LA MUERTE
Un cuarto junto a la cocina y el lavadero, con la ventana tapiada. Caos e improvisación. Edema en las piernas e hinchazón del abdomen. Numerosos alertas ignorados. Diagnósticos contrapuestos, justificaciones y deslinde de responsabilidades. Rechazo violento a médicos y acompañantes. Planillas mentirosas y firma falsificada. “O perdemos la matrícula y vamos en cana, o seremos semidioses”. Descontrol en la alimentación. Veinticinco horas sin levantarse. Los avisos de un cuerpo al límite. Entre informes contradictorios, silencios y vacío de información. “Se debe estar haciendo el dormido”.
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Maradona abandonó la Clínica Olivos a las 17:52 del miércoles 11 de noviembre de 2020. Estaba lúcido, sin signos de agresividad ni impulsividad. Había descansado bien y tenía apetito. En ese momento tomaba cuatro medicamentos psiquiátricos: quetiapina, 100 mg (medio comprimido por la mañana, uno a las 16, otro por la noche); venlafaxina, 150 mg (un comprimido por la mañana); disulfiram, 250 mg (medio comprimido por la mañana durante los primeros tres días, uno a partir del cuarto), coadyuvante de programas de deshabituación en pacientes con alcoholismo crónico; y gabapentina, 300 mg (un comprimido por la noche), originariamente utilizada para tratar las convulsiones, se indica para el dolor neuropático (de los nervios periféricos, producido por una inflamación o una lesión), puede causar hemorragias o hematomas inusuales, erupciones en la piel, urticaria, fatiga grave o debilidad, infecciones frecuentes y trastornos respiratorios. Además, tenía indicados dos comprimidos de vitamina B y uno de 20 mg del protector gástrico omeprazol.
Su nueva casa estaba en la calle Italia 5208, del barrio privado San Andrés, en el partido bonaerense de Tigre. Era un entorno arbolado, donde el valor del metro cuadrado llegaba a los 3000 dólares. La selección había recaído en Vanesa Morla, que presentó cinco opciones a las hijas de Maradona. “Igual, valía lo que decía Diego”, declaró. “Tengo entendido que él vio todas las casas y eligió una”. La propia Morla la visitó dos veces antes de su llegada, “para chequear alguna cuestión en relación a las comodidades de Diego”. Por ejemplo, que no lo molestara el sol y que tuviera el pack de TV satelital con los canales que le gustaban. Su hermano Matías pagó el alquiler y Jana firmó el contrato hasta enero de 2021. La prensa anunció que Maradona viviría “en una casa especialmente adaptada para que pueda continuar con su tratamiento” y que “el seguimiento por parte de los especialistas que lo atienden de manera personal será constante”.
Desde afuera, las impresiones eran óptimas, con vistas a un espejo de agua y cancha de golf. En los primeros días Maradona pudo disfrutar de ese espacio. Jugó con Benjamín y Diego Fernando, y practicó paintball (una pistola que dispara bolas de pintura) contra un muñeco que había pedido. Por dentro, la situación era otra. Como no podía usar las escaleras que llevaban a las cuatro habitaciones (una con jacuzzi, que ocupaba Espósito; otra para Monona) y el baño del primer piso, lo alojaron en un playroom junto a la cocina.
A dos metros del lavarropas y a uno de la bacha de la cocina, una precaria puerta de plástico —que ni siquiera llegaba al piso— conducía a esa habitación improvisada con una cama de dos plazas, TV y sillón masajeador. Aunque había vistas al exterior, la ventana se tapió con durlock. “Argumentaron que no le gustaba la luz”, explica un investigador de la causa. Vanesa Morla explicó que un vidrio de esa “habitación provisoria” tenía una rajadura, “por lo que Jana, por razones de seguridad”, pidió poner esa capa. Para llegar al baño más cercano había que atravesar la cocina y el living comedor, a causa de lo cual se decidió sumar un inodoro ortopédico con asiento de plástico.
Pomargo, Espósito y Monona fueron su compañía permanente. Diversos testimonios coinciden en que Maradona no tuvo acceso al alcohol durante los días que pasó allí. Pero sobrevolaba un sentimiento de paranoia. Otra vez estaba rodeado de custodios. ¿Cuán necesarios resultaban dentro de un country? ¿Había que protegerlo o vigilarlo?
Los primeros días pudo bañarse con un duchador provisorio. El representante legal de Diego Fernando, Mario Baudry, aseguró que lo hacían “con una manguera”, situación que lo tenía “muy molesto”. “En cualquier casa en Argentina, en la más humilde, hubiera estado mejor que ahí. Uno puede no tener plata pero tiene cariño. Diego tenía muchísimo dinero, que no se lo dejaron usar”.
Aquel día, Cottaro estuvo entre los primeros en llegar. “No había ni un termómetro, era una casa de vacaciones. Al sillón donde se sentaba Diego los custodios le decían ‘la practicuna’. Cuando llegó, me quedé afuera porque había un grupo numeroso de gente. Más tarde me acerqué y me preguntó qué hacía ahí. Me di cuenta de que no le habían dicho que iba a tener acompañante. Ahí noté que empezaba la improvisación”.
