Ricardo Barreda no quería morir. No anhelaba seguir aferrado a una vida que se apagaba día a día en un geriátrico de José C. Paz, donde estaba postrado y con demencia senil. No quería morir por otro motivo: “Para no darle el gusto a los que me odian. Seguro que cuando me vaya al otro mundo muchos crápulas van a celebrar y reír”, dijo pocos meses antes de su muerte inevitable, el 25 de mayo de 2020, a los 84 años.
La revelación se la hizo a Pablo Martí, su biógrafo y última persona en visitarlo.
“Estoy seguro que no quería morirse por eso. Como si quisiera ser el último invitado en irse a la fiesta. Me pidió que mi libro se llame ‘No me olviden’. Por eso hubiese querido seguir viviendo. Para molestar con su presencia a quienes lo odiaban por el horror que había causado”, cuenta Martí.
En sus últimos días de vida, el cuádruple femicida decía que se arrepentía de haber matado a su esposa, su suegra y sus hijas. “Pero ya es tarde para todo”.
El día anterior a los asesinatos que lo catapultaron a ser uno de los oscuros íconos del crimen argentino, no mostro señales que llevaron a presagiar lo que ocurriría el domingo 15 de noviembre de 1992 en La Plata, hace 29 años.
“Las espero en casa. La idea es que esté toda la familia”, les dijo Ricardo Barreda a sus hijas Adriana y Cecilia, el sábado 14. Lo que parecía ser la preparación del almuerzo del domingo, al que se sumarían su esposa Gladys McDonald y su suegra Elena Arreche, no fue más que el plan de una matanza que el odontólogo había pensado hasta el último detalle.
Ese domingo, Barreda -por entonces de 54 años- mató a escopetazos a las cuatro mujeres. Luego, como si se sintiera aliviado, fue al cementerio a llevarles flores a sus padres, entró en el zoológico porque lo relajaba contemplar a la jirafa y al elefante y por la noche invito a comer pizza a su amante, antes de terminar en un hotel alojamiento.
Cuando volvió a su casona llamó a la Policía y avisó: “Entraron a robar a mi casa. Hay cuatro bultos”.
Así se refeería a las mujeres de su familia. Luego no le quedó otra que confesar. Fue condenado y estuvo preso 15 años. Cuando salió se puso de novio con Berta André, a quien maltrataba. Le decía Chochán, entre otras cosas.
Pero ante los policías terminó por decirles la verdad: declaró que las había matado porque lo humillaban. Estaban en su contra. Le decían “Conchita” y querían verlo muerto. “Eran ellas o yo”, declaró. Nadie le creyó. Ni tampoco los argumentos de su defensa de que había actuado bajo los efectos de la emoción violenta. Hay datos reveladores: antes de matarlas, Barreda practicó tiro (con la escopeta Víctor Sarrasqueta que le había regalado la suegra) y concurrió a la charla de un perito criminal. Y esperó que las víctimas estuvieran todas juntas para ejecutar su plan criminal.
Era otra época. El “ni una menos” y la lucha de las mujeres contra la violencia de género por entonces parecían una utopía. La palabra femicidio no aparecía en los diarios y cuando un hombre mataba a una mujer se solía escribir o titular “drama pasional”, “la mató por celos”, entre otras frases que con el tiempo se volvieron repudiables.
Barreda se volvió una especie de rockstar. Había medios que lanzaban este debate: “¿Víctima o victimario?”.
El marketing alrededor del caso Barreda es amplio: desde remeras hasta tazas, gorros y calcos. Pero el abanderado de esa movida es un hombre anónimo que creó la web maestrobarre-da.com. Allí publica un alegato a favor del odontólogo, escribe contra las feministas, honra al asesino como si fuera un santo y vende pins y escudos con la imagen de Barreda.
En Mar del Plata existía un grupo de odontólogos que se reunía una vez por mes para honrar al femicida. Hasta tenían una estampita llamada “San Barreda” con una oración irreproducible que era una falta de respeto a las víctimas.
Es más, Barreda solía firmar autógrafos o sacarse fotos con las personas que se acercaban a saludarlo.
Hace una semana, se confirmó que la casona donde cometió los crímenes será expropiada para convertirla en un centro contra la violencia de género. Uno de los impulsores fue Darío Witt, de Casa María Pueblo, hoy a cargo de la presidenta Karina Fiorito y la vicepresidente Rosana Zubirí.
