¿Cómo piensan los más ricos? 18 claves de psicología y (felicidad) financiera de Bill Gates a Warren Buffett

En el bestseller que en la Argentina acaba de editar Planeta, el analista económico Morgan Housel asegura, a través del estudio de casos de los top del mundo, que hacerse rico y conservar la riqueza no depende tanto de la inteligencia ni del talento. Ni siquiera de la suerte, sino de las emociones

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Bill Gates (Microsoft) y Warren
Bill Gates (Microsoft) y Warren Buffett (Berkshire)son dos de los multimillonarios que Morgan Housel pone como ejemplos de éxito financiero. Ambos, además, son amigos REUTERS/Rick Wilking/Archivo

Con mi amigo Joaquín tenemos hace años una especie de tradición, si hay algo que llorar o festejar –incluso por adelantado–, vamos a comer a lugares muy caros y repasamos la carta sin mirar los precios, con cara de estar acostumbrados. Siempre repetimos la máxima que le enseñó su tío abuelo: “La mortaja no tiene bolsillos”. Ni Joaquín ni yo somos ricos.

Soy hija de un empresario que nació pobre, y progresó con esfuerzo, gracias a la educación. Que era tremendamente creativo y generoso, llegó a tener mucho, y cuando llegó el momento, tampoco tuvo nada para guardar en el cajón. Señaló su biblioteca interminable y dijo: “Todo esto es para vos”; vendió sus tacos de polo y nos dio a los hijos lo poco que cobró. Sobre el dinero, me enseñó dos cosas: que va y viene, y eso a veces es cuestión de suerte; y sobre todo, que está para gastarlo. Pero, de nuevo, ni Joaquín ni yo somos ricos. Ni tampoco lo eran, al morir, mi padre ni su tío abuelo. Y esa (amorosa) educación financiera que recibimos en nuestras casas no fue corregida en el colegio, por la sencilla razón de que principios como el ahorro y las inversiones no son temas que se aborden en las currículas escolares habituales.

Morgan Housel fue durante años uno de los columnistas estrella del Wall Street Journal y hace décadas se dedica a analizar lo que él llama la “psicología del dinero”. Para él, hacerse rico y –más importante aún, conservar la riqueza– no depende tanto de la inteligencia, ni del salario, ni del talento. Ni siquiera de la suerte. La verdadera explicación para entender por qué algunos logran ganar y multiplicar su dinero está en las emociones: “Cómo te comportás es más importante que lo que sabés”, dice.

"Cómo piensan los ricos" ofrece
"Cómo piensan los ricos" ofrece la mirada de su autor, Morgan Housel, sobre las 18 claves a las que echan a mano los millonarios para tener su billetera abultada

En ¿Cómo piensan los ricos?, el bestseller que Planeta editó el mes pasado en la Argentina, Housel plantea 18 claves sobre la riqueza, y también sobre la felicidad, porque, si la cuestión es emocional, entonces la vieja pregunta también está resuelta. Lo hace a través del estudio de casos, desde el improbable filántropo Ronald James Read –que trabajó un cuarto de su vida en una estación de servicio, y otro tanto barriendo los pisos en una tienda de la cadena JCPenney, sin nunca mudarse de su modesta casa de tres ambientes, pero al morir dejó US$2 millones a sus hijastros y US$6 millones al hospital y a la biblioteca de su pueblo–, al genial ejecutivo que patentó a los 25 años el router del wifi, pero terminó en la ruina porque dilapidaba su fortuna, incluso jugando a tirar monedas de oro al mar.

Y de ahí parte su premisa: que te vaya bien económicamente tiene que ver “un poco” con lo inteligente que sos, pero mucho más de lo que creemos con la conducta. “Y el comportamiento es difícil de enseñar, incluso a gente muy inteligente –sostiene Housel–. Un genio que pierde el control de sus emociones, puede ser un desastre financiero. Mientras que gente de a pie sin formación en finanzas, puede enriquecerse si cuenta con algunas habilidades conductuales que nada tienen que ver con indicadores formales de inteligencia”.

