Mientras Buenos Aires era un hervidero tras las elecciones que ganó el peronismo 11 de marzo de 1973, en Madrid, antes de que llegara el presidente electo Héctor Cámpora en abril, Juan Domingo Perón conversaba largamente en Puerta de Hierro con el presidente de la Confederación General Económica (CGE), José Ber Gelbard, sobre la posibilidad de que sea el Ministro de Economía del próximo gobierno justicialista.
Gelbard fue un hombre formado en las filas del Partido Comunista Argentino y con amplia llegada a sus máximos dirigentes. Por ésta razón, antes de desplazarse a España, habló con uno de ellos. Algunos van a decir que fue con Ramón Rey Fernández, más conocido como Orestes Ghioldi, y que en ese encuentro, así como Arturo Mor Roig pidió al radicalismo el aval para integrar el gabinete de Alejandro Aguatín Lanusse, Gelbard hizo lo propio con el comunismo. Los dos recibieron el mismo tratamiento: que acepten sabiendo que no van a contar con el apoyo oficial del partido.
La designación de Gelbard no estaba en los planes de Cámpora, porque para el Presidente electo Don José era medio pastelero con las Fuerzas Armadas, en especial con el teniente general Lanusse y temía que se dedicara a negocios personales. Pero, cuando Perón le ofreció ser Ministro de Economía, no estaba pensando en Cámpora. Estaba pensando en él.
En esas conversaciones en Madrid, Gelbard le dirá a Perón que había que mandar un mensaje muy claro al establishment, que no se podía seguir con la vocinglería de la Juventud Peronista porque asustaba.
"Está bien, voy a mandar a un hombre que pase un mensaje", le confió Perón. El enviado fue Héctor Villalón. Así me lo dijo por primera vez el 28 de junio de 2006 en Río de Janeiro y, lo mismo, con más detalles, me lo relató por escrito más tarde. Voy reseñar algunas de las tantas cosas que conozco y que estoy autorizado a decir.
Héctor Villalón dijo que Gelbard, desde hacía años ya "colaboraba con nosotros en acción conjunta con Luis González Torrado, con oficinas en 270 Park Avenue, Nueva York", un empresario que administraba dineros del peronismo y que estuvo al lado del General en algunas etapas de su largo exilio, especialmente cuando la firma del Pacto de Caracas con el frondizismo en 1958.
A través de González Torrado se fueron estableciendo relaciones de negocios con Mario Hirsch, el hombre que convertiría a Bunge y Born en el holding más importante de la Argentina y uno de los más destacados del mundo. Al Grupo ya formado Don Mario, así lo llamaban, le agregó además a través de las décadas un poderoso perfil industrial.
Antes de que Juan Perón llegara definitivamente a la Argentina, Villalón entró en el palacio de estilo francés, decorado con pinturas de grandes firmas, platería criolla y cuadros coloniales del Alto Perú, que tan bien fue disponiendo con su esposa Elena Olazábal, La Negra, para sus amigas. El palacio estaba a metros de la Embajada de España, cerca de la réplica de la casa del Libertador San Martín, en el afrancesado barrio de Palermo Chico. Los ventanales de su amplio living y su comedor daban a los jardines privados de la casa. El enviado, Villalón, fue recibido por Don Mario Hirsch, mientras los invitados aguardaban en otro lugar del palacio. Primero debían hablar a solas.
Hirsch se limitó a escuchar. Luego el enviado habló de Juan Domingo Perón y sus "compromisos". También me dijo Villalón: "Le entregué las cartas y mandatos, le avisé que estaba aprobado José Ber Gelbard y él (Hirsch) aceptó el liderazgo de Perón" y, dejándolo solo, Don Mario se reunió con los otros invitados en un salón aparte (el gran comedor social).
Mientras esperaba ser introducido, el enviado de Juan Perón se entretuvo observando los cuadros. Se paró frente a uno de Foujita (Léonard Tsuguharu Foujita). Lo miró bien y escuchó que Hirsch volvía a buscarlo. En ese momento, lo miró y con pesar le comentó: "Discúlpeme que le diga, éste cuadro es falso porque el original certificado es mío". Don Mario "no solo se llevó una bronca por haber comprado un cuadro falso, sino que se interesó en mostrarme toda la casa y los cuadros; en otra sala apareció otro de Voget (Jacques Voget), legítimo, pero él supo que yo tenía otro diferente de la misma serie".
