El hombre de la moto y la rubia: dos historias de la radio en los crueles y peligrosos años 70

La promesa de una entrevista con Perón y un amor impensado en medio de una época donde la violencia se imponía en nuestro país. Recuerdos de los primeros años de oficio que atesora un hombre forjado en los medios

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- Perón te escucha todas las mañanas…

El tipo era motociclista de la Policía Federal, decía que pertenecía a la custodia presidencial y parecía un personaje de historietas, un superhéroe. Alto, con el uniforme ceñido, casco, antiparras, botas altas, guantes, cartucheras cruzadas sobre el pecho, el arma reglamentaria y un fusil FAL colgado en la espalda.

Llegaba a Radio Continental montado en su imponente moto BMW y se bajaba como los cowboys que no se preocupan por atar el caballo. Así como frenaba, la dejaba estacionada en la puerta de Rivadavia 835.

En esa época yo hacía mi programa “Charlando las noticias” y terminaba a las nueve de la mañana. Cuando salía, me lo encontraba. Y el tipo me decía:

- Perón te escucha todas las mañanas…

No sabíamos a qué iba a la radio. Por ahí dejaba un sobre en recepción, pero no mucho más que eso.

- Le gustó lo que dijiste hoy sobre la violencia…

Eran los primeros días de 1974. Si tenés menos de cuarenta años voy a tener que esmerarme para encontrar las palabras adecuadas y poder contarte cómo se vivía en la Argentina en ese momento. Los mayores lo recordarán: bombas, secuestros, atentados. Todos los días aparecían cadáveres de personas asesinadas por la triple A y por la guerrilla montonera. Estábamos en medio de una sucesión macabra de crímenes, morían dirigentes gremiales, profesores universitarios, militares, sacerdotes, jueces, periodistas, policías, escritores.

¡Pobre Argentina!

Perón había regresado definitivamente al país en junio del 73, aquel día en el que los partidarios de la izquierda y de la derecha peronistas protagonizaron el trágico enfrentamiento de Ezeiza. Luego fue desplazado Héctor Cámpora, que había sido electo presidente en marzo. Duró poco. Se convocó a nuevas elecciones y el candidato del justicialismo fue el propio Perón.

Un milagro estuvo a punto de concretarse: Ricardo Balbín, presidente de la Unión Cívica Radical, que había sido feroz adversario de Perón en la década del 50, iba a ser su compañero de fórmula. ¡Juntos eran el símbolo de la paz política en el país!

Pero no pudo ser. Finalmente, María Estela Martínez de Perón, Isabelita, ocupó el segundo lugar del binomio. Y con el 62 % de los votos, Perón-Perón fue el rubro vencedor el 23 de septiembre de 1973.

- Perón está harto de los alcahuetes…

El motociclista hablaba como si tuviese acceso al Presidente. Hacía referencias personales, como quien está en condiciones de establecer un vínculo directo. ¿Tendría tanta confianza con Perón? ¿Estaría tan cerca de él?

En ese momento se hablaba mucho del cerco formado en torno del anciano presidente, quien además estaba muy enfermo. Y en ese sentido se mencionaba a su esposa, Isabelita, y José López Rega, su secretario privado que además era Ministro de Bienestar Social. Este hombre, que había sido cabo de la Policía Federal, era el hombre fuerte del gobierno.

Según se afirmaba, tenía enorme ascendiente sobre Isabel y se aseguraba que había oficiado ritos espiritistas con el cadáver de Evita. Pero por sobre todas las cosas, López Rega aparecía como el jefe de la Triple A, que era la expresión absoluta de la violencia de la derecha peronista. Es decir, la contracara de los grupos de la izquierda peronista, los montoneros y el erp.

"Si querés hablar con el
"Si querés hablar con el presidente, yo le puedo decir?" La promesa del motociclista de llevar al joven periodista ante Perón que encendió una ilusión que se apagó con una frase: "Espero que te acuerdes de mi" EFE / UPI/Archivo

Hasta que un día, en uno de esos encuentros pasajeros en la puerta de la radio, me dijo:

- Si querés hablar con el Presidente, yo le puedo decir…

¿Él me podría llevar ante Perón para entrevistarlo? ¿O al menos, saludarlo y hablar informalmente?