Morgan Housel, autor de Qué
Morgan Housel, autor de Qué piensan los ricos. Para él, el error al abordar el tema del dinero es obrar demasiado como “el funcionamiento de la física, con normas y leyes, y no lo suficiente como la psicología, con emociones y matices”. (Photo by Rob Kim/Getty Images for Yahoo Finance

Por eso, dice Housel, aunque en muchas de las mejores universidades del mundo sí se enseña economía financiera, eso no evita que algunas de las mentes más brillantes terminen sus días soterradas por las deudas, ni que la mayoría de la gente no pueda resolver el problema de su jubilación. El error, según el dos veces ganador del Best in Business Award a la excelencia en el periodismo de negocios, es que los abordajes sobre el dinero –un elemento omnipresente en nuestra vida– se parecen “demasiado al funcionamiento de la física, con normas y leyes, y no lo suficiente a la psicología, con emociones y matices”. La física no es controvertida, se guía por leyes: un puente se cae porque se le aplicó una fuerza de determinada intensidad. Pero, ¿por qué se derrumba la economía? El comportamiento financiero que puede tener sentido para unos, puede ser un disparate para otros.

He ahí la primera clave: “Nadie está loco”. Tus experiencias personales con el dinero tal vez representen un 0,00000001% de lo que sucede y ha sucedido en el mundo, pero quizás sean tu guía a la hora de pensar cómo funciona el mundo. La gente hace locuras con la plata, y sin embargo nadie está loco, dice Housel. (O todos lo estamos un poco, digo yo). Todos tenemos nuestras propias experiencias que influyen sobre nuestra manera de entender el riesgo y las recompensas. Alguien que creció en la pobreza no puede pensar sus inversiones igual que el hijo de un banquero rico. Alguien que nació en un país con precios estables, seguramente no sea capaz de imaginar el riesgo a la manera de, por ejemplo, un argentino criado en crisis inflacionarias. Ningún nivel de estudios ni de empatía puede recrear el verdadero poder del miedo y la incertidumbre. No hay análisis que recoja “el sentimiento de volver a casa, mirar a tus hijos y preguntarte si has cometido un error que va a afectar sus vidas”. Todos creemos que sabemos cómo funciona el mundo, pero sólo sabemos cómo funciona nuestro mundo. Ese 0,00000001% que conocemos.

Cada decisión que la gente toma con respecto al dinero puede justificarse por la información que cada uno tiene en determinado momento y su manera única de entender cómo funcionan las cosas. Cada decisión tiene sentido para esa persona en ese momento. El ejemplo más claro que propone Housel es el de la lotería. La mayoría de la gente que juega es pobre. En los Estados Unidos, los hogares con menos ingresos destinan un promedio de US$412 anuales en billetes de lotería, cuatro veces lo que gastan en ese pasatiempo los hogares de ingresos altos. El 40% de los estadounidenses asegura no poder conseguir US$400 ante una emergencia; en gran medida, se trata de las mismas personas que invierten ese dinero en juegos de azar. A algunos puede parecerles una locura, pero cuando todas las perspectivas parecen fuera de nuestro alcance, ¿es tan descabellado pagar por un sueño?

El ejemplo perfecto de que
El ejemplo perfecto de que la suerte y el riesgo son dos caras de la misma moneda es Bill Gates, señala Housel. Y compara su destino con el de un compañero de estudios con las mismas condiciones que él, pero que murió en un accidente REUTERS/Charles Platiau/File Photo

Lo que nos lleva a la clave número dos: “Suerte y riesgo”. Para Housel, la suerte y el riesgo son dos caras de la misma moneda. Su ejemplo perfecto es Bill Gates. El creador de Microsoft estudió en Lakeside, una de las pocas secundarias que a fines de los 60 tenía una computadora. Él y sus amigos Paul Allen y Kent Evans se obsesionaron hasta volverse expertos en el aparato. Las estadísticas dicen que Gates y sus amigos eran 3 en un millón de los jóvenes que en 1968 tenían acceso a una educación de calidad, dinero y las condiciones que permitieron que aprendieran computación antes que sus pares. Gates reconoce: “Sin Lakeside, no habría existido Microsoft”. Evans tenía la misma habilidad con las computadoras, era, según Gates, el mejor alumno de la clase, “podría haber sido socio de Microsoft” junto con sus amigos. Pero murió en un accidente de montaña antes de terminar la secundaria. “Bill Gates tuvo la suerte de uno en un millón, Kent Evans experimentó el riesgo de uno entre un millón. La misma fuerza, en sentidos opuestos”, escribe Housel. Moraleja: hay que darle a la suerte y al riesgo el respeto que merecen. El propio Gates dijo: “El éxito es un mal profesor, seduce a personas inteligentes y logra que piensen que no pueden perder”. La psicología es traicionera, y “nada es tan bueno ni tan malo como parece”.

