En septiembre pasado, Netflix estrenó el documental Otto Skorzeny en España, una producción de la mallorquina Quindrop con IB3 y RTVE, porque fue en España donde este ex teniente coronel de las SS vivió durante 25 años luego de finalizada la guerra.
El documental se subtitula El hombre más peligroso de Europa, como alguna vez -exageradamente- fue calificado este austríaco que se volvió leyenda viva en la Alemania nazi por haber organizado y conducido el operativo comando que en 1943 rescató a Benito Mussolini, detenido en la montaña Gran Sasso, en los Apeninos. La misión le había sido encomendada por Adolf Hitler en persona.
Consagrado como héroe del régimen, Skorzeny encabezó otras misiones arriesgadas durante la guerra, como las operaciones tras las líneas enemigas en las Ardenas entre diciembre del 44 y enero del 45.
Pero lo verdaderamente llamativo de la historia es cómo logró Otto Skorzeny reinventarse e iniciar una nueva vida en la España franquista donde se convirtió en exitoso empresario dedicado al comercio internacional y residió hasta su muerte sin ser molestado.
Una de las claves fue que, junto con sus negocios de exportación e importación, Skorzeny también actuó como espía para varios servicios extranjeros. No se ocultaba: tenía una vida social muy activa y se movía en altos círculos del poder en Madrid. Y hasta concedía entrevistas de prensa. Esta conducta habla a las claras del grado de protección de que gozaba.
No fue el único nazi reciclado. Ni mucho menos el mayor jerarca del régimen de Hitler que pudo hacerse perdonar por los vencedores de la guerra y empezar una nueva vida.
Le Roman des damnés: Ces nazis au service des vainqueurs après 1945 (La novela de los malditos. Esos nazis al servicio de los vencedores después de 1945, Perrin 2021) es el libro en el cual el periodista e historiador francés Eric Branca reconstruye la historia de 12 personajes del Tercer Reich, algunos de ellos importantes engranajes de la maquinaria nazi, que en la posguerra fueron reclutados por los vencedores, tanto de Occidente como del mundo comunista. Un reciclado conducido por los servicios secretos aliados.
Aunque no es un misterio que ello ocurrió, no se conocen demasiado los detalles ni la dimensión que tuvo el fenómeno. Y, sobre todo, ese aspecto de la historia no forma parte de los tópicos más frecuentes de los innumerables films, documentales y de ficción, que inundan el cine y la televisión.
“Si se enciende la tele y se hace zapping aunque sea por 5 minutos, es raro no caer sobre uno, incluso varios, programas referidos a los crímenes nazis y a sus autores”, dijo Eric Branca en una entrevista con el sitio bretón Breizh-info.com.
“¿Y qué se nos dice?”, se pregunta Branca. Su respuesta: “Que gracias a los aliados anglosajones y sobre todo estadounidenses, el bien triunfó sobre el mal y que, gracias a la jurisprudencia de Nuremberg, que impuso la noción de ‘crimen contra la humanidad’, caracterizada esencialmente por la imprescriptibilidad, la humanidad se ha dotado por fin de instrumentos capaces de protegerla”.
Pero la realidad es que en Nuremberg los aliados decidieron “a crímenes iguales, quién era criminal y quién no lo era”, afirma Branca. “¿Con qué criterio? La empleabilidad de los vencidos, así fuesen los peores técnicos del crimen”, agrega.
El libro de Eric Branca reconstruye la historia de esos personajes del aparato del Tercer Reich que, amparados por los vencedores, pudieron iniciar una nueva vida y una nueva carrera después de la 2a Guerra mundial. Algunos fueron absueltos, otros condenados a prisión pero evitaron la horca y otros ni siquiera se sentaron en el banquillo de los acusados. Y esto no fue porque no tuviesen responsabilidad en los crímenes por los que otros si fueron condenados y ejecutados.
