El último mes de cada año, Mauro Ketlun (43), hace planes para los siguientes 12 meses. Es un ritual que lo ayuda a direccionar sus metas. En diciembre de 2015, mientras trabajaba en una multinacional (donde tenía a su cargo a 1500 empleados), había terminado el posgrado en Administración de Empresas y viajaba por Latinoamérica, escribió en tinta negra en su cuaderno: “Un proyecto del cual esté orgulloso, transportable, cercano, infinito, unipersonal, un arte, un don”.
Seis años después, aquella frase parece una premonición. Poco antes de cumplir los 40, Mauro tomó la decisión de reconvertirse para alcanzar el proyecto que soñó. Hoy es un artista que se podría catalogar de impredecible: “Tengo una línea estética, aunque no sé cuál será mi próxima obra”.
Hoy tapa algunas de sus canas con tinta violeta y de su overol azul se asoma un estampado animal print. Él está listo para ponerse a soldar alguna de sus esculturas, hechas a partir de materiales reciclados, que compra o le donan. A su lado está Josefina. “Ella cumple un doble rol, es mi disparador y a la vez mi compañera en el taller”, relata mientras busca algún trozo de calabaza para darle de comer.
Josefina (para Mauro un “nombre alegre”), es una mini pig de un año de vida. Amante de las mascotas, siempre quiso tener una compañía fuera de lo común. “Fue un desafío porque no hay muchos veterinarios especializados en cerditos. Pero acepté la responsabilidad. Jose es cariñosa, caprichosa y testaruda. Le gusta jugar, comer y dormir al sol”.
Los paseos por el barrio son una misión imposible, porque acapara todas las miradas de los transeúntes. “No puedo hacer ni dos pasos que se agolpa la gente alrededor. Todos quieren acariciarla, sacarse una foto. Es muy sociable”.
Mauro nació y creció en Villa Pueyrredón. Sus padres son médicos. No había una relación familiar cercana con el universo de la creación. Cuando terminó el secundario decidió estudiar la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación y su formación continuó en Publicidad y Administración de Empresas.
“Me preparé académicamente para ser parte de reconocidas empresas. Logré un importante puesto liderando a equipos de la Argentina y Latinoamérica. Un día encontré que eso no me hacía feliz”, admite. Había algo que le faltaba.
En plena vorágine profesional, lo único que le devolvía la tranquilidad era resignificar piezas que compraba. Luego les encontraba algún tipo de uso en su hogar. “Siempre tuve hobbies relacionados con la estética, con el arte y esto fue ganando preponderancia con el paso del tiempo”. Lo compara con la ficción. “Hay un cuento de Rodolfo Walsh que se llama ‘Nota al Pie’, donde esas notas son el centro del relato. Algo así ocurrió”.
Todo se encarrilaba según lo previsto, hasta que la vida lo golpeó de cerca. “En un año le diagnosticaron una enfermedad terminal a mi hermana y al siguiente murió. Eso me hizo reflexionar mucho sobre la vida”. Todas esas dudas que trataba de acallar, resurgieron.
2016 fue el año bisagra. Estaba más consolidado con el arte. “Mi cuerpo, y a la vez el mercado, me pedían el cambio. Tenía un rumbo más nítido”. Así negoció un retiro voluntario en su empresa y se quitó el traje y la corbata. Lo que vino después fue vertiginoso.
El primer día de la vida de artista se despertó aliviado pero a la vez un poco desorientado. Una mezcla de sentimientos lo hicieron ir trazando muy de a poco su nueva vida. ”Fue difícil y vertiginoso. Fueron muchos días de pensarlo para tomar la decisión. Pero acá estoy, muy contento”.
Lo primero que hizo fue refaccionar propiedades en malas condiciones. “Veo potencial en objetos en desuso. Lo que a alguien no le sirve, a mi me inspira”, admite. Fueron varios meses así.
Hasta que un amigo decidió venderle un lote de antigüedades. “Me dijo ‘me voy a dedicar a otro rubro, así que por favor comprame todo’. Le pregunté de qué se trataba, y me contestó ‘esculturas en hierro’ y le pedí que me hiciera una en homenaje a mi mini pig”. Como se negó, el propio Mauro lo hizo.
En su taller tiene varias réplicas de Josefina, y son un éxito. “Decidí abocarme 100% a las esculturas, dejando las antigüedades de lado. Encontré una respuesta positiva del mercado”. En plena pandemia vivió un boom. Incluso en el exterior. “Estoy muy sorprendido”. A todas sus obras las publicó en las redes sociales y la semana pasada tuvo que hacer un envío a Italia.
Tiene una mirada sensible y concientizadora. En cada creación combina materiales diversos. “No me cierro a nada, hierro, vidrio, me da igual. La única condición es que sean reciclados o que hayan tenido una vida anterior. Sé soldar, sé encastrar materiales, ese es mi valor agregado”.
Puede pasar jornadas de 8, 9 horas en el taller haciendo lo que ama. “No busco un reconocimiento per se, pero sí disfruto cuando la gente interpreta las obras con un sentido completamente distinto al mío”.
Es consciente de todo lo que logró y no se arrepiente de haber dejado su zona de confort. “El cambio valió la pena. Una buena forma para animarse es ir haciendo lo que a uno le gusta en paralelo. Hasta que el cuerpo, la situación o el mercado te pide más, y así uno se anima a dar el paso siguiente en forma natural”.
Mauro no abandonó la costumbre de escribir sus planes. Y ya vislumbra un 2022 pleno.
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