La dinámica fue caótica desde el principio. La enfermera Dahiana Madrid —a cargo del turno matutino— declaró que, a su llegada a la casa, preguntó si había una epicrisis (documento confeccionado al momento del alta) y le respondieron que no. Tampoco le dieron indicaciones sobre cómo proceder con Maradona, cuyas patologías desconocía. “Me habían dicho que nosotros los enfermeros estábamos para dar la medicación en tiempo y forma, para que el paciente no se automedicara, [pero] que no era necesario que se controle [...] Llegaba el horario de la mediación, la preparaba y le decía a Johnny [Espósito] ‘vamos a dársela’, pero él decía ‘se la doy yo’. Si fuera otro paciente, una entra, trata de llegar. Agustina Cosachov decía que estábamos para darle la medicación, que no lo molestáramos. Lo mismo Luque”. Por esa razón, justificó, solo tomó sus signos vitales hasta el viernes 13.
Su compañero Ricardo Almirón hizo un relato similar. “Desde el primer momento pregunté por la epicrisis, patología del paciente, antecedentes y medicación, de lo cual no hubo respuesta [...] En mi poder tenía elementos de control diarios, como termómetro, saturómetro, tensiómetro, lo cual utilicé para realizar los primeros controles, ya que la empresa [Medidom] no me había dado nada”.
También faltaban los elementos para afrontar una urgencia —monitor para controlar la frecuencia cardíaca, tubo de oxígeno, desfibrilador— y otros de relevancia para el caso, como un abbocath (cánula intravenosa que se usa para pasar medicación y mejorar el control de la punción), prolongadores y sueros. La necesidad del monitor “se condecía con las frecuencias cardíacas que presentaba el paciente. Las alarmas habrían detectado cuando aumentaba o bajaba la frecuencia”, explicó.
La situación estaba en línea con los motivos por los cuales habían sido convocados, planteaba Almirón. “En todo momento me indicaron que era un cuadro psiquiátrico. No me comentaron sobre otro antecedente ni anomalía”.
A pesar de los indicios negativos, aquella primera jornada pareció cerrar con una buena noticia. “Ahora está cantando y mirando la tele”, informó Perroni a las 20:24 en el grupo de WhatsApp “Tigre”.
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Maradona estaba cada vez peor. La Junta Médica Multidisciplinaria dio cuenta de ello en su informe: “El 11, 12 y 13 [de noviembre] se hallaba de buen humor. El 16, 17 y 18 estaba decaído. No quería comer, no aceptaba visitas, se hallaba encerrado en su habitación. Solo hablaba con Jonathan [Espósito]”. La recopilación de una fracción mínima de las conversaciones entre Cosachov y Díaz da cuenta de incidentes que evidenciaban una situación extrema. La psiquiatra lo vio “muy hinchado y muy violento”; “habla como el culo, parecía un poseído”; estaba “en bolas, sin ganas de hacer nada”; “le tiraba piñas” a Luque. Todos esos síntomas de agresividad, edematización, incontinencia urinaria, negativismo y confusión eran “elementos clínicos de alarma para tomar decisiones”, advirtieron los peritos.
“En ocasiones se orinaba encima y Romina [Monona] o seguridad le cambiaban las sábanas”, declaró Madrid, que lo bañó apenas una vez entre el 11 y el 24 de noviembre. “Cuando estaba de buen humor, se higienizaba en el baño de abajo, que estaba preparado con un regador”, confirmó. “Deambulaba con dificultad”.
El sueño creciente parecía una forma de evasión, que sin embargo desconcertaba a los profesionales. Cuando Cosachov le avisó a Luque que Maradona había pasado todo el lunes 16 y lo que iba del martes 17 durmiendo, el médico le recordó que antes “el problema era que no dormía”.
—¿Lo curé, decís vos? ¡Jajaja! Che, Leo, me preocupa. Sigue durmiendo. No se levantó en todo el día.
—Ahora voy para allá.
—Avisame porque me da cagazo que sea otra cosa. Tanto dormir...
—¿Como qué?
—No sé... ¿Pero tanto sueño?
—Estará depre.
Esa mañana Pomargo le había mandado un mensaje inquietante. “Doc, buen día, ahí lo despertamos para darle la medicación. Estaba bien. Bueno, las tomó, dijo ‘sigo descansando un poquito más’. Está bastante hinchada la cara. Acá Taffa dice que es retención de líquidos. Estaba bastante inflamada la cara, o sea hinchada, y con retención”.
Almirón seguía notando rasgos de hinchazón. “Lo indiqué en hoja de enfermería y en el WhatsApp”, aseguró. “En el grupo, Cosachov dijo que no lo molestáramos más”. En su declaración también aseguró que la mayoría de las veces Maradona estaba taquicárdico. “Se informaba a los médicos para que estos realizaran el estudio y vieran los motivos. Los valores cardíacos eran una constante en cuanto a que estaban elevados. Desde el primer día. Si uno estuviera en acción, sería normal, pero él estaba en reposo”.
Perroni reconoció que lo sabía, pero volvió a desentenderse. “Veía que lo informaban en el grupo de WhatsApp, donde estaban los médicos, que eran quienes debían tomar acciones. Forlini recibía la notificación de los valores cardíacos y respondía con un ‘OK’ o ‘gracias’”.
Como había visto los mensajes, Luque fue hasta Tigre: “Estuve diez o quince minutos y lo vi normal. No estaba hinchado ni tampoco tenía alguna sintomatología en particular [...] Pregunté si había pedido alcohol y me dijeron que no [...] Lo vi distante. No quería hablar. ‘Ya me viste, bueno, andate’, me dijo. No me dejó sacarle los puntos”.