“Con todas las acciones antimachistas que llevamos a cabo hemos recibido amenazas. En el caso de Barreda, supe que quiso comunicarse conmigo para ver si yo tenía un encono personal contra él. Quería recuperar su casa a toda costa. A una persona le dijo que yo era un homosexual reprimido. Eso refleja el grado de machismo extremo de este femicida que odiaba a las mujeres”, dijo Witt a Infobae.
“Yo no estoy del lado del femicida. Cuento una historia. Quiero aclarar que el libro no es sólo sobre Barreda. También buscaré darle voz a las cuatro víctimas. Nunca se habla de ellas”, aclaró Martí.
En los días previos a los femicidios, Barreda tenía cuatro amantes.
La “oficial” era la mujer con la que se encerró en un hotel mientras los cadáveres de las mujeres de su familia seguía en su casa. La mujer nunca dio notas, una versión dice que se fue de La Plata. “Estuvo como siempre, hasta diría mejor que siempre”, dijo sobre la noche que pasó con ese hombre que también salía con “Pirucha” Guastavino, una vidente que le aseguraba que tenía que liberarse de su familia, y otras dos mujeres.
Con una de ellas hasta iba a la ópera. Y se dejaba ver por sus vecinos.
“Barreda era muy seductor. En una etapa era el Isidoro Cañones de La Plata. Un tipo mujeriego y muy infiel. Andaba con sombrero y traje blanco, zapatos al tono. Tuvo muchísimas amantes. Decir diez es quedarse corto. Tuvo una que vivía en Mar del Plata y él antes de cometer los femicidios estuvo a punto de abandonar a su esposa para vivir con esa mujer. ‘Me hubiese salvado de cometer semejante’ atrocidad, me dijo en su lecho de muerte”, dice Pablo Martí, que además de escritor es actor y es llamado el youtuber de los trenes. Cuenta experiencias en ese transporte público y tiene más de 14 mil suscriptores en “Pablo Martí Krenz”.
Al autor de esta nota, hace nueve años, Barreda le contó que una vez un preso quiso abusar de él y matarlo. “Entró a tomar mate a mi celda. Era un tipo grandote, cuando me quiso ahorcar y me pidió que me baje los pantalones, le clavé la bombilla en el cuello. Pensé que lo había matado”, dijo.
A su biógrafo le confesó otras revelaciones hasta ahora inéditas. Martí, una vez le preguntó:
-Ricardo, ¿Alguna vez pensó que matarse?
-No, querido. Pero una vez casi me linchan.
-¿Cómo fue?
-Yo tendría 50 años (estaba casado) y tuve un berretín con una paciente joven. Le arreglaba los dientes y después salíamos. Hasta que un día aparecieron el novio y el padre armados. Me querían matar.
-¿Y cómo hizo para salir vivo de esa?
-Logré zafar a través de una ardua negociación.
Otro día, Barreda le contó que tuvo una novia mucho más joven que él, mayor de edad pero que concurría a una escuela nocturna. El se presentó en la escuela, habló con el director y dijo que a partir de ese momento él la iba a ir a buscar porque sus familiares tenían problemas. Así consiguió sacar a la joven y vivir su romance.
“Nunca una menor de edad, pero sí más jóvenes que yo”, aclaró el múltiple asesino.
Una de las últimas veces que Martí vio a Barreda fue el 15 de noviembre de 2019, a poco menos de un año de su muerte. En el hospital había carteles contra los femicidios de Barreda. Martí quiso saber si el ex odontólogo sabía qué día era. Barreda respondió:
-Me lo puedo imaginar.
-¿Recuerda que pasó un 15 de noviembre?
Barreda se puso pensativo:
-Lo que pasó y lo marcó a usted para siempre.
-¡Ah! Si. Un día como hoy pasó algo horrible que causé. Me acuerdo la fecha porque un 19 de noviembre Dardo Rocha fundó La Plata. A eso le resto cuatro días y me da el día funesto. Además el 20 se corre la Vuelta de Dardo Rocha. El Gran Premio de Turf. Soy fanático de eso.
Luego, Barreda se dio vuelta y se quedó dormido.
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