1992, para este pintoresco país, fue uno de los años más desconcertantes de toda su historia.
De arranque, nomás, desde su primer día este sería el año inicial del 1 a 1. Menem, Cavallo y demás integrantes del elenco determinaron que a partir de ese momento, en todo el territorio nacional, 1 peso argentino equivaldría mundialmente -aunque solo acá- a 1 dólar estadounidense.
Hablar de esto con un millenial, un centenial, un cuarentenial o cualquiera de estos nuevos humanos es para nosotros, los que venimos siendo argentinos desde el siglo pasado, una experiencia descomunalmente fascinante.
Hablando con mi hijo adolescente del tema, intentando explicarle algo que ni yo sabía bien qué era, el diálogo se estancó en la siguiente línea:
-¡Cuánto valía un dólar?
-Un peso.
-¿Y ahora cuánto vale un dólar?
-¿Hoy? Más de doscientos pesos.
-...
-...
En marzo de ese mismo año, un mediodía hace estallar la embajada de Israel, tiñendo de roja sombra todo lo que vendría después. Un atentado que aún hoy está lleno de dudas, demostrando que la famosa sentencia que le atribuyen a Trotsky es cierta, cuando dicen que dijo “El terrorismo es un puño sin brazo”. En lo personal me recuerdo al aire en vivo, en la radio, viviendo uno de los peores días de mi vida para trabajar ahí. Supongo que ninguno que lo haya vivido olvidará que estaba haciendo ese día cuando se enteró del atentado.
Por el lado de la música, en el 92 se murieron Astor Piazzolla y Atahualpa Yupanqui.
Sin duda un año negrísimo, pero los argentinos empezábamos a vivir esa lisergia del 1 a 1, de manera que todo comenzó a tomar un vertiginoso ritmo con olor a desastre, pero como acá todo es posible, le dimos para adelante.
Mientras en el resto del planeta los discos de Prince “Love”, Neil Young con el genial “Harvest Moon”, Lou Reed con “Magic and Loss” y el segundo de Keith Richards con los Expensive Winos “Main Offender” no podían con el megahit de connotación social y pleno de corrección política “Runaway train” de Soul Asylum. Era una canción que, traccionada por un video con imágenes de adolescentes perdidos, logró que varios de ellos fueran de vuelta a sus casas. Algo que hablaba no solo de los efectos sociales de una gran canción sino del poder que los canales de música en videos MTV, Much Music y VH1 ejercían sobre la cultura de masas más joven.
Desde acá se destacaban los trabajos de Fito Paez “El amor después del amor” -que hasta hoy debe ser su disco más vendedor- “Dynamo” esa experiencia shoegaze de Soda Stereo que los ponía a la altura de las músicas más avanzadas de esos tiempos. Los Pericos sacaban a la cancha “Big Yuyo” y Pappo´s Blues “Blues Local”, quizás su última gran obra original. Los Ratones Paranoicos después de lanzar “Fieras Lunáticas” con producción del legendario productor de los Stones Andrew Loog Oldham son convocados para abrir los shows en Buenos Aires de Gun´s & Roses y Keith Richards. Por su parte Los Rodríguez lanzan “Pirata” en vivo, que termina de consagrarlos a ambas márgenes del Océano Atlántico con igual desenfrenado fervor de fans cada vez más numerosos.
Sin duda nuestros rockers se estaban internacionalizando, al tiempo que Buenos Aires desbancaba a Sidney y a Tokio como mojón de cuanta gira internacional encarada por cualquiera de las grandes figuras de la música popular existiera.
Después de Rock In Rio y del festival de Amnesty International en River, Brasil/Argentina se había convertido en la plaza más lucrativa fuera del mercado americano y europeo para las productoras más importantes de shows internacionales.
En estas circunstancias, Los Fabulosos Cadillacs venían medio raro.
Después de cinco álbumes de éxito a puro Ska, tal vez mirando para afuera, vaya uno a saber, sale el corta duración en el 91 “Sopa de Caracol” con una versión de ese tema original del grupo tropical Banda Blanca ante la sorpresa de toda la parroquia. Ese corta duración también traía un “Popurri Megamix”, “Demasiada Presión” y el genial “El Genio del Dub”.
En medio de la edición de “Sopa de caracol” se van los fundadores Cadillacs Luciano “El Tirri” y Naco Goldfinger.
Las cosas estaban raras, digamos. Algo había que hacer. Imagino conociendo a algunos de ellos que el planteo era “o hacemos una grosa o nos quedamos en la historia”, así que todos estábamos ansiosos por lo que vendría.
Hacia mediados de año aparece “El León”, el gran disco de Los Cadillacs, el que los colocó en la mira del mundo, y una obra de banda adulta.
Recuerdo la crítica de una revista española donde habla del disco y del grupo como el paso a la adultez, decía “Los chicos dejaron de beber cerveza y bailar Ska para convertirse en la banda argentina con mejor proyección internacional”. Lo mismo que opinábamos nosotros.