Al mismo tiempo, insistió en desestimar los síntomas: “La hinchazón es algo subjetivo. Uno debe verla en un contexto médico. Una hinchazón de un paciente con edema agudo de pulmón es distinto [...] Se puede hacer la prueba de Godet [al presionar con el dedo, aparece una impronta que tarda unos segundos en desaparecer] [...] Lo hice con Diego y no surgió nada”.
Luque insistía: si hubiera habido un edema de pulmón en curso, la dificultad para respirar habría sido un indicador mucho más relevante. Su actuación se apoyaba en el convencimiento de que “había gente que lo estaba cuidando, tenía internación domiciliaria [...] Una empresa con veinticinco años de experiencia, que pone clínicos, enfermeros, kinesiólogos”.
Sin embargo, en sus mensajes a Cosachov oscilaba entre el agotamiento y el temor. “Me cansó mucho esto. Mucha injerencia no puedo tener, porque lo manejan vos con Charly [Díaz] [...] Mi único tema es que él se dirija a mí para decirme ‘Quiero el alta’, y no sé cómo lo voy a manejar’.
Un mensaje de Díaz a la psiquiatra evidenciaba el desconcierto. “O perdemos la matrícula y vamos en cana, o seremos semidioses”. El psicólogo también le avisó a Luque que “lo vi temblando el domingo. Pero mantengámoslo en privado”.
La versión de Díaz difiere levemente. En uno de los chats grupales le ratificó a Luque que “lo vi un poquitito tembloroso, pero nada que ver con lo que vi en su momento”, y el médico le pidió que “estas cosas hablémoslas por privado, para no preocupar a la gente”, en referencia a su familia.
Para la fiscalía, está comprobado que el martes 17 el psicólogo le indicó a Cosachov que los enfermeros se limitaran al suministro de medicación, sin hacer controles personalizados. Una posición de poder que Díaz habría aprovechado para aislar a Maradona de su familia, a quienes manipuló, “informándoles que todo lo que estaba sucediendo era producto de la libre y espontánea decisión del paciente”, y ocultando la verdadera información sobre su cuadro.
Ese día Luque mostró su preocupación ante Pomargo: “Estoy acá, no lo vi bien. Está muy hinchado, en bolas, sin ganas”.
Por momentos, la situación era desconcertante. El mismo martes Olé aseguró que Maradona “evoluciona de manera impecable”, “alejado de todo lo que daña su organismo”. Como Díaz, el texto citaba al propio entrenador en una videollamada con sus jugadores: “En unos quince días ando por allá”. Uno de los participantes de aquella conversación había dicho que el entrenador estaba “espléndido, nada que ver con la imagen que quedó el día de su cumpleaños”.
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Después de una jornada caótica y con signos cada vez más preocupantes, a las 8:08 del jueves 19 Perroni hizo una sugerencia poco ortodoxa: que Monona cocinara algo cuyo olor llegara a la habitación de Maradona, para así abrir su apetito. Madrid anunció que iban a tratar de que comiera, se levantara y se duchara.
Esa mañana Espósito y un custodio le llevaron el desayuno (café con tostadas) y le pidieron a la enfermera ser los encargados de administrar la medicación que ella preparaba, siempre con la idea de que “no lo molestaran tanto”.
A las 14:19 se produjo un chat entre Pomargo y Cosachov.
—Ahí está el clínico [Di Spagna] queriendo venir. Es un idiota... Me parece que no entiende nada. Con el nutricionista.
—Tramito que no vaya. Olvidate.
—Necesita paz y que lo saquemos de la cueva [por la habitación].
Tres minutos después, la psiquiatra lo confirmaba.
—Le dije recién que hoy no vaya... Ya le avisé a la directiva de Swiss.
Así se lo explicó a los fiscales: “Sugerí a la doctora Forlini, desde mi rol de psiquiatra, que el paciente estaba presentando signos de resistencia con relación a la visita de los profesionales [...] Se había sentido muy invadido, lo que a mi criterio era contraproducente [...] Mi sugerencia fue darle unos días para que se airee un poco”.
A pesar de que —según Cosachov— la suspensión de esa visita fue una decisión conjunta con Forlini, la gerente de Swiss Medical le pidió a Di Spagna que dejara asentado que se trataba de una determinación de los médicos tratantes. En la fiscalía plantearon otra hipótesis: si Di Spagna hubiera visto a Maradona, podría haber pedido la suspensión de la internación domiciliaria.
A las 14:51, ese médico dejó asentado un mensaje premonitorio en la conversación grupal. “Me parece bien la decisión, reprogramamos para martes [24] o miércoles [25]. No hay problema. Lo único, nosotros, y como sugerencia, cubramos la parte legal. Dios quiera que pase bien el fin de semana y que esté lo mejor posible, pero si hay algún evento desfavorable, quedemos cubiertos [aclarando] que no se le pudo hacer el examen ni solicitar exámenes complementarios (que creo es necesario) por razones ajenas a nosotros”.
A las 20:08, Maradona seguía sin apetito. No se habían tomado sus signos vitales; Di Spagna pidió que se consignara ese hecho. Forlini agradeció la información y —junto con Perroni— ratificó la necesidad del respaldo legal. Cuando Almirón informó que el paciente había terminado el día de buen humor, tras una cena de sopa de verduras con pollo, agua mineral y una banana, Forlini mostró alivio: “Dentro de todo, sano”.