En la entrevista citada, Branca dice que, como historiador, observaba consternado “la superficialidad y el simplismo de la mayoría de los debates actuales”, y ejemplifica: “campo del bien contra campo del mal; ¿quiere usted salvar el planeta, sí o no?, etcétera”.
Es necesario, sostiene, “que nuestros contemporáneos reflexionen otra vez por sí mismos, lo que explica, entre otras cosas, su apetencia por la historia que ofrece claves que permiten ir más lejos del prêt-à-penser” [N. de la R: “listo para pensar”, juego de palabras con la expresión “prêt-à-porter” -listo para usar- de la moda].
Fue esa preocupación por ofrecer a los lectores algo diferente a la visión binaria y unívoca de la historia contemporánea lo que lo llevó a interesarse por estos “damnés” -malditos, réprobos, condenados- del régimen nazi que paradójicamente lograron reconversiones exitosas y sorprendentes en la posguerra.
Branca cita los casos contrastantes de Fritz Sauckel y Albert Speer. El primero ejercía el cargo de Plenipotenciario General para el Despliegue Laboral: detrás del pomposo título, se trataba simplemente de organizar el trabajo forzado al cual los nazis sometieron a la población de los países ocupados. El otro fue Ministro de Armamento y Producción de Guerra en el mismo período y, como tal, era uno de los principales demandantes de esa mano de obra prácticamente esclava. En concreto, Speer era el superior de Sauckel. Sin embargo, éste fue a la horca en Nuremberg, mientras que el ministro recibió una condena de 20 años y a su liberación se convirtió en bestseller escribiendo sus memorias sesgadas sobre el período.
“Sauckel, el negrero de Europa que alimentaba las usinas del Reich con trabajadores forzados, cuyo destino con frecuencia era la muerte” estaba “demasiado expuesto para ser salvado”, dice Branca. “Speer, en cambio, que lo acosaba pidiéndole constantemente más mano de obra, pero cuyo savoir-faire tecnocrático fascinaba, podía ser recuperado, sobre todo porque se las había arreglado, durante los últimos meses de la guerra, para montar él mismo su acusación”. Destacó algunos hechos e hizo desaparecer otros para “disimular su implicación”.
Uno de estos hechos silenciados por Speer, señala Branca, fue su presencia en la Conferencia de Posen, en octubre de 1943, en la cual Heinrich Himmler, el jefe de las SS, reveló la amplitud de la llamada “Solución final”, el exterminio de los judíos. “Se ausentó en ese momento, fue la excusa de Albert Speer”, dice Branca. E ironiza: “Es admirable la confianza de los jueces de Nuremberg que le creyeron por su sola palabra”.
Aunque purgó 20 años de condena, Albert Speer escapó a la horca y logró reinventarse luego, describiéndose como un simple testigo, cuando en realidad fue “el único verdadero amigo de Hitler, su confidente último”. Liberado en 1966, se volvió una celebridad y la prensa occidental hasta elogiaba sus libros. Él recibía libremente a periodistas e historiadores dando una versión atenuada de sus responsabilidades. “¿Pero qué descubrimos? -dice Branca, no sin indignación- ¡Que no sólo fue un maestro de la manipulación, sino que además se siguió enriqueciendo con la venta clandestina de las obras de arte que había robado y de pinturas firmadas por Hitler que su protector le había regalado!”
Otros dos salvados por su expertise fueron Adolf Heusinger y Reinhard Gelhen. Como general del ejército nazi, Heusinger tuvo un rol clave en la planificación de la ocupación de Austria, luego en la invasión de Polonia y también en la “operación Barbarroja “-la invasión a la Unión Soviética en 1941.
Pese a ello, fue absuelto en Nuremberg. En 2006, un documento desclasificado de la CIA brindó algunas claves: en él se decía que Heusinger “tuvo una actitud colaborativa” y que durante el juicio de Nuremberg actuó como “asesor de investigación” para EEUU. Desde ese momento, quedó blanqueado y en los 50 retomó su carrera militar con tanto éxito que llegó a ser presidente del Comité Militar de la OTAN hasta los 67 años.