La tercera clave es simple, aunque difícil de aplicar. Mejor que tener mucho, dice Housel, es tener “suficiente”, y el ejemplo más triste en este sentido es el célebre estafador Bernie Madoff, que murió en la cárcel en abril de este año. Lo que se suele omitir sobre él, señala Housel, es que “antes del esquema Ponzi que lo hizo famoso, Madoff era un empresario con toda legitimidad y un éxito espectacular”. ¿Por qué alguien con un patrimonio de cientos de millones de dólares puede desear tan desesperadamente tener más dinero, al extremo de arriesgarlo todo? La respuesta es que no supo ver que ya tenía suficiente. Parece obvio, pero no hay motivo alguno para arriesgar lo que tenés y necesitás por lo que no tenés y no necesitás. De nuevo, no es la economía, sino la psicología, estúpido. ¿Qué cosas no hay que olvidar? 1) la habilidad financiera más difícil de conseguir es que la meta deje de moverse; 2) el problema es la comparación social; 3) “suficiente” no significa poco, y 4) hay cosas por las que no vale la pena arriesgarse: la reputación, la libertad, la familia, los amigos, el amor, la felicidad.

Bernie Madoff; oara Housel "no
Bernie Madoff; oara Housel "no pudo ver que ya tenía suficiente". Y por querer más, lo perdió todo

La cuarta clave es la que Housel llama “la confusión del interés compuesto”, y la explica con la historia del magnate Warren Buffett. Se han escrito miles de libros sobre él, pero la mayoría omite que de su patrimonio neto, que asciende a US$84.500 millones, US$84.200 los hizo después de cumplir cincuenta años, y US$81.500 después de los 60. Es decir que fue un buen inversor toda su vida. Si hubiera empezado a invertir a los 30, tal vez pocos habrían oído hablar de él, dice Housel. La lección más poderosa e importante de su historia, según él, debería ser “callate y esperá”.

La quinta clave es casi una cuestión semántica. No es lo mismo hacerse rico que conservar la riqueza. Para invertir bien no hay que tomar necesariamente buenas decisiones, lo que hay que hacer es “no meter nunca la pata”. De nuevo se puede mirar a Buffett. ¿Qué lo distingue? No se dejó llevar por el endeudamiento, no cedió al pánico y no vendió en ninguna de las catorce recesiones que vivió; no manchó su reputación empresarial, no dependió del dinero de otros, no terminó quemado por el trabajo y no se retiró. Buffett es un sobreviviente. Y, para sobrevivir, es fundamental planificar, especialmente para cuando nuestros planes no salgan tal como los planeamos. Hay que ser “optimistas respecto del futuro, pero paranoicos respecto de lo que nos va a impedir llegar a ese futuro”.

Lo que nos lleva a la sexta clave. Podés equivocarte la mitad de las veces y, aún así, ganar una fortuna. La séptima es el para qué, la libertad. “El mayor dividendo que reporta el dinero es controlar tu tiempo”, dice Housel. Y exactamente de eso se trata la felicidad, según analizó el psicólogo Angus Campbell en su célebre estudio sobre el bienestar de los americanos. El nivel supremo de riqueza, escribe Housel, “es levantarte a la mañana y decir: ‘Hoy puedo hacer lo que me dé la gana’’'. Es la posibilidad de hacer lo que quieras, cuando quieras, con quien quieras. Cuando le preguntaron al emprendedor Derek Sivers cómo se hizo rico, contó: “Yo ganaba US$20.000 al año, el salario mínimo. Nunca comía fuera de casa y nunca tomaba taxis. Mi costo de vida era de unos US$1000 al mes, y ganaba 1800. Hice esto por dos años, a los 22, y ahorré US$12.000. Con eso ya podía dejar mi trabajo y empezar a dedicarme a la música a tiempo completo. Así que era libre. Al mes siguiente, dejé el trabajo y nunca he vuelto a tener ninguno”.