En El León estaba “Carnaval toda la vida”, “Manuel Santillán, el león”, “Gitana”, una exquisita versión del himno “Desapariciones” de Rubén Blades, “Gallo Rojo” y el inmenso “Siguiendo la luna”, un reggae al estilo caribeño con una letra que se te quedaba en la cabeza a la primer escucha.
“Siguiendo la luna” era una canción firmada por Sergio Rotman, saxo y mística en el escenario de Los Fabulosos Cadillacs.
“Siguiendo la luna no llegaré lejos
Tan lejos como se pueda llegar
Las cosas que dije no tienen sentido
No puedo detenerme, ponerme a pensar.
Siguiendo la luna y su veta invisible
La noche seguro que me alcanzará.
No es que tu mirada me sea imposible
Tan solo es la forma en que caminás.
Vamos mi cariño que todo está bien
Esta noche cambiaré, te juro que cambiaré
Vamos mi cariño ya no llores más
Por vos yo bajaría el sol, o me hundiría en el mar.
Y esto parece verdad para mi.
Una lírica brillante enmarcada en una melodía de slow soul imbatible. “Siguiendo la luna” terminó siendo una de las piezas infaltables en cada directo Cadillac, además de estar siempre presente en los grandes shows de Vicentico quién dotó a la canción del color de voz perfecto.
El León fue el disco que torció el destino de Los Fabulosos Cadillacs, además de allanar el camino para “Vasos Vacíos”, la obra que depositó definitivamente al grupo en el consenso mundial.
Me cuenta Sergio Rotman en una panadería de Saavedra: “es un alegato de un tipo que no puede más de algo, en alguna cosa. Casi una expresión de deseos que son inalcanzables. Vos sabés bien que una persona que te dice, te promete que va a cambiar, sabe en el fondo que no va a cambiar un carajo. Sino cambia y listo. Musicalmente nació en una época cuando yo vivía con Fidel Nadal. Imagínate esa casa, con él en Todos tus Muertos y yo en los Fabulosos Cadillacs. Fidel escuchaba discos a un volumen desmesurado. Se me hacía imposible ya escuchar algo, se me complicaba pensar. Así que una tarde al borde de enfermarme la cabeza decidí cerrar todas las puertas que nos separaban, ponía almohadones en las hendijas y ropa en la ventana. Así y todo Fidel estaba escuchando algo, creo que de los Gladiators, y la armonía se me metió en la cabeza igual. Después en la sala le pusimos la letra final y los arreglos de teclados y vientos y salió enseguida.”
“Suena como un crimen lo que tu me has hecho
Deberías ir a parar a la prisión.
Suena como un crimen que me hayas mentido
Que hayas engañado a este corazón.
Siguiendo la luna no llegaré lejos
Tan lejos como se pueda llegar
Son casi las cuatro de la madrugada,
Mi casa brillaba cruzando ese mar.
Vamos mi cariño que todo está bien
Esta noche cambiaré, te juro que cambiaré.
Vamos mi cariño ya no llores más
Por vos yo bajaría el sol, o me hundiría en el mar.
Y esto parece verdad para mi,
Y esto parece verdad para mi,
Para mi, para mi, para mi,
Solo para mí”
El reggae argentino tiene todo: historia, nutrientes, autores, cantantes, bandas, Los Pericos, Los Cafres, pero la influencia de Sumo es un diferencial. Luca Prodan fue quizás el punto más alto, la cima, el cenit del reggae en Buenos Aires. Cuando Los Fabulosos Cadillacs tocaban “Siguiendo la luna” lo introducían con el estribillo de “Kaya” de Sumo.
Actitudes como esta hicieron grande al rock argentino, el reconocimiento de y para tus pares, todos estábamos en la misma trinchera, en los escenarios, en las radios, en los estudios de grabación, en las tertulias de los teatros.
Por otro lado, hace más de 20 años que voy al SOB´s, un reducto que ignoro si está aún, en el Soho neoyorkino. Ahí tocaban asiduamente Gil Scott Heron y Roy Ayers por ejemplo. Cuando entro veo un anuncio de show de Los Fabulosos Cadillacs. Le pregunto al de la barra que onda los argentinos y me dice: “Yeah, Cadillacs, cool…”, que es el mejor halago que un afroamericano puede hacer.
Todavía recuerdo cuando David Byrne, de vacaciones en Baires, agarraba una bicicleta y desde Retiro hasta La Lucila pedaleaba por la avenida Del Libertador con un disco de los Cadillacs en el discman. Miro por enésima vez un pedazo del show de LFC en el Madison Square Garden en 2017 creo, o por ahi, y no dejo de sonreír recordando la pregunta que me hizo una noche Sergio Rotman cuando nos encontramos en un café. Serio, preocupado, casi ansioso por dilucidar el dilema existencial que lo aquejaba a través de mi respuesta, me preguntó:
“Decime Bob, ¿por qué siempre en los camarines de los boliches porteños hay agua?”
Era cierto, en Buenos Aires siempre había agua derramada en el piso en los camarines de los pubs. Le dije que no sabía. Sergio siempre te lleva, inevitablemente, por líneas de pensamiento que suponías inexistentes.
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