Mientras tanto, Cottaro no se rendía. Hasta ese jueves envió mensajes a Cosachov preguntando si había posibilidad de volver a Tigre, aunque fueran tres veces por semana, “porque la doctora iba una vez por semana, lo atendía cinco minutos y después Diego la sacaba a patadas”.
Su preocupación lo había llevado a una decisión temeraria: infiltrar entre los custodios a alguien que le pasaba información. Era un hombre corpulento, mimetizado como “un barrabrava más. Porque si te ponías algo blanco, te corrían”. Cottaro lo supervisaba de cerca. Una vez le advirtió que, en vez de los sesenta minutos pactados, habían pasado setenta y cinco desde el último informe. La respuesta lo enfureció: “Me manda un audio diciéndome ‘estamos sentados acá’, y Maxi [Pomargo] le agarra el teléfono y dice: ‘¡Qué carajo nos importa cómo está Diego! Estamos mirándole el culo a una mina con un largavistas y viendo cómo matar a un pato de la laguna’”.
La situación estaba en su punto más crítico. Tanto que desde ese día Cosachov y Luque hicieron silencio. Tampoco daba señales Morla. La Justicia considera que estuvo al menos dos veces en el country, pero logró impedir que registraran su ingreso.
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A medida que se acercaba el final, crecía el vacío de información sobre lo que pasaba en Tigre. El viernes 20 Luque logró quitar los puntos a su paciente, como explicó ante los fiscales. “Lo vi bien. Charlamos. Me cargaba. Me hizo bromas. Estuvimos un rato en la casa, porque decía que iba a comer milanesas. Justo fue el piletero. Diego iba a salir, y le dijeron al piletero que se fuera. Yo le dije que le limpiaba la pileta. Después no recibí más inquietudes respecto de hinchazón, que nunca pude constatar”.
Sin embargo, en un mensaje a Taffarel confesó que lo había notado hipotenso e hipoglucémico. “Fue una impresión de un paciente pálido y un poquito sudoroso”, justificó. “Estaba como inquieto. Fue una impresión diagnóstica. Sabía que esos síntomas, junto a la hipersomnia [somnolencia excesiva], son propios de un paciente adicto, que estaba siendo tratado sin consumir”. Ese día Cosachov indicó un refuerzo de quetiapina.
A las 13:02 Madrid informó que Maradona deambulaba y se había higienizado. Almorzaba y estaba de buen humor. A la tarde, merendó sentado en la cocina. Todos lo celebraron.
El mediodía siguiente continuaba el optimismo. “Paciente tranquilo, de muy buen humor, se encuentra tomando mate, escuchando música, parámetros estables, diuresis [secreción de orina] positiva”, precisó la enfermera Córdoba. A las 13:24, sin embargo, estaba “nauseoso”. El Reliverán alivió su situación. Ese sábado, Día de la Enfermera, el neurólogo Macia escribió en el grupo: “Feliz día, son muy eficientes, son los verdaderos cuidadores”.
A las 20:12 Maradona seguía —según Córdoba— de buen ánimo, con los parámetros estables y mirando TV. Como detalle llamativo, el paciente refería un “malestar, bolsita de aire en el estómago”. Media hora después, el enfermero Aldo Arnez indicó que lo había superado. Eran las 22:46 cuando escribió: “Paciente tranquilo, buena ingesta en la cena más hidratación. Se le administra medicación con buena predisposición y continúa mirando deporte en el living”. Maradona se retiró a descansar a la 1:41, “tranquilo luego de ir al baño”.
El domingo 22, a las 8:04, Arnez informó que había tenido un buen descanso y que seguía durmiendo. A las 10:20 se había levantado, higienizado y acostado en el sillón. Dos horas después, el parte seguía siendo favorable: “Buen ánimo, signos vitales estables, ingesta positiva, mirando TV en el living”. A las 19:51 Maradona tenía “muy buena conversación, fluida, escucha música y toma mate”. A las 20:21 descansaba en el living. Tras dos horas, seguía allí.
Inquieto por un fin de semana en el que no había recibido noticias, Luque volvió a Tigre ese día. La descripción del estado de ánimo de Maradona difería de la que se hablaba entre los demás médicos, enfermeros y coordinadores. “Estaba dormido en el sillón. Hice ruido a propósito para despertarlo. Solo yo podía hacer esto. Lo llamé y me abre los ojos, me hace el gesto como diciéndome que no, enojado, entonces me fui”.
Ese domingo, Díaz, por intermedio de Espósito, quiso saber “si él aceptaba mi presencia, pero a los pocos minutos me dijo que no, que ese día él quería estar solo, y que, de hecho, horas atrás había echado al doctor Luque”.
Cuando el final era un hecho, Clarín publicó que el ídolo había pasado sus últimas horas “ansioso, deprimido y angustiado”, mientras Luque, Díaz y Cosachov analizaban junto a su familia un último recurso: el regreso a Cuba. Maradona casi no se alimentó en sus horas finales. “Le costaba comer porque estaba bajón, no por un problema”, aseguró Espósito durante una entrevista.
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A las 7:09 del lunes 23, la enfermera Córdoba reportó que Maradona “descansó toda la noche sin dificultad, continúa descansando”. Seis horas después, la misma profesional lo describía “controlado, estable, medicado, de buen ánimo”. Sin embargo, no quiso almorzar y volvió a dormir. A las 17:08 había merendado y estaba “tranquilo, recibe visitas, de buen ánimo, medicado y controlado, diuresis positiva”. Dos horas después, descansaba en su habitación. “Estuvo tranquilo durante la tarde”, escribió la cuidadora.