Al terminar de contar la historia, le pidieron que siguiera: “¿Cómo? ¿Y qué pasó cuándo vendiste tu empresa?”. Pero Sivers dijo que eso no supuso una gran diferencia en su vida, sólo más dinero en el banco. “Lo que marcó la diferencia, ocurrió cuando tenía 22 años”, dijo. El gerontólogo Karl Pillemer entrevistó a miles de ancianos en busca de su experiencia vital. Ninguno de ellos respondió que considerara un valor trabajar duro para tener dinero y comprar cosas, o ser rico. “Al fin y al cabo, tus hijos no quieren tu dinero tanto como te quieren a vos”, concluye en su libro Lecciones para la Vida Pillemer, que evidentemente no es fan de la serie Succession.

Warren Buffett "hizo US$84.200 después
Warren Buffett "hizo US$84.200 después de cumplir cincuenta años, y US$81.500 después de los 60. Es decir que fue un buen inversor toda su vida", asegura Housel. REUTERS/Rick Wilking//File Photo

La octava clave va en el mismo sentido; Housel la llama “la paradoja del hombre y el coche”, y consiste en que a nadie le impresionan tanto tus posesiones como a vos. El propio autor trabajó en su juventud estacionando autos en un garage, donde aprendió una verdad en la que pensamos poco: cuando vemos a alguien manejando una Ferrari o un Rolls-Royce, rara vez decimos “¡Qué tipo tan genial el que va al volante!”. Por el contrario, podemos llegar a pensar: “Si yo tuviera ese coche, la gente pensaría que soy genial”. De ahí, la novena clave: “La riqueza es lo que no se ve”. ¿No es obvio que gastar plata para demostrar a los demás que tenés plata es la manera más rápida de tener menos plata? Tal vez no. El capitalismo contemporáneo hace que la gente que pasa dificultades finja sobre su posición económica por cuestiones de status. Pero la verdad es que la riqueza son precisamente los coches que uno no adquirió. Los diamantes que uno no se compró. Los relojes, vestidos y carteras a las que se ha renunciado y los asientos en primera clase que uno se ha ahorrado. “Riqueza son los activos financieros que aún no se han convertido en cosas que se ven”, explica Housel, y lo ejemplifica con una anécdota de la cantante Rihanna, que llegó a estar al borde de la quiebra por gastar demasiado y demandó a su asesor financiero. El contador respondió: “¿De verdad hacía falta explicarle que, si gastás dinero para comprar cosas, al final vas a tener las cosas pero no el dinero?”.

El traspié de Rihanna con sus finanzas nos dice que no es obvio que gastar plata hace que tengamos menos plata, y que sí hace falta contarle eso a la gente. Cuando la mayoría dice que quiere ser millonaria, lo que en realidad quiere decir es: “Me gustaría gastar un millón de dólares”. Y eso, aclara Housel, es literalmente lo contrario de ser millonario.

La décima clave es la más difícil, sobre todo en contextos como el latinoamericano: ahorrar. Housel sostiene que, superado cierto nivel de ingresos, hay tres tipos de gente: los que ahorran, los que creen que no pueden ahorrar, y los que no creen que deban ahorrar. La mayoría de los ricos, acumulan riqueza más allá de sus ingresos y de la rentabilidad de sus inversiones sencillamente porque ahorran. ¿Cuál es la clave de oro? De nuevo, superado cierto nivel de ingresos, lo que necesitamos es “lo que está por debajo de nuestro ego”.

La clave número once es que ser razonable es mejor que ser fríamente racional. Nadie es una hoja de cálculo. Las finanzas académicas se dedican a encontrar estrategias de inversión óptimas en términos matemáticos, pero, en el mundo real, queremos estrategias que maximicen “lo bien que vamos a dormir por la noche”. Un inversor razonable buscará “minimizar arrepentimientos futuros”, no querrá decepcionar a su pareja o a sus compañeros de trabajo, y eso también va a estar en juego. La vida no siempre es coherente, las inversiones tampoco.