¡Hablar con Perón! Yo tenía 29 años y me había criado en un hogar absolutamente antiperonista. Pero yo no lo era. Tampoco era peronista, y eso me autorizaba a tener una enorme curiosidad sobre un montón de temas. ¡Claro que me parecía fantástico hablar con Perón! ¡Tenía tantas cosas para preguntarle!… Por ejemplo, el golpe de Estado que derrocó al Presidente Castillo en 1943… ¿Me animaría a decirle “Señor Presidente, ¿usted fue golpista, porque estaba en el GOU, el grupo de oficiales que volteó a Castillo?” ¿Le preguntaría por Cipriano Reyes, el dirigente de la carne que le cedió la personería del Partido Laborista para las elecciones de 1946 y al que terminó encarcelando? Ya sé: le pediría que me confirmase su frase “el talento de Sabattini cabe dentro de una cajita de fósforos…, llena de fósforos…” cuando don Amadeo se negó a integrar la fórmula presidencial de 1946.

- Yo lo veo todos los días, y a vos te escucha por la radio…

¿Y dónde lo vería a Perón? ¿En Olivos? O a lo mejor en otro lugar, en caso de que eso del cerco fuese cierto. ¡Ahí está, le preguntaría si en Madrid también estaba rodeado y a Jorge Antonio lo tenía que ver en la cafetería Nebraska, porque en su casa de Puerta de Hierro era imposible!

Me estaba entusiasmando. El de la moto decía que él era de la custodia personal de Perón. Y parecía que le resultaría muy fácil llevarme ante él y decirle “General, este es el muchacho que usted escucha a la mañana por la radio…”

Y yo diciéndole “Presidente, ¿Mercante no era su amigo? ¿Por qué no le permitió ser candidato en 1952?”… Pero no, ninguna de esas preguntas sería apropiada… ¿Y si le preguntaba por Panamá, y cómo llegó a conocer a Isabelita? Demasiado personal, mejor no… ¿Le podría decir que nunca se me fue el miedo que me dio escucharlo por la radio aquel lejano 31 de agosto de 1955, cuando dijo “por cada uno de los nuestros, caerán cinco de los de ellos!!!” Yo lo escuché, general, tenía 10 años…

A lo mejor, para distender la charla, le preguntaría sobre la prohibición del gobierno golpista que integró con Ramírez y Farrell, que impedía el uso del lunfardo en los tangos. Y de aquella charla con los músicos y los actores, en 1949, cuando ya era Presidente, y le dijo a Vaccarezza: “¿Cómo le va, don Alberto? ¿Es cierto que lo chorearon en un bondi?” Y los tangos volvieron a tener lunfardo.

No, nada de eso. Le diría, en cambio, que él era la última esperanza para terminar con el odio entre los argentinos. Que eso que dijo cuando llegó estaba fenómeno: “En lugar de para un peronista no hay nada mejor que otro peronista, ahora tenemos que decir para un argentino no hay nada mejor que otro argentino…” Le diría que todos los argentinos, de todas las ideologías, confiábamos en él.

El Rambo de la moto quizás adivinaba todo lo que yo estaba pensando. En realidad, parecía muy vivo para ser simplemente motorista.

¿Sería de verdad de la custodia del Presidente? Quizás sí, pero era raro que fuese a la radio casi todas las mañanas.

- Si te apuntás ese poroto, espero que te acuerdes de mí…

Ahí se esfumaron el GOU y Castillo. Se hicieron trizas Cipriano Reyes, el bar Nebraska y Vaccarezza. Porque en un destello, en una ráfaga, me pareció ver un peligro. ¿Quién era este motorista, quién lo mandaba, qué trataba de averiguar? ¿Qué favor me iba a reclamar después?

Ahora, cuando estás leyendo estas líneas, ese temor te puede parecer ridículo. Pero en aquel momento, el espionaje, las delaciones y las simulaciones eran algo de todos los días. Pobre tipo, a lo mejor era cierto todo lo que me decía. Y yo exageraba mis temores. En fin, es probable que me haya perdido la oportunidad de hablar con Perón. Pero recuerdo que le dije algo así como “te agradezco, más adelante, lo consulto con la radio…”

Dejó de ir a la radio. Nunca más lo ví.