Arnez pasó sus novedades a las 22:29: “El paciente se levanta de buen humor, va al baño, diuresis positiva. Toma la medicación y quiere seguir descansando”. Los parámetros eran normales: “T/A [tensión arterial] 120/80, temperatura 36,2, sat. [saturación de oxígeno] 96″.
El martes 24, a las 6:07, Arnez informó que Maradona había tenido “un buen descanso toda la noche”. Madrid, que tomó su posta, agregó a las 11:06 que el paciente estaba medicado, sin apetito y todavía descansado. La novedad siguiente fue a las 16:57: seguía en su habitación, otra vez medicado, otra vez sin hambre. Había orinado en el baño portátil.
Taffarel lo vio por última vez. Como Maradona estaba en la habitación y no quería levantarse, un custodio le dijo que entrara. El terapeuta ingresó y le preguntó si quería que lo afeitara o bañara.
—No, ya está, Taffita, cualquier cosa te llamo.
Lo notó “entregado y con la voz entrecortada”.
A las 21:38 Madrid informó las novedades: el ídolo permanecía en su habitación, había rechazado un té con galletitas y quiso seguir durmiendo. Perroni y Forlini agradecieron la actualización. A las 21:54, ya con Almirón en la casa, Maradona continuaba descansando y rehusándose a comer. El enfermero aseguró que tomó sus signos vitales: “T/A 130/100, fc [frecuencia cardíaca] 107, temp. [temperatura] 36,8, fr [frecuencia respiratoria] 17, sat. 98″.
Cuando el desenlace era un hecho, el abogado Baudry aseguró que los registros de ese día “daban que tenía 109, 110, 115 pulsaciones acostado y durmiendo”. La frecuencia cardíaca normal para adultos en reposo oscila entre 60 y 100 latidos por minuto.
Forlini reapareció a las 22:30, para compartir un mensaje multimedia (presumiblemente una filtración de lo que pasaba en la casa) y pedir “máxima discreción”.
“El 24 estuvo bien, pero él no quería vivir, no se dejaba ayudar”, planteó Espósito durante una entrevista. “A lo mejor habrá sido porque ya no podía patear una pelota”. Ese día habían seguido su rutina habitual, con mates y fútbol por TV. Jugaban Atlético Paranaense versus River y Racing versus Flamengo por la Copa Libertadores. Para el sobrino, Maradona estaba más desganado que nunca. “El hecho de [que le propusiera] ‘vamos a salir a caminar aunque sea al patio’ y que él dijera que no, es porque no quería más [...] Yo intentaba arengar, pero él me decía: ‘Ya viví 60 años y me privé de muchas cosas, no quiero seguir así’”.
Más tarde, Cottaro tendría algo que agregar: “Él quería vivir, pero no sabía cómo”.
Como todas las jornadas, Almirón había empezado su turno a las 19. “Estuvo durmiendo. Tipo 22 horas lo despertamos con el sobrino y personal de seguridad, para realizarle revisaciones y administrarle la medicación que recetaba Cosachov. El paciente refirió que quería seguir descansando, sin tener apetito ni tomar agua, pero la medicación la tomó [...] Ayudé a levantarlo de la espalda. Creo que no se podía levantar solo, estaba como desganado. No tenía ganas de nada. Estaba deprimido. Sus familiares me dijeron que estaba así desde hacía unos días. Le pregunté cómo se sentía y si quería comer, y me dijo que no, que quería seguir durmiendo”.
Al momento de levantar a Maradona, había sentido humedad en su remera, “por estar tanto tiempo acostado”. Le preguntó si quería que se la cambiara, pero le dijo que no. Llevaba dos días encerrado en un ambiente cerrado, oscuro y frío. “Siempre estaba con el aire acondicionado prendido. Siempre que ingresaba en la habitación hacía frío, pero él no quería bajar la temperatura”.
Después de despedirse de su tío, Espósito subió a su habitación cerca de las once de la noche.
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En la fiscalía están convencidos de que Maradona pasó sus últimas horas —acaso días— acostado y encerrado en la habitación, sin recibir a nadie.
Parecía la imagen de un hombre entregado.
Para un médico que lo trató en su última etapa, se trataba de “un tipo tremendamente autodestructivo, acostumbrado a tener y hacer exactamente lo que quería, que no se podía ver en ese estado de decrepitud”.
El doctor Mariano Castro lo visitó hasta el final. “Iba con un maletín de cuero de antaño, para tomarle la presión y auscultarlo un poco —describe—. Era más un mimo que otra cosa”. También está convencido de que su amigo atravesaba una depresión. “La relación con Rocío Oliva y la separación lo mataron. Yo le pregunté: ‘¿Cómo te vas a enamorar de grande? Ya está Diego...’ [...] Pero la gota que colmó el vaso fue el síndrome depresivo. El tipo no quería vivir más. Me daba cuenta por los ojos. Y su sonrisa era distinta [...] como la de un payaso, se le iba la comisura para abajo. Era un pedido de ayuda”.
Guillermo Cóppola ofrece una visión similar. “Todos teníamos limitaciones, incluyendo la familia. Por eso yo hablo del entorno sin señalar, porque también fui parte de eso, y lo sufrí. No responsabilizo a nadie, pero yo no lo hubiese dejado solo”.