Clave número doce: “¡Sorpresa!”. La historia es el estudio del cambio, sin embargo los inversores la usan como una guía incuestionable del futuro. A Housel eso le resulta una ironía. Lo inteligente, dice, es entender que no hay tal mapa. Cuando al psicólogo experto en teoría de las decisiones Daniel Kahneman le preguntaron cómo deberían responder los inversores ante la imposibilidad de pronosticar con precisión, sostuvo: “Solemos decir ‘Nunca más voy a cometer ese mismo error’. Pero lo que deberíamos aprender cuando cometemos un error porque no anticipamos algo, es que es difícil anticiparse al mundo. Esta es la lección acertada que hay que aprender de las sorpresas: que el mundo está lleno de sorpresas”.

Rihanna estuvo al borde de
Rihanna estuvo al borde de la quiebra por gastar demasiado y demandó a su asesor financiero. El contador respondió: “¿De verdad hacía falta explicarle que, si gastás dinero para comprar cosas, al final vas a tener las cosas pero no el dinero?” REUTERS/Mario Anzuoni

La trece es “el margen de error”, eso de planificar para cuando el plan no vaya según lo planificado. Para Housel, uno de los mejores lugares para aprenderlo es en los casinos de Las Vegas, donde los jugadores de Blackjack que cuentan cartas, sin saber con seguridad cuál va a salir, calculan y apuestan de acuerdo a probabilidades. Pero más importante es la clave número catorce, que es aplicar la anterior a cada persona, sobre todo, porque con el paso del tiempo, los objetivos y deseos de la gente cambian, y eso altera los planes. “Debemos aceptar la idea de que cambiamos de opinión –dice el analista–. Y los objetivos financieros establecidos cuando eras una persona distinta deberían abandonarse sin compasión. Cuanto antes se haga eso, antes podrá uno volver a beneficiarse del potencial de acumulación”.

La clave quince parece cantada por Charly García: “Nada es gratis”. Bueno, la entrada sí, pero la salida, ya sabemos... “Todo tiene un precio, aunque no todos los precios vengan con una etiqueta”, escribe Housel. Una parte fundamental de la acumulación es descubrir los precios no obvios de las cosas que queremos y saber si estamos dispuestos a pagarlos. En 2004, General Electric era la compañía más grande del mundo, tras oscilar entre el primero y el segundo puesto durante una década. Pero la crisis de 2008 devastó su división de finanzas y provocó millones de pérdidas. Las acciones de GE pasaron de valer US$40 en 2007, a 7 en 2018. Las culpas recayeron sobre quien había sido su director ejecutivo desde 2001, Jeff Immelt, que fue criticado por su liderazgo, sus adquisiciones, por recortar dividendos, por despedir trabajadores y, por supuesto, por el desplome del precio de las acciones. Y era justo, según Housel: quienes son recompensados con una riqueza inconmensurable cuando las cosas van bien, deben soportar la carga de la responsabilidad también. Cuando Immelt renunció a su puesto, en 2017, dijo a sus críticos algo esclarecedor: “Cualquier tarea parece fácil cuando no eres tú quien la lleva a cabo”. Y tenía razón: su sucesor duró poco. La mayoría de las cosas son más complicadas en la práctica que en teoría. En parte porque, aunque digamos lo contrario, la mayoría padecemos de ese exceso de confianza que hace armar seleccionados mundialistas desde una mesa de café. Pero sobre todo, porque no sabemos identificar cuál es el precio del éxito, y eso nos impide ser capaces de pagarlo.

