Los gritos que venían de afuera sobresaltaron a María, concentrada en sus quehaceres. En la tranquilidad del campo, donde nada pasaba, el muchacho al que todos acudían cuando había que correr a un animal que se había escapado del corral o enviarlo al pueblo por un mandado, le pedía que saliese a ver lo que estaba ocurriendo. La mujer se encontró con lo impensado: un enorme globo amenazaba irse sobre las casas. Colgaban de sus redes dos hombres, y movían enérgicamente sus piernas. El globo, cuando tocó tierra, rebotó un par de veces y continuó unos metros más hasta que por fin sucumbió al perder la poca energía que le quedaba. María vio, sin entender nada, como los dos hombres se incorporaban, sacudían el polvo y se abrazaban. Cuando la vieron, le preguntaron con total naturalidad dónde podían conseguir un teléfono.
En la mañana de ese miércoles 25 de diciembre de 1907 todo era expectativa y entusiasmo en el campo de la Sociedad Sportiva Argentina, actualmente Campo Argentino de Polo. La gran atracción era un globo de 1200 metros cúbicos, hecho de algodón, que el millonario Aarón Félix Martín de Anchorena Castellanos había comprado en Francia. Se proponía cumplir la hazaña de cruzar el Río de la Plata.
Anchorena, de entonces 30 años, se desempeñaba desde 1902 como secretario honorario en la embajada argentina en Francia. Miembro de la elite porteña, el 16 de noviembre de 1901 participó de la primera carrera automovilística corrida en el país. Con un Panhard Levassol de 8 HP a nafta salió primero en la pista del viejo hipódromo del Bajo Belgrano. Por 1904 hizo un viaje a caballo de cuatro meses por la Patagonia. Llegó hasta la isla Victoria y se encontró con el Perito Moreno. Tan maravillado quedó que a su regreso le pidió al gobierno el usufructo de la isla para convertirla en un parque nacional. Llevó diversas especies y animales, construyó un muelle y dependencias, pero en 1911 desistió de ese usufructo. Años después recorrió Formosa, y tomó contacto con comunidades indígenas.
Su papá Nicolás Hugo Anchorena Arana había fallecido en 1884 y la fortuna familiar era inteligentemente administrada por su madre María Mercedes Castellanos de la Iglesia. Ella puso el grito en el cielo cuando se enteró de lo que su hijo se proponía. Le dijo que si dejaba de lado la loca idea de volar, le regalaría una estancia.
Él, que ya había volado en Francia con Alberto Santos Dumont, le tomó la palabra. Pero ahora debía concentrarse en el viaje que emprendería. El francés que lo acompañaría estaba fuera de sí. Trataba de explicarle que el gas con que se estaba inflando el globo, el usado para el alumbrado público, no servía. Como Aarón no entró en razones, su compañero se lo explicó con papel y lápiz: la fuerza en kilos por metro cúbico era de solo 0,725, muy lejos de 1,203 del hidrógeno. En esas condiciones, el francés adelantó que no se subiría.
Entonces Aarón preguntó, a viva voz, si alguien deseaba acompañarlo en la aventura en el globo al que había bautizado “Pampero”. Alguien aceptó: Jorge Newbery. De 32 años, se había recibido de ingeniero electricista en Estados Unidos y como tal se había empleado en la Armada. En 1900 renunció para convertirse en Director General de Instalaciones Eléctricas, Mecánicas y Alumbrado de la municipalidad porteña. Era un enloquecido por los deportes y por volar.
Eran las 12:45 cuando los dos hombres, ubicados en la canasta del globo, dieron la orden de soltar las sogas. El globo comenzó a elevarse y gracias al viento que soplaba a 20 kilómetros del sudoeste encaró hacia Uruguay. Por precaución, una lancha seguía el trayecto.
El globo llegó a los tres mil metros. Aún estaban en el medio del río cuando se percataron que perdían altura. Comenzaron tirando las bolsas de lastre y los efectos personales. Como no alcanzó se arrojaron las anclas, las sogas y hasta el instrumental. Pero no hubo caso. Se colgaron de la red del globo y desprendieron la canasta en la que viajaban. Estaban casi al ras del río.
Así llegaron a tierra uruguaya, en un campo de la estancia Bell, cercano a Conchillas, al oeste del departamento de Colonia. Fue cuando le preguntaron a María dónde podían encontrar un teléfono para dar la buena nueva a Buenos Aires. La mujer les facilitó un carruaje para que puedan ir al pueblo, ya que ellos pretendían ir caminando. Se ocupó de atar el globo, para que no siguiera dando vueltas.
Para Aarón de Anchorena, fiel a la promesa que le había hecho a su madre, fue el final de su carrera en el aire, a pesar de que sería uno de los fundadores del Aero Club, conformada entonces por 41 socios. A esa entidad cedió el “Pampero”. En cambio, para Newbery fue el inicio de años de conquistar los cielos. En 1911, con el globo “Huracán”, –volando sobre Argentina, Uruguay y Brasil- logró el récord sudamericano de duración y distancia, al recorrer 550 kilómetros en 13 horas.
El último viaje del “Pampero” fue el sábado 17 de octubre de 1908. Eduardo, el hermano de Jorge Newbery, se propuso unir Buenos Aires con Mendoza. Lo haría con Tomás Owen, pero como no llegó, quiso ir solo. Hasta el sargento Eduardo Romero, que había llevado la canasta con palomas mensajeras, se ofreció.
Cerca de las 18 horas partieron de la quinta de Ernesto Tornquist, en el barrio de Belgrano. La última vez que los vieron fue por Moreno. Y ahí comenzó el misterio, porque el globo y sus tripulantes desaparecieron. Lo único concreto fue que una de las 12 palomas mensajeras que llevaban llegó exhausta a la ciudad de La Plata, pero sin ningún mensaje.
Aarón, gracias al acuerdo que había llegado con su madre, compró 11 mil hectáreas no muy lejos de donde había caído con el globo, en tierras de las que se enamoró apenas las vio, en la desembocadura del río San Juan. Estableció su estancia, encargó un parque, que actualmente lleva su nombre, y el casco de estilo Tudor lo donó al gobierno uruguayo, cuyos presidentes suelen usarlo como casa de descanso. Había hecho construir una torre de piedra con un faro cerca del lugar donde creía que Sebastián Gaboto había levantado un poblado, y fue su voluntad expresada en su testamento ser sepultado ahí. Murió el 24 de febrero de 1965 el que, a puro pataleo, había logrado, junto a Newbery, cumplir la locura de volar.
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