El también alto jerarca militar Reinhard Gehlen, era jefe de contrainteligencia del Ejército nazi en el Frente Oriental. Ante la proximidad del fin de la guerra, se entregó al ejército de los EEUU y brindó información valiosa, además de una red de espías que fue usada contra la URSS en la inminente Guerra Fría. Gehlen siguió trabajando en contrainteligencia y llegó a dirigir el servicio secreto de Alemania Occidental.
“Conocía mejor que nadie las fortalezas y debilidades del sistema soviético, calidad irremplazable para encabezar el contraespionaje de la Alemania occidental”, dice Branca. “¿Pero cómo olvidar que el exterminio de la población civil era la condición del éxito de la Blitzkrieg (guerra relámpago) en el Este que estos dos hombres (Heusinger y Gehlen) habían preparado?”
Otro ejemplo de esta reutilización de habilidades es el de Rudolf Diels, primer jefe de la Gestapo (1933-34), que luego seguiría con su labor de detección de comunistas pero al servicio del ejército norteamericano.
Estos casos son emblemáticos de los motivos por los cuales los aliados se mostraron tan predispuestos a pasar por alto los crímenes que a otros nazis les valieron la horca: la inminencia de la Guerra Fría llevó a priorizar lo que Branca llama “empleabilidad” de estos personajes, es decir, su utilidad para frenar el avance de la influencia soviética en Europa. Por ejemplo, estos altos jefes militares venían con una impresionante masa de documentos sobre la verdadera situación de la Unión Soviética: mapas sobre el real estado de sus rutas, localización de su industria militar, etcétera. Es decir que los mismos cuadros que pusieron a punto el aparato militar y de inteligencia nazi, hicieron luego un trabajo análogo al servicio de otras potencias.
De hecho, al avecinarse el fin de la guerra e intuyendo la derrota, varios de ellos prepararon su entrega al enemigo, acumulando documentación que podría comprar su impunidad. La mayoría eligió rendirse a los estadounidenses -que tenían menos agravios que cobrarse-, conscientes de que los rusos no les perdonarían las atrocidades cometidas sobre su territorio y contra su población.
Aun así, desde la otra vereda, Moscú actuó con la misma lógica en algunos casos. Así como los servicios occidentales sacaron provecho de los conocimientos nazis en materia de contrainteligencia, “los soviéticos hicieron lo mismo con los agentes de la Abwehr (Inteligencia militar alemana) y del SD (contraespionaje de las SS) especializados en información anti-estadounidense o anti-británica, que cayeron en sus manos”, dice Branca.
Un ejemplo patente es el del mariscal Friedrich Paulus, que dirigió la ofensiva alemana contra Stalingrado y fue capturado por los soviéticos. De inmediato se pasó de bando y hasta pidió la rendición a sus antiguos camaradas. Fue testigo en Nuremberg en el 46 y, tras pasar unos años en prisión, Moscú lo liberó. Se instaló en Dresde, Alemania Oriental, donde sirvió al régimen comunista como jefe civil del Instituto de Investigación Histórica Militar de la RDA.
En el mundo occidental el caso de Wernher Von Braun es quizás uno de los más conocidos por su papel en la NASA, su reputación científica y el diseño del programa de satélites y vuelos espaciales de los Estados Unidos.
“Genial, sí, pero también cómplice”, dice Eric Branca, rechazando las teorías que lo presentan como un científico apolítico durante su carrera bajo el régimen nazi. Como diseñador de cohetes y otras armas para el ejército alemán, Von Braun recorría las fábricas militares y sabía muy bien que allí se utilizaba el trabajo forzado de prisioneros de campos de concentración y que la mortalidad entre ellos era altísima.
Luego de que la NASA prescindiera de sus servicios, y poco antes de su muerte, salieron a la luz estos datos de su oscuro pasado, señala Eric Branca, suspicaz.
