Eran los ocho y media. Tenía frío y hambre. Pero lo peor era la angustia que la ahogaba.
Una vez más, la muchacha rubia de 19 años había ido a la estación Central del Ferrocarril de Salzburgo. Lo había hecho puntualmente, todas las noches, durante los últimos tres meses.
Porque él le prometió -entre lágrimas y abrazos interminables- que iba a llegar en ese tren. ¿Cuando? En el momento que se presentase la posibilidad de escapar.
La despedida en Bucarest había sido muy dolorosa. Ambos eran rumanos y el nuevo régimen de gobierno decretó que los ciudadanos no podían salir del país. Pero ella, Fernanda Fasce, era hija de italianos y su pasaporte le permitió viajar a Austria.
En cambio él, Atanase Mironescu, por más que fuese un famoso actor y cantante, estaba preso dentro de su propio país.
La maldita guerra acababa de terminar, pero los rumanos no podían decidir sobre sus vidas con libertad. ¡Primero con los nazis y ahora con los comunistas, estaban presos en su propia tierra!
Volvió a recorrer el andén, entre los vapores de la destartalada locomotora. ¿Aparecería antes de que la formación reanudara su pesada marcha hacia el oeste?
Creía reconocerlo en cada uno de los ajados pasajeros que iban bajando. Pero ninguno tenía esos ojos celestes que la habían enamorado a primera vista, en aquella función de teatro de 1942 a la que había ido con un grupo de compañeras. Ella tenía 16 años y él -que entonces ya había cumplido 31- estaba sentado varias filas más adelante y no había dejado de darse vuelta todo el tiempo para mirarla.
Nunca más se separaron. Y empezaron a soñar juntos un futuro mejor, lejos del horror de la guerra. Él le había hablado de un lugar lejano, llamado Argentina, en Sudamérica. Pero ahora estaban separados por 1.300 kilómetros y sólo un milagro podría lograr que se reencontraran.
La estación había quedado vacía y Fernanda sintió que tampoco a ella le quedaban más esperanzas. Ahora tenía miedo: ¿qué iba a hacer sola, sin familia y sin dinero, en un lugar que también podía sufrir las consecuencias del reparto político de las posguerra?
Hasta que vio algo increíble.
El portón de un vagón de carga se abrió y Atanase saltó al andén. Estaba todo tiznado, como pintado de negro. No era para menos: había estado cinco días, desde que salió de Bucarest, escondido como polizón debajo de una pila de neumáticos de camión. Sin agua, sin comida, casi sin respirar.
Pero cumplió con su promesa y llegó a Salzburgo en el tren de las ocho y media.
Ahora sí, Fernanda supo iba a pasar toda su vida junto a Atanase Mironescu, quien años después sería un pionero de la televisión argentina con el nombre de Jean Cartier.
Él había crecido en el seno de una familia acomodada. Uno de sus tíos fue el ministro Gheorghe Mironescu, mientras que otro familiar llegó regir la Iglesia Ortodoxa con el cargo de “metropolita”, equivalente al pontificado católico. Su padre quería que estudiase abogacía, pero él afrontó el riesgo de convertirse en la oveja negra de la familia. No le interesaban los cargos ni los títulos: quería ser actor.
Y lo fue. No sólo eso, sino que montó una compañía, abrió varias salas teatrales, incursionó en el cine, escribió y protagonizó operetas y se hizo popular como cantante.
Terminaba la década del 20 y Europa se rendía ante la seducción del tango. Atanase Mironescu logró un éxito resonante con “Tigan Pribeag” (“Gitano vagabundo”), que también fue grabado por otro cantor rumano llamado Dorel Livianu.
Ahora, en una calurosa tarde de octubre de 2021, el doctor en psiquiatría Alejandro Mironescu -uno de los dos hijos de Jean Cartier y María Fernanda- me revela un sorprendente vínculo de su padre con el tango:
—Resulta que la familia lo mandó a mi viejo a París, con la idea de que dejara de lado el mundo del teatro y de la música. Seguían insistiendo en que fuese abogado ¡Pero en París papá siguió en el mundo del teatro y llegó a ser asistente de Carlos Gardel!
Esto ocurrió en 1931. Precisamente en el año en que Gardel grabó en los estudios Odeon de París el tango “Anclao en París”, con música de Guillermo Barbieri y letra de Enrique Cadícamo. Pero lejos del tono melancólico de la canción (“cubierto de males, bandeado de apremio…”) Gardel se afirmaba como una gran estrella del espectáculo en Francia. Además de actuar en los teatros Fémina y Ópera, el 26 de diciembre de 1931 debutó exitosamente en el Teatro Empire de la Avenida Wagram 41.
—Realmente no sabemos cómo mi viejo llegó allí, pero esa temporada influyó mucho en su vida. Mi mamá decía que papá vino a la Argentina porque se enamoró de todo lo que Gardel le había contado de nuestro país.
De todos modos, la primera escala del viaje a Sudamérica de la joven pareja fue Brasil. Viajaron en el buque “Campana” y en el viaje tuvieron tiempo de ensayar un número musical con el que tendrían mucho éxito en Río de Janeiro:
—Papá cantaba en francés, al estilo del chansonnier Maurice Chevalier… Tenía mucha pinta y gran sentido de la escena… Y exageraba un poco el acento afrancesado, era parte de su personaje… Mamá hacía de partenaire y también empezó a cantar…
El testimonio de Alejandro revela el imprevisto problema que le puso fin a la etapa en Brasil:
—Al año los diarios empezaron una campaña en contra de mi papá… Decían “¡fuera de Brasil, estás ocupando el lugar de los artistas brasileños!”… Entonces, ahora sí, decidieron viajar a Buenos Aires…
Cuando llegaron, en 1949, no hablaban castellano. Algo de italiano sí, también un poco de portugués. Lo mismo que francés y obviamente rumano.
