidad de gente que lo usó como tarima.

Enconados rivales cuando Perón fue presidente, el líder radical Ricardo Balbín fue a saludarlo al día siguiente de su llegada

Perón se asomó por la ventana del primer piso con su característico saludo de brazos en alto. Los periodistas, a grito pelado, quejándose que hacía dos días que no descansaban, le pedían declaraciones. Perón respondió: “Y yo hace dos días que no me saco los botines”.

Llegó a asomarse una vez por hora y la gente bromeó con la figura del reloj “cucú”. A su lado Isabel exhibía un retrato de Evita y hasta le alcanzó un gorro con visera, que Perón, luego de lucirlo, lo arrojó a la multitud.

El 18 tuvo lugar el histórico encuentro con el radical Ricardo Balbín; el 20 por la noche juntó, en una cena en el restaurante Nino, a la mayoría de los partidos políticos.

La noche del 14 de diciembre regresó a España. Tres días antes se legalizaron las alianzas partidarias, entre ellas la del Frente Justicialista de Liberación, que participarían en la elección presidencial del 11 de marzo. Volvería en junio del año siguiente en otras condiciones, con un país incendiado, caótico, mucho más parecido a letra trágica e irreversible de un tango.

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