Mejor dicho: muchos, pero muchos años después, lo volví a ver. Alguien me lo presentó en un encuentro social y él rápidamente dijo “sí, nos conocemos… ¿Te acordás de mi?” Cortésmente, dije que no.

Y me fui.

Julio Lagos y la radio,
Julio Lagos y la radio, un amor para toda la vida que guarda grandes historias

Distinta fue la historia de la rubia.

La rubia, sí. Una de las mujeres más lindas que vi en mi vida.

También ella empezó a ir a la radio, en 1975. Apareció una vez, creo que llevando gacetillas de un partido de izquierda.

En aquellos años, sin mail y sin WhatsApp, sin internet y sin smartphone, el sistema de promoción se hacía así, de manera personal. Te dejaban los sobres en recepción o te los daban personalmente. Y esta chica subía al estudio y entregaba el material en mano.

Perdón…, ¿ya dije que era bellísima? Creo que algo dí a entender. No demasiado alta, de todas maneras más alta que yo, lo que no es tan difícil.

Como digo, empezó a llevar las gacetillas. Al principio, ese trabajo lo hacía para varios programas. Hablaba con los productores, le recibían las notas y se iba. De a poco, en mi horario, se la veía más seguido en el pasillo, al lado del estudio. Una vez, se quedó un rato en el control, mirando mientras yo hacía el programa.

Muy linda, dije. Y se quedaba en el control.

Obviamente, un día salí del micrófono y con cualquier excusa le hablé.

Y entró al estudio. Cosa que con el correr de los días empezó a hacer frecuentemente. Pensé que su interés por mí era por algo más que las gacetillas. Y no me equivoqué,

Eran años trágicos, de violencia y de muerte. Pero en otros aspectos nuestra vida era simple, casi ingenua. No había chimentos ni fotos en las redes ni escraches.

Así fue que un día, después del programa, fuimos a un bar cercano a la radio.

Aquella mujer resultó ser un ensueño. Entre nosotros había una conexión especial. O al menos, eso me parecía a mí cada vez que crecía nuestra intimidad.

Todo me gustaba de ella. Su cuerpo, su voz. Y esa manera tan especial que tenía para hablar, sin imponer, sin calcular.

En realidad, era inesperado. Que semejante mujer se hubiese acercado a mí ni yo me lo podía creer. Por otra parte, nadie lo sabía, porque a mis compañeros de la radio no les había dicho ni media palabra.

Una tarde ella estuvo más callada que de costumbre. Tomó un cortado, me miró largamente en silencio. Luego se levantó, y fue al baño. Giré la cabeza y busqué su perfume, esperándola.

En eso, ví su bolso colgando de la silla. Estaba semiabierto, con la solapa sin abrochar. Me llamó la atención un brillo.

Tenía una pistola 9 milímetros.

Me quedé quieto, desconcertado.

Eran años en los que mucha gente andaba armada. Los guerrilleros, los agentes de los servicios, el personal civil de la policía.

¿Era cana? ¿Era terrorista? ¿Era espía? ¿Era informante?

Yo no podía saber si siempre, desde la primera vez, la pistola había estado en su bolso. Mucho menos, para qué la tenía. ¿Para defenderse de alguien? ¿Para secuestrarme? A la distancia puede parecer exagerado, pero les juro que lo pensé: ¿para matarme? Y esto último, qué absurdo, me enojó. ¿Por qué me iba a matar, con qué motivo?

Pero lo que me dolió de verdad fue imaginar que toda la pasión era fingida. Que como en el tango, los besos fueron falsos. En realidad, eran todas suposiciones. ¿Y si al contrario, el amor era cierto? Hay montones de películas en las que el asesino termina enamorándose de la víctima y al final no puede concretar su plan.

Cuando volvió del baño, yo ya había pagado. Se sorprendió, pero no dijo nada.

A diferencia del de la moto, nunca más volví a verla.

Quizás -tantos años después- está leyendo esto.

Eso, si es que sobrevivió al trágico destino que en esos años sombríos tuvieron muchos como ella.

En ese caso estoy a tiempo de averiguar por qué tenía una 9 mm. en el bolso.

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