¡Pero nada de castellano! No hizo falta, porque enseguida Mironescu consiguió trabajo como cantante internacional en Radio Belgrano y en Goyescas, que era un famoso local nocturno de la época. Allí María Fernanda cantaba junto a él y además hacía la animación del show. De a poco fueron superando la barrera del idioma:
- Aprendieron rápido -nos contó Alejandro- pero mi mamá se escribía las palabras en fonética en las palmas de las manos… Y así cantaba y hacía las presentaciones…
En Goyescas compartieron el escenario con las grandes figuras de la época, al mismo tiempo que comenzaba a gestarse un nuevo medio al que muy pocos artistas le dieron importancia: la televisión.
En octubre de 1951 acababa de iniciar sus transmisiones el Canal 7. Atanase Mironescu tomo dos decisiones: la primera, reemplazó su nombre y apellido por el sonoro Jean Cartier. Y la segunda, hacerle una sorprendente propuesta a Jaime Yankelevich, que había quedado al frente del flamante Canal 7 por la renuncia de Enrique Telémaco Susini:
- Oíme Jaime, te ofrezco trabajar tres meses gratis, haciendo un poco de todo… Para mí, esto tiene un futuro extraordinario…
Y mientras muchos artistas de la radio, del cine y del teatro no reparaban en la televisión, Jean Cartier sumaba programas y horas de aire en vivo. El 26 de octubre comenzó “Melodías de París” y al día siguiente debutó “Cita con Jean Cartier. Luego produjo y condujo “Grandes revistas de los sábados”, “Noches de operetas” y “La pandilla Marilyn”. A medida que pasaban los días abarcó más espacios y asumió más responsabilidades. Por eso escribió y dirigió “Cartier´s Revue”, con la participación de Amelita Vargas, Mario Clavell, María Fernanda y Marcos Caplán.
En sus programas tuvieron la primera oportunidad figuras que luego serían estelares, como Nélida Lobato, Isabel Sarli, Zulma Faiad, Ethel Rojo y Libertad Leblanc. Y sucedió algo que iba a significar el nacimiento de uno de los más grandes fenómenos de la televisión argentina:
-Alberto Olmedo nació con mi viejo. El que lo hizo debutar en televisión fue mi viejo en “La revista de Jean Cartier”. Olmedo era tiracables y también switcher en el Canal 7 y era muy gracioso… Mi viejo le dijo “te voy a poner delante de la cámara” para que hagas lo mismo que hacés detrás… Le armó un sketch que se llamó “Escuela de locutores”, que se lo escribía mi viejo… Eran dos o tres líneas generales y el resto Olmedo lo improvisaba… Fue un suceso desde el primer momento… Y por eso un día Olmedo dijo “Gracias a Jean Cartier yo soy quien soy…”
Alejandro Mironescu enumera a “Melody bar”, donde estaban Guillermo Brizuela Méndez y Mario Faig y el programa de entretenimientos “Complételo usted”, que significó el comienzo de una larga colaboración con el animador Federico.
Aunque sin dudas, el programa que dejó la impronta de Jean Cartier y María Fernanda y se convirtió en un clásico de la televisión argentina fue “El arte de la elegancia”. Empezó como una evocación del gran modisto francés Jacques Fath, a quien Jean Cartier conoció en París. Luego fue evolucionando, incluyó las novedades de la moda argentina a lo largo de 30 años consecutivos y pasó por varios canales.
Jean Cartier murió en 1976, luego de que pocos años antes un infarto comenzara a minar su salud. El recuerdo nubla los ojos de su hijo cuando me cuenta:
-Papá tenía una agencia de publicidad, que nutría comercialmente a “El arte de la elegancia”… Sus dos clientes más importantes quebraron, uno era “Au meuble rustique”, de la Avenida Santa Fe y Carlos Pellegrini… Y el otro los cosméticos Gardfield… En ese momento tuvimos serios problemas económicos… Él murió cuando yo estaba en primer año de Medicina… Llegó a ponerse contento cuando aprobé mis primeros finales… Él quería que yo fuese médico…
El otro hijo de Jean Cartier y de María Fernanda se llama Fernando y es baterista. Su hermano lo subraya con orgullo:
- Es muy buen batero… Tocó con todos, con Charly, con Pappo, con todos… En realidad, en nuestra casa siempre hubo mucha música… Y para nosotros era muy común que siempre hubiera grandes artistas de visita…
Es que la actividad de Jean Cartier fue múltiple.
Fue guionista de “Amor a primera vista”, la película de Leo Fleider en la que actuaron Lolita Torres y Osvaldo Miranda. Produjo durante varios años los clásicos desfiles de carrozas del Día de la Primavera en la Avenida Santa Fe. Y junto a María Fernanda fue el animador del concurso de belleza Miss Argentina.
Delante de las cámaras y detrás de ellas, fue un infatigable creador:
- Pensá que mi viejo fue el que trajo al país a Mina, la cantante italiana que en ese momento era un suceso mundial… Y también logró que vinieran primero el Folies Bergère y después el Lido de París…
La admiración filial no exagera, apenas describe la personalidad versátil de uno de los grandes pioneros de la televisión argentina.
Es verdad, hizo de todo.
Aunque probablemente lo mejor fue cumplir con su promesa: llegar a Salzburgo en el tren de las ocho y media de la noche.
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