Gabriel Buono oscila entre el desconsuelo y la bronca: “Es mentira que Diego se entregó. Él era feliz con el fútbol. Lo que pasa es que su adicción no lo dejaba ser él. Y nadie hacía nada [...] Con gente que lo quisiera, hubiese vivido hasta los 75 años. Pero lo abandonaron. Ojalá Dios haga justicia”.
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El final era inexorable. El minuto fatal que nadie quiso imaginar, llegó. Entre la incredulidad paralizante y la tristeza insondable, el país se sumergió en un estado de shock a las 13:06 del miércoles 25 de noviembre de 2020. Las pantallas mostraban una sola noticia, en las calles se hablaba de una sola cosa. No por previsible, la información dejaba de doler: había muerto Diego Maradona.
Además del archivo de prensa y de los intercambios telefónicos, las declaraciones de los imputados permiten reconstruir lo que pasó en esas horas al interior de la casa del Tigre, con el peso que implican sus palabras en sede judicial y la precaución que debe tomarse ante sus estrategias de defensa, que empezaron a diseñarse de inmediato.
Almirón aseguró que vio por última vez a Maradona ese mismo día, entre las 6:30 y las siete, antes de pasar la guardia a Madrid: “Abrí la puerta corrediza y vi que dormía en forma óptima, y que roncaba”.
Como su compañera, terminaría acusado de fallar en “la evaluación constante del paciente, el cumplimiento del tratamiento médico prescripto y en el seguimiento de su evolución”. Para la fiscalía, hizo chequeos deficitarios, ignoró signos y síntomas de insuficiencia cardíaca y omitió asistirlo, “a sabiendas de su delicada situación y con conocimiento que esa omisión podía provocar a su muerte”.
Esa mañana, a las 8:01, el enfermero aseguró en el chat de WhatsApp que “el paciente continúa descansando en buena forma. Se rehusó a ingesta de sólidos. Buena entrada de líquidos. Diuresis positiva, catarsis [defecación] negativa”. A las 8:52, Madrid escribió en el mismo grupo que Maradona seguía descansando.
La enfermera repetía la rutina de los días previos. En su planilla figura, en efecto, que Maradona “continúa descansando” a las 8:30 y que “se niega a tomar signos vitales” a las 9:20. Cuando los fiscales le preguntaron por qué lo había consignado, primero explicó que “no escuché ruidos, por lo que supuse que estaba descansando” y después, que se había acostumbrado a hacer esa segunda anotación “porque el paciente se negaba a mi atención”. En rigor, no lo había visto ninguna de las dos veces. Para los investigadores, pasó casi toda esa mañana en un sillón del living, chequeando su celular. También explicó que confeccionó esa planilla más tarde y “afuera, en el capot del coche del coordinador” de Medidom. “Forlini quería que ponga horarios y demás, así que me hicieron transcribirla y la transcribí —aseguró—. Ella decía que tenía que ser una planilla bien completa”.
A pesar de esos argumentos, la fiscalía la responsabilizó de permanecer indiferente “ante el resultado que se presentaba como previsible y evitable” y asumir “desaprensivamente los riesgos que corría la salud de Maradona”. La acusación recordó que “los síntomas visibles de desmejoramiento del paciente y las advertencias de su entorno exigían la asistencia médica inmediata que no procuró y obstaculizó, vista su injerencia directa por ser la encargada de suministrarle —o hacerle suministrar— la medicación”.
Cuando se hicieron las diez (precisamente, la hora de la medicación), Madrid envió un mensaje a Cosachov, “para ver a qué hora llegaba, porque la orden era no despertarlo, y para que se ingresara solamente una vez a la habitación”. Monona estaba de acuerdo: era mejor esperar.
Aunque la enfermera finalmente negó haber visto a Maradona aquella mañana, los fiscales quisieron saber si había advertido movimientos en la habitación. Ella reconoció que no. Las cámaras del country registraron el ingreso de Cosachov y Díaz a las 11:44. Diez minutos después estaban en la casa. Conversaron en el comedor con Madrid y —tras otro intercambio con Díaz— la psiquiatra modificó la medicación. La enfermera la preparó, aunque le pidieron que se quedara con Monona preparando el desayuno, “porque si se lo iba a despertar, era el momento para darle de comer”, recordó la propia Madrid.
Psiquiatra y psicólogo se acercaron “a la puerta de la habitación, creyendo que se encontraba, lógicamente, con un cuadro anímico”, declaró Díaz, que recordaba que “dos de los síntomas más frecuentes en una depresión son la hipersomnia u otro tipo de alteraciones del sueño, y alteraciones del apetito”.
Después de llamarlo desde fuera, abrieron la puerta. Maradona estaba en su cama, boca arriba, semitapado y con el torso desnudo. Parecía dormido.
—Dale, Diego, te toca la medicación.
Avanzaron solo un paso; pensaban que, otra vez, su paciente podría echarlos. Entonces volvieron a llamarlo un par de veces.
Del otro lado de la puerta, el resto de los ocupantes de la casa estaba cada vez más ansioso.
Por fin, Cosachov y Díaz salieron del playroom.
—No se despierta, no contesta.
—Se debe estar haciendo el dormido.
Había pasado otras veces: una estrategia para alejar las presencias indeseadas.