Hay dos de estos reciclados cuya trayectoria impresiona: llegaron a ser destacadas personalidades de la política europea. Uno es Ernst Achenbach, recaudador de fondos para el partido nazi y saqueador de Francia durante la ocupación, desde su rol de n°3 de la Embajada alemana en París. En la posguerra se unió al Partido Liberal alemán y llegó a ocupar una banca en el Parlamento Europeo entre 1964 y 1977. Más aun: aspiraba a ingresar a la Comisión Europea, es decir, al órgano ejecutivo de la UE, ni más ni menos. Y sin el menor complejo pese a que, durante su paso por Francia, fue uno de los responsables de organizar los trenes de deportados. Murió impune, en 1979.
Pero Kurt Georg Kiesinger lo superó: llegó a ser canciller de Alemania occidental -el cargo que hoy ocupa Angela Merkel- de 1966 a 1969. “No era un asesino -dice Branca- pero era el responsable de la Radiodifusión nazi en los países ocupados, de la propaganda, desde 1940 hasta 1944. Pasó por la comisión de desnazificación y fue blanqueado”.
A partir de allí, desarrolló una carrera en la CDU (el partido de Helmut Kohl y de Angela Merkel), pese a la oposición del entonces canciller, Konrad Adenauer -que había estado varias veces preso durante el nazismo-, y que debió aceptarlo por presión de los Estados Unidos.
Es que Kiesinger actuó en esos años como auxiliar de la política norteamericana en Europa, en especial contra la Francia gaullista, que era profundamente anti atlantista.
Estados Unidos también había presionado a Adenauer para que nombrara a Adolf Heusinger en el nuevo Estado mayor alemán, cuando se reorganizó el ejército en 1956.
Volviendo al personaje quizás más llamativo de esta historia, Otto Skorzeny, hay que señalar que trabajó tanto para la CIA como para el Mossad. Nunca fue molestado, al menos públicamente, por su pasado. Entre bambalinas, es muy posible que haya comprado su tranquilidad entregando a otros a los que había ayudado a huir en los primeros años de la posguerra. Por caso, era amigo de Adolf Eichman, el jerarca que vivía bajo otra identidad en la Argentina.
Branca da una clave de la supervivencia de Skorzeny: en la inmediata posguerra había ayudado a muchos científicos nazis a llegar a Egipto y Siria, enemigos de Israel, a los que aportaron su know how tecnológico y armamentístico. Entonces, afirma el autor del libro, el Mossad lo presionó para que entregara o eliminara a esos nazis. Cosa que Skorzeny habría cumplido.
Tras su captura, ante el tribunal que lo juzgó en Israel, Eichman dijo que Skorzeny lo había visitado en Argentina. Pero cuando la prensa quiso corroborarlo, el ahora empresario exitoso radicado en Madrid negó siquiera conocerlo…
Consultado acerca de si estos reciclados se mantenían en contacto o formaban algún tipo de red, Branca responde “sí y no”. Más bien lo que sucedió, explica, es que los que lograron el perdón, evitaron revincularse con sus ex camaradas para no llamar la atención, ni dar motivo a una revisión de sus casos.
Y agrega: “Se ha fantaseado mucho sobre las redes de exfiltración hacia Sudamérica que permitieron a algunos criminales -Eichmann, (Joseph) Mengele, incluso (Klaus) Barbie, que por otra parte era conocido y fue empleado por la CIA- desaparecer definitiva o provisoriamente del mapa, pero eso no concierne a los ‘peces gordos’ reciclados de los que hablo”.
Es que uno de los reduccionismos al estilo de los que irritan a Branca, es el lugar común, difundido hasta el cansancio por el cine y cierta literatura, de que todos los nazis se refugiaron en Sudamérica.
El siempre irónico y brillante historiador Jorge Abelardo Ramos decía: “Cómo se explica que todos los nazis que fueron a Moscú son socialistas; los que fueron a EEUU o a Londres son liberales, y los únicos nazis que son nazis son los que vinieron a la Argentina”.
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