La clave número dieciséis es entender que así como la psicología de cada uno es diferente, no hay razones para seguir los ejemplos de quienes apuestan a un juego financiero distinto del nuestro. Burbujas financieras como la inmobiliaria o la de las puntocom arruinan vidas y, sin embargo, siguen sucediendo. Aunque eso suele explicarse por la avaricia y la especulación, Housel recuerda aquí su primera clave: nadie está loco; es decir, cada uno toma las decisiones que cree convenientes de acuerdo a la (limitada) información de la que dispone. La formación de burbujas no se debe tanto a que la gente tome parte irracionalmente en inversiones a largo plazo, sino a que, se agolpa racionalmente en las operaciones a corto plazo para aprovechar una inercia que que creó gran potencial de rentabilidad. ¿Qué otra cosa podría esperarse? ¿Que esperaran pacientes a ver qué ocurre? Las burbujas causan estragos, concluye el analista, cuando inversores a largo plazo que están jugando a lo suyo empiezan a seguir el ejemplo de los operadores a corto plazo que juegan a otra cosa. Cuando las acciones de Cisco aumentaron el 300% en 1999, pagar US$60 por acción no parecía un disparate para los inversores a largo plazo pese a que el valor bursátil de la compañía había llegado a un techo que sí lo era. Pero los operadores que fijaban el precio se hicieron una fiesta, porque estaban jugando a otro juego: pensaban vender sus acciones más caras al final del día. La semilla del desastre estaba precisamente en esos dos grupos de inversores diferentes, sin registro del otro, cuyas trayectorias chocaron. Era imposible que uno de los dos no saliera dañado. La lección más importante entonces, para Housel, es identificar cuál es tu propio horizonte temporal y no dejarte arrastrar por las acciones y el comportamiento de personas que juegan a juegos distintos del tuyo.

La clave diecisiete habla de la paradoja de la seducción del pesimismo. Es que el optimismo ante las inversiones parece un argumento comercial, mientras que el pesimismo suena a consejo de alguien que intenta ayudarte. Por eso, tendemos a ser pesimistas. Nos sentimos más inteligentes si pensamos que todo va a salir mal. Pero el optimismo, dice Housel, no es ignorar que habrá contratiempos, sino creer en la posibilidad. En una entrevista con The New York Times en 2004 a Stephen Hawking le preguntaron por qué era siempre tan alegre. Con ayuda de su computadora, el científico, víctima de una enfermedad neurodegenerativa que lo había incapacitado para hablar y movilizarse por sí mismo en su juventud, respondió: “Mis expectativas quedaron reducidas a cero cuando tenía 21 años. Desde entonces, todo ha sido un extra”. La lección, para Housel es sencilla: tener la expectativa de que las cosas van a salir mal, es la mejor manera de estar agradablemente sorprendido –y preparado– cuando salen bien. Y es muy distinto de ser pesimista.

La última clave habla de la tentación de las ficciones, y “por qué los relatos son más poderosos que las estadísticas”. El deseo de que un análisis sobre una inversión sea verdad, probablemente haga que te lo creas. Y cuanto más lo necesites, más posibilidades vas a tener de caer en el engaño. Cuando planificamos, nos centramos en lo que queremos y en lo que podemos, en lo que sabemos y en lo que esperamos, pero, en general, no tenemos en cuenta todo lo que quieren y pueden los otros, lo que no sabemos, ni tampoco la suerte. Nos apoyamos demasiado en nuestras creencias, en nuestra psicología, pero en realidad, estamos ciegos.

¿Qué podemos hacer a partir de la realidad de nuestras limitaciones? Ser humildes, compasivos, y saber que, menos ego, en general, trae más riqueza. Que la mejor gestión del dinero es la que nos hace dormir bien por la noche, y las mejores inversiones son las que transcurren en el tiempo. Acostumbrarnos a que las cosas salgan mal y a que, aún estando equivocados, podemos ganar. El dinero es tiempo. La ostentación es lo contrario de la riqueza. No hacen falta motivos para ahorrar. Ninguna decisión debe tomarse en los extremos, y las financieras, mucho menos. Sepamos siempre que todo tiene un precio, y sepamos también a qué juego vamos a jugar.

Yo, por lo pronto, voy a desafiar a mi amigo Joaquín a ahorrar. Aunque más no sea para ver quién paga la próxima comida de ricos en el mejor restaurante de la ciudad. A algunos podrá parecerles una locura, pero, como dice Housel, nunca es tan descabellado pagar por un sueño.

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