El enlace de María Antonieta de Austria con Luis XVI de Francia tuvo lugar el 16 de mayo de 1770. No se trataba sólo de un matrimonio, era también la alianza de dos coronas: el novio era el heredero del trono.
Pero la noche de bodas fue inusual. El Delfín, futuro Luis XVI, se quedó dormido al lado de su flamante esposa, sin haber cumplido con su deber conyugal.
Ambos esposos eran muy jóvenes: él tenía 15 años y ella 14. Eran dos adolescentes inexpertos. Él era muy alto, desgarbado y torpe, y muy tímido. Ella, algo más desenvuelta, pero tan inmadura como él.
Por lo tanto, debido a la juventud de la pareja, inicialmente este incidente de la noche de bodas no despertó demasiada alarma.
Pero cuando la cosa se repitió noche tras noche, el asunto empezó a adquirir ribetes de crisis geopolítica.
La anatomía más íntima del príncipe heredero fue revisada por los médicos de la Corte, que concluyeron que había una pequeña malformación sexual, pero que ésta podía ser superada precisamente con el ejercicio de la función. No requería cirugía.
El propio rey Luis XV revisó a su nieto y heredero, inquieto por el futuro del Reino que estaba sujeto a la fertilidad de la pareja. El adolescente Luis le aseguró a su abuelo que había intentado varias veces desflorar a su esposa sin éxito. El motivo: el pobre no hallaba placer sino dolor en el acto.
Se trataba, le explicó el veterano Rey a su nieto, de un frenillo en el prepucio que desaparecería naturalmente. Todo era cuestión de practicar y esperar…
Lo que seguramente no preveía el Rey, ni la corte, era que la espera sería tan larga.
Entretanto, Luis XVI se dedicaba a otros placeres, como la caza. Tenía además varios hobbies poco usuales en un rey: la carpintería y la relojería. Otros de sus intereses eran algo más útiles a su futura misión: la cartografía y la geografía.
Los padres de María Antonieta, enterados de la situación, enviaron al hermano de la joven, varios años mayor que ella, para que les trajera u informe de primera mano. El asunto ya había trascendido a la prensa y circulaban panfletos burlones, equivalentes a los memes de hoy.
José II de Austria cumplió la misión a conciencia, como lo demuestra el lujo de detalles que puso en su informe: “En su lecho conyugal, (Luis) tiene erecciones muy bien condicionadas, introduce el miembro, se queda allí sin moverse unos dos minutos tal vez, se retira sin jamás descargar, siempre erecto, y dice buenas noches. Esto no se entiende, ya que luego a veces tiene poluciones nocturnas, pero nunca en el momento. Y él está contento, diciendo buenamente que hace esto solo por deber y que no encuentra en ello ningún placer. Ah, si yo hubiera podido estar presente una vez, ¡lo habría retado como corresponde! Habría que azotarlo para hacerlo descargar por bronca como a los burros. Mi hermana tiene poco temperamento y juntos hacen sólo hacen dos torpes”.
El matrimonio fue consumado a fines de agosto de 1777, tres meses después de la visita del cuñado, pero no se sabe si fue gracias a los métodos preconizados por José II, ni si éstos fueron aplicados.
La noticia llegó rápido a Viena, ya que María Antonieta le escribió a su madre: “Estoy en la felicidad más esencial de toda mi vida”.
“Este acontecimiento tan interesante tuvo lugar el lunes 18 de agosto. Habiendo venido el Rey a los aposentos de la Reina a las diez de la mañana en el momento en que ella salía del baño; los dos augustos esposos permanecieron juntos cerca de una hora y cuarto”. Así dio la feliz noticia el embajador Claude Florimond de Mercy a la preocupada suegra, la emperatriz de Austria María Teresa. El tenor del mensaje y el rango del mensajero permiten medir la importancia del suceso.
Las intimidades de los matrimonios reales eran tema de debate en aquellos tiempos, ya que los reyes debían tener herederos si querían mantener la estabilidad en sus dominios. La infertilidad era una verdadera maldición para una corona. Pero el de Luis y María Antonieta fue seguramente el caso más analizado en su tiempo y sus intimidades las más ventiladas en la historia de realeza francesa.
Ahora bien, las desventuras del joven matrimonio franco-austríaco contrastan con la suerte de otro: el de Carlos III de España con María Amalia Walburga, de Sajonia, que se casaron el 9 de mayo de 1738. Al día siguiente, el esposo escribió a sus padres para contarles su noche de bodas con lujo de detalles y un desparpajo sorprendente: “Nos acostamos a las nueve y temblábamos los dos pero empezamos a besarnos y enseguida estuve listo y empecé y al cabo de un cuarto de hora la rompí, y en esta ocasión no pudimos derramar ninguno de los dos; más tarde, a las tres de la mañana, volví a empezar y derramamos los dos al mismo tiempo y desde entonces hemos seguido así, dos veces por noche”, escribió Carlos.
Todo había ido de maravillas y la pareja tuvo una vida feliz y especialmente placentera en el plano sexual.
Para Luis XVI y María Antonieta las cosas no fueron tan fáciles. Pero finalmente la pareja tuvo descendencia. Su heredero varón nació el 27 de marzo de 1785: el futuro Luis XVII, de corta vida, que no llegó a reinar. Murió en cautiverio en 1795. La Revolución Francesa había venido a trastocarlo todo y los reyes terminaron en la guillotina.
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