Madrid y Monona llamaron a Espósito, que entró al cuarto con Pomargo. Volvieron a los pocos segundos: Maradona estaba inconsciente. “No reacciona”, confirmó el asistente. Entonces entraron todos. El ídolo tenía las extremidades frías. Madrid reconstruyó la escena al detalle. “El paciente estaba en paro. Me subo arriba de la cama para reanimarlo, lo destapo, lo toco. Tenía un brazo caído fuera de la cama. Agustina [Cosachov] no sabía qué hacer. Empiezo a hacer las maniobras y pido que llamen a emergencias o a la ambulancia. Para que sea más eficiente el RCP, pido al de seguridad [Julio Coria] que le haga respiración boca a boca. Le explico cómo tiene que hacer, cómo poner la cara, la boca. En un momento no recuerdo quién trae el teléfono en altavoz y era Luque. Le digo que el paciente está en paro y continúo con las maniobras de reanimación. Luego llega un señor con un estetoscopio, que después supe que era un vecino médico del barrio. Dije que continuáramos haciendo RCP. Cuando el de seguridad se cansaba, cambiaba con Romina [Monona]. Yo seguía haciendo maniobras. Agustina hizo un ratito, pero no las estaba haciendo bien [cuando los fiscales le preguntaron por qué, respondió que presionaba por debajo del diafragma y no a la altura del pecho, para bombear el corazón]. Entonces le dije que seguía yo”.
El hombre del estetoscopio era el cirujano plástico Colin Campbell Irigoyen, un vecino que habían logrado ubicar en la guardia del barrio. Cuando llegó a las 12:30, en efecto, encontró a Coria haciéndole respiración boca a boca a Maradona y a Madrid practicándole masajes cardíacos. Sus maniobras también fracasaron. Así reconstruyó esos instantes: “Habrán pasado diez o quince minutos hasta que llegó la primera ambulancia con los elementos, con un desfibrilador, un botiquín, un set para vía aérea. Logramos ponerle una vía de acceso, pero por la vía aérea no pudimos acceder. El médico a cargo de la ambulancia intentó ver si tenía algún tipo de actividad eléctrica, pero tampoco tenía, y seguimos con las maniobras”.
El médico y el enfermero de aquel móvil habían llegado con “una bolsita con medicación para hacer RCP avanzada: hidrocortisona, Taural”, precisó Madrid. El primero pidió que se colocara una vía al cuerpo. “Debía actuar el enfermero, pero estaba parado”, criticó ella, que “de metida” abrió un maletín, sacó una aguja y suero y colocó la vía. El médico pidió que se empezara a pasar adrenalina. Madrid sacó un tubo traqueal del maletín y se lo dio, pero “él no podía intubarlo”. Madrid rogó que lo hicieran: a Maradona no le llegaba oxígeno.
Más tarde, no encontraría explicaciones a la falta de infraestructura en la casa. “Si vos sos un paciente cardíaco, sabés que sos una bomba de tiempo. Pero no había ningún acondicionamiento para la patología del paciente. Lo único que había era control de signos vitales: un termómetro y un saturómetro”.
Perroni insistió: nadie le había pedido elementos para atender una emergencia, algo que de todas maneras “le correspondía a Forlini”. “Nunca recibí ninguna información de un cuadro que requiriera aparatología. No había información de una patología cardíaca o renal; era un alcohólico en rehabilitación”.
Los profesionales que fueron llegando en nueve ambulancias, desde diferentes sanatorios, prolongaron las maniobras, inyectando ampollas de adrenalina y atropina en el cuerpo de Maradona. Ya no quedaba nada por hacer.
Después de casi cuatro horas de silencio, el grupo “Tigre” se reactivó a las 12:42. “Por favor novedades del domicilio”, pidió Forlini. “Está yendo un móvil en código rojo”.
Di Spagna preguntó qué pasaba. “Refieren que están reanimando, no tengo más info”, respondió la directiva de Swiss Medical, que pidió a Perroni que fuera hasta el country.
* * *
Ese mediodía, el doctor Luque estaba operando en la localidad bonaerense de Berazategui. A las 12:14 recibió el llamado de Pomargo, que le avisó que Maradona estaba en paro.
El neurocirujano pensó que se refería a una convulsión. “Lo están masajeando”, aclaró el asistente. A las 12:16, el médico avisó al 911, con calma aparente en la voz: “Hola, qué tal. ¿Podés mandar una ambulancia urgente al barrio San Andrés? [...] Hay una persona que se encuentra aparentemente, me dicen a mí, en un paro cardiorrespiratorio y hay médicos asistiéndolo. Es un hombre de 60 años aproximadamente [...] Gracias. Chau, chau”.
No quiso dar nombres porque “no sabía si era cierto. Fueron segundos”. Cuando le contaron que el masaje ya superaba los quince minutos, entendió que Maradona “no iba a vivir”.
Como en ocasiones anteriores, mantuvo una conversación paralela con Cosachov:
—Decime si está vivo.
—No sé, Leo, está en paro. Lo están reanimando. Dios quiera.
Mientras los médicos seguían intentando, la psiquiatra continuaba:
—Me tiembla todo. Por ahora lo están reanimando.
—Estoy en camino.
El intercambio se volvió más intenso.
—Le hicimos RCP durante quince minutos. Está viniendo otra ambulancia ahora. Lo están intentando intubar. No dicen nada. No respiraba ni tenía pulso. Parecía muerto, Leo. Tranqui vos por la autopista. Será lo que tiene que ser.
Dos minutos después, Cosachov insistía.