Cuando pasaron al salón de reunión donde fue presentado a cada uno. Se respiraba en el ambiente un clima de gran desconfianza para con el enviado y su Jefe. Entonces "tomó la palabra Mario Hirsch y dijo que estaba todo resuelto y que sólo debían escuchar mi mensaje. Lo hice serenamente y se acordó un documento reservado de cinco puntos entre los empresarios presentes, él y yo como representante de Perón. Cuando la reunión llegaba a su fin apareció Vicente Solano Lima para apoyar con su presencia toda mi intervención".
No sería la única vez que Don Mario inclinaría la balanza del empresariado por un dirigente político. En 1983 lo hizo en respaldo de Raúl Alfonsín: Mario Hirsch jugó el peso de su prestigio por el candidato radical, e hizo un suculento aporte de dinero, en contra del peronista Ítalo Argentino Luder.
Tras este trascendental encuentro pasaron varias semanas y Cámpora asumió el 25 de Mayo de 1973, en medio de grandes y violentos desbordes; en junio el Presidente de la Nación viajó a Madrid a buscar a Perón que volvía definitivamente a la Argentina y llegó el 20 de junio siendo recibido por una virtual batalla campal en los aledaños del aeropuerto de Ezeiza que lo obligo a aterrizar en la Base Aérea de Morón.
"Pocos días después del 20 de junio, relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia, recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por el Ministro de Economía, José Ber Gelbard, tal como habíamos combinado".
A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía a concretar "un cometido solicitado por Perón".
Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón.
El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia. "De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la 'Tendencia', y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza".
El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunico que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín, pero se le informó que ese cargo lo ocuparía Juan Alberto Vignes.
La escena que pintó el embajador Llambí tiene otras singularidades, raíces, y color. La reunión se realizó en el 9º piso del edificio de la Avenida del Libertador, pegado a la residencia del embajador de los Estados Unidos. Llambí no puso la fecha de la reunión pero se sabe que se realizó en las horas del primer ataque cardíaco de Perón (26 de junio de 1973). Perón llegó para sacarlo a Cámpora de la Casa Rosada. El coordinador de los detalles del “golpe blando” fue José Ber Gelbard, el hombre fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había cultivado una importante relación personal.
Cuando Lastiri y Gelbard entraron en el amplio living de los Llambí salió a saludarlos Beatriz Haedo y luego los acompañó al escritorio de la casa, cuyas ventanas miran hacia el Monumento a La Carta Magna y las Cuatro Regiones Argentinas (más conocido como monumento a los españoles). Dejó a los invitados pero se quedó, alerta, rondando el living. Cuando Benito relata en su libro que "en un momento pidió un paréntesis para ordenar sus ideas", sin decirlo, le hizo un homenaje a su esposa porque consultó el ofrecimiento con ella y la misma Beatriz me recordó el diálogo:
Benito: Me han ofrecido Interior. Beatriz: ¿Exteriores? Benito: No, no, Interior. Les dije que yo no soy para reprimir y me contestaron diciendo que el General me necesita porque allí debe ir un hombre de diálogo.
Beatriz, notó la desazón de su marido, y recordó un consejo de su padre: "Nunca hay que dejar pasar la oportunidad". Después se verá…
Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el ofrecimiento y escuchó la estrategia que desarrolló Gelbard. De allí nació la chanza que días más tarde Gelbard y Lastiri le harían al futuro Ministro del Interior al definirlo como "el represor de guantes blancos".
Unos meses más tarde –tras la caída de Cámpora- Perón diría en la intimidad, medio en sorna, "yo soy mío y me gusta saber quién me observa; Lopecito es la CIA, Gelbard es Moscú… el único del palo es Benito Llambí, porque es milico y peronista".
El miércoles 4 de julio de 1973, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete, a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente Vicente Solano Lima, donde se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados.
En la ocasión, tanto José López Rega como su yerno Raúl Lastiri ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde.
Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: luego pasaron al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos.
La conversación comenzó con unas palabras de Isabel y luego –recordó Jorge Taiana en sus memorias- tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a la mañana, a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid.
En ese momento, Cámpora rompió el silencio: "Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo".
Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo que "habría que pensarlo". López Rega exclamo que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.
-¿Y los militares?, preguntó Perón. -No hay ninguna preocupación. -Bien..
Taiana cerró la escena relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo; Perón se emocionó y después "lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la Presidencia".
Las renuncias que salieron publicadas en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión de ese día.
El 13 de julio, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su Ministerio que "este ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos" y entre esos hombres estaba Perón.
La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: "Se terminó la joda".
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