Hace 10 años comenzaron sus viajes alrededor del mundo. El ambicioso plan tenía fecha de vencimiento, y destinos planeados. Pasó así una década y Gonzalo Cazenave (38) está en Armenia, a más de 14.000 kilómetros de su casa natal en Palermo, Buenos Aires.
Las cifras precisas la lleva en la cabeza: estuvo en 54 países. Hizo dos vueltas al mundo por tierra. El presupuesto, el mínimo posible: 10 dólares por día. El equipaje: una pequeña mochila de tres kilos. El medio elegido para trasladarse: a dedo, siempre. Hizo unos mil viajes así.
Gonzalo es porteño de nacimiento. Su padre siempre estuvo a cargo de su propio negocio, una ferretería. Su madre fue ama de casa por elección. “Al único lugar que habíamos viajado de vacaciones era a Brasil, por ruta. Otro verano conocí Mar del Plata. No mucho más”, relata.
“Estudié licenciatura en sistemas. Aunque nunca obtuve el título, pronto conseguí trabajo en una multinacional”, le cuenta a Infobae. En unas vacaciones de quince días un amigo le propuso explorar el norte argentino. Aceptó y se fueron con poco, al estilo mochilero. “En ese ese momento descubrí otra forma de vivir. Me voló la cabeza”, admite como el inicio de todo.
Para llegar a esta vida nómada, tuvo que romper con sus preconceptos.
Dejar la estructura
Volvió de esa estadía reveladora por Jujuy, Salta y nada fue lo mismo. “Me costó mucho adaptarme a la rutina de trabajo, a la monotonía del día a día, pero tenía que trabajar”, reconoce. Hasta que no pudo más.
En un acto algo improvisado se animó a dejar lo seguro, y embarcarse en una aventura totalmente desconocida. Juntó algunos ahorros y se tomó un largo año para recorrer América Latina: salió de la Argentina rumbo a Chil, luego pasó a Perú y Ecuador. Todo por tierra, como copiloto de camioneros o en el asiento de atrás de algún auto desconocido.
“No fue un tema económico, porque si no lo disfrutás, no haces ni 100 kilómetros”, destaca acercas de la modalidad elegida. Gonzalo tiene mucha paciencia, demasiada. “He llegado a estar 14 horas esperando que alguien me levanté. Pero esa adrenalina de lo desconocido es lo que me motiva a avanzar. En esos trayectos es donde conoces a la gente más maravillosa que te da una mano, que te invita a su casa, que te comparte el mundo”.
En esos primeros meses, su inexperiencia lo llevó a quedarse sin dinero. Pero lo solucionó. “Hice de todo, y tal vez ese es el mejor aprendizaje, a volverse autosuficiente. Pero para eso tenés que desarrollar tu instinto y habilidades sociales”, agrega.
Llegar a Europa, Asia y Oceanía
Una vez que dejó la famosa zona de confort, fue casi imposible echarse para atrás. Quiso ir por más. Esta vez, el objetivo fue Europa. Para desembarcar en el Viejo Continente tuvo que regresar a la Argentina, donde retomó su carrera profesional. ”Necesitaba la plata. Como no estaba pleno, aguanté solo tres meses…”.
Con lo poco que tenía voló rumbo a Dinamarca para emprender otra andanza. La idea inicial era juntar dinero y salir por todo el continente. No lo logró hacer. “Durante varios meses estuve haciendo couchsurfing -cuidar casas a cambio de alojamiento- y me comí los ahorros”.
Lo segundo que hizo fue retomar la ruta. Sin buscarlo terminó en Estonia, donde inició su otra hazaña. Llegó hasta Siberia en camiones, autos y trenes. Lo explica de tal modo que parece sencillo. “Te paras en la ruta con un cartel del destino al que te gustaría llegar y los conductores frena. La condición es siempre avanzar”.
En los mil autos que calcula que se subió una sola estuvo en peligro. “Un ruso intentó robarme la tablet. Me pidió que me bajara para corroborar si funcionaban los focos de las luces. Me di cuenta, pero tuve que hacerlo. Cuando revisé mis cosas, ya no tenía algunas, le pedí que me las devolviera. Se negó y me apuntó con una arma en el estómago… no me pasó más que eso”.
Cuando estuvo en China (que define como “mi lugar en el mundo”), fue todo lo contrario. “Lugar que llegaba lugar que me recibían con los brazos abiertos. La gente me invitaba a comer, a dormir, a todo. Incluso me regalaron 100 dólares y en forma de agradecimiento les dejé la camiseta de River, que debe estar colgada en alguna casita…”.
Así, gracias a la gente, conoció lugares inaccesibles y pueblos remotos. Pisó Nueva Zelanda y Australia, donde vivió casi un año. “No suelen levantarte por la autopista, los autos van a 120 kilómetros por hora. Entonces me puse la camiseta de la selección argentina, y todo cambió ...”.
Desde Australia deshizo el camino, retornó a Asia, pasó por Europa hasta la Argentina. Esa fue su primera vuelta al mundo. Hace algunos meses, completó la segunda. Pero todo fue al azar. Tardó casi dos años esa vez. “Yo era un pibe de Palermo que no sabía ni armar una carpa, aprendí todo viajando”, concluye.
Durante la pandemia estuvo frenado en Ecuador. Desde agosto de 2021 retomó su estilo de vida nómada. Sueña con explorar África, y algún día tener su propio hostel para recibir a todos los mochileros del mundo. “No creo que haya mucha gente como yo, andando de ciudad en ciudad sin mirar la televisión ni revisando las noticias. Si me preguntás, creo que ando un poco perdido y a la vez muy conectado”.
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