—Leo, lo están reanimando pero nada. No lo pueden trasladar porque no sale del paro.
—Avisame si están enojados con nosotros.
—No, no. Por ahora no dijeron nada.
Hasta que la conversación finalmente se cerró.
—Murió, Leo.
—OK.
—No quieren reanimar más.
—Estoy en treinta.
Cuando se detuvieron las maniobras, “salió una médica y habló con la familia —recordó Madrid—. En un momento dijeron ‘ya está’ y dieron la hora del óbito”. El doctor Juan Carlos Pinto certificó la muerte de Maradona a las 13:15, en un anotador de la empresa de servicios médicos domiciliarios +VIDA.
* * *
Al llegar a Tigre, Luque rogó que lo dejaran entrar en la habitación. La fiscal Laura Capra, de la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) de Benavídez, solo le permitió acercarse hasta la puerta. Maradona “parecía dormido”, recordaría el médico durante una entrevista. Enseguida se sumaron Claudia, Dalma y Gianinna. Más tarde, seis hermanos y hermanas y dos sobrinos del ídolo. Sus hijas y sus hermanas estaban particularmente conmovidas, afirman testigos de la escena.
A las 15:30 ya había un contingente de trece comisarios, forenses, peritos e integrantes de la Policía Científica. Quince minutos después llegó John Broyard, fiscal general de San Isidro, junto a Cosme Iribarren y Patricio Ferrari, fiscales generales adjuntos. El lugar de los hechos se relevó a las 15:57, tras lo cual hicieron su revisación los forenses. El cuerpo se levantó a las 17:50. Segundos antes, Dalma, Gianinna, Claudia y Verónica Ojeda se habían reunido a su alrededor para una ceremonia íntima de despedida.
Mientras Broyard adelantaba que “no se advirtió ningún signo de violencia” y que “el fallecimiento posee características naturales”, el cadáver era trasladado a la morgue del Hospital de San Fernando. El director del Cuerpo Médico Forense de San Isidro, Federico Corasaniti, llevó adelante la autopsia entre las 19:30 y las 22:30. El acta de necropsia concluyó que “las causas de muerte se debieron a un edema agudo de pulmón secundario a una insuficiencia cardíaca crónica re agudizada”.
La insuficiencia cardíaca puede afectar el lado izquierdo, el lado derecho o ambos lados del corazón como consecuencia de la pérdida de eficacia de su capacidad de bombeo, lo que origina la acumulación de líquido sanguíneo en diferentes partes del organismo: los pulmones, el hígado, el tracto gastrointestinal, los brazos y las piernas.
En la autopsia se encontraron 3,6 litros de líquido ascítico. La ascitis es la acumulación de líquido en el espacio existente entre el revestimiento del abdomen y sus órganos.
Las pruebas complementarias no detectaron drogas ni alcohol.
* * *
Esa noche, a las 22:30, Luque y Taffarel intercambiaron mensajes dramáticos y anticipatorios.
—Estoy roto. No paro de llorar —se quejó Luque.
—Estoy igual que vos. La semana pasada les dije que había que levantarlo porque podía hacer un edema de pulmón. Y ahora dice que salió eso, puede ser. ¿Qué le pasó? Estoy en blanco, amigo.
—No sé qué pasó. Pero ya no está. Dejamos todo.
—Nos van a matar, Leo. Nos van a matar ahora.
El jueves 26, el diálogo entre el médico y Cosachov también fue sombrío. La psiquiatra le informó los resultados de la autopsia.
—Agus, buen día. Sí, sí, iba a ser algo cardíaco.
—Y parece que murió a las 21, che.
—Tenía lógica.
—Eso me informaron. Toda la noche palmado —dijo Cosachov.
—Qué tema para Swiss Medical. Igual no va a cambiar. Es un evento cardíaco agudo.
—Sí, yo tengo cagazo de que me quieran empomar por los remedios.
—No te persigas con eso, Agus. En serio.
—Estoy media persecuta.
—Era un enfermo delicado —Luque resumió—. La verdad que no sé cómo sigue. Para mí hay que estar tranquilos. La autopsia va a dar muerte natural. ¿Qué van a decir? Si algún mala leche quiere investigar, nos van a llamar y vamos a tener que presentarnos. No hay que pensar en eso. A mí como neurocirujano tengo un montón de pacientes que se mueren, esto es así. Hay algunos que te citan [y otros] no. Pero este no va a ser el caso. Vas a ver. Hay que estar tranquilos.
Quizá sin saberlo, el médico y la psiquiatra adelantaban uno de los argumentos centrales de su defensa. Luque fue el primero.
—Acá hay algo fundamental, que es que todo, todo, se habló con la familia. Incluso en las reuniones de Zoom estuvo la familia. Cuando se hablaba de la disponibilidad médica, qué era lo que necesitábamos. Todo se habló con la familia. Eso también nos tiene que dejar tranquilos porque no se tomaban decisiones sin que ellos intervengan. Todas las sugerencias de la familia se aceptaron. El día que llegó el clínico, Diego no quiso y estaban Gianinna y Jana. Intentaron y tampoco lo pudieron hacer entrar. La familia intervino mucho, nosotros apoyamos en esto, nada más.
—Lo de la familia es fundamental. Gracias a Dios está lo de la internación. Tenemos la firma de la familia y tenemos el aval ciento por ciento. Bueno, nada. Habrá que esperar a que empiecen a romper las pelotas con otra cosa los periodistas.
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